jueves, 28 de febrero de 2013

EL TREN

EL LARGO VIAJE

Antonio Campillo Ruiz
A Marián

José Luis Llanos

   La pala arrojó con fuerza el carbón al hogar de la caldera. Una nube negra resopló con estruendo por la chimenea de la locomotora. El vapor, que escapaba por juntas y mecanismos, jadeaba cansado emitiendo chirridos y rugidos de todo tipo. Los potentes chorros se abrían paso por entre las plantas que crecían a lo largo de aquel largo camino que debía recorrer el pequeño tren formado por cuatro carruajes de pasajeros, el vagón de carga con todo tipo de paquetería, el combustible y su locomotora negra, ruidosa, con grandes ruedas unidas entre si por el conjunto biela-manivela. El maquinista era un hombre enjuto, de piel requemada, manchado de sudor y carbonilla. Su mirada se perdía por la pequeña abertura en la parte frontal de lo que llamaban habitáculo de conducción. 
Dos pequeños aparatos, semejantes a relojes, se encontraban al alcance de sus ojos en todo momento. El fogonero, cada vez que abría el hogar para alimentarlo se le encendía el rostro de un color rojizo y la vieja pala de hierro, sostenida con fuerza por unas manos ennegrecidas y potentes, arrojaba con periodicidad su carga al interior de aquel pequeño infierno.
   Los raíles estaban colocados en el suelo sin haberlo allanado previamente. Así, la mínima elevación en el terreno suponía un salto que hacía lamentarse a los muelles que soportaban el peso de los carruajes. Los pasajeros, en pequeños compartimentos en los que unas largas bancadas de madera podían acoger a diez de ellos, saltaban al compás de las irregularidades del trazado que seguía el tren. Cuando alcanzaban la pared de un valle, la inclinación era tan vertical que los pasajeros que se encontraban de cara a la dirección de la marcha, resbalaban y caían sobre los que tenían enfrente al tiempo que cuando subían la pared opuesta del valle, ocurría lo contrario. Las maletas, colocadas en la parte superior de los asientos, hubo que atarlas fuertemente porque una de ellas, en un pequeño desnivel, cayó sobre una señora a la que dañó en la cabeza.
   Hacía ya un día que salieron de la última estación y no habían encontrado ninguna otra. Solo atravesaron bosques, praderas y páramos. Los viajeros llevaban en cestos entrelazados de tallos vegetales secos, bien aireados, diversos alimentos que intercambiaban cuando uno de ellos oteaba la dirección del tren y consideraba que no atravesarían resaltos ni grandes paredes. Lo hacían en silencio y con rapidez. El maquinista y el fogonero se relajaban en estos grandes espacios y bebían de una botella un líquido marrón, sentados en los dos taburetes que poseían en su pequeño habitáculo.
   El tren emitió un largo chirrido que provenía de las ruedas y empezó a detenerse. Los viajeros se agolparon a las pequeñas ventanas de guillotina para atisbar lo que sucedía. Con fuertes movimientos y traqueteos iban quedando parados en aquella inmensa extensión en la que sólo se podía ver una larga fila de árboles perpendicular a la dirección de su camino. Un bufido seguido de un largo rugido surgió de la locomotora cuando se detuvo. El maquinista bajó los empinados escalones y se dirigió, por entre los raíles, hacia los árboles del frente. Los pasajeros, en su mayor parte, habían bajado de sus carruajes y estiraban las piernas caminando de acá para allá. Pasaron varias horas y ya se encontraban organizando un grupo para buscarle cuando, con paso lento y mirando al suelo, el maquinista volvía al tren. Se dirigió hacia donde divisó mayor número de pasajeros y con voz potente solicitó que se acercasen los que se encontraban al otro lado del tren. La locomotora seguía bufando con tranquilidad, con un ritmo acompasado que, en la soledad de aquel paraje se dejaba oír cual inmenso animal esperando un ataque. Con voz solemne, el maquinista dijo:
   - La crecida del río ha debilitado el puente y no podrá sostener el peso de la locomotora. He estado pensando largo rato y como jefe del tren que soy, he decidido que pase de uno en uno cada carruaje tras empujarle con la locomotora. El viaje acaba a pocos kilómetros de la otra margen del río y voy a hacer los cálculos para que puedan llegar a su destino, según la velocidad a la que partan. Al pasar a la otra orilla existe un guardagujas con cuatro vías. Cada una les llevará a su destino, así que deben cambiar o permanecer en el carruaje que se dirija a cada uno de ellos.  
Hubo un murmullo general que fue aumentando de tono hasta llegar a ser una algarabía.
   - No se apuren ustedes. Sé la velocidad necesaria para que se bifurquen correctamente los carruajes a sus destinos. El problema no es este, el problema estriba en desmontar los carruajes para colocarlos, nuevamente montados, delante de la locomotora para ser empujados. El trabajo debe ser repartido entre todos.
   Volvió a producirse un murmullo y los viajeros hicieron un gran círculo a petición de varios de ellos. Se entabló una discusión que acabó bien entrada la noche. A la mañana siguiente, cuando la neblina todavía no se había levantado, el maquinista caminó hacia la parte trasera del tren. Observó con sorpresa que todos los viajeros trabajaban desmontando uno de los carruajes con las herramientas que habían encontrado en el vagón de carga. A primeras horas de la tarde el trabajo estaba acabado y el carruaje, nuevamente montado, se encontraba delante de la locomotora que seguía expulsando suaves nubes de vapor. El maquinista observó con preocupación que todas las maletas y cestas de viandas habían quedado en el suelo: la totalidad de los viajeros había subido al carruaje y lo abarrotaban. Una voz, desde el interior gritó:
   - ¡Empújenos con la locomotora a la velocidad que usted considere necesaria para alcanzar la mejor de las estaciones de entre las cuatro que dice que existen!

Antonio Campillo Ruiz


30 comentarios:

  1. El retrato del maquinista me ha encantado porque lo hemos vivido nosotros tal cual. Luego a mi parecer, tu fantasía te ha desbordado con la actuación del Jéfe de Tren, y los subordinados pasajeros. Ahora tomar esas responsabilidades sería impensable, tanto por uno como por otros. Me ha gustado.

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    1. Muchas gracias, Marcos, por tu comentario. Es cierto que en el momento actual lo normal hubiese sido esperar sin tomar decisiones. Pero, ¿y en aquella época, no lejana para muchos, pero de tiempos remotos para otros? ¿No se habrían tomado decisiones? Después de tan incómodo viaje, ¿los pasajeros se habrían dejado dirigir por quien sabe más del estado en el que se encuentran las vías?

      Un abrazo, amigo Marcos.

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  2. el relato las palabras
    la imagen
    me han llevado al momento
    en que lo escribiste
    entre vos
    tus letras
    y tu mente
    mil besos

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    1. Eso es genial porque tu imaginación es capaz de captar momentos personales que se vislumbran a través del relato. Me gusta que se tenga una visión de quien manifiesta un sueño, cuento o fantasía.

      Un fuerte abrazo, querida MuCha.

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  3. Me he visto como una pasajera nas en ese ten. Cono me gustan tus relatos amigo. Un abrazo grande

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    1. Maravilloso, Alicia, te podremos preguntar como estaba el jamón, queso… y sobre todo, lo más importante ¿a qué estación llegasteis?
      Me agrada mucho que hayas sido capaz de identificarte con algún personaje, aún no estando descrito.

      Un fuerte abrazo, querida Alicia.

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  4. He viajado en un tren a vapor cuando tenía diez años. Fue maravilloso. No olvidaré ese viaje rumbo al interior de Uruguay.
    Un beso grande Antonio me ha encantado tu relato.

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    1. Muchísimas gracias, Lou, eres un sol. Los viajes en trenes de vapor creo que tenían sabor a humanidad: iban tan despacio que era importante sentir, vivir e incluso soñar el paisaje que pasaba por las ventanas como un cuadro. La camaradería que se establecía entre los pasajeros era muy importante y tratar de ayudar a levantar las ventanas en un túnel para evitar la carbonilla, indispensable. Las prisas del momento no dejan que los viajes se humanicen. Ver un paisaje a 300 km/h es una barbaridad. Me ha encantado que hayas disfrutado de los trenes de vapor.

      Un fuerte abrazo, querida Lou.

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  5. Hola Antonio!!!
    Qué buena historia nos has contado y qué bueno cómo se pusieron todos los pasajeros de acuerdo para dar solo un viaje.

    Viajar en tren me encanta es como mejor disfrutas del paisaje, pero en tren convencional, nada de AVE.

    Me ha gustado mucho leerte, muchas gracias por venir a verme y por tus palabras.
    Un abrazo!!!!

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    1. Estrella, no me cambiaba el chivato de tu enlace y creía que te encontrabas de viaje. Arreglado. Sí, viajar en tren es para hacerlo tranquilamente, nada de a cientos de km/h. La interacción entre pasajeros hace que se pueda hablar y tomar decisiones comunes. Me he alegrado de que te gustase el relato. Nos leemos.

