martes, 29 de julio de 2014

AMAR HABLANDO, EN SILENCIO

FRUSTRACIÓN, SOLEDAD Y EXPLORACIÓN

Antonio Campillo Ruiz
“El amigo que sabe llegar al fondo
de nuestro corazón, ése, como tú,
ni aconseja ni recrimina; ama y calla.”

Jacinto Benavente

  
   Anna,  Sandrine Bonnaire, es una mujer muy atractiva. Su rostro anguloso y con pómulos resaltados deslumbra cuando sus primeros planos llenan la pantalla mientras con sus perfilados labios absorbe el humo de un cigarrillo. Un error, un desliz, un malentendido, buscado o debido a lateralidad cruzada, abre un torrente de confidencias que aturdirá a quien asume la equivocación con estupor y atracción, con una fascinación que  William Faber, Fabrice Luchini, jamás ha sentido y, además, le perturba emocionalmente. “Confidences trop intimes”, “Confidencias muy íntimas” de Patrice Leconte, 2004, se introduce por los sentidos del espectador ofreciéndole unas cuantas estampas inolvidables, gracias a una imagen brillante que cautiva en los momentos más emotivos de la narración.


   En un espacio cerrado, sin dar ni una sola concesión a filigranas cinematográficas, Patrice Leconte, disecciona a unos personajes tan diferentes como desconocidos, con unas vidas tras ellos que adivinamos someramente mediante las largas charlas que ambos sostienen o, por superficiales momentos en los que se nos presenta a un hombre tan gris como solitario y maltratado por las relaciones humanas, mientras que asistimos a un juego de puzle en el que los acontecimientos vividos son piezas, o decisivas, o sin importancia. Como película francesa que es, nos muestra un lento streap-tease, de sentimientos y de ropa, pero ropa tan delicada que va expresando las estaciones y el paso de un tiempo que no medimos porque la lenta espera es tan importante como la rápida visita. Al mismo tiempo, esta despistada mujer, va vistiendo ropa que se adapta a los cambios que se van produciendo en su vida íntima y que, como las estaciones, va floreciendo en un lugar bello y cálido: el sur. La delicadeza ante lo soñado y lo experimentado es, en este caso, tan primorosa como tierna.


   Frente a este imparable cambio se manifiesta una rigidez obsesiva, una pulcritud que sólo permite a los autómatas, como él mismo, poder convivir con sus pequeñas y raras cosas queridas, adquiridas mediante un largo proceso de continuidad que no deja que el aire fresco penetre en su almidonado cuello de camisa encorbatado. A pesar de saber que el único dueño de su vida es él, no celebra que así sea y su propio ego le lleva a tratar de construir un puente entre él y sus sentimientos. Pareciese que no deja que le alcancen si no es mediante esas confidencias que le arrastran inexorablemente a unos sentimientos que jamás tuvo en cuenta. 
Leconte es el director elegante de siempre, con los toques de ambientes oscuros, personajes solitarios y hasta voyerismo a través de las múltiples ventanas. La cámara posee un mal pulso cuando se graba a mano pero solo es en las conversaciones más íntimas, como si quisiera expresar el temblor de la voz, ya manifestado, entre los dos protagonistas. A pesar de ello, no son verdaderos movimientos de cámara sino pequeños errores. Es preferible la serenidad de un punto de vista, de los que existen muchos en la película, que exprese la serenidad y voyerismo que el espectador requiere.

  
   La música, original de Pascal Esteve, de cuerdas, clarinetes y piano, incluye además, temas de Wilson Picket, Rossini y John Sbarra. Músicas relajantes, de gustos muy personales y que reiteradamente, el protagonista va escuchando durante la narración. El guión fue simplemente un esquema general y los diálogos, en gran parte, fueron improvisados por los actores. Con una fotografía intimista de planos medios, bastantes primeros planos y suaves movimientos de cámara que no llegan a ser traveling sino panorámicas y una preferencia destacada hacia los marrones, se consigue una imagen de gran belleza. Un precioso plano cenital deja al espectador expectante por los acontecimientos que ocurrirán. Patrice Leconte nos ofrece una historia de frustraciones, soledad y exploración personal del espíritu humano, que interpretan unos personajes desorientados, desconocidos entre sí, pero naturales y realistas.

