viernes, 10 de septiembre de 2010

LA SUAVIDAD

LA LLANURA Y EL VOLCÁN

Antonio Campillo Ruiz


   La superficie era lisa, perfectamente lisa. También estaba caliente y este calor favorecía el lento y suave deslizar por ella. Se debía ascender lentamente, como un suave declive que se eleva en forma de talud redondeado.


   De pronto, sin estar señalado, sin reparar en él, un promontorio enhiesto, erguido con altivez, erecto con descaro, se interpuso en el camino que se había iniciado. Parecía un volcán, solo, aislado en una llanura. Los alrededores de su soberbia y orgullosa chimenea estaban coloreados levemente con los restos de su propia formación.


   La erosión, el tiempo y, probablemente, alguna erupción temprana, habían provocado que su superficie fuese irregular. Se apreciaba a simple vista. Poseía más calor y dureza que la grata y ligera ondulación que se encontraba a su alrededor. Era terso y delicado pero reaccionaba con gallardía cuando parecía entrar en erupción.


   Con cautela, con sosegada ligereza, evitando la erupción de aquella colina arrogante y encrestada, siguiendo el camino por la llana superficie cálida, los dedos continuaron tocando, por primera vez, aquella extraña superficie tan frágil y sutil como jamás habían apreciado. 



   

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