      Un fuerte abrazo, querida Estrella.

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  6. ¡Con lo que me gusta los trenes...!
    Estás hecho un hacha con los relaticos, querido Antonio. Mi enhorabuena.
    Este de hoy me gusta por todo ese ambiente antiguo que recrea, de trenes con su carbonilla, fogoneros, viajeros con capazos llenos de víveres... Mi recuerdo tiene atesorados viajes en tren de cuando era niña y eran así, todo un acontecimiento social y personal.
    Un abrazo bien grandote.

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    1. Cierto, Isabel, viajar largas distancias era un acontecimiento social: Los trenes iban tan lentos, los pobres, que el viaje se convertía hasta en espacio para “echarse novio”. Claro, lo mejor era la estrecha relación entre los viajeros de un compartimento. Se podía hablar de lo divino y lo humano mientras cada cual sacaba de su cesta la comida que tenía y la compartía con todos. Esta solidaridad ha pasado a ser tan fría que hasta existen en el tren aparatos para aislarse del entorno. Una pequeña catástrofe para la comunicación verbal.

      Un fuerte abrazo, querida Isabel.

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  7. ME ENCANTA VERTE CON ESA ENERGÍA QUE, SIN DARTE CUENTA, NOS CONTAGIAS A TODOS, ANTONIO.

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    1. Esta es mi satisfacción, amigo Enrique. Cuando logro llevar mi pequeña fantasía hasta vosotros, considero haber alcanzado la meta propuesta. Pero, ¿no nos dices nada de ti? Te admito lo que expones porque eres el rey de la bloguería, Enrique.

      Un inmenso abrazo, amigo.

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  8. Buena complicación para el maquinista, qué frescura de relato, muy bueno, Antonio.
    Un abrazo en la estación a la que nos mande el relato... jajaja.

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    1. Sí, Sara, cuando lleguemos nos abrazaremos tan fuerte como siempre digo. Me alegro de que te haya gustado esta anécdota ferroviaria.

      Un fuerte abrazo, querida Sara.

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  9. Mi querido Antonio, solo puedo empezar felicitándote por tan espectacular relato.

    En la primera parte del mismo haces una descripción tan real y entrañable de esos trenes antiguos y aún de carbón que hasta se pueden ver y escuchar su pitido y su traqueteo; con su humo sofocando el ambiente, esa caracterización del trayecto análogo a una montaña rusa, esos raíles y vías superpuestas como las de juguete, esos maquinistas calculando a ojo las estaciones y el peso del tren para pasar el puente, esas cestas llenas de viandas de los hacinados viajeros... entrañable y excelente, Antonio.

    A la segunda parte, le he querido ver un sentido filosófico. Esos viajeros eligiendo o, más exactamente, dejándose elegir uno de los cuatro caminos que se le pondrían a la vista en esos raíles o vías. Ese deseo de que alguno de ellos le lleve a "la mejor estación", a aquella donde quizás no haga falta ir cargado de equipaje (ya que lo dejan abandonado en el campo), poniendo su vida en manos de esa "maquinista salvador", para mí, tiene un claro sentido filosófico.

    No puedo terminar sin celebrar tu acierto en la elección de esa hermosísima pintura del tren de José Luis Llanos. Es maravilloso perderse en esa niebla azul confundida por los latidos de humo del tren que nos mira con su ojo de cíclope naranja.

    Una entrada espectacular, Antonio. Me ha encantado.
    Un fuerte abrazo.

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    1. Mi querida Marisa, no puedes imaginar la satisfacción que he sentido por tu comentario. Como en otras muchas ocasiones “touché”.
      Has escrito la perfecta interpretación. Pareciese que lo has escrito tú. La semblanza de maquinista y fogonero, el poco cuidado para el trazado viario, la camaradería sin protestar de los viajeros, son las pinceladas, muchas reales, de la descripción de un viaje en tren de vapor.
      De la segunda parte me fijo, como lo has hecho tú ya, en dos partes muy diferenciadas pero plausibles: la unidad de todos los pasajeros y la confianza en alguien que se supone sabedor de las condiciones de vía y viaje. No podían tomar una determinación por sí solos, no sabían nada de estaciones ni de viajes. Se resistieron, posiblemente, a que fuese una persona ajena la que decidiese sus vidas pero, ya que era así, sería igual para todos. Quizás esto fuese un freno a posibles desmanes del extraño que les dirigiría. Podemos seguir pero sería una larga y fructífera conversación.
      El cuadro de José Luis Llanos es de una belleza sobrecogedora. Muchas gracias por el perfecto “touché”. Un beso.

