miércoles, 31 de octubre de 2012

PROMESA

EL JURAMENTO DEL CAUTIVO

Antonio Campillo Ruiz


   El Genio dijo al pescador que lo había sacado de la botella de cobre amarillo:
   -Soy uno de los genios heréticos y me rebelé contra Salomón, hijo de David. Fui derrotado. Salomón, hijo de David, me ordenó que abrazara la fe de Dios y que obedeciera sus órdenes. Rehusé. El Rey me encerró en ese recipiente de color y estampó en la tapa un Nombre Muy Alto, y ordenó a los genios sumisos que me arrojaran en el centro del mar. Dije en mi corazón “a quien me dé la libertad, lo enriqueceré para siempre”. Pero un siglo entero pasó, y nadie me dio la libertad. Entonces dije en mi corazón “a quien me dé la libertad, le revelaré todas las artes mágicas de la tierra”. Pero cuatrocientos años pasaron y yo seguía en el fondo del mar. Dije entonces “a quien me de la libertad, yo le otorgaré tres deseos”. Pero novecientos años pasaron. Entonces, desesperado, juré por el Nombre Muy Alto “a quién me dé la libertad, yo le mataré”. Prepárate a morir, oh mi salvador.

Noche tercera de “Las mil y una noches”

¡ATENCIÓN!: Amigos lectores, un problema técnico me impide realizar comentarios  e incluso contestarlos. Espero que en breve se solucione esta anomalía. Hasta ese momento, todas las publicaciones estarán programadas. Gracias.

PUBLICACIÓN PROGRAMADA

lunes, 29 de octubre de 2012

EL JARDÍN Y LAS DONCELLAS

EL SUEÑO INFINITO DE PAO YU

Antonio Campillo Ruiz


Pao Yu soñó que estaba en un jardín idéntico al de su casa. ¿Será posible, dijo, que haya un jardín idéntico al mío? Se le acercaron unas doncellas. Pao Yu se dijo atónito: ¿Alguien tendrá doncellas iguales a Hsi-Yen, Pin-Erh y a todas las de casa? Una de las doncellas exclamó:
-Ahí está Pao Yu. ¿Cómo habrá llegado hasta aquí?
Pao Yu pensó que lo habían reconocido. Se adelantó y les dijo:
-Estaba caminando; por casualidad llegué hasta aquí. Caminemos un poco.
Las doncellas se rieron.
-¡Qué desatino! Te confundimos con Pao Yu, nuestro amo, pero no eres tan gallardo como él.
Eran doncellas de otro Pao Yu.
-Queridas hermanas -les dijo- yo soy Pao Yu. ¿Quién es vuestro amo?
-Es Pao Yu -contestaron-. Sus padres le dieron ese nombre, que está compuesto de los dos caracteres Pao (precioso) y Yu (jade), para que su vida fuera larga y feliz. ¿Quién eres tú para usurpar ese nombre?
Se fueron, riéndose.
Pao Yu quedó abatido. “Nunca me han tratado tan mal. ¿Por qué me aborrecerán estas doncellas? ¿Habrá, de veras, otro Pao Yu? Tengo que averiguarlo”.
Trabajado por esos pensamientos, llegó a un patio que le pareció extrañamente familiar. Subió la escalera y entró en su cuarto. Vio a un joven acostado; al lado de la cama reían y hacían labores unas muchachas. El joven suspiraba. Una de las doncellas le dijo:
-¿Qué sueñas, Pao Yu, estás afligido?
-Tuve un sueño muy raro. Soñé que estaba en un jardín y que ustedes no me reconocieron y me dejaron solo. Las seguí hasta la casa y me encontré con otro Pao Yu durmiendo en mi cama.
Al oír este diálogo Pao Yu no pudo contenerse y exclamó:
-Vine en busca de un Pao Yu; eres tú.
El joven se levantó y lo abrazó, gritando:
-No era un sueño, tú eres Pao Yu.
Una voz llamó desde el jardín:
-¡Pao Yu!
Los dos Pao Yu temblaron. El soñado se fue; el otro le decía:
-¡Vuelve pronto, Pao Yu!.
Pao Yu se despertó. Su doncella Hsi-Yen le preguntó:
-¿Qué sueñas Pao Yu, estás afligido?
-Tuve un sueño muy raro. Soñé que estaba en un jardín y que ustedes no me reconocieron…
Tsao Hsye-Kin


