viernes, 29 de noviembre de 2013

LA BELLEZA

INTERPRETACIÓN PERSONAL

Antonio Campillo Ruiz
A Patzy


   Convencionalismos admitidos como señas de identidad de las cualidades que debe poseer la belleza no pueden ser generalizados, debido a la subjetividad con la que es apreciada. En muchas ocasiones, tratamos de percibirla en una secuencia que podría llegar a ser, de unas a otras personas, tan irreconocible como difícil de disfrutar. Matices relacionados con experiencias previas, conocimiento de aspectos y detalles particulares de aquello que se aprecia y, en muchos casos, los defectos fisiológicos que pueden alterar el estado perceptivo del receptor, lo pueden guiar por el falso camino de un simplismo o una hipersensibilidad que, en sus extremos, siempre conducen a pérdidas de conciencia real de la escala de la belleza.  


   A ello debemos añadir el inmediato aprecio o desprecio por aquello que percibimos como gratificante o nos desagrada. Nos erigimos inmediatamente en los paladines de una u otra opción sin considerar en primer lugar lo que supone la contemplación de aspectos que siempre, siempre, poseen unas estampas no reconocidas o valoradas como bellas. En una y otra ocasión presuponemos que apreciar de forma contraria a la propia, algún aspecto determinado indica una grave falta de atención, ausencia de conocimientos o simplemente desgana. En general, somos tan beligerantes y contundentes que nuestra opinión queda envuelta en una informe masa de saber asistematizado y sin sentido. Cuando lo que admiramos es obra del hombre, ambas apreciaciones nunca son adecuadas y, con mucha frecuencia, son fácilmente manipuladas por quienes tienen en cuenta esta dispar apreciación de la obra que se ha realizado. Unos y otros son introducidos, sin percatarse de ello, por estudiosos de la percepción en mundos separados, en compartimentos que jamás se pondrán en contacto y, por tanto, jamás intercambiarán ideas o pensamientos que, aún siendo contrarios, pueden ser válidos para ambas partes. Este es el objetivo final de la manipulación, de la osadía de considerar a seres humanos meros espectadores que reciben tal cual se dicta lo expresado como si fuese algún aspecto de la belleza, siendo que, puede o no serlo.


   Cuando la Naturaleza es la que enseña su rostro, sin cambios que la hayan alterado, sin intereses que supongan para ella manifestaciones de altivez o sumisión, sigue existiendo la interpretación peculiar y subjetiva que se acrecienta en personas que la aceptan o rechazan en función de aprendizajes singulares: errores de concepto, interpretaciones favorables o desfavorables, enseñanzas sutilmente malinterpretadas para beneficio de quienes las han alterado, etc. Y, en fin, si la Naturaleza es fiel modelo de aquello que se presupone bello y el hombre lo repite, la percepción da paso a la inmediata crítica, positiva o negativa, que crea un estado de enfrentamiento silencioso, pertinaz y, con frecuencia, demasiado inmaduro tanto para seguidores como detractores de la osadía de la interpretación personal.

Es importante visionar el montaje a plena pantalla 

miércoles, 27 de noviembre de 2013

LA HERENCIA

EL LARGO CAMINO

Antonio Campillo Ruiz

Daniel F. Gerhartz

   Heredó de su abuelo los recuerdos. Vividos con él y aprendidos de tanto contarlos. Los hizo suyos y cargó con ellos allí donde iba. Nunca creyó que pesasen tanto y, alguna vez, tuvo que parar en su caminar para rectificar un pequeño pasaje que se había entremezclado con otro. Cuando todo volvía a estar en su lugar, avanzaba por el largo sendero que le conducía a la edad adulta. Al llegar a ella, sus paradas eran cada día más frecuentes e incluso se alargaban en exceso. Observó que esos remansos de paz, que habían sido en tiempos pretéritos sus detenciones y búsquedas en el gran saco de su herencia, se estaban transformando en una pesada carga que impedía su avance hacia el final del camino. Decidió ir dejando en las hondonadas laterales del duro suelo por el que caminaba aquellos recuerdos que eran demasiado pesados y se entremezclaban con los demás. Para su propio engaño se sirvió de un juego en el que, según él, iba dejando marcado el camino para quien quisiera seguirle. El peso del saco se fue haciendo más liviano pero, a veces, trataba de sacar de su fondo uno de los recuerdos y no lo encontraba: hacía varios miles de pasos que lo había dejado señalando su ruta. Comprobó que el saco de sus recuerdos estaba casi vacío el día que estuvo largo tiempo sentado a la orilla del camino sin recordar el nombre de su abuelo. Su nerviosismo le creó un estado febril y estuvo detenido mucho tiempo en aquel lugar. Fue entonces cuando una pequeña luz iluminó su mente. Como parte de los recuerdos eran suyos, lo que debía hacer desde ese momento era volver a llenar el saco con sus más recientes vivencias y anécdotas, con todo lo que era necesario saber para seguir caminando hasta encontrar el final de aquel largo trecho que le quedaba por recorrer. Probablemente, sin esperarlo, pudiese dar a su nieto una herencia mayor que la que a él le dejó su abuelo.  

