EL
CAMINANTE
Antonio Campillo Ruiz
Tomasz Alen Kopera Art
Al
leve arrastrar de la suela de los zapatos sobre aquellas losas antideslizantes,
le seguía, cual perro faldero, el sonido de la cachaba cuando repiqueteaba en
el suelo. Su cachaba procedía, según él, del árbol de la vida, directamente, de
una de las ramas más rectas que había poseído y que él, con el mimo de no
provocar daño ni derrames de savia, había cortado, con un ritual en el que
consumió diez días. Era incapaz de recordar el tiempo que, una y otra vez,
repetía su camino escribiendo una salmodia que le acompañaba y casi la cantaba
sobre sus pasos. Todo nació de un no saber qué hacer pero que era
imprescindible hacerlo. Se le ocurrió que caminaría, orientado y aprovechando
sus largos paseos en lo que era de su agrado, nada de perder el tiempo con la
cabeza hueca. Le resultó muy compleja la decisión de un trazado que no
conllevase una monotonía de la que se cansaría con brevedad.
Tomasz Alen Kopera Art
Valoró
lugares, caminos, rutas más o menos aisladas. Así, a todos los caminos que
podían resultar atractivos les fue clavando su especial espetón cual si fuese
un mazo de bolillo. No se decidía y era, si no perentorio, sí importante para
él. El día que tomó por el mejor de los caminos estudiados, se sorprendió a sí
mismo de la osadía que había tenido. Daria sus paseos, cachaba en mano, por el
cementerio del pueblo. Le pareció una idea genial. Nadie le molestaría, no
existe contaminación atmosférica y saludaría a todos los amigos y familiares
que se encontraban reposando después de una vida intensa, anodina, amañada,
triste, solitaria o acompañada.
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Todos su compañeros de paseo significaban para él un eterno renacimiento
que, al igual que la rama que cortó, retalló nuevamente. Era el continuo
germinar de las yemas que, una vez acartonada la piel viva de humanos,
procuraban su transformación en seres que se autogeneraban en inmensos árboles,
cuidadas luces que apenas tuvieron tiempo en el mundo conocido para alumbrar,
en el amor llevado hasta el lugar que siempre pensó que deberían ocupar: la
tierra directa, la fértil y bondadosa tierra que les haría crecer nuevamente y
ser eternos en su esclavitud ante esa incontrolada y loca mujer, con manto y
capucha para evadir la mirada directa, que no tuvo piedad de ellos. En estos
lugares, tan diferente de los aportados por el mecanicismo del hombre, tendrían
los cuatro elementos: aire, tierra, fuego y agua. Ellos les purificarían y
favorecerían que su mutación se metamorfosease en un nuevo ser tan eterno como
la Eternidad, tan bello como el Universo y tan pleno de felicidad como el
resurgir de entre sus pobres y siempre tristes miserias.
Tomasz Alen Kopera Art
Y,
de esta forma tan sencilla, tras cuatro meses de pasear, leer lápidas, estar al
tanto de todas las labores que sepulturero y ayudante hacían a diario, él
paseaba con la paz, que bebía con delectación cuando sólo escuchaba el roce de
sus zapatos sobre el suelo y el repique de su cachaba. Fue aprendiendo de todos
sus convecinos, que le acompañaban en silencio, contándose, ellos a él y
viceversa, desde anécdotas hasta locas pasiones, desde falsedades en los
anagramas escritos acerca de muchos de ellos hasta pueriles formas de
escamotear a la anciana censura prohibida, en un lugar denominado sagrado, que
se desarrolló en etapas pretéritas y oscuras. Día a día eran más suyos, más
queridos, más respetados y ayudaban a crecer a los enhiestos cipreses de le
eternidad. Eran tan simples los censores que siempre se les escapaba el mejor
textos porque estaba escrito en poesía, el más bello in memoriam que recogía el sentir
peculiar de quien lo redactó en vida para sí mismo o cualquier anagrama, a
veces pintado de prisa con un simple pincel, que era definitorio de un recuerdo
tan sentido, como doloroso o alegre. Un amplio abanico de ilusiones perdidas y
fracasos demoledores, al igual que motivos de felicidad que nunca eran
reconocidos por deudos y llorones empedernidos.
Tomasz Alen Kopera Art
Tejer
el entramado de las calles, bien urbanizadas, del cementerio le gustaba hasta
tal punto que todas las tardes, lloviese o tronase, siempre iba preparado para
las eventualidades que pudiesen surgir. ¡Ah!, pero, eso sí. Respetaba los
momentos en los que por circunstancias de la vida y la muerte, un sepelio tenía
lugar cuando se encontraba dando su paseo. Jamás hizo sino ayudar en lo que
fuese posible , discretamente. Tras la inhumación, solía terminar su camino
para volver a casa y descansar.
Tomasz Alen Kopera Art
Con
el tiempo, años, se transformó en un guía para todos los que poseían interés en
un anecdotario que, sin estar expresamente escrito, él lo llevaba consigo, en
su cabeza, en su cerebro, como le gustaba decir. Árboles genealógicos nacieron
y murieron con las preguntas a las que respondía sin pasión a familiares, o
visitantes curiosos de su saber, con seguridad, con la entereza de saber que allí
estaban con él abuelos, padres, hermanos, e incluso un hijo. Las mejores
personas que habría podido encontrar en su camino y con las que le gustaba intercambiar
opiniones e incluso chascarrillos que trataba de sonsacar a quienes no hablan.
Cuando se cansaba se inventaba la historia y les decía a todos sus eternos
amigos: “¿Veis como
no es tan difícil que me contéis lo que sabéis?”
Antonio Camìllo Ruiz
Tomasz Alen Kopera Art
El que sabe, sabe.
ResponderEliminarDará igual que las circunstancias lo coloquen donde no haya más interlocutor que las hileras de una lápida, sólo de ahí, un cerebro potente será capaz de extraer materia para hilar un relato. Con la única percusión de su bastón, sus propios latidos y el ritmo de su respiración, el caminante irá componiendo su cantata a la vida.
Saludos, Antonio.
Me alabas, Anamaría, sabiendo que soy un destripapalabras escritas. Sabes que solo trata de emitir unas ideas, fantasías y sueños a unos amigos muy queridos que, como tú, poseen la capacidad de comprensión y asimilación de unos sueños que pretendo explicar y arrebatar al mundo de lo incierto, lo maravilloso, lo bello. Nunca podrás llegar a saber cuánto agradezco tu ánimo y comprensón con los consejos que me envías entre las maravillosas líneas de tus comentarios. ¡Muchas gracias, mi querida amiga Anamaría! Un gran abrazo.
EliminarImponente como todas tus entradas. Una alegría volver a leerte.
ResponderEliminarMarcos, ¡gran amigo! Me alegro tanto de saber de ti como que escribas un comentario en mi blog. Sabes que he pasado una etapa muy dura y que todavía colea mucho. A pesar de ello, también sabes que te leo todos los días y aprendo, mi obsesión, saber, todo lo que de maravilloso posee tu ciudad y todo el entorno del que te rodeas en este mundo mágico de tus publicaciones. Pero... no me encuentro con el ánimo de poder comentar, ni poseer la soltura que en una época quizás tuve. Dejemos pasar un poco el tiempo. Me agrada mucho tu visita. Un abrazo, querido amigo.
EliminarAy, amigo Antonio, maestro, casi me haces llorar y tú sabes por qué.
ResponderEliminarEsos paseos, esas historias ...
Un abrazo muy fuerte y sí, ya sabes, no dejes de escribir nunca ... y siempre que fluya esa fuerza creativa que nunca se te acaba.
Con tu permiso, hice el reblog, en Tumblr, de una parte: http://etarrago.tumblr.com/post/166748522418/el-caminante
¡Pues no te pienso comprar ni un solo clinex! ¡SURSUM CORDA, ENRIQUE! ¡Jopelines! ¿Llorar? Nunca... ¡VIVIR! Leer, criticar, bloguear, comprar pan y saber, siempre saber cada vez más... por nosotros, egoistamente... Sabes muy bien que de una mirada, un hecho sin importancia nos sale, a ambos, una pequeña, mediana o gran historia que "apañamos" a nuestro modo y manera, como decía el gran Eduardo Galeano, relatando hechos tan imaginarios como reales para nosotros mismos. Este paseo se gestó cuando vi a un amigo caminar por una vereda, en pleno campo, con una cachaba que era un palo retorcido. Le regalé una nueva que tenía en casa, con pica y todo y ... ahí empezó la imaginación. Como es natural tienes todos los permisos y alguno más... el de darte un abrazo inmenso, mi querido amigo.
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