sábado, 27 de octubre de 2012

AMISTAD

ESTABA SEGURO

Antonio Campillo Ruiz


“Mi amigo no ha regresado del campo de batalla, señor, solicito permiso para salir a buscarlo”.
“Permiso denegado”, replicó el oficial. “No quiero que arriesgue Ud. su vida por un hombre que probablemente esté muerto”.
El soldado, haciendo caso omiso a la prohibición, salió y una hora más tarde regresó mortalmente herido, transportando el cadáver de su amigo.
El oficial estaba furioso: “¡Ya le dije yo que había muerto¡ ¡Ahora he perdido dos hombres! Dígame: ¿merecía la pena salir a traer un cadáver?”
Y el soldado moribundo respondió: “Claro que sí, señor, cuando lo encontré, todavía estaba vivo y pudo decirme: “Jack…estaba seguro de que vendrías”.

Anthony de Mello

viernes, 26 de octubre de 2012

MÚSICA E IMÁGENES

OIGAMOS Y VEAMOS III

Antonio Campillo Ruiz


   Franz Liszt compuso la “Rapsodia Hungara nº 2, S. 244/2” en Do sostenido menor para el conde Ladislas Teleky en 1847 y se publicó sólo para piano en 1851 aunque existe una versión para orquesta. Pertenece a la serie de diecinueve “Rapsodias húngaras” que compuso Liszt y, de entre ellas, la nº 2 propone demostrar al pianista un virtuosismo que supone un esfuerzo que fascina y deslumbra a los oyentes.
  Probablemente, si Liszt comprobase las bárbaras y degradantes películas, generalmente de dibujos animados, en las que su música se ha mal utilizado, creería que la sensibilidad humana no existe.
 Se ha escogido como pianista a Alice Sara Ott por su cadencia y tempos marcados como se compuso originalmente. En la versión orquestada se ha elegido la versión dirigida por Herbert von Karajan, uno de los más famosos directores de orquesta del pasado siglo.





    Cuando el cadete de la Marina rusa Nikolái Andréyevich Rimski-Kórsakov visitó España, quedó encantado de sus gentes, de sus músicas y de la luz, que iluminaba resplandeciente su cautivador paisaje. Esto sucedió entre los años 1864-65 y nadie, ni él mismo, podía imaginar que estas imágenes y notas le inspirarían en el verano de 1887 su famoso “Capricho Español”,  que dirigió personalmente en San Petersburgo meses después. Al acabar el ensayo de su primera interpretación, los músicos aplaudieron entusiasmados y el compositor los premió escribiendo todos sus nombres en la partitura original.



   El guitarrista y compositor Francisco Tárrega creó, durante su estancia en Granada, España, “Recuerdos de la Alhambra”, una pieza maravillosa que muestra la técnica de la guitarra desafiante conocida como trémolo, término musical utilizado en instrumentos de cuerda que describe varios efectos temblando, cayendo a grandes rasgos en dos tipos: el primero es una reiteración rápida y el segundo es una variación de la amplitud. La melodía se va arrancando tocando una sola nota con los dedos anular, medio e índice. “Recuerdos de la Alhambra” fue una de las composiciones que más ejemplificaron en otras obras de los amigos de Tárrega, Isaac Albéniz y Enrique Granados. Ha sido utilizada en gran cantidad de películas siendo una de las más famosas el trémolo que inspiró la composición de  Mike Oldfield “Los gritos del silencio” de Roland Joffé, 1984.


miércoles, 24 de octubre de 2012

EL VIDRIERO

UNA MORADA PARA LA LUZ

Antonio Campillo Ruiz


   Por los mitones semideshilachados, unos dedos huesudos y de piel áspera seleccionaban cuidadosamente los pequeños granos de arena. Poseían una agilidad inusual en esta tarea tan monótona. Frente a ellos se encontraban varios montoncitos muy inestables de diferentes colores. A través de la pequeña puerta de pesados ladrillos que había tras el hombre que trabajaba, se apreciaba un fuego, no muy potente, que ardía en el interior de un tosco horno. El hombre vestía con ropas sucias pero de abrigo. Fuera del taller un viento gélido ululaba por entre las grietas de ventanas y puertas. Debía terminar este trabajo, era muy importante. Los plomeros ya habían instalado en los ventanales y rosetón de la iglesia el molde exterior y estaban a la espera de sus vidrios. Cuando pensaba que lo esperaban, espoleado por una voz inaudible, el hombre acometía su trabajo con mayor denuedo.
   Era delgado, despeinado por el frío viento que había soportado para llegar desde su casa al taller. Las llaves de su taller las llevaba siempre fuertemente cogidas. Nadie podía entrar en él cuando trabajaba para encargos tan especiales como el que debía realizar. Había ordenado a sus dos ayudantes que durante tres días nadie le molestase y que descansaran en sus casas. Cuando le oyeron, los ayudantes se miraron entre sí. Sin mediar palabra, el hombre les dijo: “Sí, os pagaré los tres días con dos celemines de harina de trigo, dos embutidos de la matanza y tres botellas de vino, pero cuando sigamos trabajando debemos acabar en un día las cien copas que necesita el tabernero”.
   El encargo que había recibido era su pasión. Sólo él sabía los secretos del color que adquiría el cuarzo puro cuando se mezclaba con óxidos de hierro, de cobre y no digamos si eran de magnesio, aluminio o boro, e incluso con algún extracto de plantas. Jamás dijo su secreto ni siquiera a su esposa, mujer de lengua larga y vanidosa, que discutía con las vecinas quiénes de entre todos los cristaleros de la ciudad obtenía colores más luminosos. Su marido siempre le recriminaba que hablase con vocabulario impropio del oficio pero ella, bien comida y vestida, con una casa de piedra de sillares, creía ser la más bienaventurada por haberse casado con este hombre que, aunque de poco espíritu, era un genio para los nobles encargos de la Iglesia y los Duques.
   Pasó toda la mañana con su exhaustivo trabajo y cuando calculó que tenía unos diez kilos de minúsculos trozos de cuarzo puro, sin preocuparse de necesidad alguna, se dirigió a la parte trasera del horno y empezó a echarle troncos de leña. Mientras la leña empezaba a arder y él se había quitado ya la raída capa por el calor, se dirigió a una puerta que abrió sigilosamente. Nadie lo podía ver pero su cuidado era extremo. Buscó, de entre los diferentes frascos que él mismo había soplado, tres que contenían cada uno un polvo de color diferente. Cerró otra vez la puerta y se dirigió a una capsula de porcelana en la que había echado toda la arena de cuarzo. Con una cara de felicidad que denotaba nerviosismo, fue echando pequeñas dosis de uno de los polvos y moviendo sin cesar la mezcla. Cuando consideró que era suficiente, realizó la misma operación con los otros dos productos. La mezcla poseía un extraño color, había pasado de incoloro cristalino a un rojo oscuro sucio.
   Con sumo cuidado se dirigió a la boca del horno, que se encontraba casi completamente caliente, e introdujo la vasija con su mixtura. Debía esperar no menos de tres horas y hacer que el horno alcanzase su máxima potencia. Sin dejar de echar leña por la tobera posterior, el hombre, avivaba el fuego y sudaba en un ambiente en el que se mezclaban los gases de la combustión con los que surgían de la mixtura. Era un aire casi irrespirable. Cuando consideró que el horno tiraría el tiempo necesario, se dirigió hacia uno de los largos bancos de madera y empezó a dibujar con esmero unas figuras con palitos de metal aplastados sobre una plancha de hierro perfectamente plana. Este era uno de los momentos más delicados de su trabajo: debía conseguir que con el mínimo número de ellos se dibujase el difícil diseño que le habían encargado.
   Casi empezaba a sentir frío otra vez cuando creyó que el tiempo de cocción había transcurrido. Tomó su larga caña de metal e introduciéndola en la mezcla fundida recogió un poco girando sin cesar el largo tubo. Lo miró sin dejar de moverlo y le pareció que aquella masa ardiente ya estaba en su punto. La devolvió a su lugar y sujetó fuertemente el gran dibujo que había realizado.
   Al echar pequeñas cantidades de masa ardiente sobre determinados trozos, muchos asimétricos, del enrejado metálico semejaba un laberinto ardiente. Volvió corriendo a la puerta en la que se encontraban los frascos encerrados y abriendo nerviosamente buscó y cogió dos de ellos. No olvidó cerrar de nuevo con las tres vueltas de llave. En una cápsula pequeña mezcló unas cantidades de ambos y con una larga cuchara de hierro los introdujo en el horno dejándolos caer a la mixtura inicial. En no más de media hora volvió a sacar el ardiente cuarzo mezclado y lo fue echando en otros huecos diferentes de los anteriores, en el rompecabezas de hierros.
   Cuando terminó, toda la mezcla inicial se había acabado. Los dos días siguientes realizó idéntica labor pero con los cambios propios de aquello que quería conseguir. Llenó cuatro bancos de madera completamente y para ver su obra se subió a una frágil escalera de madera apoyada en una pared y la miró desde lo alto. Quedó embelesado. Seis vidrieras y un rosetón resplandecían con colores jamás conseguidos. Se sentó en un escalón y dijo: “¡Una morada para la luz!”  

