FRIALDAD
Antonio Campillo Ruiz
Escuchó
un pequeño chasquido cuando aquella mano le agarró fuertemente su brazo y, sorprendido, miró su pecho mientras un cuchillo lo penetraba. Lo hizo sin dolor, sólo un roce con alguna costilla que desvió
su camino. Se sorprendió al levantar la cabeza y observar aquellos ojos claros,
fríos y penetrantes que, con una mirada perdida, sin denotar ninguna emoción,
se clavaban en los suyos. La puerta del portal se abrió con gran estruendo y
los chicos del segundo entraron con su acostumbrado jolgorio.
Aquella
mañana se había despertado muy temprano. No era su costumbre pero se levantó
con presteza. Trataba de acabar un trabajo, no complejo pero sí pesado y
reiterativo. Estaba cansado de ver los folios desordenados, garabateados y
ocupando espacios diferentes. Su apartamento era la papelera de los resultados
de un estudio que ya se había acabado hacía tiempo. No supo decir no cuando le
solicitaron que guardase los resultados de aquel estudio porque como en la
práctica era casi todo suyo, sabía el mínimo detalle y podría ordenar los
resultados. Hacia calor a pesar de que el verano había acabado hacía ya tiempo.
Cuando hubo ordenado y clasificado dos sillas y una mesa, que quedaron libres
de papeles, ya habían transcurrido tres horas y el sol se encontraba ya casi en
su zenit. Asombrado ante el paso veloz del tiempo, se dirigió al baño y empezó
con rapidez su aseo personal bajo la reparadora agua del baño. Siempre bajaba
en el ascensor desde su tercer piso, sin embargo, son su pelo mojado y su desvencijada
cartera se dirigió a la escalera y empezó a bajar con rapidez los peldaños,
Escuchó el ascensor arrancar y pensó que había sido una decisión acertada
porque algún vecino lo estaría utilizando y él tendría que haber esperado. Se
detuvo en el segundo y observó, en la entrada de la vivienda letra C, la planta
que, a pesar de la poca luz que la alcanzaba resistía y crecía muy lenta. Si
hubiese tenido un poco de agua la habría echado en su manto de arena y humus. Llegó
a la entrada del edificio a la vez que el ascensor y se dirigió a la puerta de la
calle. Antes de alcanzarla, una mano firme le cogió del brazo derecho. Con
sorpresa, se volvió y sólo distinguió la afilada hoja de acero que brillaba por
la intensa luz que reflejaba.
La
espera era ya demasiado larga. Pasaba ya de cinco horas. Sabía que había sido
un tiempo perdido porque nunca madrugaba y casi siempre llegaba un poco tarde
al trabajo, si no era que se retrasaba horas. A pesar de ello, subió y bajó en
el ascensor tantas veces como los vecinos lo requerían para utilizarlo. Era la
hora punta de un aparato que, con cansancio, nunca dejaba de subir y bajar
obedeciendo las órdenes de aquellos grandes y brillantes botones que parecía
que tenían en su interior vida propia al encenderse las pequeñas luces que
portaban. Siempre hacía el amago de salir o quedarse en el interior de aquella
caja de acero en función de los deseos de los usuarios. A veces, cuando
llegaban a la entrada del portal salía con los demás pasajeros para volver
rápidamente a entrar cuando, sin mirarle, salían prestos. Volvía a dejarse
llevar por la siguiente llamada una y otra vez. Sí, se cansaba. Al avanzar las
horas, se requería con menor asiduidad al ascensor y tuvo que tocar con
delicadeza varias veces el tercer piso y quedar en el interior esperando,
esperando. Sabía que tendría que entrar al ascensor. Siempre lo hacía. De
pronto, estando en el rellano del tercer piso, un ruido en la puerta que le era
muy familiar le sobresaltó y sus músculos se tensaron. Escuchó los pasos en los
peldaños y asomándose vislumbró un instante las ropas y cabeza conocidas. No
podía ser. Bajaba por la escalera. Apretó insistentemente el botón que indicaba
el cero. Cuando el ascensor empezó a moverse su inquietud fue en aumento.
Empujaba hacia abajo con desesperación. Al llegar a la entrada escuchó unos
pasos potentes que saltaban los tres últimos peldaños antes que, a pesar de su
desesperación, se abriese la puerta del ascensor. Al hacerlo, comprobó que
aquella prenda de vestir era la que tanto conocía y de dos saltos se colocó a
la altura de quien caminaba con paso firme. Le cogió fuertemente del brazo
derecho.
Inesperado y algo cruel, amigo, intrigado me dejas ... ¿Habrá desenlace o es el que es?
ResponderEliminarBuen post, amigo.
Un abrazo
Amigo Antonio, esta mañana, hoy, estas un poco trágico, yo, como decía en mi último post,prefiero reír que llorar, como decía Peret, las tragedias y penas vienen solas, sin llamarlas
ResponderEliminarUn abrazo y espero cambies el chip amigo, sinceramente