Antonio Campillo Ruiz

lunes, 25 de noviembre de 2013

INDELICADEZA

Las relaciones peligrosas

Antonio Campillo Ruiz

Suena como libertad, Danatella

   No es la soledad la mejor compañera para salir de la soledad pero, a veces, sólo por la soledad se deja de estar solo. El barullo siempre es una indelicadeza consigo mismo. La compañía inconveniente es la compañía molesta, aunque no se perciba hasta que no pasa algún tiempo. No importa la edad, ni el sexo, ni la belleza para la conveniencia. La inconveniencia puede provocarse por mil motivos que se resumen en uno: la falta de coherencia personal.
   Los habitantes de la casa habían vivido momentos felices, sabedores de la compañía enriquecedora y satisfactoria. Por eso, cuando la coherencia vuelve esporádicamente a sus vidas, saben apreciarla.
   Pero no se habla ahora de las compañías convenientes, sino de las inconvenientes, que no suelen en su llegada descubrirse como tales, sino que se declaran por sorpresa, como una revelación, como un grito de fuera que llegase. Luego se manifiestan los misterios y muchas verdades, o todas, aunque la razón reafirme la intuición repentina.

Jorge Urrutia    

viernes, 22 de noviembre de 2013

PREPOSICIONES: PARA

PARA LA SOLEDAD

Antonio Campillo Ruiz

Victor Nizovtsev

   Sentarse en una terraza, con frío o calor, y ver pasar a las personas era su gran ilusión. Procuraba hacerlo siempre que le era posible y la desgana para vestirse, para salir a la calle tras el trabajo, la dejaba. Muchos de los viajes que había realizado con amigos acabaron con un pequeño desencuentro. Opinable, claro, muy opinable. Ella siempre se quedaba en la primera terraza que veían tomando cualquier bebida mientras que los amigos visitaban los itinerarios previstos para admirar las bellezas del lugar visitado, a sus gentes o sus costumbres. Ella siempre explicaba que para la soledad bastaba una persona. 
Con el tiempo, el pequeño cascarón en el que se había introducido se fue agrandando, compartimentándolo cada día con nuevos recintos en los que su pasividad se extendía a gran velocidad. Sí, había llegado a la conclusión de que era un ser pasivo y ni siquiera tenía ganas de analizar, siquiera someramente, las causas que podrían haber influido en este comportamiento. No tenía ganas de pensar en hechos que le habían producido unas veces daño y otras felicidad. Ni siquiera quería pensar si eran más importantes o habían dejado un rastro más profundo en sus sentimientos uno que otro. Le molestaba pensar en esos días pasados que nunca la ayudaron a poder mover los tornos y engranajes de su espíritu. Su trabajo era primordial y jamás dejó de cumplir su cometido pero, cuando acababa, se dejaba arrastrar por su querida nada, su momento para la soledad. Además, su extroversión chocaba de frente y bruscamente con la incomprensión de quien la escuchaba o conocía su carácter. Cuando era franca, leal consigo misma, y lo transmitía a los demás, amigos, compañeros o posibles pretendientes, ninguno comprendía el alcance de sus palabras o bien ella no sabía explicar la maraña de pensamientos que se agolpaban en su mente. Su voz no era tan rápida como para transmitir sus pensamientos le decía en una ocasión un joven con el que paseaba, se gustaban  e incluso practicaban sexo con la premura de ahora, en este momento, sin esperar, estuviesen donde estuviesen. No soportaba las citas a largo plazo. Plantear que se encontrarían por la tarde o noche le producía tal alteración que
rechazaba inmediatamente la propuesta. Por ello, lo sugerido y admitido debía cumplirse en el momento que era aceptado. Lentamente, con un cuidado que era incapaz de percibir, aquellos espacios de la concha que se ampliaban cada día más, horadaban su interior y la separaban, no sin tristeza, de amigos que se cansaban de no comprender, de no llegar hasta el fondo de la más recóndita habitación de sus sencillos placeres. Observar las reacciones de las personas de su entorno la condujo muy cerca de un leve rechazo hacia quienes sólo se ocupaban de aquello que para ella siempre fue prescindible: el estudio, la sensibilidad por lo que no entendía, la memorización de datos que siempre le gustaba recordar pero invariablemente olvidaba, aspectos que estaban relacionados con fantasías o sueños que, para ella, jamás se cumplieron y un largo etcétera que la hacían encapsularse con una gruesa capa protectora. Era ideal para la soledad, podía estar contenta esta señora de nombre tan solemne. Había alcanzado un estado muy complejo y difícil en su propia estabilidad. A pesar de ello, su búsqueda errática no dejó ni un instante de buscar lo que nunca supo encontrar. Cuando joven, era la admiración de compañeros y amigos: guapa, directa en sus apreciaciones, incluso demasiado, habilidosa y trabajadora. Fue blanco de tiro para quienes pensaron que podían llegar hasta ella, tomar aquello que querían y seguir caminando hacia otro lugar. Sus convicciones y aprendizaje fueron lentos y tediosos pero siempre se entusiasmó con las explicaciones que provenían de hechos que se debían acatar sin remisión, los hechos ocasionales o de supuesta magia no demostrable. 
Este era su contrasentido, no saber diferenciar lo pregonado para cumplir y lo que ella misma negaba cuando se trataba de una decisión propia. Y este choque entre lo admitido sin más razonamiento y lo rechazado solo por convencionalismos, que se encontraba fuera de su propio raciocinio, era lo que llevaba a muchos compañeros y amigos a un debate sin sentido, a buscar la punta del hilo de la madeja que se escondía en su interior. Ahora, al cabo de muchos años, cuando la vida cada día avanzaba más deprisa, comprendía, sin saber explicarlo, que ella había nacido para la soledad, que los tiempos vividos en compañía de amigos o novios habían sido nefastos porque pasaron sin dejar señal alguna, que su interés por vivencias en común con un hombre o la maternidad, echada de menos sin demasiado entusiasmo, eran aspectos no conseguidos en su caminar por entre personas que, probablemente, la habían querido pero que jamás habían comprendido la sencilla razón por la que le gustaba tanto sentarse en una terraza, con frío o calor, para ver pasar a la gente mientras paseaba, se atareaba o apresuraba por llegar a sus destinos.

