jueves, 16 de agosto de 2018

SENSACIONES


AMANTES Y MÚSICA

Antonio Campillo Ruiz 


   Sí, hacía tiempo que la monotonía era sinónimo de la imperfecta unión en la que se había convertido, casi sin apreciarla conscientemente, la cotidiana realidad de un instante tras otro. Era lo que siempre habían tratado de evitar aprendiendo, anticipadamente, de las enseñanzas que la experiencia de quienes habían sido atacados por la invariabilidad de la uniformidad, transmitían, no sin pesar. La confianza, en su capacidad para variar la línea recta por la que se había trazado un camino que se apreciaba sin retorno, era potente y la solución debería de encontrarse en las miles de posibilidades de cambios inesperados, sorprendentes, posiblemente jamás probados. Cuando, tras ensayar una y otra vez, se propuso realizar la experiencia, viviendo y sintiendo en el instante en el que la sorpresa alcanzaba la curiosidad, comprobó que podría ser necesario un elemento externo que proporcionase la inmaterial sensación que pretendía alcanzar..



   Estaba seguro de poder descubrir lo desconocido. Aquello que para él se había convertido en un elemento indispensable para conseguir vibrar como la cuerda de un instrumento musical y emitir un sonido puro, unísono con su amada, cuando la excitación empezase a provocar la erupción del ardiente placer más grande que, brotado de la naturaleza, creía conocer. Sus cuerpos debían pelear por saberse, darse, rozarse, poseerse, agotarse y estallar con la presión que provoca tenerse.


   Durante las noches serenas, iluminadas por campánulas destellantes, las propuestas eran tan curiosas como poco experimentadas. Por ello, tratando de confeccionar un artilugio inmaterial muy perfeccionado, inició su utilización por medio de roces sincronizados que emitían la melodía que aportaba la percepción de idéntica frecuencia que los amantes captaban en el momento de apreciar un ligero aumento del placer. Podría ser debido a la casualidad o a la bondad del método que se experimentaba. Se tendría que aumentar la cantidad de posibles soluciones y aplicarlas a la vez pues, las dosis que se necesitaban para una completa recuperación, tendrían que aportar unas gotas de confianza, mil sensaciones soñadas e, incluso, una laxitud activa hecha y recibida con igual fortuna.


   Los compases se difundían por los cuerpos con tanta posesión como agradecimiento. Al aumentar el tiempo de sincronismo disminuía la atención hacia la inoperante pasividad anterior y una actividad desconocida se apoderaba de lo establecido anulándolo, cambiándolo. Ambos comprobaron que, al incidir la luz en las pequeñas gotas de sudor de sus cuerpos, un mar de colores flotaba en una atmósfera cuajada del aroma de miles de sensaciones, tan innovadoras y originales como placenteras. Pareciese que la experiencia estaba llegando a su reconocimiento y aceptación en estas primeras ocasiones. Ahora, con la serenidad que proporciona la experiencia, una vez tras otra, se repetirían hasta los mínimos movimientos y los espasmos que provocaban, no sólo pequeños roces, sino enormes palpaciones que provocaban palpitaciones desenfrenadas.       


Antonio Campillo Ruiz



Es aconsejable visionar el montaje a plena pantalla.

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