Antonio Campillo
Ruiz
El telar producía
un sonido acompasado y monótono. La lanzadera corría de un lado a otro empujada
por la fuerza de aquellas manos que se adivinaban fuertes, nudosas, secas. Los
pies cambiaban rítmicamente la base de miles de hilos multicolores. Con
lentitud, martilleando y apretando fuertemente el entretejido, iban apareciendo
unos dibujos que explicaban con brevedad acontecimientos pasados y presentes. Aquellas
sabias manos expresaban con facilidad las sugerencias que, a través de los
vivos colores de una seda pura, teñida con los imborrables tintes obtenidos de
las plantas más extrañas del mundo, suave, hilada con esmero y de una perfección
homogénea, ilustraban con pulcritud enerdecidas batallas, conmovedoras escenas
de amor o importantes hechos sociales.
La trama era
inmensa. El tejido se perdía en el horizonte después de amontonarse con
suavidad al final del telar. Se encontraba apoyado en las nubes blancas que
cubrían la tierra y formaba una sombra larga y estrecha sobra ella. Su extremo
inicial, entrelazado con los rayos de sol, caía por un agujero sobre una inmensa
ciudad que cubría toda la tierra.
Nadie había podido
terminar de leer las imágenes que existían en tan enorme iconografía. Conforme
llegaba a la tierra, miles y miles de personas, arremolinadas en un desorden irreverente,
miraban con interés las imágenes pulcramente elaboradas por el tejedor. Unos
llevaban tijeras y cortaban un trozo de seda, otros le prendían fuego y ardía crepitando; algunos trataban de apagar los retazos de historia y
conseguían rescatar solo unos dibujos chamuscados, otros intentaban impedir que cortasen
partes de las historias pues serían incomprensibles en el futuro. Siempre que lo conseguían, se felicitaban y los censores escapaban por entre las
angostas callejuelas.
El día que el
proveedor de hilos de seda encontró al tejedor muerto sobre el telar, la
producción se paró. El desconcierto se adueñó de los que esperaban la caída del
tejido. El proveedor, turbado, apartó al tejedor y ocupó su lugar en el telar a
pesar de no saber tejer. Empujó la lanzadera sin orden y cambió los hilos con
los pies. Cuando empezó a llegar a la tierra este nuevo tejido todos expresaron
su sorpresa. No se podía entender nada de lo descrito en sus bordados. Miles y
miles de personas suspiraron con alivio y marcharon abandonando su espera. El
tejido cayó y cayó hasta formar una montaña multicolor que escalan los niños
con deleite correteando y jugando por entre sus colores.
Antonio Campillo Ruiz
Um lindo texto. Os teares sempre me encantaram com suas mesclas multicoloridas.
ResponderEliminarUm grande beijo querido amigo
Maravilloso tu texto
ResponderEliminarAntonio tu comentario me hizo seguir escribiendo
ResponderEliminargracias
Y a mí, Gisa. Mirar cómo van apareciendo los colores de los hilos perfectamente entrelazados es como una hipnosis.
ResponderEliminarPor otro lado, es tan complejo, tan increíble, que una sencilla máquina pueda ayudar al artista tejedor con su difícil diseño...
Me encantan los telares y la grandiosa información que se teje con ellos.
Un fuerte abrazo, querida Gisa.
Muchas gracias RECOMENZAR. Me alegro de tu agrado.
ResponderEliminarQuisiera que pudiese ser mejor pero... no soy escritor. Apenas pensador.
Un abrazo, querida amiga.
Pues, ¿sabes qué, amiga MuCha? Me alegro. Poder leerte es un placer además de tu espacio personal de donde siempre aprenderé.
ResponderEliminarUn abrazo, querida amiga.
Nada mas importante que aquello que perdí, amigo Antonio. Un magnífico texto.
ResponderEliminarTu benevolencia es alta, amigo Enrique. A pesar de ello te agradezco y me congratulo de que te haya gustado.
ResponderEliminarY, sí, siempre consideramos lo perdido más importante que lo vivido. Pero, ambos sabemos que no es así.
Lo vivido es nuestro, lo posible fue fruto de una ilusión que se materializó cuando se transformó en realidad: esa es nuestra vida.
Un fuerte abrazo, Enrique.