      Un fuerte abrazo, querida Marisa.

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  10. Sí, me encantan los trenes, y esas locomotoras de vapor...ummmm...jajaja, son un símbolo de cambiar de lugar, te sacan del entorno y te ves a ti misma con otra perspectiva. Y las estaciones...muy metafórico, Antonio, llegar a la última estación después de todo el esfuerzo, sanos y salvos, y con la incertidumbre de no saber si has elegido la vía correcta...llegar, en definitiva, ligeros de equipaje...

    La imagen de la portada, de José Luis Llanos es preciosa. Me encanta.

    Y muchísimas gracias por el detalle.

    Un besazo, Antonio.

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    1. Es evidente que mereces más, Marián. Ese tren de Jose Luis Llanos es similar a los tuyos: impresionante, potente.
      Sí, Marián, las estaciones son una metáfora que es interpretable desde puntos de vista diferentes. Para mí, que el lector sea protagonista de su propia interpretación es fundamental. Por ello, casi siempre trato de no exponer de forma sencilla aquello que puede ser interpretado personalmente. Me agrada que te haya gustado.

      Un fuerte abrazo, querida Marián.

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  11. Impaciencia y suspense, y una habilidad para crear incertidumbre y curiosidad por el final. Qué relato tan bonico.
    Yo apenas he viajado en el tren cuando era pequeña. Bueno, no he viajado en tren hasta que he sido mayor y he tenido libertad para hacerlo y este tipo de trenes ya no existía.

    Sí existe tu profesionalidad a la hora de narrar.

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    1. Tu excelente comentario, Tecla, proporciona vida extra a este relato. Me alegro que tú decidas qué ocurre con el final del viaje y cree en ti ese suspense al que aludes. La incertidumbre tiene la cualidad de hacer pensar y la curiosidad de hacer soñar. Así es como quería que se leyese el relato: con atención, pensando y soñando. Gracias Tecla.

      Un fuerte abrazo, querida Tecla.

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  12. Viajar en tren de vapor debía de ser una verdadera odisea y no es extraño que nos cuenten los más mayores historias de todo tipo de hace relativamente poco tiempo. Los asientos debían de ser incomiodísimos y cuando se salía del tren la ropa blanca salía llena de carbonilla. Las ventanas no solían cerrar y se pasaba un frío de muerte en invierno y un calor de infierno en verano. ¡Y ahora nos quejamos!
    Un saludo

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    1. Sí, Carmen, nos quejamos porque no hemos conocido esa época en la que el desarrollo de los medios de comunicación era tan dificultosa que ni la recuerdan ya los mayores. Un túnel en un viaje con tren de vapor equivalía a un revuelo entre los pasajeros. La cuestión era que no había otro medio de desplazamiento más económico y, después de todo, rápido.

      Un fuerte abrazo, querida Carmen.

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  13. Gosto muito dos trens... dão um ar nostálgico.
    Seus relatos são sempre bem recebidos.
    Você tem habilidade para as letras.

    Beijos e felicidades.

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    1. Muchas gracias, Teca. Te agradezco mucho tu amabilidad. Me encanta que te agraden estos pequeños relatos que, también querría escribirlos en portugués pero no poseo los conocimientos necesarios para ello. Un beso.

      Un fuerte abrazo, querida Teca.

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  14. Me he metido tanto en la historia, que te hace sentir como si en verdad estuvieras viajando en el tren como un pasajero más. Me hizo recordar un tour que tomé hace algunos años en el Tren Chepe . Realmente es como si regresaras en el tiempo a aquellas épocas, a mi parecer me hubiese encantado vivir en aquellos años, sin duda alguna, un mejor estilo de vida en todos los aspectos.

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    1. Rubén, el Tren Chepe es una maravilla. La ruta desde Los Mochis hasta Chihuahua, y al contrario, pasando por la famosa Barranca del Cobre, posibilita la visión de espacios únicos e incluso el conocimiento de la población Turahumara, los indígenas que jamás deben desaparecer.
      Es lógico que habiendo realizado este viaje, el relato te haya recordado las quebradas y valles. Menos mal que el Tren de Chepe ya posee maquinaria y carruajes muy modernos.
      Muy agradecido por tu comentario.

      Un abrazo, Rubén

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