Antonio Campillo Ruiz


lunes, 22 de octubre de 2012

EL JARDÍN TRISTE

MAX FUND Y SU CUARTO XII

Antonio Campillo Ruiz

El jardín triste, Max Fund

   Max Fund ideó su serie “El cuarto” como símbolo de la sexualidad femenina por la que el Arte ha pasado de puntillas. Para las más de cincuenta obras que forman la misma, además de crear las escenas bajo presupuestos ópticos y usar fotografías pornográficas ajenas, empleó pinturas que van del siglo XV al XX. Me conformo con las hasta hoy presentadas, pensando en la esfera de un reloj: doce miradas distintas sobre las obras seleccionadas por el autor de cuya determinada “sintaxis” se infiere un significado dispar -cómplice en muchos casos- al concebido por los maestros pintores. Si la de hoy sorprende por la premisa enunciada, sexualidad femenina, cabría recordar sin mojigatería que la masturbación es el método natural contraceptivo prohibido a los cristianos. La cruz tatuada en el dorso del desnudo insertado me ha llevado a suponer que “La disputa” del holandés se origina por algo que pretende el joven vestido, al que la postura delata. Por eso llora la chica. Una imagen requiere de los cinco sentidos, o más si los hubiere, porque no se percibe solo por los ojos como generalmente se cree.

La Disputa, Hendrick Frederick Kaemmerer

viernes, 19 de octubre de 2012

FÍSICA CUÁNTICA II

MARAVILLOSAS SUPERCUERDAS

Antonio Campillo Ruiz


   Supongamos que mantenemos un electrón en la mano izquierda y otro en la derecha. Son dos partículas de idéntica masa y carga eléctrica. Si tratamos de acercarlas poco a poco es evidente que  su atracción gravitatoria mutua favorecerá tal acercamiento, mientras que su fuerza de repulsión electromagnética intentará separarlas. Nuestra pregunta inmediata será: ¿cuál de las dos fuerzas es más intensa? No hay discusión posible, la fuerza electromagnética es un millón de billones de billones de billones, 1042, un septillón, de veces más fuerte que la gravedad. Esta asombrosa e inimaginable fuerza posee asociada a ella, como todas, una unidad mínima, haz o paquete, que puede formar la fuerza. Los constituyentes unitarios, más pequeños, de cada una de las fuerzas son:


FUERZA


PARTÍCULA UNITARIA DE FUERZA

MASA

NUCLEAR FUERTE


GLUÓN

0

ELECTROMAGNÉTICA


FOTÓN

0

NUCLEAR DÉBIL


BOSONES GAUGE

86,97

GRAVEDAD


GRAVITONES

0



   Estas son las cuatro fuerzas de la Naturaleza, sus partículas asociadas y sus masas expresadas en múltiplos de la masa del protón. ¿Por qué son cuatro las fuerzas fundamentales? ¿Por qué no cinco, o tres, o sólo una? ¿Por qué las fuerzas llamadas nuclear fuerte y nuclear débil se limitan a operar a escalas microscópicas, mientras la fuerza de la gravedad y la electromagnética tienen un alcance ilimitado en su influencia? ¿Por qué existe una gama enorme en cuanto a la intensidad intrínseca de estas fuerzas? La respuesta a esta última pregunta ya la hemos explicado con la experiencia de los dos electrones. Veamos otro ejemplo. Los protones que se apiñan en el núcleo todos poseen la misma carga y según hemos visto, su repulsión debería ser inmensa, ¿cómo es posible que se encuentren todos juntos? Bien, la fuerza nuclear fuerte que actúa sobre los quarks que, a su vez, forman los protones, afortunadamente, logra vencer esta repulsión y ata a los protones fuertemente. La fuerza nuclear fuerte es cien veces más potente que la electromagnética y cien mil veces más fuerte que la nuclear débil. Así que, sin la existencia de estas fuerzas compensadoras, los átomos de los elementos de la tabla periódica, los que existen en el Universo, no podrían permanecer en el equilibrio que supone compartir un átomo formado por electrones y protones ya que si una sola de las fuerzas variase o no existiese, electrones y protones se unirían para convertirse en neutrones, no teniendo existencia el Cosmos como lo conocemos. Sería otro modelo. Aquel, en el que el Hidrógeno, combustible del motor estelar no tendría existencia como átomo con un solo protón y un solo electrón.


   En 1968, un científico que estudiaba y experimentaba con estas nuevas teorías, Gabriele Veneziano, encontró en un viejo libro una ecuación de doscientos años de antigüedad perteneciente a un matemático suizo, Leonhard Euler, que parecía explicar precisamente todos los aspectos teóricos de la teoría de supercuerdas. Veneziano siempre se enfada cuando se lo recuerdan porque según él, tal anécdota no es cierta. A lo largo de un año de trabajo, de dura investigación, llegó, por casualidad, a la ecuación que explicaba la teoría que había suscitado tantas controversias: precisamente la ecuación de Euler. Así pues una ecuación matemática planteada hacía doscientos años era la que empezaba a dar crédito a una teoría en la que unas cuerdas se encontraban en no menos de seis dimensiones y en cada una de sus vibraciones generaban aspectos esenciales de la Física de lo enormemente pequeño.


   Lo fundamental es la unificación de todas las fuerzas en una única teoría que se cumpla para todas a la vez. Esta unificación posee su origen y fin en la teoría de las supercuerdas. La explicación concreta de por qué eligió la Naturaleza las cuatro fuerzas pasa por la explicación y desarrollo de las supercuerdas, partículas fundamentales unitarias unidimensionales. Según la teoría de supercuerdas (o simplemente cuerdas), las propiedades de una partícula elemental, su masa y sus distintas cargas de fuerza, están determinadas por el modelo resonante exacto de vibración que ejecuta su cuerda interna. Más exactamente: los diferentes modelos vibratorios de una cuerda fundamental dan lugar a diferentes masas y cargas de fuerza.


   Así, esta maravilla en perfecto movimiento vibratorio es capaz de conformar todo lo conocido y establecer las leyes que rigen, separadamente todavía, nuestro Cosmos. Desde ahora, deberíamos explicar que ya no sería correcto hablar de partículas elementales sino de trozos diminutos de cuerdas que están vibrando. Su tamaño es, precisamente, 1042 veces más pequeño que un metro y su armoniosa vibración explicaría la unidad fundamental unitaria que demostraría la unificación: el gravitón. Cuando se asegure su existencia, posiblemente, la  Física Cuántica y la Teoría de la Relatividad poseerán ecuaciones unificadas.


Es importante visionar el documento audiovisual a plena pantalla

miércoles, 17 de octubre de 2012

LA MUJER ARDIENTE

PLACER MÁS ALLÁ DE LOS SUEÑOS

Antonio Campillo Ruiz


   Juan llamó con delicadeza a la puerta de madera carcomida de la destartalada vivienda de tejas planas y pizarra negra. Alguien, desde un lugar lejano del interior habló unas palabras ininteligibles. Media puerta superior se abrió chirriando y una señora entrada en años, con un pañuelo negro sobre su cabeza le tendió un manojo de llaves con un murmullo de saludo. Juan las cogió y, con su vieja cartera de cuero con correas en una mano y las llaves en la otra, se encaminó hacia la casona de dos plantas y buhardillas que se levantaba a la izquierda de la pequeña casa. Desde que un día, ya lejano, sacó sus llaves en la oficina y los compañeros se rieron de su enorme tamaño y vieja fundición de hierro no quería llevarlas encima jamás. Se las dejaba a la señora Paca porque, además de poder limpiar diariamente su casa y prepararle la cena, le eximía de la vergüenza de sus llaves. Aquella tarde el cielo era gris plomizo, con nubes sin forma pero amenazadoras. Afortunadamente no había llovido porque no llevó paraguas por la mañana al trabajo. La llave chirrió al girar sobre los mecanismos de la cerradura de una puerta enorme, de madera maciza muy gruesa y pesada. Poseía una gran mano de bronce colgada de un círculo con el que se podía llamar golpeándola contra un trozo del mismo metal clavado en ella. Una vaharada de olor característico a humedad y limpieza le llegó de inmediato a su nariz. La señora Paca tenía la mala costumbre de fregar el suelo y cerrar la casa sin que se hubiese secado. Hacía más frío en su interior que en la calle. Dejó la cartera en su pequeña sala de papeles, a la derecha, y se dirigió hacia el comedor donde siempre tenía servida la cena, sólo templada, que la señora Paca le hacía a diario. Se sentó y comió todos los platos que contenían alimentos, dejándolos en el mismo lugar.  Recogió las llaves y se dirigió a su habitación, un enorme recinto de techos con artesonado y tarima de madera. Siempre le había impresionado ese espacio vacío entre la cama, colocada entre dos grandes ventanales y la puerta. Había advertido a la señora Paca que sus dependencias  personales nunca quedasen abiertas aunque las visitas a su casa eran nulas y la humedad se sentía con más intensidad.


   Abrió con otra de las enormes llaves de hierro forjado y dio un salto atrás. Una luz incandescente, de llamas amarillas rodeaba toda la extensión libre de la habitación. Eran velas encendidas. Se encontraban por todas partes y en todos los rincones. Su sorpresa era tan inmensa que pensó cómo era posible que la señora Paca hubiese dejado estos fuegos encendidos precisamente en su habitación, la más peligrosa para que se pudiese provocar un incendio. Entró lentamente y se despojó de la gabardina que no se quitó ni para cenar por la humedad. La intensa luz de miles de velas le iluminaban como si quisieran dotarlo a su vez de luz propia. Anduvo unos pasos y de pronto la puerta se cerró tras él. Su agitado corazón saltó como un resorte. Volvió sobre sus pasos y no pudo abrir, la llave había quedado al otro lado cuando entró. Volvió la vista sobre el espectáculo de luces y cera quemada. Olía bien. Desde niño siempre le gustó el olor a cera quemada. De pronto, como una exhalación, como un rayo que hubiese entrado por una de las ventadas, una figura de luces azules y amarillas lanzó un chorro de fuego sobre él.


   Quedó quieto, inerme, aterrado. Distinguió que otra figura, esta sí la identificó como de una mujer, como si estuviese ardiendo, se dirigía hacia él. Era muy bella y ardía con fuegos diferentes en su cuerpo. Cuando le alcanzó, con un leve toque del dedo índice de la mano derecha le tocó la chaqueta que ardió al instante. Se vio ardiendo y empezó a chillar y dar patadas en todas direcciones. Quedó quieto de inmediato porque apreció que no se había quemado. ¿Cómo era posible? Su chaqueta había ardido, desaparecido, y a él no le había sucedido nada. La mujer le tocó sucesivamente en toda su ropa desapareciendo una prenda tras otra. Para cuando quedó desnudo su eterna timidez le hacía ser recatado y esconder como podía su virilidad, único órgano que para él tenía importancia lesiva ante una mujer. Las luces parecían arder con más potencia y la mujer bailaba una danza que le tenía embelesado en sus movimientos.


