EL HONOR
Antonio
Campillo Ruiz
Joaquín
Ruiz Baeza
El
leve ¡clic! del cerrojo, atrancado durante tanto tiempo, sobresaltó a la niña
que miró hacia todos lados asustada. Su hermano había podido abrir con suavidad
la cerradura de la puerta de la habitación que se mantenía cerrada desde
siempre. Los dos hermanos se miraron y quedaron en silencio tratando de
detectar un ruido, unos pasos, a pesar de tener la certeza de encontrarse solos
en aquella casona de la abuela con múltiples habitaciones, en cuyas paredes había tapices traídos de ciudades muy lejanas. Aquella tarde, como todas, habían comprado hierba en “El Yerbero” y la habían depositado primorosamente en el corral donde sus padres criaban conejos y pollos para consumo propio; también habían echado con menos cuidado panizo, cebada y salvado. Cuando terminaron su siempre grata tarea, pues acariciaban los gazapos mientras hambrientos comían, abrieron la puerta de
la casa que, a través de la cocina, daba paso al patio. Trataban de no pisar
las hojas recién caídas de la gran higuera que, plantada en la parte
izquierda, proporcionaba buenas brevas e higos y una fresca sombra
en verano. El miedo les atenazaba pues creían ver personas por todos los rincones del gran patio.
Joaquín con su novia, Solita, y amigos
Aquel
era el día que habían elegido para husmear y tratar de comprender
acontecimientos que no se explicaban o que se susurraban en voz baja sin ser
capaces de entender lo que hablaban los mayores. Empujaron la puerta de la habitación y
un olor húmedo, a cerrado, los envolvió. Un rayo de sol cortaba el polvo que
cayó con un susurro de dolor al girar los goznes de una contraventana, hinchada y ondulada
por el agua de lluvia. Trataron de encender la luz y, a pesar de dar
vueltas y vueltas a la llave de palomilla, la bombilla colgada de un cable del techo no se iluminó. Se adivinaban muebles amontonados y
arcones de madera. El hermano se dirigió a la ventana y, no con poco esfuerzo, pudo abrir las clavijas de las contraventanas y la luz penetró en el mar de
polvo que se formó. En efecto, varias sillas, dos sillones, tres arcones, una maleta, una cama sin colchón y una mesilla de noche con piedra de mármol rojizo, se hacinaban, cubiertos parcialmente por
sábanas blancas, en el clausurado cuarto.
Submarino
C-3 en su puerto base
Submarino
C-3 en Venecia
Se
dirigieron a los arcones y levantaron sus cierres negros. Una gran cantidad de libros
estaban cuidadosamente colocados con los lomos hacia arriba. ¡Qué montón de
libros! Con nerviosismo abrieron el segundo arcón. Papeles, fotografías y aparatos extraños, se encontraban entrelazados en un
abrazo que duraba muchos años. Se sentaron en el suelo y empezaron a revolver
todo lo que les parecía llamativo. Mientras la niña veía las fotografías, su
hermano leía, con la lentitud de su temprana edad, los papeles que se
encontraban escritos a mano o en letras de color azul de una máquina de escribir,
como la que tenía su padre en el despacho de su casa.
ç
Rita
Ruiz Baeza
No comprendió bien el significado de lo escrito, pero separó todo lo que le pareció importante en un montoncito y obligó a su hermana a clasificar
las fotografías por motivos militares, barcos, casas, paisajes, gente sola o
en grupo, etc. Jamás reveló lo que atesoraba y calló hasta que, pasada la adolescencia, comprendió la historia contada por los
vencedores sobre una
asonada, una sublevación, que había sellado los labios de su familia. Cuando pese a la represión todo afloró, supo el alcance de palabras pronunciadas con grandiosas marchas militares y medallas, muchas medallas,
prendidas en las chaquetas de uniformes inmaculados.
Joaquín
Ruiz Baeza
Fue en el Ejército, siendo oficial de la Escala de Complemento, donde aprendió que el
hecho más degradante que puede cometer un militar es la traición y pérdida del
honor (igual que para cualquier persona de bien), aunque el relato de los vencedores haya querido demostrar que el ultraje a sí mismo y a los demás ha sido expiado por los rebeldes con la bendición de unos acuerdos sobre nuestra reciente historia. Tras la guerra muchos hombres de honor y luchadores
incansables por el bienestar de sus conciudadanos murieron, fueron reprimidos o
tuvieron que malvivir a la sombra de países que también los
maltrató y los silenció. Este no fue el caso del tío de aquel muchacho cuya madre era su hermana, Joaquín Ruiz Baeza, marino formado en el navío "Galatea" y cabo electricista del submarino C-3, que defendió la libertad y el honor respetando la
voluntad de la mayoría de los españoles.
Joaquín
Ruiz Baeza
Defendiendo Málaga de posibles bombardeos desde el mar, a bordo del submarino C-3,
leal a la República Española, Joaquín y sus compañeros, marinos aguerridos y
con voluntad de ejercer su cometido de salvaguardas de la población civil, el
día 12 de diciembre de 1936, encontraron la muerte cuando su barco fue hundido por un torpedo lanzado desde el
submarino U-34 alemán, con el consentimiento expreso del mando de las tropas sublevadas contra el Gobierno Constitucional, elegido libremente por el pueblo. Este
acto de piratería, ya que Alemania no se encontraba en estado de guerra contra el
Estado Español, ha venido a ser un suceso inédito en la Armada española: se lo ha silenciado y tergiversado tratando de confundir a la opinión pública para que no queden pistas que pusieran de manifiesto la traición, la vergüenza y el deshonor, del "caudillo elegido por la gracia de Dios".
En “Los sueños perdidos.
Crónica de un marino español” de Rita
Campillo Ruiz, la niña que ayudaba a clasificar documentos y fotografías a
su hermano escribió cómo se desarrolló todo un proceso de persecución a muerte
de un submarino que era la envidia de todos los militares honrados y con honor
por su valentía y expuestas misiones, tanto en tiempo de paz como en tiempo de la
asonada que provocó la muerte de más de un millón de personas, destruyó
ilusiones, constriñó desde la palabra hasta el pensamiento, y destruyó lo que significa la palabra honor. Ayer, día 13 de diciembre de 2014, se celebró
el septuagésimo octavo aniversario del comunicado de guerra que confirmaba la muerte de la dotación del C-3 y su
hundimiento, producido el día anterior. Dos marinos pudieron salvarse por encontrarse en la cubierta y, por fortuna, ya no resonarán los cantos
de burla del general golpista Queipo de Llano entonando la maldita cancioncilla:
“¿Dónde está el C-3, matarilerilerile?
¿Dónde está el C-3, matarilerilerón?
En el fondo del mar, matarilerilerile
En el fondo del mar, matarilerilerón”
trasluciendo
su afán de dominar a través del poder, verdadera obsesión de los débiles como
dice Rita Campillo en su libro. Tras dar la orden "Rohr ein Feuer” y comprobado el
hundimiento, se retransmitió el siguiente mensaje desde el U-34:
Mensaje F.T. 1603. “1419 U-Boot C Klasse vor Málaga
versenkt”,
“A las 14:19 hundido
un submarino clase C ante Málaga”.
En su cuaderno de bitácora, el Capitán Leutenant Harald Grosse escribió:
“Hoy, 12 de
diciembre de 1936, a la altura de Málaga torpedeado y hundido el submarino
español C-3”.
El mensaje retransmitido por el capitán del U-34,
tan concreto como lacónico, confirmó la muerte de unos marinos que impregnaron
de honor y valentía las miserias de una guerra que ni la provocaron ni les
dejaron acabar:
Comunicado
oficial del hundimiento del C-3
NOTA ADICIONAL: El libro “Los sueños perdidos. Crónica de
un marino español”
puede leerse íntegramente en la siguiente dirección: