EN LAS ISLAS SALOMÓN…
Antonio Campillo Ruiz
El grito, Edvard Munch
EN LAS ISLAS SALOMÓN…
En las islas Salomón, en el sur del Pacífico, algunos lugareños practican una forma única de tala de árboles. Si un árbol es demasiado grande para ser talado con un hacha, los nativos lo hacen caer a gritos. (No tengo a mano el artículo, pero juro que lo he leído.) Los leñadores con poderes especiales se suben a un árbol exactamente al amanecer y, de pronto, le gritan con toda la fuerza de sus pulmones. Lo harán durante treinta días. El árbol muere y se derrumba. La teoría es que los gritos matan al espíritu del árbol. Según los lugareños, da siempre resultado.
¡Ay, esos pobres inocentes ingenuos! ¡Qué extraños y encantadores hábitos los de la jungla! Gritarle a los árboles, vaya cosa. ¡Qué primitivo! Lástima que no tengan las ventajas de la tecnología moderna y de la mentalidad científica.
¿Y yo? Yo le grito a mi mujer. Y le grito al teléfono y a la segadora del césped. Y le grito a la televisión y al periódico y a mis hijos. Incluso se dice que he agitado el puño y le he gritado al cielo algunas veces.
El hombre de la puerta de al lado le grita mucho a su coche. Y este verano le oí gritarle a una escalera de tijera durante casi toda una tarde. Nosotros, la gente educada, urbana y moderna, le gritamos al tráfico y a los árbitros y a las facturas y a los bancos y a las máquinas…, sobre todo a las máquinas. Las máquinas y los parientes se llevan la mayor parte de los gritos.
Yo no sé lo que hay de bueno en ello. Las máquinas y las cosas siguen en su sitio. Ni siquiera darles patadas sirve a veces para nada. En cuanto a las personas, bueno, los isleños de Salomón pueden apuntarse un tanto. Gritarle a cosas vivas puede hacer que muera el espíritu que hay en ellas. Los palos y las piedras pueden romper nuestros huesos, pero las palabras rompen nuestros corazones.
Robert Fulghum
Una enorme verdad, Antonio C. Las palabras hieren mas que las balas y chillar es para eso, para matar los malos espíritus porque deben ser sordos. Otro día re contaré lo de los gritos y mis problemas con el "Gaes", que acabarán matándome.
ResponderEliminarYo le hablaba en amososo susurro a una mata de Maria que alcanzó por lo menos tres metros de altura y la frondosidad de un limonero viejo. Le hablaba en los atardeceres y ella me regalaba con su embriagador aroma, emulando al galan de noche que ocupa el rincon opuesto del jardin. Cuando descubri que tenia gusanos (la temida "rosquilla negra") me puse a gritrles descompuesto y los jodios, copiando a la procesionaria, salieton corriendo, aterrorizados, en fila india. Por cierto, ¿porque se llama fila india?
ResponderEliminarMe resultan muy desagradables los gritos, me estresan las personas que van por la vida chillando a los demás, parece como si de esta forma, alzando la voz, intentaran ser más prepotentes y que se les hiciera más caso, cuando lo que se consigue con los gritos, es que resulten antipáticos y desagradables, y consiguen romper la paz, la armonía y la delicadeza de los momentos.
ResponderEliminarAunque también, es cierto, como dice un refrán: "Perro ladrador poco mordedor", y que incluso, hay personas que "las matan callando", y que sin gritar, pueden hacer mucho más daño que las que chillan, por sus malos actos, o en cambio, otros que no gritan, pueden hablar con palabras suaves pero muy dañiñas, tanto como cuchillos clavados en el corazón.
La conclusión que saco es que, antes de decir las cosas, hay que pensarlas para no hacer daño a quién se las dice, no solo en gritos, sino en su significado.
Interesante siempre lo que compartes, es un placer reflexionar con los relatos que compartes, Antonio.
Besos.
As palavras são grandes armas. Devemos ter cuidado quando as manejamos sob pena de matarmos almas.
ResponderEliminarUm grande beijo querido amigo
A pesar de todo, Enrique, chillar a quien posee el poder de dilucidar lo bueno y lo malo, los dioses de cualquier categoría, creo que, además de matar la maldad, es un buen ejercicio respiratorio.
ResponderEliminar¡Inspirar, gritar, espirar!
¡Inspirar, gritar, espirar!
¡Sano, sano!
Enrique, consulta "alguna acepción" de la RAE sobre la palabra "espirar". Interesante ¿no?
Un fuerte abrazo, Enrique.
Me ha encantado esa manera de talar árboles.
ResponderEliminarLos gritos son un arma de destrucción masiva al alcance de cualquier descerebrado. Pero hay cosas que se aprenden en la escuela infantil o ya no se aprenden nunca.
En mi aula colgué este letrerito: "Hacer sufrir es la peor forma de equivocarse".
Un abrazo.
P.S. ¿Para cuándo una explicación, que entendamos, sobre los neutrinos?
Mariano, eres tan dulce como el olor del galán. Yo también tengo uno enorme que me endulza las noches. Tus plantas no poseen ni una pizca de stress.
ResponderEliminar¡Ah! pero cuando aparece la temida rosquilla negra te imagino como Christopher Leiningen, Charlton Heston, en "Cuando ruge la marabunta", que todavía no se había enamorado de Mesala porque estaba casado (aunque fuese por poderes), con la bellísima Eleanor Parker.
Tu método es muy eficaz: las ahuyentas con desaforados gritos y las jodías, como habían visto "Centauros del desierto" sabían que John Ford había inventado el ataque perfecto poniendo a todos los indios, en desenfilada, a ambos lados de los “buenos”, entre ellos Cachazas Wayne, caminado sigilosamente en fila.
Los indios, bastante paletos, hicieron el idem y murieron por ir en fila. De ahí el dicho: "¡Yeehhyyy, tú!, no seas cateto que en fila india no vamos a ninguna parte".
Los bichos copiaron el invento de Ford y escaparon raudos.
Así que, Mariano, "fila india" es un concepto inventado por John Ford y seguido a milpies juntillas por la procesionaria y rosquilla negra.
Un enorme abrazo, Mariano
Carla, gritar no significa tener razón. Se grita para denotar un poder del que se carece.
ResponderEliminarSí, Carla, en general el comportamiento de un animal depredador es similar al de ciertos humanos: cuando aúllan fuerte, generalmente son inofensivos porque su propio miedo a ser menos fuerte le impide tener razón y cuando es sigiloso es cuando hay que temerle porque entonces muerde.
Los aborígenes de las islas Salomón saben que gritar mata porque gritar es como penetrar en el interior del espíritu del ser vivo al que se dirige el alarido. Y un mes de alaridos rompe la quietud interior del corazón de quien es humillado, despreciado, minusvalorado.
Un fuerte abrazo. Carla.
Sí, Gisa, las palabras son armas arrojadizas muy peligrosas.
ResponderEliminarEl problema es que pueden volverse contra quien las pronuncia como un boomerang. Es entonces cuando las palabras deben adquirir su verdadero sentido.
Si son palabras agradables, al volver resultarán acariciantes.
Si son palabras desagradables, al volver se convertirán en armas que destruyen el espíritu de quien las ha pronunciado.
Un fuerte abrazo, Gisa.
Thornton, si además las palabras son pronunciadas en foros de poder, su destrucción masiva se transforma en aniquilamiento total.
ResponderEliminarCreo, como tú, que se debe aprender en la escuela infantil pero con un pequeño “bagaje inicial” surgido del entorno en el que se convive.
El sufrimiento lo provocan los necios cuando utilizan las palabras para dañar lo intangible, lo personal, lo irreparable.
Pues…, estoy en ello, Thornton. Existen (existen, porque ya están empezados) varios proyectos que se van recomponiendo casi todos a la vez. Pero…, esta inmersión en la belleza de las palabras me tiene atrapado. Te prometo que todas las dimensiones, partículas y lo que creo que actualmente son pequeños “ataques” a teorías tan maravillosas como incomprendidas, las comprenderemos algún día.
Un inmenso abrazo, Manri.
Lo hecho Antonio C, es cierto, muy interesante y, parcialmente, inesperado.
ResponderEliminarA quien le sobra la razón, no le hace falta gritar. Y quien grita, la pierde.
ResponderEliminarDetesto ese "matar el espíritu" a través de gritos, que conseguirán talar árboles pero nunca plantarlos.
Cómo me ha gustado tu entrada de hoy Antonio. Gracias.
Un fuerte abrazo.
si es para gritar y matas atar de matar,
ResponderEliminarentonces hagamos silencio.
miabraço,
de la mancha
Sí, Enrique, es parcialmente sorprendente. Creo que por esta institución no ha pasado el tiempo durante tantos años...
ResponderEliminarUn abrazo.
Marisa, tu excelente razonamiento debe llegar hasta las islas Salomóm.
ResponderEliminarQuizás, comprendiéndolo, los aborígenes enseñen a los civilizados conceptos tan sencillos como la futilidad del uso desmedido. El maltrato a los recursos sin posibilidad de renovación. Lo innecesario que resulta el enfado consigo mismo y, desde él, la irracionalidad hacia los demás.
El futuro llegará a ser presente y entonces, cuando los espíritus estén vencidos y los seres vivos rotos, sólo existirá el pasado.
Un fuerte abrazo, Marisa.
Tienes razón, amigo Luis Eustaquio, El silencio debe ser más importante que muchos de los gritos que se expulsan irracionalmente desde gargantas irritadas.
ResponderEliminarGracias por tu perspicaz apreciación, amigo. Nos seguiremos leyendo.
Un gran saludo.