SIN LA SOLEDAD
Antonio
Campillo Ruiz
Francine van Hove
Cuando se decidió a
salir del agua sabía que aquella brisa marina, fuerte y constante, la haría sentir frío. No se arredraba ante nada que hubiese elegido y el sol, la luz y
la fina arena caliente, la empujaron a experimentar la potencia del masaje que los
suaves pinchazos del agua fresca producían sobre su piel. Corrió hacia las
prendas que la resguardarían de aquel viento pertinaz. Parecía una roca más,
blanca, cuando se sentó sobre la arena, mirando al mar, con el albornoz y
capucha protegiéndola. El vaivén de las olas era relajante, hipnotizador. Desde
luego, estaba segura que sin la soledad no habría podido apreciar las
sensaciones tan placenteras observadas desde que inició el viaje. Dedicaría el
fin de semana a estar sola sin la soledad. Hacía tiempo que trataba de romper
la pasiva monotonía de una soledad compartida. Deseaba intensamente encontrarse
sin la soledad de los demás, solo con la suya, solo con la libertad de reencontrarse
con ella misma y hablarse una a la otra sin ningún convencionalismo ni mentira,
sin ataduras difíciles de romper o resueltas como El Magno. Nadie sabía dónde
se encontraba y su mente, en las pocas horas de liberación transcurridas, se
encontraba exultante, con una alegría imprevista y tranquilizadora.
El
recepcionista del pequeño hotel realizó un extraño gesto el solicitarle la
llave de su habitación. No era frecuente que en temporada baja, alguno de los
pocos clientes se bañara en el mar. Al acabar de asearse y limpiar la arena de
su piel con agua muy caliente, se arreglo y pregunto dónde podría degustar uno
de los muchos arroces típicos de la zona. Le indicaron solo dos lugares y, en
el elegido, solicitó una paella y un buen vino. Esperando su petición, observó
ensimismada el rojo vino y su contraste con el azul del mar. No, no estaba
arrepentida de nada de lo que había hecho. Hacía tanto tiempo que hubiera
querido ser ella que no recordaba siquiera su capacidad para decidir sin
consultar, ni para manifestar su opinión acerca de unos años que le pesaban
tanto como si ya tuviesen la categoría de siglo. Hacía tanto tiempo que sus
fantasías las compartía sin recibir a cambio un solo sueño, una sola
complicidad, una sola palabra de ánimo, que llegó a creer que se secaba como
una planta sin agua, poco a poco, lentamente, sin ayudarla a excavar un pozo para colaborar a recuperar su lozanía, su fascinación, para punzarla y que, sin la soledad, compañera inseparable,
sintiera la nueva senda de un camino sin construir. Por supuesto, sobre ella
recaería el trabajo de trazar la dirección, alquilar las máquinas y emplear los
medios para empezar cuanto antes, para poder caminar por terreno firme, a ser
posible con adoquines de granito. Le gustaban mucho caminar por adoquines con
ese jaspeado rosaceo, negro y blanco. Sí, así quería que transcurriese su
existencia, con las impurezas propias de una vida normal pero bien visibles,
atractivas y fuertes. Solo así podría quedar sin la soledad, sin compartirla,
sin despreciarla. Cuando trajeron su comida disfrutó de su sabor, del ruido del
mar y del silencio en donde su mente le jugó la mala pasada de hacerle pensar.
El lunes viajaría a la ciudad que se encontraba muy cerca de aquel lugar y
buscaría trabajo. Era posible que no tuviese que volver. Ahora, lo importante
era empezar a encontrarse sin la soledad.
Francine van Hove
El pensar nos suele volver a la realidad por cruda y dura que sea. Pero disfrutar del momento placentero está en nuestras manos, quien se lo pierde ya no lo recupera.
ResponderEliminarAgudas observaciones del ser humano "compartiendo soledades"...¿la rutina, nuevamente? ¡Estoy segura que sí! La "rutina" seca, resquebraja, deshace...nos convierte en lo que no somos ni nunca quisimos ser...
ResponderEliminarUn abrazo, Jerónimo.
...y al despertar sola a la mañana siguiente, ella sí estaba allí. Radiante y sin la soledad...
