domingo, 13 de junio de 2010

LA TELEVISIÓN EN EL CINE

METACOMUNICACIÓN

Antonio Campillo Ruiz

   En función de oportunidades o modas, casi siempre relacionadas con momentos sociales, los medios de comunicación, en cualquiera de sus formatos, se miran en un espejo y ven una imagen virtual, siempre virtual, de ellos mismos. Relatan cómo se establece su comunicación con los receptores y de vez en cuando, solo de vez en cuando, se autocritican y denuncian su propia actividad comunicadora.

   El receptor, siempre elemento pasivo del contenido comunicado, con demasiada frecuencia, acepta esta autocrítica como cuando se entona un mea culpa sobre manipulaciones, pésimos contenidos y oportunidades marcantilistas de quienes, inicialmente, las han cometido y solicitan perdón por haber prescindido en su totalidad de la idoneidad de lo comunicado a los receptores.


   El metacine, a lo largo de la historia, ha sido didáctico porque nos ha enseñado cómo se lleva a cabo una realización, ha justificado errores propios cuando ha tratado de exponer la bondad de los mismos a pesar de estar convencido de lo contrario y ha generado en el espectador un sentimiento de cuasi culpa cuando se autocritica al entender el espectador que el medio es capaz de reformar aspectos que no ha cumplido y, a veces, a pesar de haber sido errores “disculpables” para instituciones culturales y sociales, han sido, casi siempre, deformantes.


   El medio audiovisual por excelencia, ha sido implacable y despiadado con los medios visuales, periódicos, y no ha dejado títere con cabeza cuando ha criticado de forma hiriente a un medio audio que ha sido durante mucho tiempo uno de los más amenos, la radio. Menos mal que ambos siguen siendo, y cada vez con más fuerza, unos excelentes medios de comunicación. Tímidamente se ha criticado a si mismo pero “con la boca pequeña”. Casi siempre, en su propia crítica ha introducido elementos justificativos de su proceder, bueno o malo. Ha sido muy condescendiente consigo mismo.


   La llegada de la televisión ha empañando lentamente y sin pausa la gran estima y categoría de los medios audiovisuales. Pero la televisión, como el resto de medios, ha tenido aciertos y fracasos en su cometido comunicativo, de tal manera que en el momento actual su desprestigio social es enorme, siendo que cada vez posee más seguidores. ¿Incomprensible? ¿Absurdo? Puede ser, pero es una realidad social. Esta peculiaridad ha llevado al cine a valorar a la televisión de forma inexorable, inflexible y cruel. 


Es posible que no le falten razones, solo posible. Creo que nunca debemos establecer comparaciones entre ambos medios ya que casi siempre serían inadecuadas y parciales. A pesar de ello, el duro y despiadado tratamiento que se produce en el cine hacia su mayor “enemigo” audiovisual, probablemente es el mismo que se tendría que aplicar a él mismo: desde mil ochocientos noventa y cinco el cine ha determinado, en gran medida, pensamientos y actos sociales de importancia trascendental. Claro que, conociendo el lenguaje audiovisual y teniendo el medio en la propia casa, la televisión ha tomado poco a poco el poder que siempre tuvo el cine.

   Este poder “se desgrana” en “Network” de Sidney Lumet, 1976, retitulada en español “Network, un mundo implacable”. Una película de 1976…, cuando en España empezaba a tener éxito el color en la pequeña pantalla y los dirigentes de medios de comunicación comprobaron, con los acontecimientos sociales del momento, el enorme potencial comunicativo que poseía la televisión. Además, un magnífico grupo de actores representan “el interior del plató”: Faye Dunaway, William Holden, Peter Finch, Robert Duval..., y un “implacable” guión de Paddy Chayefsky galardonado con un Oscar, así como a la mejor actriz, Faye Dunaway, mejor actor (póstumamente), Peter Finch y actriz secundaria, Beatrice Straight. Cuatro merecidos premios de la Academia. 


   El problema surge cuando cualquier programa de televisión nos plantean “lo virtual” como aspecto “real” de nuestra vida. El problema sigue surgiendo cuando nos creemos “la virtualidad” como si fuese “realidad”. El problema aparece cuando se aprecia y se asume que es un medio que no “cuesta dinero”, ni es obligado colocarte mirando hacia un lugar determinado, ni debes estar incómodo, ni asistir a él en un horario rígido, y bueno…, la pantalla es más pequeña pero cada vez se ve mejor… Estos son los “problemas” de la enorme aceptación del medio por excelencia de la capacidad de no pensar. De la pasividad. De la falta de creatividad. Del atontamiento progresivo de los receptores a través de programas incalificables.


   ¡Ah, pero tiene un inconveniente mucho peor! ¡Puede visionarse en él películas rodadas para el cine! No las últimas realizaciones pero si cine de cualquier época y género. Solo depende de la cadena que compra los derechos de proyección por un tiempo o número de proyecciones. ¡Esto es nefasto! ¡Esto es el fin del cine! ¡Esto es una intromisión de un medio en otro! ¡Esto se tiene que pagar!

   Pues no, amigos lectores, nunca se podrá comparar la proyección de una película en un cine, cada vez más sofisticada técnicamente, a un “pase por televisión”. En el momento actual se está desarrollando una etapa que mejora sustancialmente la calidad y activa, con gran rapidez, la evolución de las proyecciones cinematográficas para que cada vez mejore con mayor intensidad su poder abstracto de sueño virtual.






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