   De pronto le cogió de la mano y le hizo bailar. Era muy torpe pero a ella no le importaba. Juan estaba maravillado de no quemarse con aquel fuego que envolvía su mano, su cintura, su cuerpo entero, porque la mujer lo estaba arrastrando poco a poco hacia ella y casi le obligaba a abrazarla. Sus formas femeninas empezaron a clavarse en su cuerpo como dardos que le excitaban. Los roces y caricias que le prodigaba eran cada vez más atrevidos y cuando le besó un ardor infinito, un placer insospechado, llego a su pecho desde su boca. Ya no se pudo resistir más, su cuerpo, envuelto en llamaradas cada vez más potentes fue reaccionando y cuando sus sexos se unieron en un punzante grito de placer, Juan pareció perder el sentido de lo que estaba sucediendo. Así estuvieron durante horas. Caricias, besos, abrazos y sexos se confundían en una atmósfera que cada vez se llenaba de aromas entremezclados con el de la cera ardiendo.


    Cuando al día siguiente la débil luz de la mañana le despertó se encontró encogido sobre el suelo, desnudo y con mucho frío. Los dos grandes ventanales de la habitación y la puerta estaban abiertos. Las cortinas flotaban al viento. Recordó la noche anterior y miró a su alrededor. No había ni rastro de las velas ni de la mujer ardiente. Aterido, se levantó y caminó por la habitación. De pronto se detuvo. Su pie había percibido una irregularidad en la tarima de madera desvencijada por el tiempo. Nada, las irregularidades normales del viejo entarimado. Continuó tocando todo, pasando la mano por los lugares donde se habían encontrado las velas. Nada. Miró con miedo y expectación a su alrededor sin hallar nada anómalo. Una ráfaga de viento le hizo encogerse y tratar de taparse con las manos. Tocó su cuerpo y entonces sí encontró algo anormal: el pelo de su pecho y pubis estaban quemados.

Antonio Campillo Ruiz



lunes, 15 de octubre de 2012

LAS TRES DAMAS

MAX FUND Y SU CUARTO XI

Antonio Campillo Ruiz

Las tres damas, Max Fund

   En esta abigarrada imagen de la serie “El cuarto” con chica kitsch en primer plano que, cual exhibicionista, abre su abrigo para dejar ver unas medias y un liguero demodés, prendas imprescindibles en el imaginario masculino, Max Fund proyecta la sexualidad femenina más allá del metacuadro. Si se penetra en profundidad, se pasa del negro gabán al negro traje de fiesta que luce Madame Gautreau, del que desaparece provocativamente un tirante enjoyado y, del polvo de lavanda que usaba, se pasa al polvo del gobelino que enmarca la figura de Ada Rehan, actriz nacida en Irlanda que, por caída de la “c” inicial de su apellido, se convirtió en estadounidense. Por último, se entra en el sanctasantórum del marchante Gersaint, cuya tienda en el puente de Notre-Dame va a visitar la dama rosada mientras embalan un retrato de Luis XIV con el que Watteau cierra el Gran Siglo francés. No cerremos nosotros la imaginación y penetremos más allá.

 Madame Gautreau, John Singer Sargent, 1884

Ada Rehan, John Singer Sargent, 1894

L’Enseigne de Gersaint, detalle, Watteau, 1720

viernes, 12 de octubre de 2012

NEGARSE A MENTIR

CONVERSACIONES CON MI HIJA LAURA X

Antonio Campillo Ruiz


Dans notre société tout
homme qui ne pleure pas
à l'enterrement de sa mère
  risque d'être condamné à mort. 

Albert Camus

- Es un poco pesado que deteriorando la pantalla grande como lo están haciendo, tengamos que soportar día tras día cómo en la pequeña pantalla se repiten hasta la saciedad películas a veces importantes, pero… ¿no hay más? ¿No pueden programar en esas cadenas de “sólo cine” una variedad más amplia?
- Bueno, Laura, creo que el secreto es compartido, como siempre, por dos razones importantes: el dinero y lo que “es adecuado en función de la oportunidad social”. Es un hecho que repetir en distintas franjas horarias una película (muchas no son ni siquiera interesantes) abarata el precio y llena espacios televisivos con facilidad, incluso programando la emisión con un ordenador. Que sean oportunas o no socialmente implica que, en función de acontecimientos que han pasado o están sucediendo, determinadas películas favorecen en los espectadores comportamientos dirigidos.
- Sí, pero me gustaría poder ver una película de un buen realizador y con un argumento que necesitase ser pensado y criticado íntimamente, que hiciese reaccionar ante una historia importante.
- Bien, como el camino se hace al andar, te recomiendo una película cuyo argumento está basado en el texto de una novela conocida mundialmente y realizada por un director excepcional: “L’étranger”  “El extranjero” de Luchino Visconti, 1967.