ResponderEliminarPreciosas imagens que acompanham um texto tão completo!
ResponderEliminarSaber aproveitar todos os momentos da vida sem pensar no quão sozinho estamos é uma arte!
Beijo, querido Antonio.
te noto melancolico no solo en tu manera de escribir
ResponderEliminarEn tus comentarios.
Dale reite la vida es bella.
la melancolia no te lleva a ningun lugar
mas que a la tristeza....
Se feliz
Yo lo soy ya que logro a diario cosas que nunca imaginé que podia
ResponderEliminarParece que le robaron la autoestima, tanto que no sabe disfrutar de la soledad. Decidir sin consultar creo que es maravilloso; muy duro también, para qué negarlo. Pero, al menos, se acepta la responsabilidad sin tirar balones fuera,... Querido Antonio, esta entrada es muy reflexiva, está llena de matices que dan que pensar…cada cuál y su circunstancia.
ResponderEliminarMe ha gustado, si señor.
Un abrazo grande, amigo y feliz semana
Me ha gustado este escrito. Reflexiones sobre la soledad, en boca de una mujer...pues es imposible prescindir de la palabra para transmitir al otro, al mundo, lo que pasa por la mente.
ResponderEliminarAgrego algo de mi propia cosecha: la soledad es buena compañera, por cierto no demasiado tiempo, siempre que se sepa que el retorno a las amistades, al trabajo compartido, a la gente de tu pueblo, es posible. Es una soledad empírica, experiencial y quizás de aprendizaje.
El drama sucede cuando no hay a quién recurrir, cuando te quedas inexorablemente solo en un mundo indiferente. Y a ese punto pienso que llegan los "homeless", los sin techo y sin esperanzas...con un poco de suerte, hallan calor humano debajo de un puente o al abrigo de un portón, un túnel.
Lo demás es un juego, aunque peligroso.
Un abrazo grande, disculpa mis ausencias. Aprecio mucho este blog.
Sola sin la soledad. Parece un título pero es la idea que me ha quedado después de degustar el relato.
ResponderEliminarCreo que cuando se ha llegado a ciertos límites o que ya se ha agotado lo que nos había hecho felices, siempre es bueno empezar de nuevo. Eso, o seguir pareciendo que vives.
El mar, también tiene un significado de limpieza, de renovación.
Un largo abrazo,querido amigo.
Hay tantas formas de soledad como personas solas, querido Antonio. Y no creo que sea ni buena ni mala, sólo necesaria o innecesaria. Aunque a veces puede aparecer impuestas, tenemos el poder de doblegarla y llenarla de compañía.
ResponderEliminarMe ha encantado tu relato. Las preposiciones siempre nos hacen reflexionar.
Un abrazo
Es bueno a veces romper con la rutina. La soledad, sabiendo que no estás sola, es necesaria en algunos momentos.
ResponderEliminarUn gran relato que invita a la reflexión. Excelente, querido Antonio.
Un abrazo muy grande.
Me gustaría ser como esa chica, hacer un paréntesis o un punto y aparte o un punto y seguido a la vorágine de mi vida y comenzar de nuevo tras una soledad que clarifique el camino a seguir. La soledad es beneficiosa cuando se utiliza con sabiduría, cuando significa un reencuentor con uno mismo.
ResponderEliminarUn saludo
Me ha gustado, amigo Antonio. Me quedo con esta frase: "Parecía una roca más, blanca, cuando se sentó sobre la arena, mirando al mar, con el albornoz y capucha protegiéndola. El vaivén de las olas era relajante, hipnotizador. Desde luego, estaba segura que sin la soledad no habría podido apreciar las sensaciones tan placenteras observadas desde que inició el viaje."
ResponderEliminar¡Qué bello querido amigo Antonio! A cuantas personas les ocurrirá pasar por esa transición. Es maravilloso poder recoger los naipes, barajar, y repatir de nuevo. La vida, un milagro y un regalo que no debe dejarse de aprovechar. ¡Sentirse libre! Estupenda forma de vivir.
ResponderEliminarUn beso enorme amigo y aprovecho a agradecerte las palabras de ánimo como escritora que tú como erudito en el tema, me das.