domingo, 14 de marzo de 2010

RITA HAYWORTH, UNA MUJER


RITA HAYWORTH, “GILDA”

Antonio Campillo Ruiz 
                                          La censura es la herramienta de                                         aquellos que necesitan esconder                                            la realidad a sí mismos y a otros

                                                               Charles Bukowsk



   Es posible que Margarita Carmen Cansino, Rita Hayworth, no esperase el enorme éxito que, como mito erótico, le proporcionó “Gilda” de Charles Vidor en 1946. España, aquella España de los años cuarenta y cincuenta, era diferente en todo a cualquier otro país. Y era así por una palabra que se ha extendido por todos los ámbitos de la cultura, el saber y la sociedad, durante más de cuarenta años: Censura.

   Hablar de “Gilda” sin hacer alusión a la censura española de los años mencionados es prácticamente imposible. Existen dos expedientes cuyo grosor es directamente proporcional al escándalo que desataron en una España regida por pseudopolíticos incapaces y la iglesia católica, apostólica y romana:

Expediente número uno: “Gilda”. Aún no se sabe el porqué, pero fue permitida, sin prever la furiosa lluvia de telegramas virulentos que llegaron de los obispos y de las juventudes católicas. A la vez que arreciaba el linchamiento, empezó a correr una leyenda urbana que mantenía que, tras el guante, llegaba el streep tease total. 

Expediente número dos: “Viridiana” de Luis Buñuel, 1961,  estrenada en España en 1977. Tras algunos cortes en el guión, la película de Buñuel sorteó la censura y ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes, única hasta hoy. Pero el horror que causó en el Vaticano se saldó con la cabeza del director general de Cinematografía y con el inicio de una campaña diplomática para que la película se prohibiera en países como Argentina. Juan Antonio Bardem, a raíz de estos acontecimientos y otros muchos que tuvieron lugar en los años 50 del siglo pasado, lanzó su “corrosivo dictamen”: "El cine español es políticamente ineficaz, socialmente falso, intelectualmente ínfimo, estéticamente nulo e industrialmente raquítico".

   Igualmente, es fundamental, al hablar de la censura, citar el impagable documento que recoge el libro de Román Gubern «Un cine para el cadalso». Es el documento que se refiere a la carta que el entonces embajador español en Italia Sánchez Bella envió al ministro de Asuntos Exteriores, cuando comprobó que se había elegido «El verdugo» de Luis García Berlanga, 1963, para representar a España en Venecia. Habló de que se trataba de una película que entraba de lleno en la campaña judeo-masónica-comunista desatada contra España y abogó, ya que  se había metido un gol a la administración española, por demostrar que servirse de semejante cinta para un festival era signo de la permisividad española (téngase en cuenta que la película se estrenó poco después del fusilamiento de Julián Grimau, causante de la campaña internacional de repulsa contra España).

   En cualquier caso, la intervención de la iglesia católica, con el odio difícilmente comprensible de determinados sectores eclesiásticos contra el cine, a pesar de que Pío XII se autodenominaba “cinéfilo”, era irracional: el jesuita Ayala, un hombre muy influyente en la formación de las élites dirigentes, aseguraba que «El cine es la calamidad más grande que ha caído sobre el mundo desde Adán acá. Más calamidad que el diluvio universal, que la guerra mundial y la bomba atómica».


   El gran  clásico Gilda  fue un escándalo imponente en su época (hoy estaría recomendado para todos los públicos). Grupos de falangistas se apostaban frente a los cines para insultar a los que compraban las entradas, arrojar cubos de pintura al cartel y hasta tirar tinteros a la pantalla. El público estaba tan acostumbrado a ver las películas con tantos cortes de tijeras que se rumoreaba que Rita Hayworth seguía quitándose ropa después del guante pero que las imágenes habían sido escamoteadas por la censura franquista. 

   La película convirtió a Rita Hayworth en un mito erótico de un nivel sólo comparable al que más adelante alcanzarían Marylin Monroe, Rachel Welch, Kim Basinger o Sharon Stone. La forma tan sensual de bailar y desnudar el brazo era más transgresora  que cualquier escena erótica, si verdaderamente lo es, que podamos ver en la actualidad. Tanto erotismo suscitó enormes iras en la España franquista. La película consiguió estrenarse a pesar de la prohibición de la iglesia, que amenazó con la excomunión a todos los espectadores que fueran a verla.


A las demoledoras críticas, acciones fascistas y clamorosos disparates eclesiásticos acerca de “Gilda”, se deben unir la falta de un sereno visionado por algunos espectadores que, posteriormente, facilitaron el acrecentamiento del mito añadiendo aspectos o escenas inexistentes. El más singular de los “añadidos” es el que, en “textos respetables”, explicaba a los posibles espectadores: “… la bofetada que Gilda pega a Johnny Farell (Glen Ford)…” (con su variante: “… la bofetada que Johnny Farrel pega a Gilda después de que ella le propinase una a él…” ). Las preguntas inmediatas son obvias: ¿qué película han visto estos críticos de pacotilla?, ¿cómo se puede criticar o escribir algo que no se encuentra en la película? 

   Rita Hayworyh, Gilda, fue la mujer más deseada en su tiempo. Fue la novia de Hollywood. Ella nunca sintió tener límites. Ni en su carrera, ni en su vida. Su límite fue siempre la secreta y pública admiración de los hombres.

   Antes de cumplir los 50 años empezó a tener problemas de memoria. Padecía Alzheimer, que se confundió con alcoholismo. Murió en el año 1987, a los 68 años, víctima de dicha enfermedad, que padecía desde la década de 1960, pero que no le fue diagnosticada hasta 1980. Ni siquiera recogió la consideración del público que la adoraba. Quienes la odiaban, inmersos en su propia miseria, se encargaron de ensuciar a una mujer excepcional que padeció una enfermedad terrible.



1 comentario: