EL MEJOR DE LOS MUNDOS POSIBLES
Antonio
Campillo Ruiz
Tomasz Setowski
De cómo Cándido fue criado en un hermoso castillo y
de cómo fue arrojado de allí.
Vivía en Westfalia,
en el castillo del señor barón de Thunder-ten-tronckh, un mancebo a quien la
naturaleza había dotado de la índole más apacible. Su fisonomía anunciaba su
alma; tenía juicio bastante recto y espíritu muy simple; por eso, creo, lo
llamaban Cándido. Los antiguos criados de la casa sospechaban que era hijo de
la hermana del señor barón y de un bondadoso y honrado hidalgo de la vecindad,
con quien jamás consintió en casarse la doncella porque él no podía probar
arriba de setenta y un cuarteles, debido a que la injuria de los tiempos había
acabado con el resto de su árbol genealógico.
Era el señor barón
uno de los caballeros más poderosos de Westfalia, pues su castillo tenía puerta
y ventanas; en la sala principal hasta había una colgadura. Los perros del
corral componían una jauría cuando era menester; sus palafreneros eran sus
picadores, y el vicario de la aldea, su primer capellán; todos lo trataban de
"monseñor", todos se echaban a reír cuando decía algún chiste.
La señora baronesa,
que pesaba unas trescientas cincuenta libras, se había granjeado por ello gran
consideración, y recibía las visitas con tal dignidad que la hacía aún más
respetable. Su hija Cunegunda, doncella de diecisiete años, era rubicunda,
fresca, rolliza, apetitosa. El hijo del barón era en todo digno de su padre. El
preceptor Pangloss era el oráculo de la casa, y el pequeño Cándido escuchaba
sus lecciones con la docilidad propia de su edad y su carácter.
Pangloss enseñaba
metafísico-teólogo-cosmólogo-nigología. Probaba admirablemente que no hay
efecto sin causa, y que, en el mejor de los mundos posibles, el castillo de monseñor
el barón era el más hermoso de los castillos, y que la señora baronesa era la
mejor de las baronesas posibles.
Demostrado está,
decía Pangloss, que no pueden ser las cosas de otro modo, porque habiéndose
hecho todo con un fin, éste no puede menos de ser el mejor de los fines. Nótese
que las narices se hicieron para llevar anteojos; por eso nos ponemos anteojos;
las piernas notoriamente para las calzas, y usamos calzas; las piedras para ser
talladas y hacer castillos; por eso su señoría tiene un hermoso castillo: el
barón principal de la provincia ha de estar mejor aposentado que ninguno; y
como los marranos nacieron para que se los coman, todo el año comemos tocino:
en consecuencia, los que afirmaron que todo está bien, han dicho una tontería; debieron
decir que nada puede estar mejor.
Cándido escuchaba
atentamente y creía inocentemente, porque la señorita Cunegunda le parecía muy
hermosa, aunque nunca se había atrevido a decírselo. Deducía que después de la
felicidad de haber nacido barón de Thunder-ten-tronckh, el segundo grado de
felicidad era ser la señorita Cunegunda; el tercero, verla cada día; y el
cuarto, oír al maestro Pangloss, el filósofo más ilustre de la provincia, y,
por consiguiente, de todo el orbe.
Cunegunda,
paseándose un día por los alrededores del castillo, vio entre las matas, en un
tallar que llamaban el parque, al doctor Pangloss que daba una lección de
física experimental a la doncella de su madre, morenita muy graciosa y muy
dócil. Como la señorita Cunegunda tenía gran disposición para las ciencias,
observó sin pestañear las reiteradas experiencias de que era testigo; vio con
claridad la razón suficiente del doctor, sus efectos y sus causas, y regresó
agitada, pensativa, deseosa de aprender, figurándose que bien podría ser ella
la razón suficiente de Cándido, quien podría también ser la suya.
Encontró a Cándido
de vuelta al castillo, y enrojeció; Cándido también enrojeció. Lo saludó
Cunegunda con voz trémula, y contestó Cándido sin saber lo que decía. Al día siguiente,
después de comer, al levantarse de la mesa, se encontraron detrás de un biombo;
Cunegunda dejó caer su pañuelo, Cándido lo recogió; ella le tomó inocentemente
la mano y el joven besó inocentemente la mano de la señorita con singular
vivacidad, sensibilidad y gracia; sus bocas se encontraron, sus ojos se
inflamaron, sus rodillas temblaron, sus manos se extraviaron. En esto estaban
cuando acertó a pasar junto al biombo el señor barón de Thunder-ten-tronckh, y
reparando en tal causa y tal efecto, echó a Cándido del castillo a patadas en
el trasero. Cunegunda se desvaneció; cuando volvió en sí, la señora baronesa le
dio de bofetadas; y todo fue consternación en el más hermoso y agradable de los
castillos posibles.
“Cándido”
François Marie Arouet,
Voltaire
Ah, cómo me lo has recordado, porque mira que hace la tira de años que me leí el libro (estaba estudiando en la Universidad). La prosa de tono antiguo y tinte irónico, una gozada.
ResponderEliminarUn beso, querido Antonio.
Y mira que me gusta este tío...sagaz, elocuente, prosa maravillosa; sutil e hiriente al mismo tiempo. Y si digo que me gusta es también porque sabía capear a las fieras que le ponían en el camino... hablo de su vida personal. Cuantos talentos han aparecido en la Historia, y ahora casi nadie los recuerda...
ResponderEliminarBesos, profesor.
Un abrazo, amigo Antonio.
ResponderEliminarCúantos efectos y causas en tan pocas letras!
ResponderEliminarEl texto tiene una fina ironía que demuestra el ingenio del autor. Sonriendo y entretenida me han tenido Cándido, el barón y demás personajes.
Bicos, querido amigo.
Has traído hasta mi memoria no sólo una historia que ya me gustó en su momento porque representa una auténtica epopeya del desencanto y de la fatalidad, una sátira despiadada del falso optimismo. Has hecho mucho más, me has reunido en la memoria con mi padre con el que la leí en su lengua vernácula.
ResponderEliminarGracias, ha sido un bello regalo, querido Antonio.
Un fuerte abrazo
La ironía, la gracia y el salero no tiene desperdicio. El final, el lógico en esos casos: el criado a la calle a patadas.
ResponderEliminarBesos y feliz viernes.
Qué espléndido, la literatura que más admiro en ese tipo de lenguaje y estilo. Gracias por lo que nos traes.
ResponderEliminarAbrazo fenomenal!
Qué maravilla! (y pobre Cándido que paga el pato de Cunegunda y su curiosidad), contiene tanta ironía en tan reducido párrafo, que se me ha escapado una carcajada, y un sentimiento cada vez más grande de admiración por ese maestro que hilaba con tanta perfección las palabras para mostrar una vez más, una verdad universal: la causa-efecto
ResponderEliminarUn abrazo Antonio, ¡me ha encantado tu entrada!
Pobre Candido. No lo había leido y me has hecho pensar cuantas cosas leí en la biblioteca de mi padre y que me gustaría recordar. Hasta donde yo llegue a ver, en los estudios de mis hijos, solo leían sota, caballo y rey.
ResponderEliminar¡Un gusto como siempre leer tus post! Un abrazo Antonio.
ResponderEliminarYa veo Marcos que en esta historieta como en muchas, el tema del amor acaba en bofetadas
ResponderEliminarYo tenia un primo que lo hacia al revés, primero daba de bofetadas y luego hacían el amor
Salut y Longevidad
Ya veo Marcos que en esta historieta como en muchas, el tema del amor acaba en bofetadas
ResponderEliminarYo tenia un primo que lo hacia al revés, primero daba de bofetadas y luego hacían el amor
Salut y Longevidad
TU IMAGINACION NO TIENE FRONTERAS
ResponderEliminarMIL BESOS
Que buenisimoooo, y de que me extraño yo? si eres tú quien hace estas maestrías.
ResponderEliminarLa foto me ha encantadooo