Antonio Campillo Ruiz  

Victor Nizovtsev 

miércoles, 20 de noviembre de 2013

JURAMENTO CUMPLIDO

LA VELA CARMESÍ

Antonio Campillo Ruiz

Magdalena penitente, Georges De la Tour

   Un hombre que yacía en su lecho de muerte llamó a su lado a su esposa, y le dijo:
̶  Estoy por dejarte para siempre; dame, entonces, una última prueba de tu afecto y fidelidad. Encontrarás en mi escritorio una vela carmesí, que fue bendecida por el Gran Sacerdote y tiene un peculiar significado místico. Júrame que mientras esa vela exista, tú no te volverás a casar.

   La Mujer juró y el Hombre murió. En el funeral, la Mujer se mantuvo de pie a la cabeza del féretro, sosteniendo una vela carmesí ardiente, hasta que esta se consumió por completo.

Ambrose Bierce, “Fábulas fantásticas”.

martes, 19 de noviembre de 2013

VIAJE INICIÁTICO

NO CONOCÍA LA MAR

Antonio Campillo Ruiz

Benito Rebolledo Correa 

   Diego no conocía la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla.
   Viajaron al sur.
   Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando.
   Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar, la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad de la mar, y tanto su fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura.
   Y cuando por fin consiguió hablar, temblando, tartamudeando, pidió a su padre: ¡Ayúdame a mirar!

Eduardo Galeano, “El Libro de los abrazos”

domingo, 17 de noviembre de 2013

SENSACIONES EXTREMAS

NORMALIDAD COTIDIANA

Antonio Campillo Ruiz

Helena Nelson Reed 

   La rama degajada de algún árbol del paseo golpeó con tal violencia la parte inferior de la frente de aquella mujer que cayó al suelo como un muñeco de trapo. El viento del norte era fuerte y había soplado durante más de tres días seguidos. Dos bolsas, en las que transportaba diversas compras, se desparramaron por la calle empedrada rompiéndose algunas botellas de vidrio que contenían. Las ropas de la mujer caída se agitaban con violencia por este pertinaz soplo del cielo. El árbol, debilitado, era zarandeado y su rama rota quedó en el suelo junto a la sangre, de un rojo claro, que no dejaba de manar de la pequeña fuente en la que se había convertido la frente de la mujer. Hacía tiempo que siempre pensaba en una muerte traicionera, silenciosa e inoportuna. Sus conocimientos de medicina se limitaban a cumplir con lo ordenado por el médico cuando alguna enfermedad leve le obligaba a visitarlo. Nunca pensó que podría sentir efectos satisfactorios practicando alguna actividad de las consideradas peligrosa. Era muy cuidadosa. Cuando niña, sus padres la protegían porque en el pueblo no faltaban jamás las historias de pequeñas catástrofes, malvados personajes que habitaban no sabían dónde, o ladrones de almas descuidadas. Por ello, mantenía un especial cuidado ante lo imprevisto, lo innecesario, como sermoneaba reiteradamente su padre. Ahora que era una joven madura, que por su afán de preservarse de todos y ante todo, se sentía vacía, sin emociones que la llevasen por caminos inexplorados y, de vez en cuando, tan sola ante sí misma como ante los demás, siempre se preguntaba qué habría sucedido si hubiese realizado esto o aquello, qué sensaciones habría sentido si realizase una, sólo una, de las causas de su pánico a salir de lo establecido. Pero jamás se atrevió. Jamás rompió su propio enmascaramiento en lo cotidiano, lo normal, lo adecuado. Siempre soñó con la realización de un hecho extraordinario, de una ilusión vana, de una transgresión peligrosa que pudiese conseguir que su interior, su íntimo ser, vibrase con la satisfacción de poder disfrutar de lo inalcanzable, lo difícil de aprender y lo complejo de dominar. Jamás trató de alcanzar la propia satisfacción aún sin saber si lo podría conseguir. Aquella rama fue tan inesperada y la sensación de no sentirla tan patética que toda la vida la pasó sin poder saber qué podría esconderse en la mente cuando se alcanza un punto extremo de este entorno nuestro al que llamamos Naturaleza.  

