miércoles, 30 de noviembre de 2016

CRÓNICA DE UNA ANÉCDOTA

COMANDANTE FIDEL CASTRO

Antonio Campillo Ruiz
“Cuando un pueblo enérgico y viril llora,
la injusticia tiembla.” 


Fidel Castro


   Conocí personalmente a Fidel Castro durante el primer viaje del Aula Navegante de Estudios Iberoamericanos. El “J.J. Sister”, rebautizado “Guanahani”, fondeó en la isla de la que copio su nuevo nombre, en las Bahamas, la madrugada del día 12 de octubre, como primera escala, tal cual hizo  Cristóbal Colón en su primer viaje al Nuevo Mundo. De allí partió hacia su segunda escala, La Habana. Un revuelo de intranquilidad se apoderó de oficiales y marinos cuando, al llegar a las aguas territoriales de Cuba, aparatos de medida, navegación vía satélite y electrónicos se volvieron un poco locos, indicando parámetros contrapuestos. Sí, se trataba de los satélites que EE.UU. mantiene, en lugar geoestacionario, sobre la Isla para provocar todo tipo de interferencias electromagnéticas. Capitán y oficiales de a bordo buscaron con nerviosismo las cartas de navegación sobre papel y trazaron nuevamente el rumbo, lento, cuidadoso por los peligrosos cayos y arrecifes. El viaje se alargó dos horas, tiempo que esperó Fidel Castro, todo su gobierno, altos cargos de la nación y una nube de pioneros en el muelle donde atracaría. De pie, con la paciencia que caracteriza a un amigo que espera dar un abrazo a quien llega desde lejos.

“J. J. SISTER”, rebautizado “GUANAHANI”

   Fue el primer gesto que honró a un Jefe de Gobierno ante un hecho realizado con la intención de provocar daño a todo aquel que manifestase el cariño de acercarse a saludar a un cubano, a un pueblo aislado por la intransigencia de los “dueños” del mundo. 

   Al desembarcar, ante la multitud de cubanos y un recibimiento tan cálido como el carácter del pueblo, entre unos y otros, casi sin darme cuenta me encontré ante un pequeño gigante rígidamente vestido por su impenitente traje militar de color verde oliva, Fidel Castro. Alto, majestuoso y dando la mano o un abrazo, uno a uno, a todos los que llegábamos de su otra Patria. Al apretar su mano y dar una palmada a su espalda, él repitió el gesto y sería una veleidad tratar de expresar en este momento el aurea que le envolvía y la sensación de amistad, bondad y camaradería que le rodeaba. Inaudito. Inusual su campechanería y sonrisas a unos y otros. Profesores y alumnos, sin dejar uno, con la paciencia de su larga espera, fueron saludados y amablemente recibidos por Fidel y todo su gobierno. Los pioneros ponían la nota de color con sus rojos pañuelos al cuello e intercambio de preguntas y jolgorio. Acabados los saludos, todavía Fidel estaba mirando hacia el barco. Solícitamente, el Jefe de la expedición le preguntó qué esperaba, a lo que respondió: “… espero a la tripulación, ellos también han venido con ustedes, es más les han traído a ustedes ¿no?” Con rapidez y agitadamente el capitán dio orden de que bajasen todos los marinos del barco excepto los que estaban de guardia. Fidel insistió diciendo: “… no capitán, estos soldados y marinos hermanos cuidarán de su barco pero sus marinos se vienen con nosotros, son hermanos iguales que usted”. Bajó toda la tripulación, los saludó cordialmente uno a uno y en los transportes habilitados nos trasladaron a todos a la residencia oficial del gobierno en La Habana. En los grandes y parcos salones plenos de grandes plantas tropicales creciendo en su suelo original, se había preparado un gran banquete de bienvenida que contenía desde un pote tradicional de habichuelas hasta las barricas de viejo ron y puros de todo tipo de fabricación propia. Sus diseñadores no pretendieron agasajar apabullando con manjares sino exponer todas las tradiciones de un pueblo que fue colonia española y en el que perduraban tradiciones culinarias bien conocidas por quienes estuvieron, en otra época, allí. Nadie se atrevía a tocar nada de las mesas porque observarlas era tan bello plásticamente como importante para su estudio antropológico. Fidel empujaba con los brazos abiertos a todos hacia la imperiosa curiosidad de apreciar tales alimentos y en pocos segundos una fiesta espontánea, una alegría curiosa y compartida se apoderó de todos, incluyendo a los importantes hombres y mujeres del Gobierno.