Patrice Leconte 

Es importante visionar la película a plena pantalla.

sábado, 26 de julio de 2014

BELLEZA TRÁGICA

SABIDURÍA Y AMOR CONTRA HIPOCRESÍA

Antonio Campillo Ruiz
A veces podemos pasarnos años
sin vivir en absoluto, y de pronto
toda nuestra vida se concentra en
un solo instante.

Óscar Wilde


   “Todo hombre mata aquello que ama, que todos oigan esto. Unos lo hacen con una mirada amarga, otros con una palabra halagadora. El cobarde lo hace con un beso, el valiente con una espada. Unos matan a su mejor amigo cuando son jóvenes y otros ya de viejos. Unos lo estrangulan con las manos de la lujuria, otros con un cuchillo porque los muertos pronto se quedan fríos. La vida nos engaña con sombras. Le pedimos flores y nos las da con amargura y decepción a la vez. Miramos con un triste corazón de piedra los cabellos salpicados de oro que tan frenéticamente habíamos adorado y tan locamente besado. En este mundo solo hay dos clases de tragedias, una es no tener lo que uno quiere, la otra tenerlo”. Con monólogos en off como el anterior y diálogos plenos de una sabiduría y perspicacia dignas de un creador que jamás rechazó escuchar, responder, ser él mismo y jamás doblegarse ante una sociedad tan hipócrita como odiada por la nación que ocupaba, “Wilde” de Brian Gilbert, 1997, posee una extraña belleza tan innovadora en su tiempo como el pensamiento de su protagonista, Óscar Wilde.

  
   Un Wilde inteligente, ocurrente y magnífico en medio de una determinada sociedad, tenía que ser interpretado por un buen actor cuyo trabajo no oscureciera al escritor y, en este caso, Stephen Fry, que hasta se parece al propio Wilde, lo consigue ampliamente. Es más, todos los personajes secundarios, especialmente los femeninos, realizan una interpretación excelente por la gran importancia que poseen en el desarrollo del guión. Un guión centrado casi exclusivamente en la bisexualidad que encamina a Wilde a la búsqueda de la pureza del amor intelectual -similar al existente en la antigua Grecia- que siempre sedujo y persiguió al escritor irlandés como los extremos opuestos de la sociedad conservadora británica. Wilde, criado bajo la severa y estricta Inglaterra victoriana, se vio marcado por el escándalo de su condición sexual a pesar de enfrentarse, gracias a su capacidad de transmitir historias que nadie se imaginaba, que nadie las hubiese escrito como él, en busca de la belleza y de la felicidad puras..

   
   Desde su compromiso y boda con Constance Lloyd, Jennifer Ehle, con la que tuvo dos hijos varones, Óscar va a empezar una plácida aunque algo aburrida y académica vida, que solo verá recompensada con sus citas con amantes como el diplomático Michael Sheen, Robbie Ross, Ioan Gruffudd, John Gray y el joven estudiante Lord Alfred Douglas, Jude Law, hijo del influyente y poderoso Marqués de Queensberry, Tom Wilkinson. Todos ellos magníficos intérpretes de sus personajes, incluidos dentro de una ambientación muy detallada que consigue un conjunto visual y una sensación fílmica que cautiva al espectador. 
Utilizar el cuento “El gigante egoísta” del propio Wilde, es un recurso cinematográfico estupendo para que sirva de nexo entre las distintas partes de la historia pues, aunque no hay imágenes reales del gigante y los niños en el jardín, las palabras son descriptivas de las imagen que el espectador capta y crea en su mente como lo hace con cualquier otro cuento leído. El ritmo de la película es pausado pero no lento, muchas imágenes son las justas para no forzar el sentimentalismo que podría aflorar sin dificultad.


   Una luz muy difícil pero de una eficacia cinematográfica total dificulta a Martin Fuhrer una fotografía preciosista muy en consonancia con la época evocada. De la misma forma, la música de Debbie Wiseman, tan delicada y acorde con la suave luz, diálogos y fotografía, conjuga perfectamente armonía con genialidad. Óscar Wilde ha sido una luz pálida en la ceguera de una sociedad podrida, sus palabras lo demuestran: “Como mala persona soy un completo desastre. Hay montones de gente que afirman que no he hecho nada malo en toda mi vida. Por supuesto sólo se atreven a decirlo a mis espaldas.”

 Brian Gilbert

Es importante visionar la película a plena pantalla.


miércoles, 23 de julio de 2014

EL MIEDO A LA LIBERTAD DE UNO MISMO

UN MUNDO SIN AMOR, SIN BELLEZA, SIN DOLOR

Antonio Campillo Ruiz

  
   La capacidad para sentir amor, odio, felicidad e incluso, a pesar nuestro, el sufrimiento más profundo es inherente a la naturaleza humana. Esto es lo que distingue a alguien vivo de un simple autómata creado por medio de una tecnología tan sofisticada como incomprensible. Un  mundo homogéneo cuyo origen no se presenta como una fuerza exterior contra la que se ha de luchar, sino como un enemigo que se infiltra en la sociedad, la domina y la maneja con sigilo e impunidad. Desde el estreno se han atribuido al film significados, que unos han entendido como anticomunistas y otros como antimacarthystas. En su momento, tanto Jack Finney por  su novela, como el director del filme manifestaron que habían trabajado con el único propósito de ofrecer la historia de una invasión alienígena. Y de esto trata “Invasion of the Body Snatchers”, “La invasión de los ladrones de cuerpos” de Don Siegel, 1956.


   La adaptación de la novela "The Body Snatchers", de Jack Finney, tuvo a dos guionistas de excepción: Daniel Mainwaring y entre otros, Sam Peckinpah, que fue asistente de dirección e intérprete de un papel muy breve. Con un presupuesto de serie B que aúna varios géneros a la vez: fantástico, terror y ciencia-ficción, también es una interesante denuncia política de la paranoia anticomunista de los años cincuenta. Fue el undécimo largometraje de Siegel y una de las obras clave de su filmografía. Imprime a la acción un ritmo intenso, que sostiene el desarrollo de un crescendo de terror y horror de magnífica factura. Siegel hace una demostración brillante de eficacia narrativa


   La película incorpora un relato inquietante, que pone de manifiesto una vulnerabilidad del género humano que sorprende y preocupa al espectador. Propone una incómoda tarea de identidad personal, ya que ésta no se puede definir en función de lo que uno piensa, recuerda, sabe o aparenta. Establece la posibilidad de que un poder arbitrario acabe sutilmente con la libertad de pensar, valorar y decidir de las personas, apoyándose en la insensibilidad y el conformismo. Para los problemas que sugiere no ofrece soluciones ni da esperanzas pero su similitud con los acontecimientos sociales desde que se escribió la obra, es tan patente que la podemos encontrar en cualquier país en la actualidad.


   No era fácil que una película de bajo presupuesto consiguiera una iluminación y fotografía tan excelentes que crean una atmósfera oscura y agobiante, sensación que se refuerza gracias a la amenazadora y contundente banda sonora de Carmen Dragon. Interpretación de actores correcta y efectos especiales casi inexistentes. A pesar de ello no olvidemos la memorable escena en la que Miles pide ayuda en la autopista. 

