DE LA
FELICIDAD
Antonio Campillo Ruiz
Robert Doesburg
La felicidad no es hacer lo que uno
quiere sino querer lo que uno hace.
Jean Paul Sartre
La
felicidad de las personas es un concepto difícil de concebir, comprender y definir.
Para poderla medir y estudiar, es importante que no empleemos la propia palabra
que tratamos de definir, felicidad. Es posible comprenderla mejor si utilizamos
el concepto satisfacción con la vida, porque la felicidad está demasiado
cargada de aspectos personalizados que provocan una complicada comprensión del
propio concepto en sí mismo. Si preguntamos a una persona por su nivel de
satisfacción con la vida, en general, y le damos una escala, se puede asimilar
mejor la pregunta, transformándose, en una cuestión más asequible, cotidiana y,
por tanto, relativamente sencilla de responder y cuantificar.
Robert Doesburg
Hasta
hace poco, quienes hablaban de la felicidad eran los filósofos. Los filósofos
han tenido un gran impacto sobre lo que hoy entendemos por felicidad. A pesar
de ello, no han hecho una buena labor porque, con frecuencia, han pensado que
las personas felices eran personas de vida contemplativa y bucólica e incluso, ingenuas o ignorantes, puesto que si una
persona estaba bien informada de lo que supone vivir en la época actual, según
muchos de los pensadores, no podría ser feliz. El concepto de felicidad ha ido modificándose puesto que los filósofos no salían a la calle a preguntar, ellos, en sus sillones,
pensaban que la idea de estar contentos, de ser optimistas, de pensar que las
cosas se irían solucionando, era errónea. Esa idea fatalista del ser humano ha
sido difundida por los filósofos de los siglos XVII, XVIII y XIX, pero en los
últimos veinte años se ha dado un cambio importante gracias a la participación
en este tema de científicos como médicos, psicólogos y sociólogos que han estudiado la felicidad desde una
perspectiva científica.
Robert Doesburg
Nunca
estaremos convencidos de la completa utilidad de usar correlaciones con
parámetros científicos diferentes que se han entremezclado con la satisfacción/felicidad
de los seres humanos. Entre ellos, podemos especificar dos de los más
utilizados: el optimismo y el pesimismo. Aparentemente, no poseen una
incidencia que altere, mejorando o perjudicando, a la felicidad pero son dos estados,
exclusivos de las personas que pueden producir motivaciones complementarias en su estado de satisfacción. En la cultura europea está mal visto decir que uno se
siente bien, sea feliz u optimista. Sin embargo, en la cultura de Estados Unidos,
se glorifica –quizás demasiado- la felicidad. En estudios
hechos entre varios miles de personas creyentes se pudo llegar a establecer y afirmar la certidumbre de que una persona feliz tenía más posibilidades de
ir al cielo. Sin embargo en la religión cristiana católica se deduce justo lo
contrario: para ser feliz en otra vida es necesario sufrir. Lo que sucede es que en la cultura
de cada país, zona o continente, a veces, se glorifican determinados valores, y
otras veces, sin embargo, se consideran negativos. A pesar de estos procesos,
bien culturales, bien de creencias asumidas para alcanzar un optimismo que es el fiel de la balanza entre el pesimismo y la felicidad, las cifras generales de
estudios científicos traslucen una satisfacción razonable de felicidad. Este
resultado posee un sentido lógico: la Humanidad hubiera desaparecido sin la
felicidad. Sin embargo, es muy representativo que esta respuesta se refiera siempre
a muestras de estudio que se limitan a preguntas personales y del entorno
cercano. Cuando se pregunta por la generalidad del planeta Tierra, los
resultados son muy desalentadores: nunca existe un sentido satisfactorio de felicidad
general. Así que, el ser humano, en cierta medida, se encapsula en un entorno
que propicia su estado y sus vivencias.
Robert Doesburg
En sus
doctrinas, las religiones deberían ser un ejemplo de optimismo social. Muchas
veces no por pensar en los ritos o creencias más o menos alegóricas, sino
porque creer que habrá una justicia después de esta vida, es un alivio para los
injustamente tratados, tanto por la propia religión como por la sociedad.
Aunque esto no ocurre siempre. A veces, cuando una persona creyente sufre una
tragedia, se rebela y se enfrenta a la idea de permitir estos sucesos, para
ellas injustas. Sin embargo, fomentar la culpa, tener que sufrir para alcanzar
la felicidad es una aberración que provoca, probablemente, satisfacciones
personales a quien sufre, cual si fuese una autoexculpación de un mal que cree haber cometido y
fomenta tanto la inmadurez mental como el pesimismo. Es entonces, cuando
aparecen los muchos problemas derivados del desequilibrio en la balanza que
debe estar en perfecto equilibrio entre la felicidad, el optimismo y el
pesimismo.
Robert Doesburg
El
optimismo, aliado de la felicidad, que no integrante de ella, posee tres
componentes. En primer lugar, el nivel de esperanza de la persona: el que padece
un dolor de cabeza piensa que se le va a quitar y si atraviesa un período de
crisis cree que la situación va a mejorar con el tiempo. Es decir, pensar que
las cosas se irán arreglando en el futuro. El segundo componente tiene que ver
con el pasado. Hay personas que cuando examinan su autobiografía tienen más
recuerdos positivos que negativos. Si se selecciona a un grupo de personas y se
les pregunta por veinte de sus recuerdos del pasado, la gran mayoría expresarán
más recuerdos positivos que negativos. La mente humana funciona así. La tercera
es lo que se ha llamado estilo explicativo, es decir, cómo nos explicamos las
cosas que ocurren en el día a día. La persona optimista tiende a pensar que el
inconveniente que se puede presentar es temporal, que no es culpa de ella y que no afectará a su persona. Cuando estas tres componentes actúan conjuntamente va
apareciendo un proceso, que unido a experiencias personales propias de cada
momento de la vida, se transforma en un estado de felicidad en el instante y
entorno en el que nos encontramos.
Antonio Campillo Ruiz
Pintura Fractal