JENNIE
Antonio
Campilo Ruiz
- Tengo una sensación extraña desde hace algún tiempo. Creo que las grandes productoras realizan un
cine a la carta. Sus películas parecen diseñadas para determinados grupos de
personas que las aplauden y llenan sus arcas. Las infantiles y juveniles, en
las que efectos especiales y epopeyas violentas son sinónimo de éxito, se
vienen proyectando desde los éxitos galácticos, de extraños seres
semihumanoides y las admiradas estrellas del momento. Para los ciudadanos pertenecientes a la banda social madura,
las biografías de antiguos o modernos famosos, dirigentes políticos o
profesionales en general, dignos o no, es un subgénero aplaudido y fuente de
sesudas charlas sobre la verosimilitud del personaje interpretado por el actor
o actriz de turno. Creo que algo de magia y fascinación se ha perdido por el
camino del tiempo.
- Pues sí, Laura, creo que, a pesar de la necesidad de un análisis más profundo, tienes razón. Los efectos especiales con la tecnología moderna son espectaculares y atractivos. Son cotidianos ya en los teléfonos móviles que poseen gran cantidad de jóvenes y, por ello, su extrañeza sería no encontrarlos en el cine de pantalla grande. Por otro lado, sin entrar en pormenores, el rótulo de “Esta película está basada en hechos reales”, ha sido interesante cuando se ha podido acceder a una información que no ha estado al alcance de la sociedad, que jamás ha certificado su verosimilitud, la verdad, los hechos que en realidad deben ser contados en el cine porque el cine posee las características de un ingenio y fantasía que deben superar la realidad. Cuando la realidad es más sorprendente que la ficción, lo contado en el cine no es ni admitido ni creíble y se denosta a quien ha realizado una inmensa labor de documentación y pormenorización de la realidad. Existen varios realizadores con una publicidad negativa, destructiva y vergonzosa. En cualquier caso, siempre se limita, en estos casos, a la mera información descriptiva de los hechos acaecidos, Pero…, menos mal que siempre existe un pero, te demostraré que los recursos cinematográficos pueden facilitar una fantasía espacio-temporal magistral e imposible en la realidad cotidiana. “Jennie” “Portrait of Jennie” de William Dieterle. 1948, basada en la novela homónima de Robert Nathan, es tan brillante como el fluir del torrente creativo alimentado por la pasión, por el amor hacia esa fuente inspiradora intangible que todos los artistas llevan en su interior. Representa la relación definitiva, más que cósmica, entre el amor hacia la belleza que nunca muere, una belleza que sólo pertenece a los ojos obnubilados de unos amantes tan improbables como atormentados, tan irreales como posibles, tan unidos en un círculo espacio-temporal en el que pasado presente y futuro se entremezclan en una fatal predestinación que tratan de sobrepasar.
Es aquí, en la
complejidad cosmlógica, donde la imagen dinámica posee una poderosa fuente de
genialidad y fantasía. Nunca podremos sino imaginar aspectos complejos que la
literatura y el cine, con sus propios lenguajes expresivos propios establece.
Esta es la diferencia fundamental entre descripción, explicación y sugerencia
creativa fantástica y soñadora. En “Jennie” el
espectador debe intervenir en ese sueño del protagonista, un Eben Adams (Joseph
Cotten) atormentado por sus problemas de falta de inspiración, de seducción
y deslumbrante naturalidad, en sus cuadros y en su vida. A la vez, debe aceptar
la irrealidad de Jennie (Jennifer
Jones), una muchacha que, atrapada en un espacio/tiempo que la envuelve en
todo momento, conjuga hechos vividos con hechos soñados, pasado y futuro proponiéndose
alcanzar la mayoría de edad a tal velocidad que pueda posar para el melancólico
pintor. El espectador asiste a un juego temporal imposible de ser vivido,
imposible de poder sentirlo excepto en la pantalla. Lo entiende, lo busca entre
un color en negro que posee tonos de todo tipo, preferentemente verdes y
blancos lechosos, nieblas que perfilan una sky line de New York fantasmagórica,
sin vida aparente excepto para los protagonistas.
Un aspecto
importante no puede pasar por alto por la inquietante importancia que posee en
la estructura del guión: se trata de la Sra.
Spinney (Ethel
Barrymore). Su confianza en Eben
y la aceptación de todos y cada uno de los pormenores que le suceden deja una
inmensa puerta abierta al espectador. Con respecto al diagrama espacio-temporal
de las líneas temporales entre Jennie
y Eben, jamás pertenecen al mismo
tiempo y jamás se cruzan, excepto por la licencia del director para la
legibilidad argumental y del complejo entendimiento de las relaciones que se
establecen entre los protagonistas. Mientras la línea temporal de Eben transcurre con el tiempo real, la
de Jennie transcurre mucho más
deprisa en iguales condiciones. Si las representásemos en un plano, sería similar
a una secuencia de líneas inclinadas, tiempo de Jennie, que se proyectan sobre una línea horizontal, tiempo de Eben: siempre son más largos los trazos
de las líneas inclinadas que sus proyecciones sobre la línea horizontal.
La utilización de recursos como flashbacks,
pertenecientes al pasado, incomprensiblemente se realizarán en el futuro, una música
en la que el protagonismo de Debussy
es interpretado por Dimitri Tiomkin con maestría y una fotografía con imágenes en
claroscuros similares a los bocetos que realiza Eben, son determinantes para,
sobre un delicado guión resbaladizo, crear una obra de arte tan
imprescindible como necesaria. “Retrato de Jennie” posee una belleza incorpórea, que no conoce el transcurso del tiempo,
que está hecha exclusivamente para arrebatar el corazón del artista y, a través
de su genio creador, deslumbrar a esa parte que se alimenta de la sensibilidad
que se extiende por todo el espíritu del espectador que posee la fortuna de
visionarla.
Es importante visionar la película a plena
pantalla.