miércoles, 22 de noviembre de 2017

DELICADA BELLEZA PRETÉRITA

EL ANTICUARIO

Antonio Campillo Ruiz


   Oler lo antiguo. No lo viejo. Viejo y antiguo no es lo mismo. Son dos definiciones y causas de que un objeto, sea cual sea, posea un valor y belleza especial o que solamente se trate de algo usado y desgastado por el paso del tiempo. Oler a antiguo es apreciar el aroma de una trastienda plena de objetos de todo tipo, apreciar otras épocas y su magia. Husmear entre antigüedades supone convertirse en un pequeño ratón que habita entre los entresijos de una coqueta, un cajón sin fondo completo o un jarrón.


   Los viajes en el tiempo son realizados con una facilidad sorprendente. Se saben estilos, tipos de objetos preferidos en cada época, nombres, terminología específica, trato… ¡Ah! El trato para llegar a un acuerdo beneficioso para vendedor y comprador. Psicológicamente es tan grato, tan de miradas escamoteadas de uno al otro, tensión en la voz y, como siempre, las ganas de vender o comprar. Este aspecto es determinante para quien posee una joya antigua y quien se enamora de ella.


   Entre los curiosos y habituales de las zonas en las que el anticuario establece su tienda, plena de objetos de todo tipo que poseen una edad de más de cincuenta años, llegando a alcanzar siglos cuando aparece una casa por desmontar, una habitación que siempre ha servido para almacenar colecciones de los bisabuelos o anteriores parientes, siempre se encuentran escritores, pintores “al minuto”, bohemios y personajes que engañan y son engañados, que viven y se adaptan a las condiciones de un mercado que, para muchos, es inútil, vano y exclusivo de grandes cantidades de dinero intercambiadas por extraños, a veces, a cambio de objetos de una belleza y finura extraordinarias.


   Aprender “el oficio” supone saber qué hacer con un objeto viejo para transformarlo en antigüedad. No es fácil. La restauración es un arte de perfección sin igual y multiplica el valor de cualquier pieza varias veces en función de su perfección. Sigue siendo algo viejo y no antiguo pero, ¡ah!, pobre comprador enamorado, su fin será acabar con ella y exhibirla como un trofeo en una vitrina a la vista de amigos y de él mismo. ¡Qué satisfacción poder disfrutar de la belleza esculpida, pintada, tallada! No, no es nada fácil adquirir una afición por unos objetos determinados o simplemente por la diversidad bella sin otro fin que admirarla y disfrutarla en la propia casa y entorno de vida. Cuando se adquiere, existe un grave problema que se interpone entre ella y el comprador, su originalidad, su alma, su origen, su trato con el anticuario, su precio, su categoría como objeto y aplicación posible y, por fin, su ubicación en el lugar idóneo para ser admirada.   


   Salir a buscar esa butaca modernista, ese jarrón estilo Carlos V de Bohemia, esa cerámica o esa lámpara de bronce a la cera perdida, única y majestuosa, plagada de medallones de cristal de La Granja, no es una labor nimia. Es muy costoso elegir, valorar, comprobar y dejarse llevar por el peculiar gusto de quien la encuentra y quien la ha limpiado, restaurado sin que se aprecie ni un mínimo defecto posterior. El anticuario es siempre paciente, trata de vender más de lo que compra, se debe adaptar al vaivén de los precios y el poder adquisitivo de un mercado que, posiblemente, no va a tener utilidad excepto para la exposición y el placer de ser contemplado.


   Lenta pero con maestría, llevará hasta el punto de no retorno a quien posee una atracción irresistible hacia aquel libro, carta de navegación o bastón. Cuando todo se resuelve con satisfacción para ambos, cuando el cambio se produce, unos papeles de uso cotidiano a cambio de luz, color, pincel de largo trazado, talla o repujado, se valoran como se debe, como un éxito de quien ha encontrado lo que siempre ha buscado. 

Antonio Campillo Ruiz


Se recomienda visionar el vídeo a plena pantalla. 

5 comentarios:

  1. El aroma del tiempo, Antonio, qué gozo pasear por entre las cosas bellas que nos cuentas y enseñas, sobre todo sabiendo que fueron creadas con la satisfacción del trabajo bien hecho. Este tercer sentido es el mío.

    Una vez me regalaron una pequeña cajita de cedro libanés, que según contaron los vendedores había servido para guardar esos collares de monedas que las bailarinas árabes se colocan en la cintura. Hacía muchos años que estaba vacía y todavía, con sólo levantar la tapa te envolvía un aroma dulce y carnal, algo vivo. Seguro que entre las paredes que nos muestras flotaba algún perfume.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Cierto, Anamaría, los perfumes… Olores a maderas, lacas, pinturas, carcomas… Los perfumes del arte que no podemos expresar en palabras. Sí, es una pequeña asignatura pendiente que se ha quedado por el camino de esta mínima descripción de los lugares plenos de la belleza realizada con parsimonia, serenamente, con primor y amor. Sí, este es el secreto, mi querida amiga, trabajos tan cuidados que ya no suelen estar permitidos por la monótona, pertinaz y anómala sociedad de las prisas y la barbarie. Desde este momento, los olores deben encontrarse en las palabras, trataré de hacer un “odopalabras” en cada una de las publicaciones que, también con serenidad y amor, trato de escribir. Un gran abrazo, Anamaría.

      Eliminar
  2. Me encantaría, Antonio, que dedicaras también uno de tus trabajos a los humildes anticuarios. Los chamarileros. Que seguro tú también habrás conocido por las muchas ciudades que has visitado. Ellos, raramente en sus objetos de lance tienen obras de valor artístico pero, sin embargo, puedes encontrar cosas muy curiosas, en desuso, que te llevan a conocer un poco cómo se vivía y trabajaba años ha. Una vez compré a uno de ellos unos extraños artilugios de barbería, entonces se llamaban así las hoy peluquería de caballeros, para regalárselos a un sobrino que iba a abrir una moderna peluquería en Málaga. Los ha colocado en una vitrina y, es lo que más llama la atención a los clientes.
    Esperando tu próxima entrega, un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues hemos estado en comunión, querida Tía Conchi. Ya tengo grabados unos planos de “Los chamarileros”, que, como sabes, muchos de ellos son muy amigos y hemos intercambiado, comprado y vendido entre nosotros muchos objetos únicos. Los dos últimos fueron dos “sacapuntas para lápices de manivela”, uno de metal con cajoncillo para las virutas y varios tamaños de lápices, el otro, realizado con la primera “bakelita” que se sintetizó en Alemania, redondito y de color rojo, con cajoncillo pero de sólo un tamaño de lápiz. Los dos últimos que he encontrado en tres años. No existen a la venta excepto para los coleccionistas. Y, desafortunadamente, fueron dos regalos para amigos. Me quedé con el mío metálico, más antiguo que estos, cuando tenía que haberme quedado también con el segundo. Por tanto, sí, tendrán su rincón en un especial. Me encanta que hayamos coincidido y que me lo recuerdes. Un gran abrazo.

      Eliminar
  3. Qué pena que no haya iconos en este medio. Te pondría unos cuantos aplausos.
    Te prometo un bonito sacapuntas antiguo con su cajoncito y todo para compensar los que generosamente regalaste. Un abrazo.

    ResponderEliminar