Antonio Campillo Ruiz

Es importante visionar el vídeo a plena pantalla.
Speed Riding Mont Blanc from Didier Lafond on Vimeo.

jueves, 14 de noviembre de 2013

DEL CAOS A LA ARMONÍA

LA MARAVILLA DE LA BELLEZA INTERESTELAR

Antonio Campillo Ruiz

"El estudio del universo es un
 viaje para autodescubrirnos"

Carl Sagan

Filaments of the Vela Supernova Remnant 
Angus Lau, Y Van, SS Tong ©

   Hace aproximadamente once mil años una estrella, en la constelación de Vela, pudo ser vista cuando explotó, creando un punto luminoso extraño brevemente visible a la gente que vivió en los inicios de la Historia. La explosión ha terminado, pero las consecuencias siguen: Se crearon unos filamentos del remanente de la supernova Vela. La capa externa de la estrella colisionó con el medio interestelar, produciendo una onda explosiva que todavía es visible hoy en día. La onda de choque en expansión, más o menos esférica, es visible por medio de rayos X. La imagen capta algo de ese choque filamentoso y gigantesco en la banda de la luz visible y  como el gas se aleja de la estrella se descompone y reacciona con el medio interestelar, produciendo luz en diferentes bandas de energía y por tanto de diferentes colores. En el centro del remanente de la supernova Vela quedó un púlsar, una estrella más densa que la materia nuclear que la rodea y que gira completamente alrededor de ella más de diez veces en un solo segundo. Realizando un zoom inmenso llegamos a encontarrnos con el corazón de Vela.

Es importante visionar el video a plena pantalla


A Massive Star in NGC 6357
J. Maiz Apellániz (IAA, Spain) ©

   A unos 8.000 años luz de distancia, hacia la constelación de Escorpión se encuentra la parte central de la constelación NGC 6357, que tiene 10 años luz de diámetro. Por razones desconocidas, NGC 6357 posee la formación de algunas de las estrellas más masivas que se han descubierto. Una de estas estrellas masivas, cerca del centro de NGC 6357, está enmarcada por encima del propio castillo interestelar con su inmensa luz energética a partir del gas y el polvo circundantes. En la mayor nebulosa y sus intrincado patrones son causados ​​por interacciones complejas entre los vientos interestelares, la presión de radiación, campos magnéticos y la gravedad. El brillo general de la nebulosa resultante de la emisión de luz de hidrógeno ionizado. NGC 6357 se encuentra cerca de la Nebulosa Pata de Gato y alberga el cúmulo abierto de estrellas Pismis 24, tremendamente brillantes y azules.

NGC 7841: The Smoke Nebula in Frustriaus

   No, no es el humo del cigarro que fuma el Cosmos, es la nebulosa NGC 7841. Se la conoce como la Nebulosa del Humo y se encuentra en la constelación de reciente descubrimiento Frustriaus, el astrofotógrafo frustrado. A pesar de parecerse al remanente en expansión de la explosión de una supernova en el plano de no lo es. Sólo unos nanosegundos recibe luz de ella el planeta Tierra     en secuencias consecutivas. En una de ellas, a pesar de la enorme dificultad se amplió el flash de gas de humo y el aparentemente rico campo de estrellas que la componen es tan bello como una min´ñuscula lluvia de invisibles gotas de agua similar a cuando se rocía una planta o se siente la niebla humeda. Su belleza es tan peculiar que, cuando se pueda apreciar en todao su esplendor nos asombraremos.

A Spectre in the Eastern Veil
Alfonso Carreño (Observatorio Zonalunar) ©

   La Nebulosa del Velo Oriental es un gran remanente de supernova. La nube de restos en expansión de la explosión de la muerte de una estrella masiva posee forma circular que abarca cerca de 3 grados en el cielo en la constelación de Cygnus, mientras la porción del velo oriental se extiende por sólo 1/2 grado , el tamaño aparente de la Luna. Eso se traduce en unas dimensiones de unos 12 años luz , mientras que la distancia a la Tierra ese estima en unos 1.400 años luz. En la combinación de los datos de imagen grabados a través de filtros de banda estrecha, la emisión de átomos de hidrógeno en el remanente se muestra en rojo con una fuerte emisión de átomos de oxígeno en tonos azules y verdes. En la parte occidental del Velo se encuentra otra aparición estacional, La Escoba de la Bruja.

Es importante visionar el video a plena pantalla

lunes, 11 de noviembre de 2013

LA INTERPRETACIÓN DEL ROSTRO HUMANO

COMUNICACIÓN VISUAL Y MULTIPLICIDAD DE EXPRESIONES

Antonio Campillo Ruiz

Piazza Navona, Roma 

   ¿Es posible que sentimientos, aspectos comunicativos e inteligencia emocional se puedan apreciar cuando observamos el retrato realizado por un pintor?  Quizás. El rostro humano siempre expresa algún motivo sentido por el espíritu de quien lo posee. ¿Sabemos apreciar estos cambios fisiológicos íntimamente unidos a los pensamientos y sentimientos siempre inapreciables? Tal vez. Muchos atrevidos creen que sí, que es un problema de fácil solución. ¿Y una pintura… posee la impronta de lo sentido en el momento de establecer contacto autor y modelo? Posar no significa comportarse con naturalidad e interpretar el momento que siente quien se verá posteriormente reflejado en un lienzo. No es posible mantener idéntico sentimiento durante un tiempo prolongado. ¿Qué apreciamos en la pintura de un rostro? Un instante seleccionado, una expresión interpretada, una serenidad o intranquilidad fingidas que el autor recrea en la obra en función de su estilo, del personaje que retrata o de los intereses que se quieren conseguir con una imagen que poseerá la vida que él les proporciona.