   A la sazón, Paco, un compañero que llevaba un cuadro para el Museo de Arte Moderno de la Habana como regalo del Ayuntamiento de Granada, cargaba con él ayudado por mis brazos, ya cansados. Fidel nos invitó a entrar a una habitación y, con el Ministro de Deportes y Cultura, Alberto Juantorena, el campeón olímpico de 400 y 800 m. lisos en Montreal, 1976, nos sentamos los cuatro en el recinto. Tuvimos una charla tan agradable como importante acerca de la pintura, del viaje, de la necesidad de la enseñanza y del saber, del buen ron y del tabaco. Fidel, introduciendo su mano en el bolsillo interior de su chaqueta, sacó dos Cohibas y nos lo ofreció a Paco y a mí. Otro lo preparó para él. Con el gusto de compartir hasta lo que fue su símbolo durante los años de la guerra contra Batista, encendimos los puros y seguimos hablando por más de media hora. Requerido por la marabunta en la que se había convertido aquella improvisada fiesta, Fidel se despidió de mí como si desde siempre hubiésemos estado hablando, siendo, que le tuve que explicar dónde estaba Murcia y en qué rinconcito le esperaría para enseñarle una agricultura muy rentable y bien estructurada, de la que estuvimos hablando con gran interés por su parte, y un mar interior que le gustaría. Al salir a los salones nos abuchearon por secuestrarle tanto tiempo y la satisfacción de Paco y mía fue mayor. Probamos un ron que los compañeros habían rescatado de sus cien años de crianza y terminamos de fumar el Cohiba. Nos integramos a la fiesta y a altas horas de la madrugada, por las silenciosas y oscuras calles de una Habana durmiente, iluminadas por débiles lámparas de gas con su nerviosa llama flameando al viento, caminamos conociendo sombras y rincones peculiares, desde la residencia hasta el muelle. Durante el trayecto noté cómo la humedad caribeña, los excesos de comida y bebida y, especialmente, el humo de aquel inmenso cigarro, iban haciendo mella en mis bronquios y una tos cada vez más impertinente fue apareciendo. Al día siguiente, con los estudiantes de Historia del Arte, Birkin, Antonio y Raúl, salimos hacia la Bodeguita del Medio y todo un gran paseo con tropezones de mojitos y daiquiris, a la vez que mis bronquios se transformaban en unas débiles láminas que se agitaban paso a paso. Fue igual. Seguimos hasta el final pero… pero… ¡Ay! Con la promesa expresa de que jamás, jamás, volvería a tener un malestar como aquel por fumar. Y hasta hoy. Así fue y será hasta que nos veamos otra vez en las Pléyades, amigo Fidel: hiciste que dejase de fumar en la Isla con aquel cigarro, a pesar de ser productora exquisita de tabaco de la mejor calidad y amorosamente liado.


   Después, otras dos veces he tenido el honor de estar juntos por otros motivos. Podremos hablar de palabras como Estado, prisión, imperialismo palurdo, Guantánamo, guetos en playas de Miami, sociedad occidental, democrácia, libertad... lo haremos… pero ha sido un honor poder hablar y planificar diversos aspectos provechosos para la Isla con el último rebelde con causa, por su inmensa comprensión hacia todos y para todos los compañeros y hermanos, como llamaba siempre a las personas, sus conciudadanos. Siempre recordando la anécdota y siempre explicándote dónde estaba y cuándo vendrías a Murcia… Tu Revolución, Fidel, te ha absorbido la vida que has dedicado a una sociedad diferente y muy desconocida por el resto de ciudadanos de este mundo que sí, ha cambiado porque ya ha habido un Presidente negro en la Casa Blanca a la vez que un Papa latinoamericano, como predijiste. 
Antonio Campillo Ruiz 


             

3 comentarios:

  1. Bonito y encendido homenaje, querido maestro, a un hombre que solo la historia y el tiempo, sabrá juzgarlo en su verdadera magnitud, humana, social y política.
    Un abrazo muy fuerte, amigo y, ah, eres una caja de sorpresas ... interesantes sorpresas

    ResponderEliminar
  2. Amigo Antonio, después de leer tu post, me quedo con tantas dudas como seguramente tu también las tuvistes en la visita al líder Cubano, pero la cercanía que se percibe ante una persona de un régimen de izquierdas y que bien describes, no es igual que si fuera uno de derechas, esa es la diferencia, la izquierda acoge a la persona, la derecha se sirve de ella.
    Un abrazo de izquierdas

    ResponderEliminar
  3. No sabía yo estas cosas de usted Don Antonio.
    Cuba resistirá ya que los cubanos han aprendido a pensar, cosa que no es muy normal en el resto del mundo.
    Un abrazo

    ResponderEliminar