SIERRA NEVADA DE
SANTA MARTA
Antonio
Campillo Ruiz
© Danilo Villafañe
Para nosotros, el robo de tumbas
es igual que atacar a una madre y
sacarle las tripas, arrancarle los
dientes y reemplazárselos por una
dentadura postiza, sacarle un ojo
y
reemplazarlo por cristal.
MAMO RAMÓN GIL
© Danilo Villafañe
La
Sierra Nevada de Santa Marta es una montaña única con forma de pirámide que se
encuentra en el extremo norte de los Andes, en el norte de Colombia. En sus
laderas viven cuatro pueblos indígenas diferentes, pero emparentados entre sí:
los arhuacos (o ikas), los wiwas, los kogis y los kankuamos. Juntos, suman más
de 30.000 personas. La cima de la montaña se encuentra a unos 5.000 metros de
altitud. En su base, a las orillas del Caribe, una densa selva tropical reviste
las bajas llanuras. A medida que la montaña va tomando altura, la selva se va
transformando en una sabana abierta y en bosques nubosos.
© Danilo Villafañe
Para
los indígenas, la Sierra Nevada es el corazón del mundo. Está rodeada por una
“línea negra” invisible que abarca los lugares sagrados de sus ancestros y
demarca su territorio. Los indígenas de la Sierra se autodenominan los “hermanos
mayores” y creen poseer una sabiduría y un entendimiento místicos que superan
los de los demás. Se refieren a otros pueblos como los “hermanos menores”.
Un encuentro en medio del exhuberante paisaje
de Sierra Nevada.
© Danilo Villafañe
Los
hermanos mayores creen que es su responsabilidad mantener el equilibrio del
universo. Cuando hay huracanes, sequías o hambrunas alrededor del mundo, se
dice que son la causa de un fallo humano a la hora de mantener la armonía del
planeta. El equilibrio se consigue realizando ofrendas a los lugares sagrados
para devolver a la tierra lo que se ha obtenido de ella.
Dos hombres arhuacos en la Sierra Nevada de
Santa Marta, Colombia.
© Survival International
Los líderes espirituales se denominan mamos.
Un mamo tiene la responsabilidad de mantener el orden natural del mundo por
medio de canciones, meditación y ofrendas rituales. La preparación de un mamo
comienza cuando es pequeño y dura unos dieciocho años. Llevan al joven a lo
alto de las montañas y allí le enseñan a meditar sobre el mundo natural y
espiritual. En la cultura occidental, el mamo sería una especie de cura, profesor
y doctor, todo en uno. El polvo de conchas sobrante acaba formando al cabo del
tiempo un fino aro alrededor del poporo.
El polvo de conchas sobrante acaba formando
al cabo del tiempo un fino aro alrededor del poporo. La coca desempeña un papel central en la vida
cotidiana, y se utiliza en ofrendas y ceremonias. Cada hombre lleva consigo una
bolsa con hojas de coca, que mastican para conseguir un efecto ligeramente
estimulante. Cuando dos hombres se encuentran, se intercambian un puñado de
hojas como señal de respeto mutuo. Una calabaza ahuecada a la que llaman poporo
contiene conchas © Danilo Villafañemachacadas. Con un palo transfieren el polvillo de las conchas
trituradas a las hojas de coca que tienen en la boca: la alta alcalinidad de
las conchas reacciona al entrar en contacto con la coca y estimula así los
principios activos. El polvo sobrante se coloca en el cuello del poporo, y con
el tiempo se acaba convirtiendo en un grueso collar.
El poporo es un símbolo de madurez y
marca de
civilización entre los indígenas.
© Danilo Villafañe
Pero la coca también la cultivan los colonos
no indígenas como materia prima de la cocaína. Colombia es desde hace tiempo la
capital mundial de esta droga, y su producción ha tenido consecuencias
devastadoras para la población indígena. Las bajas laderas de la Sierra han
sido ocupadas por colonos que cultivan coca para el tráfico de drogas, con el
que se financia en gran parte el conflicto armado entre los grupos de guerrilla
y los paramilitares, en la larga guerra civil que azota al país. A pesar de la
naturaleza pacífica de los indígenas, a menudo se ven atrapados en el fuego
cruzado entre el ejército y los grupos armados ilegales. Muchos han muerto
asesinados como consecuencia, y otros se han visto forzados a huir por esta
especie de guerra civil que asola sus tierras.
"Se prohíbe la entrada a no-indígenas”.
Cartel
en una comunidad arhuaco.
© Kelly Loudenberg
Los
indígenas de la Sierra son descendientes de los tayronas, una gran civilización
cuyo magistral trabajo con el oro y su arquitectura atraen a la región a
turistas y ladrones de tumbas por igual. Cada pueblo indígena se ha adaptado a
la invasión de sus tierras a su modo: los kogis rechazaron la invasión exterior
huyendo a zonas más altas de la Sierra. Se han mantenido especialmente hostiles
a las visitas de turistas con cámara en mano. Los arhuacos, a cuyos varones se
distingue por sus sombreros con forma cónica, han organizado un fuerte
movimiento político para defender sus derechos, mientras que los kankuamos
viven al pie de las montañas, en su mayoría integrados por completo en la
sociedad mayoritaria. El agua es enormemente reverenciada por los indígenas, y
existe una enorme oposición a los proyectos hidroeléctricos en la región, tanto
los ya existentes como los que están en fase de planificación. Las presas
interfieren en el ciclo natural del agua de la Sierra y amenazan los cultivos y
el ganado de los indígenas. La propiedad privada de la tierra y los proyectos
de “desarrollo” hacen cada vez más difícil para los indígenas moverse por su
territorio ancestral y realizar ofrendas para mantener el equilibrio del
planeta.
Es importante visionar el documental a plena
pantalla.