  
El verdadero valor de la historia narrada reside en la amenaza psicológica, en la sensación de temor ante algo que desconocemos, pero que sabemos que está ahí porque el mal proviene de lo más familiar, del entorno más cercano a las víctimas y, casi podríamos razonar diciéndonos  que el enemigo es uno mismo. Parece haber aquí una influencia psicoanalítica, muy de moda en la época, porque el problema sobreviene en el momento  en el que el cerebro se encuentra en reposo, no posee actividad consciente. El yo y el ello quedan anulados y sólo el individuo, en manos de un superyo que no se puede permitir ningún desliz y que, por tanto, elimina deseos y rastros para tener al individuo bajo control, determina qué y cómo debe ser la transformación.


   Se han realizado tres "remakes" del film: Philip Kaufman,1978; Abel Ferrara,1993 y Oliver Hirschbiegel,2007. Ninguno posee el clima tan absorbente y profundamente terrorífico como esta primera versión. A pesar de ello, la realización, iniciada con una serenidad y seguridad incomparables posee un último tercio que aparentemente es precipitado y el espectador lo aprecia.
Creo que,  a pesar de apreciar la mano de Peckinpah en el guión, descubierto el mal, sin intermedio entre la serenidad de la duda inicial y la seguridad de un hecho, se origina una precipitación por alcanzar la normalidad que aparentemente es un poco precipitada pero ¿no haríamos lo mismo nosotros, los espectadores? En cualquier caso, e independientemente de lo que interprete fílmicamente cada uno, todos podemos asumir que dentro de este magnífico ejercicio artístico se simultanean varios niveles de lectura y temática que no tienen por qué excluirse entre sí y que sólo enriquecen aún más el conjunto, evidenciando que estamos, sin duda alguna, ante un clásico entre clásicos y un verdadero film tan distinto a los sucedáneos de hoy en día como maravilloso y profundamente conmovedor.


Es importante visionar la película a plena pantalla

domingo, 20 de julio de 2014

INGENIO Y SURREALISMO

¡QUE OS VAIS A PERDER EL JUICIO FINAL, GILIPOLLAS!

Antonio Campillo Ruiz


   Corre el año de gracia 2598. Lorenzo, pastor de las pocas ovejas que quedan en el mundo, relata los últimos acontecimientos que han sucedido. Diálogos, secuenciados en continuidad, compiten por ser los más absurdos y surrealistas; ciudades que logran alcanzar en el tiempo su destrucción final con la llegada del fin del mundo. Una gran cantidad de actores, eternos e inigualables secundarios, se alza en protagonista de una historia que abre una trilogía tan peculiar como razonablemente absurda y divertida. Así es “Total” de José Luis Cuerda, 1983, que junto a “Amanece, que no es poco”, 1989, y “Así en el cielo como en la tierra”, 1995, forma la trilogía surrealista de José Luis Cuerda. Un absurdo donde hechos y diálogos transportan a un mundo fantástico y peculiar.


   “Total”, un mediometraje que inicia con timidez la trilogía, proporciona un fruto inesperado porque, de las tres, es la que más se acerca al absurdo más impactante para el espectador. “Total” posee una frescura de guión, unos diálogos y sobre todo una calidad en su excelente reparto, que la elevan por encima de sus seguidoras. “Total” nos transporta a un realismo mágico que muchos críticos, con su eterna manía de comparar con otras realizaciones y tratar de buscar similitudes con autores de superpoducciones, no son capaces de apreciar. Y no lo ven porque la naturalidad interpretativa en esta pequeña película, los hechos narrados y la ambientación nos lleva a contrastar el lugar real del rodaje con el referido en la película.


   Por otro lado, los gags pertenecen a un mundo absurdo y surrealista pero no son absurdos. No provocan el asombro o la sonrisa por ser disparatados sino por ser tan normales como pueden serlo en la realidad, aunque su motivación está impulsada por el entorno del medio en que se generan. Esto dota a la estructura del guión de un elemento de dificultad añadido y al director de una cuidadosa dirección de actores.