La inmortal obra de Albert Camus se inicia así:

"Aujourd'hui, maman est morte. Ou peut-être hier, je ne sais pas. J'ai reçu un télégramme de l'asile : “Mère décédée. Enterrement demain. Sentiments distingués.” Cela ne veut rien dire. C'était peut-être hier."


   Realizada desde su principio con un largo flash back que ocupa más de la mitad de su duración total, Visconti nos introduce en la historia con la pasmosa seguridad de Meursault, el protagonista, por la ecuanimidad de la justicia. Comprobará, para su asombro, el retorcido proceso del pensamiento social ante hechos naturales. Trasladar a imágenes esta compleja red de sentimientos, razones de vida, adocenamiento compulsivo de un trabajador, la soledad sin sentido que posee Meursault, introvertido y desapasionado ser  que habita este planeta pero no vive en él, tuvo que suponer para Visconti un esfuerzo muy grande. Además, dudo mucho de que cualquier otro realizador sin la especial sensibilidad que poseía Visconti hubiese tomado las riendas de este corcel tan apasionado como irascible: fotografiar sentimientos.



   Los amigos de Meursault  no son especiales. Personas solitarias que buscan una vida mejor, como casi todos. De entre ellos, Salamano, su viejo vecino, es una figura imprescindible para comprender la nada en la que se desenvuelve el protagonista. Su único amigo, un perro tan viejo y enfermo como él, anda siempre a la greña con su amo hasta que le abandona, momento en el que la vida de Salamano se convierte en un infierno por tratar de encontrar a su amigo. Recuerda, Laura, a Galdós cuando, por boca del gran Rafael Alonso, decía: “¡A mí me va a decir usted, Sr. Conde, lo que es la soledad que he enterrado ya a tres perros!”. Visconti capta los sentimientos humanos y las motivaciones externas de un comportamiento normal pero considerado por la sociedad como extraño, otro significado, en este caso muy importante, de la palabra étranger.


   Planos casi quemados por contraluces, que no se han querido mitigar, producen una sensación de sempiterna luz irritante, sofocante en su dureza. La vigilia larga, casi interminable, se mezcla con prisas irreverentes que son empujadas por la luz. Siempre la luz. Una llamarada que Meursault va perdiendo hasta un fundido a negro.



 Mira, Laura, fue realizada nada menos que en 1967, en una década en la que el cine fue importante y consiguió ser serio. No eres consciente de este hecho porque te faltaban muchos años para nacer. Bien, pues desde su realización, cuando la visioné por primera vez como película gravemente peligrosa para la moral y buenas costumbres, me he esforzado por volver a visionarla en el cine: imposible. Las muertas “fuerzas vivas”, determinaron que una película basada en una novela de Albert Camus debería ser perniciosa para la sociedad moderna. “L’étranger”  es un prodigio de censura soterrada. Su argumento, causa principal de la censura de los sabios inútiles, es imprescindible, la interpretación de Marcello Mastroianni en el papel de Meursault es de antología, así como la de Anna Karina como María. ¿Cómo se puede realizar una película en la que apatía e incomunicación, espléndidamente conseguidas, sean protagonistas? Creo que nadie como el propio Albert Camus nos puede explicar la clave:



 
“Je voulais dire seulement que le héros du livre est condamné parce qu'il ne joue pas le jeu. En ce sens, il est étranger à la société ou il vit, il erre, en marge, dans les faubourgs de la vie privée, solitaire, sensuelle. Et c'est pourquoi  des lecteurs ont été tenté de le considérer comme une épave. Meursault ne joue pas le jeu. La réponse est simple : il refuse de mentir."




Es importante visionar la película a plena pantalla.