Piazza Navona, Roma

   Muchos de los rostros que, por diversos motivos detentan un interés importante, son apreciados y conocidos, precisamente, por unas pocas pinturas e incluso por una única. ¿En ella se ha podido captar la multiplicidad de expresiones que el modelo real puede expresar? La perfección del autor no puede alcanzar detalles personales que no sean improvisados, cuando no creados, al margen del modelo. Al tiempo, demasiado tiempo, sesudos críticos o mirones aficionados quedan atrapados por unos ojos que expresan pureza, unos labios que se caracterizan por su siempre bello perfilado, una expresión general que motiva y persuade a quien contempla ese rostro que puede llegar a ser obsesionante por una u otra de sus peculiaridades, la mayor parte de las veces jamás admiradas en la realidad. Todo es una ilusión, una creación y recreación de belleza o fealdad que impacta, sobrecoge, horroriza o enamora.

Piazza Navona, Roma 

   Muchos autores han preferido captar el instante vivido en el mismo lugar y condiciones de quienes se han prestado a un retrato sin posar, a la representación de una conmoción motivadora de aquello que se le ha querido proporcionar, la vida que se ha comunicado con la pintura y ha detenido el tiempo como si de una instantánea se tratase. La naturalidad de estos rostros es tan excepcional que sus modelos poseen la espontaneidad de unas emociones sentidas en el momento de ser absorbidos por los pinceles, lápices u otros artilugios técnicos del pintor.   


INFORMACIÓN: Todas las fotografías que conforman el vídeo son completas: No pertenecen a detalles de conjunto de mayor tamaño ni han sufrido modificación alguna.

Es importante visionar el montaje a plena pantalla.

sábado, 9 de noviembre de 2013

REPRESIÓN

INFORMACIÓN FINALIZADA

Antonio Campillo Ruiz

Nicoletta Tomás

   ¡Ay, sí! Es muy lujurioso. Ya me lo advirtió usted hace seis meses. ¿Quién lo podía adivinar? Me besa en cualquier lugar de la casa y en cualquier momento sin comprender que eso sólo se puede hacer de noche, cuando estamos solos. Me pongo muy nerviosa. Figúrese usted si alguien nos ve por la ventana en ese momento, ¡qué vergüenza! ¡Qué disparate! Dirían de mi todo lo que las malas lenguas quisieran. Cuando nos casamos, mi madre me advirtió que en lo que respecta al sexo, debía ser obediente, hacer todo lo me mandase mi marido y agradarle en todo lo que quisiera de mí. Manos mal que usted me aconsejó que el sexo es el que provoca todas las maldades de este mundo. Yo le obedezco como debe ser, como usted me dijo, lo cuido, hago el trabajo de la casa, todas las noches escuchamos las noticias a las diez en la radio y, alguna vez, hasta un serial de risa o de "Los episodios nacionales".   

   Sin embargo, he apreciado que, a pesar de ser un hombre alegre, se ha vuelto más taciturno, hasta anoche, claro. Hemos pasado estos meses casi sin hablarnos, casi sin salir con tantos amigos que teníamos, sin ir a bailar, que, como usted me descubrió hace tiempo, siempre se aprovecha para rozarse cuando se abrazan bien fuerte unos a otros. Otra costumbre muy mala porque después todos tienen los mofletes rojos y se siguen entre sí. En este tiempo no sabía a quien debía de hacer caso, a mi madre o a usted. Mi madre no ha leído los libros que ha estudiado usted y no sabe tanto de la vida, así que no me quedaba nadie que me aconsejara con tanta sabiduría sino usted.  Recuerdo el día que me hizo daño, la noche después de la boda, y menos mal que lo pude contener porque iba un poco achispado y cayó como desmayado en un sueño profundo. Yo no dormí nada. Ya se lo conté al día siguiente con todo detalle y desde ese día, a pesar de seguir sus consejos, no he podido hacerle comprender que la camisola que utilizo para acostarme no sea suficiente para acariciar sobre ella a quienes se aman recatadamente. ¡Ha tratado de quitármela varias veces! Y por fin, anoche lo logró. Claro que, su lujuria era tanta que la trasladó a mi interior.

   ¡Qué noche! ¡Qué día! ¡Ha tenido que llamar al trabajo para decir que hoy estaba resfriado y lo hemos pasado juntos casi sin comer ni nada! ¡Qué placer y qué sensaciones! Figúrese que todavía tengo los pezones, sí esos de los que le gusta tanto que le hable desde que era una moza sin novio, enhiestos y duros, me dan calambres como si fuese la electricidad cada vez que me rozo levemente con algo. ¡Cómo nos llevamos a placeres que han estado esperando por sus consejos seis meses! Por que… yo participé tanto como él en conocernos, buscarnos y acariciarnos hasta en el último rincón de nuestros cuerpos. Sí, y no le hice caso porque no era lujuria lo que tenía en el cuerpo mi querido marido, era eso que llaman amor pero que, como expresa uno de los autores que usted me prohibió leer y no le hice caso, Luis Cernuda: “…Entrelazados no en amor (qué importa el amor, subterfugio desmesurado e inútil del deseo) sino en el goce puro del animal, cumplían el rito que les ordenaba la especie… Así se perdían a lo lejos…”

Nicoletta Tomás

   Un placer supremo, un deseo inacabable, una adoración a un cuerpo desconocido que nos impulsaba el uno hacia el otro, una noche en vela con todas las velas encendidas para vernos mejor, para sabernos y para disfrutar del placer del otro… Mire usted, creo que ya no le voy a contar más detalles como los que me solicita, que me va a ver menos veces por aquí y que cuando me este con mi marido, en cualquier lugar, le voy a besar allí donde se encuentre con todas mis fuerzas. ¡Ah!, y ¿sabe usted otra cosa? Que no sabe nada de la vida ni del amor. Si lo supiera, más de una de nosotras habríamos abierto nuestros corazones a quienes nos aman con el deseo que infunde el amor a unos amantes que se sienten unidos y vivirán juntos una existencia sin “subterfugios desmesurados”, eso que tanto le gusta decir en sus sermones, de deseo que fluye de la confianza, de la pasión y de un cariño pleno de ternura. No, no se moleste en ponerme penitencia porque ya la he cumplido y es usted quien me la debe a mi: seis meses en inocente oscuridad. Hoy no me confieso de nada y creo que, en este aspecto, no lo volveré a hacer porque es innecesario. Buenas tardes.   

Antonio Campillo Ruiz

jueves, 7 de noviembre de 2013

EL VIAJE

ALBERT CAMUS: "LA MUJER ADÚLTERA" - I

Antonio Campillo Ruiz
                                                            « Je comprends ce qu’on appelle gloire,
                                                             le droit d’aimer sans mesure. »
                                                                                
                                                                                                            Albert Camus


   Hoy se cumplen cien años del nacimiento de Albert Camus, uno de los maestros de la filosofía existencialista y escritor de prosa tan precisa como penetrante. Su temprana muerte nos privó de un cambio en su pensamiento filosófico, en su estilo literario y en su concepción de una vida que estaba sufriendo muestras de renovación y revolución del pensamiento. Mi pequeño homenaje a su imborrable recuerdo es un canto a la libertad y el rechazo a considerar siempre como normal aquello que queda establecido como un dictado ordenado, indiscutible, incuestionable e irremediable.
    
   “El exilio y el reino” de Albert Camus está formado por seis relatos y se publicó en 1957. En el primero de ellos, “La mujer adúltera”, se patentiza lo que el propio autor pensaba: “He comprendido que hay dos verdades, una de las cuales jamás debe ser dicha”. Es muy frecuente que los lectores, críticos o estudiosos de esta obra, sepan de memoria su principio: Un matin d’hiver, en Algérie, dans un autocar brinquebalant aux glaces relevées en raison d’une tempête de sable, une “mouche maigre…” pero hoy me gustaría transcribir cómo se inicia la inquietud de una mujer casada mientras que acontece una tormenta de arena:

“Hacía rato que una mosca flaca daba vueltas por el autocar que sin embargo tenía los cristales levantados. Iba y venía sin ruido, insólita, con un vuelo extenuado. Janine la perdió de vista, después la vio aterrizar en la mano inmóvil de su marido. Hacía frío. La mosca se estremecía con el viento cargado de arena que rechinaba contra los cristales a cada ráfaga. En la escasa luz de la madrugada de invierno el vehículo rodaba, oscilaba y avanzaba a duras penas con gran ruido de ejes y chapas. Janine miró a su marido. Con aquellos espigados cabellos grises que nacían bajos en una frente apretada, su nariz ancha, su boca irregular, Marcel tenía un aspecto de fauno desdeñoso. A cada bache de la carretera le sentía saltar junto a ella. Después dejaba caer su torso pesado sobre sus piernas separadas, y de nuevo permanecía inerte, con la mirada fija, ausente. Únicamente sus gruesas manos lampiñas, que la franela gris que cubría las mangas de la camisa y las muñecas hacía parecer aún más cortas, parecían estar en acción. Apretaban con tanta fuerza una pequeña maleta de lona colocada entre sus rodillas que no parecían sentir el titubeante recorrido de la mosca.


De repente se oyó con nitidez el aullido del viento, y la bruma mineral que rodeaba al autocar se hizo aún más espesa. La arena caía ahora a puñados sobre los cristales, como arrojada por manos invisibles. La mosca agitó un ala friolera, se agachó sobre sus patas y alzó el vuelo. El autocar aminoró la marcha dando la impresión de que estaba a punto de detenerse. Después el viento pareció calmarse, la bruma se aclaró un poco y el vehículo recuperó velocidad. En el paisaje ahogado por el polvo se abrieron agujeros de luz. Dos o tres palmeras escuálidas y blanquecinas, que parecían recortadas en metal, surgieron en el cristal para desaparecer al instante.

—¡Qué país! —dijo Marcel.

El autocar estaba lleno de árabes que fingían dormir sepultados en sus chilabas. Algunos habían recogido los pies debajo del asiento y oscilaban más que los otros con el movimiento del vehículo. Su silencio, su impasibilidad, terminaban por resultar ominosos a Janine; le parecía que hacía días que viajaba con aquella escolta muda. Sin embargo el autocar había salido al amanecer de la terminal de ferrocarril, y hacía dos horas que avanzaba en la mañana fría por un páramo pedregoso, desolado, que al menos al principio se extendía en líneas rectas hacia horizontes rojizos. Pero se había levantado el viento y poco a poco se había tragado la inmensa llanura. A partir de aquel momento los viajeros no habían podido ver nada más; se habían ido callando uno tras otro para navegar en silencio por una especie de noche blanca, enjugándose a ratos los labios y los ojos, irritados por la arena que se infiltraba en el coche.


«¡Janine!» El grito de su marido la sobresaltó. Pensó una vez más en lo ridículo de aquel nombre, grande y fuerte, lo mismo que ella. Marcel quería saber dónde estaba el maletín de las muestras. Ella exploró con el pie el espacio vacío debajo del asiento, encontró un objeto y dedujo que era el maletín. De hecho no podía agacharse sin sofocarse un poco. Sin embargo en el colegio era la primera en gimnasia y sus pulmones eran inagotables. ¿Tanto tiempo hacía de eso? Veinticinco años. Pero veinticinco años no eran nada, porque le parecía que era ayer cuando aún dudaba entre la vida libre y el matrimonio, y que era ayer también cuando pensaba con angustia en el día en que quizá envejecería sola. No estaba sola, y aquel estudiante de Derecho que no quería dejarla nunca se encontraba ahora a su lado. Había terminado por aceptarle, aunque fuera un poco bajito y aunque no le gustara demasiado su risa ávida y breve, ni sus ojos negros demasiado saltones. Pero le gustaban sus ganas de vivir, algo que compartía con los franceses de aquel país. También le gustaba su aspecto lamentable cuando los acontecimientos, o los hombres, no respondían a sus expectativas. Sobre todo le gustaba ser amada, y él la había inundado de atenciones. Haciéndole sentir tan a menudo que ella existía para él, la hacía existir realmente. No, no estaba sola...


El autocar se abrió paso entre obstáculos invisibles con grandes toques de bocina. Sin embargo en el coche nadie se movió. De repente Janine sintió que alguien la miraba y se volvió hacia el asiento contiguo al suyo, del otro lado del pasillo. Aquel individuo no era un árabe y le extrañó no haberlo advertido al principio. Llevaba el uniforme de las unidades francesas del Sahara y un quepis de tela parda sobre un curtido rostro de chacal, largo y puntiagudo. La examinaba con sus ojos claros, fijamente, con una especie de hastío. De repente ella se ruborizó y se volvió hacia su marido que seguía mirando hacia el frente, hacia la bruma y el viento. Se arropó en el abrigo. Pero aún seguía viendo al soldado francés, alto y delgado, tan delgado en su guerrera ajustada que parecía fabricado con algún material seco y frío, una mezcla de arena y huesos. Fue entonces cuando vio las manos flacas y el rostro quemado de los árabes que iban delante de ella, y observó que parecía que estaban a sus anchas, a pesar de sus vestimentas amplias, en aquellos asientos en los que ella y su marido apenas cabían. Recogió junto al cuerpo los faldones del abrigo. Sin embargo ella no era tan gorda, sino más bien grande y llena, carnal y aún deseable —bien lo adivinaba en la mirada de los hombres— con su cara un tanto infantil, sus ojos frescos y claros, en contraste con aquel cuerpo grande que ella sabía tibio y relajante.”

Albert Camus

lunes, 4 de noviembre de 2013

VIBRACIONES PURAS: JOAQUÍN RODRIGO VIDRE

OIGAMOS Y VEAMOS XIII

Antonio Campillo Ruiz


   La introducción de la guitarra durante la invasión musulmana de las tierras peninsulares y su posterior transformación en el instrumento que conocemos actualmente, parece revelar en “El Concierto de Aranjuez” del maestro Joaquín Rodrigo, 1939, una perfecta conjunción de guitarra y orquesta y, a la vez, la gran influencia que tuvo Al-Ándalus en el arte y la cultura posterior a la Reconquista por los reinos cristianos de las tierras invadidas. La sugerencia que en los primeros movimientos la melancolía de la pérdida de Granada por Boabdil, dejando tras él el gran conjunto palaciego de La Alhambra, puede ser una de las interpretaciones escritas más bellas de unas notas mundialmente conocidas y de una extraordinaria belleza musical.


   Sin embargo, para el propio compositor, el concierto describe la captura de “la fragancia de magnolias, el canto de los pájaros y el chorro de las fuentes de los jardines de Aranjuez”.
En el primer movimiento está “animado por un espíritu rítmico y un vigor sin expresar ninguno de los temas principales... interrumpiendo su implacable ritmo”.
En el segundo movimiento “representa un diálogo entre la guitarra y los instrumentos de solo: corno inglés, fagot, oboe, trompa”.
Y en el último movimiento, “recuerda un baile formal en el que la combinación de un ritmo doble y triple mantiene un tempo tenso próximo a la barra próxima”.
Desde su nombre hasta sus muchos recuerdos, el compositor plasma en los pentagramas el amor, la felicidad y una inmensa decepción ante hechos reales que le acontecieron con su siempre amada Victoria.
   
   La versión interpretada por Paco de Lucía como solista de guitarra posee la potencia de las notas que rigen, que comandan la orquesta, que introducen uno tras otro diferentes instrumentos que siempre son realzados por la sonoridad pura de unas cuerdas  que vibran con la pasión de la belleza y la imaginación.   