   Ingeniosa, divertida, con una pizca de nostalgia y una gran crítica hacia la desaparición implacable de ese entorno rural, semeja un tiempo que verdaderamente le llega: el fin del mundo. Una música melancólica y pegadiza, que refuerza acontecimientos buenos o malos, nos envuelve con la suavidad y atención del recuerdo de las músicas que antaño se escuchaban por los pueblos cuando titiriteros y otros eternos viajeros rompían la monotonía del quehacer diario. Con la soltura que lo caracteriza José Luis Cuerda va situando la cámara en los puntos de vista idóneos y se rodea de un elenco de actores que no necesitan presentación: su profesionalidad los avala y su sobresaliente interpretación es fiel reflejo de ella. Por ello pueden gritar bien alto: “¡Que os vais a perder  el Juicio Final, gilipollas!”.

José Luis Cuerda

Es importante visionar la película a plena pantalla.


jueves, 17 de julio de 2014

SE ME DA BIEN DESENFUNDAR

CREPUSCULAR PACIFICACIÓN

Antonio Campillo Ruiz

  
   Al expresar la opinión de un admirable western con una progresión dramática llena de sentido en su desarrollo, un excelente retrato de personajes conflictivos, un buen uso de decorados y de paisajes, y una puesta en escena  tan sobria como concisa, no podemos referirnos a otra película que no sea “Warlock”, “El hombre de las pistolas de oro” de Edward Dmytryk, 1959. Probablemente, Dmytryk prefirió expresar con mayor énfasis las tensiones internas de los personajes que los aspectos externos más dinámicos de algunas de las escenas de un género que ya denota su crepúsculo.   


   Fiel adaptación de la novela escrita por Oakley Hall, "Warlock", Robert Alan Aurthur escribió, magníficamente, un guión que ayuda a la perfección de un rodaje que posee unos primeros planos y una fotografía excelentes. La historia se convierte en una sucesión de acontecimientos que no sirven sino para demostrar como las diferentes miserias humanas como la traición, envidia y la hipocresía invaden a los personajes y habitantes que desfilan por Warlock. Solo el estudio de los personajes principales poseen una diferencia y unas vidas que se adaptan a la realidad del momento que vive el pueblo
 y sus habitantes: Johnny Gannon, interpretado por un inspirado Richard Widmark, consigue aislarse de ese ambiente corrupto y lleno de ira y se erige como héroe. Un hombre que después de estar situado al margen de la ley acepta admitir la pesada carga de llevar su conducta hasta extremos que rozan el heroísmo y el suicidio. Clay Blaisdell, interpretado por un impertérrito Henry Fonda que dedica su vida a recorrer los pueblos del oeste, contratado por los ciudadanos, para pacificarlos a punta de pistola. Y Tom Morgan, Anthony Quinn, inseparable de Clay Blaisdell al que adora por ser la única persona que le respeta. Es posible que un velo de algo más que amistad le una a su amigo pero sin claras insinuaciones. Del mismo modo, completando el reparto, por el lado femenino, Lily Dollar, Dorothy Malone, y Jessie Marlow, Dolores Michaels, también terminan siendo parte importante en esta encrucijada de egos e intereses


Fotografiada en un precioso Cinemascope mostrando en todo su esplendor los paisajes de Utah, donde está rodada, con una banda sonora, de esas que suenan a puro western y con unos diálogos que remarca la presencia y carisma envuelve a personajes con aura de empatía: "Soy un hombre sencillo, solo se me da bien desenfundar, eso es lo que soy, bueno disparando”. La historia es una reflexión sobre el destino de las personas, sobre si pueden cambiar sus vidas, sobre la fina línea que separa al héroe del villano, sobre el nacimiento de una nación a través de estas ciudades pioneras talladas por medio de la fuerza bruta. 
Con numerosas escenas de gran tensión psicológica y unos cuantos duelos memorables, se completa este inolvidable western con un gran trasfondo político y un poso de crítica a la sociedad y situación de la época. Majestuosamente ambientada y, repito, con una excelente fotografía, Dmytryk recrea un sendero hacia la sociedad razonable que, poco a poco, fue dejando atrás al salvaje oeste y sus peculiares leyes.

Edward Dmytryk 

Es importante visionar la película a plena pantalla.