viernes, 8 de octubre de 2010

MACHISMO

ARCHIDIABLO

María Luisa Arnaiz Sánchez

La partida de ajedrez, Sofonisba Anguissola
 
   Aunque la fama de Maquiavelo se deba sobre todo a uno de sus libros de teoría política, “El príncipe”, 1513, basado en parte en las figuras de Fernando el Católico, en la idea de que el fin justifica los medios, y de César Borgia, en los aspectos de audacia, resolución y  secretismo, la producción del humanista florentino abarcó géneros muy diversos pero solo se le conoce una novela escrita en 1515 y basada en un cuento oriental, “La fábula de Belfegor archidiablo”. Con ella difundió miméticamente toda la misoginia que contenía de origen aderezada con la de su época, siendo curioso cómo persona de tanta inteligencia no supo escapar de una concepción tradicional sobre las mujeres, a todas luces montada ex profeso para mantener la superioridad de los varones, prueba, como vengo repitiendo, del daño que se extiende, se incrusta y resulta extenuante combatir, ya que no erradicar, por no educar en unos valores sin distinción de sexos. El relato se publicó en 1549, muerto Maquiavelo, y figuraba en la obra “Rime e prosi volgari” del cardenal Giovanni Brevio, que se la apropió con alteraciones.

Ciegos guiados por otro ciego, Brueghel el Viejo
 
   Maquiavelo reinventa la historia de Belfegor, un remedo del dios Baal, adaptado al cristianismo, que era representado de dos formas, o por un gran falo, o por un ídolo con la ropa tapándole la cabeza y enseñando su exagerado pene en permanente erección, en clara similitud con Príapo y otros personajes, sátiros, silvanos y faunos, vinculados con la lujuria y el desenfreno. La anécdota se ambienta en Nápoles durante la época de Carlos de Anjou y su finalidad explícita es poner en evidencia la rapacidad y astucia de los florentinos a través de la ironía, siendo la implícita, como ya se ha apuntado, la perpetuación eterna de la maldad de las mujeres. Fue concebida para su lectura en voz alta (recuérdese que la mayoría de los ciudadanos no sabían leer), de ahí quizás que, respondiendo a la máxima de “enseñar deleitando”, fuera un entretenimiento envenenado para los oyentes, hombres y mujeres. Su eco llegó a “The Devil is an Ass” de Ben Jonson, 1616.

El jardín de las delicias (detalle), El Bosco
 
   Todo comienza por una asamblea de diablos ante las que pueden ser calumnias vertidas por los hombres que transponen las puertas del infierno alegando que deben su perdición a sus esposas. Con el fin de saber la verdad y tener un criterio justo al respecto, deciden que uno de ellos ha de encarnarse en humano y pasar por todas la vicisitudes de un varón casadero. Hubo que sortear la misión pues nadie quería acometerla, tocándole para su mala estrella al otrora arcángel y hoy archidiablo Belfegor. Le proporcionaron una fabulosa suma con la finalidad de que permaneciera diez años en la tierra y se casara, sabiendo que, cuando muriera, tendría que regresar y dar cuenta de sus pesquisas. Acompañado de otros diablos a modo de sirvientes, se instaló en Florencia haciéndose pasar por un español que había hecho fortuna en Alepo (Siria). Rodrigo de Castilla tenía unos treinta años, era guapo y empezó a mostrar una liberalidad llamativa.

Los dos amantes y la muerte, Hans Baldung Grien

   Escogió a Honesta, bella, pobre, cargada de hermanos, y condujo su vida con ostentación, enamorándose realmente de su mujer, la cual tuvo una reacción, si se me permite, que ni pintiparada para el propósito de la obra, cual fue tomar la decisión de dominarlo a su gusto y cada vez que Rodrigo le negaba algo, lo injuriaba sin ton ni son, comportándose con una soberbia ilimitada y ¡mira que el ángel caído sabía de esto! Por complacerla y ver de tener paz, se encargó de sus cuñados, enviándolos a comerciar en representación suya y pronto sufrió una merma considerable en su hacienda. Soportó todo creyendo que ella cambiaría, pero esto no llegó a ocurrir y tuvo que padecer por su cada vez más obstinada insolencia, no teniendo ni un amigo en quien confiar porque hasta sus acompañantes diablos prefirieron volver al infierno. Una vez agotados sus caudales, creyó que lo salvaría su patrimonio de allende los mares, sin embargo no pasó mucho tiempo cuando supo que lo había perdido todo.

La muerte y la doncella, Hans Baldung Grien
 
   Al enterarse sus acreedores de la ruina, no dejaron de vigilarlo por si huía, cosa que naturalmente hizo. Lo persiguieron y logró zafarse gracias a un aldeano al que contó quien era y el porqué de su estar en el mundo y al que prometió hacerlo rico. El trato consistió en que él sanaría a toda endemoniada que al labriego se le presentara. De este modo sanaron dos acaudaladas jóvenes italianas y a la par de fama el campesino enriqueció. El diablo se despidió y le advirtió de que en adelante no le ayudaría más, cuando vino a suceder que la hija de Carlos VII de Francia, sí, el de Juana de Arco, cayó poseída. Por más que juró no poder sanarla, el rey lo amenazó con ahorcarlo y entonces Gianmatteo, que así se llamaba el labrador, valiéndose de una puesta en escena religiosa en la que la mujer de Belfegor hipotéticamente entraba en juego, ahuyentó al diablo, que dejó libre a la princesa, sopesando que era mejor regresar al infierno y rendir cuentas sobre los problemas que causaba una mujer.

Eva, la serpiente y la muerte, Hans Baldung Grien
 
   Sirva como colofón, el dicho de “irse con el rabo entre las piernas” que puede hacer sonreír a más de uno y dictaminar solapadamente que contra las mujeres no valen regalos, concesiones, ni nada para disuadirlas, si no está en su voluntad el querer hacer lo que sea, de modo que es mejor tener la fiesta en paz y poner tierra por medio. Podría continuar enumerando frases coloquiales del tipo “mi mujer es la que manda” como muestra de que el poder de la palabra no es algo banal (cotéjese lo que pasa en  zonas laístas para no ofender a nadie y lo que cuesta desembarazarse de modismos aprendidos) y que las ideas se perpetúan inconsciente o conscientemente con una intención trazada. Que la mujer es un ser inferior es CIENCIA  documentada en Aristóteles y santo Tomás en referencia a Europa y el cristianismo y este criterio perdura aún en nuestra sociedad, en donde seguimos todos los días asistiendo impasibles a la muerte y maltrato de mujeres por mano de sus ruines maridos (dejémonos de eufemismos o disfemismos), preguntándonos de dónde deriva esta brutalidad, sin darnos cuenta de que somos instruidos diariamente en una escala de valores diseñada hace muchos siglos.

La proposición, Judith Leyster
 

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