NOTA.- Las tres partes del concierto pueden visionarse y escucharse en continuidad con sólo iniciar la primera de ellas. Si se prefiere separarlas, basta iniciar cada una de ellas independientemente.





viernes, 1 de noviembre de 2013

EL FUEGO DE PROMETEO

LAS LÁGRIMAS DEL TIEMPO

Antonio Campillo Ruiz


   La chiquillería correteaba esquivando los pequeños taludes, como caballones mal trazados a los que se había arrancado las malas hierbas. Algunos poseían en uno de sus extremos una cruz de hierro forjado con pequeñas filigranas de herrero. Mujeres, en su mayor parte vestidas de negro y con delantales de minúsculos cuadritos grisáceos y blancos, se afanaban con azadas y otros utensilios para el cultivo de las plantaciones de sus huertas en apelmazar, elevar y reformar aquellos montículos largos de tierra en los que nada había plantado. Procuraban que quedasen como un largo tetraedro de cúspide perfectamente recta bajo el que los restos de quienes fueron seres queridos alimentaban aquella tierra, hermana de la que habían trabajado toda su vida y que ahora los resguardaba de miradas curiosas. En algún que otro lugar de aquel recinto amurallado se habían construido pequeños cubículos de materiales de albañilería que evitaban estos inútiles esfuerzos ante los elementos atmosféricos. No eran asequibles para muchos de los que sólo sabían cavar con un pico y sacar la tierra con una pala pero muchos ya estaban realizando grandes esfuerzos por dar cobijo más seguro a sus deudos. 


   Tres o cuatro inmensos edificios se dispersaban por entre altos y rectos árboles de un intenso color verde, casi negro, y aquellos cuidados montículos estériles. Eran los panteones. Pertenecían a los ricos. Minúsculas basílicas y largas escaleras hacia la cripta estaban engalanadas por un día al año. Unos y otros, el día anterior al recuerdo obligado de quienes ya no poseían nada de este mundo, ornamentaban con crisantemos morados, amarillos y blancos, los lugares preferentes de su culto al recuerdo. Los repartían por entre el pobre suelo formando variopintos diseños de cruces sobre la lomera de los caballones y las engalanadas capillas que, hasta poseían sus reclinatorios para rezar y donde los difuntos eran festejados con tanto entusiasmo como fastidio. Era un día gris con viento frío del norte que silbaba con lúgubres sonidos por entre los árboles. La amenaza de lluvia favorecía que los preparativos fuesen rápidos y metódicos. Nadie hablaba con vecinos de llantos silenciosos y dolores mal curados. Se preparaban largas velas de cera virgen o blanca y eran recostadas sobre los pobres túmulos de tierra o se colocaban en los pesados candelabros de bronce con recogecera para no manchar los ricos manteles de altares y repisas. Los niños jamás pisaban una tumba de tierra. Era pecado mortal esa falta de respeto. Calculaban el número de velas y su longitud en todos los túmulos. Si era posible, seleccionaban a las familias que sabían amables y conocían porque al día siguiente, cuando los Auroros con su eterno tintineo agudo de campanillas cantaran unas extrañas salmodias mezcla de latín y castellano, ellos irían pasando con grandes cucuruchos de papel de estraza por entre las tumbas y recogerían las largas estalactitas de cera que se formaban cuando el fuego del pábilo, de algodón puro, iba alimentándose irregularmente de la cera. Las familias dejaban que los niños recogiesen aquellas sobras de la vela ardiente que iluminaba durante todo el día el lugar sin nombre, el lugar de sus penas y recuerdos. Sabían que en la puerta del Camposanto varios compradores de cera esperaban a los chicos con sacos de esparto y les compraban por unas gordas el producto de su pequeño trabajo. Claro que, previamente, la cera era examinada minuciosamente, separando la virgen de la blanca, la que no tenía tierra cuando se solidificó de la que poseía aquella arcilla blanquecina de mala calidad íntimamente unida a ella. Con los pocos reales que obtenían de su trapicheo compraban los productos que varios vendedores ambulantes exponían en sus improvisados transportes: níspolas, caquis, pipas, castañas asadas… No en otra diversión podían gastar sus pequeñas ganancias debido a que tanto el día de Todos los Santos como el de las Ánimas los dos cines permanecían cerrados.

Cuando la tarde se iba cerrando y la oscuridad, el viento no muy fuerte pero sí frío y las velas encendidas convertían aquel lugar de recuerdos en terrorífico agujero de boca inmensa y ojos ensangrentados, las familias cargaban con sus sillas ensogadas con fino cordelillo y se dirigían sin luz para alumbrarse al pueblo, al calor de sus casas que parecían encontrarse a una distancia difícil de superar a esas horas. Los Auroros no salían del Camposanto hasta bien entrada la noche. Al día siguiente se celebraba el día de las Ánimas y aquella noche a todos los que quedaban otra vez solos por un año más debían de haberles dedicado, al menos, uno de sus cantos. Cuando acababan, les esperaban en la caldeada estancia donde el recogimiento, la oración y las noches de ambos días, eran  exclusivas para los relatos mortificantes a la luz del chisporroteo de la lumbre de las chimeneas alimentadas con rastrojos de alcazabas de panizo y algodón.

Antonio Campillo Ruiz

 ABANDONO ETERNO


LXXIII

Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.

La luz, que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho,
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.

Despertaba el día,
y a su albor primero
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!!
                                 
De la casa en hombros
lleváronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.

Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto.

De un reloj se oía
compasado el péndulo
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba,
que pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!!

De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.

Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo:
allí la acostaron,
tapiáronle luego
y con un saludo
despidióse el duelo.

La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto.
Perdido en las sombras
yo pensé un momento:

¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!!

En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.

Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos!...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .

¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna,
aunque es fuerza hacerlo,
¡a dejar tan tristes,
tan solos los muertos!

Gustavo Adolfo Bécquer “Rimas”