EL
ESCRIBIDOR NOCTURNO
Antonio Campillo Ruiz
Karol Bak
Aquella
luz, tan potente como el sol de mediodía, proyectó sobre la pared en la que
escribía su sombra recortada, nítida, negra y amenazadora. Quedó quieto con la
tiza roja en la mano. Sin mirar detrás de sí, percibió un rumor inquietante.
Quietud y silencio. Tres renglones se leían en la blanca pared mancillada por
su osadía. Con la lentitud del miedo, giro su cuerpo para adivinar qué había roto su soledad. Deslumbrado, tapó sus ojos con un brazo y se dejó caer al
suelo hasta quedar en posición fetal. Un
rumor de pasos se acercó hasta él y una voz atronadora leyó:
Moriré cuanto más
goce tenga.
Cuando cada paso que
de
mi cuerpo sienta más
placer, alegría y amor
Karol Bak
Se
produjo un silencio en el gran grupo de personas que escuchaban. Voces inconexas,
roncas y fuertes sonaron al unísono: “¡Continúa!” “¡Sigue leyendo!” “¡Termina!”
La primera de las voces volvió a gritar: “¡No hay nada más, no le habéis dejado
acabar…!”
No sabía desde cuando escribía por las
paredes de la ciudad. Siempre de noche, a altas horas de la madrugada.
Necesitaba quietud y soledad para expresar todo lo que en él bullía. Parte del
día lo dedicaba a buscar paredes, de inmaculada blancura, para que fuesen pasto
de su permanente tiza roja.
Tus muslos perciben
la suave caricia de
unos dedos
que apenas rozan tu
piel
suave, lujuriosa y
tersa.
Inquietos, no quieren
romper
el leve placer de tu sosiego
de tu ronroneo,
de tu calor
excitante.
Karol Bak
Plenas
de sus pensamientos, de sus desatinos, de sus perennes invocaciones a un placer
que jamás tuvo, a un instante jamás experimentado, las paredes se resignaban a
la pérdida de su virginal blancura y eran leídas por los conciudadanos que,
como tumultuoso enjambre, le seguían sin que él se percatase. Cuando cambiaba
de pared, aquella multitud se precipitaba y leía con avidez las inconexas
palabras en rojo.
Aquella noche, el
sonido
del trueno, amenazador,
las culebrinas
quebradas,
retorcidas en su
maldición,
lanzando espumarajos
de luz
azulada por el
desgarro,
cayendo desde el
infierno negro
a la ciudad, te
desvelaron.
Y
recurriste a mí,
a mí, un pobre
tocador de muslos
turbados y fugaces.
El inquieto sonido
del aire
elevó tus gemidos
hasta quebrarse.
Cuando chocaron el profundo cielo
con un mar de látigos
de fuego,
se quebró tu espalda
en un suspiro.
Quieta, deshaciéndote
en ti,
fuiste cayendo de la
cresta de
aquella ola de fuego
que
ardía en tu interior.
Te derramaste y me
bautizaste
con la espuma de tus
cabellos
sudados y
calenturientos.
Karol Bak
Aquella
pared sufrió duros ataques con similares tizas rojas que trataron de hacer
ilegible lo escrito la noche anterior. No se podía permitir que en tal lugar se
escribiesen pensamientos, experiencias, hechos, acaecidos o no, que fuesen leídos
con avidez por personas que trataban de encontrar, durante el día, lo escrito
durante la noche por aquel personaje del que sólo sabían que muchos de sus
escritos eran copia exacta de pasajes acaecidos en muchas de las vidas de los
lectores, que ansiaban aprender a saber explicarlos, comprenderlos y volverlos a
vivir con la pasión que expresaban los textos rojos. Describían pormenores que
jamás habían explicado a nadie, ritos y pequeñas costumbres muy personales.
La Luna se apagó
cuando
tu gemido se
convirtió en
un sonido agónico.
Barrió con su
oscuridad
ojos, piel, pelo y
hasta tu suspiro.
Jamás creí que te
recuperases
de la agonía de aquel
placer.
De la angustia.
De la felicidad.
Del remolino de tu
pelo.
De tu cara pálida.
La suavidad aterciopelada de tus muslos
se escapa al tacto de otra piel
que apenas roza.
El deslizante mar de calor
que desprenden al excitar el alma
agitan dedos ávidos y nerviosos.
Son mentira los duelos de
los que imploran.
El horror no es extremo.
El dolor es rencor.
El mal es poder.
El placer se agita entre tormentas.
Vivimos para el placer.
Morimos por haber sido maldecidos.
Karol Bak
Antonio Campillo Ruiz
ELLA from Antonio CAMPILLO
RUIZ on Vimeo.
Buenas tardes, Antonio.
ResponderEliminarLo de “tocador de muslos” me parece un sintagma glorioso.
Tan bueno como la selección de elegantes mujeres de Karol Bak, a quien no conocía.
Mi querida amiga Anamaría, vuelo en pos de esos agasajos que muestran en cada una de tus palabras mi ferviente pasión por tu ingenio y genialidad. Has favorecido que crezcan en mis tobillos cuatro alas que, como Marcurio, me hagan volar en busca de un mensaje, una palabra, una letra, que llegue hasta ti para que la valores y me muestres el camino que sólo tú sabes trazar. Mi infinito agradecimiento. Un gran abrazo.
EliminarAmigo Antonio, después de leer tu relato he podido visualizar perfectamente a ese romántico y noctámbulo personaje, tizas rojas en ristre iluminando las paredes de la ciudad y seguido de ávidos lectores. Algo así como un flautista de Hamelín de la poesía.
ResponderEliminarA las paredes, muros y muretes de nuestras calles les vendría muy bien que tu fantasía se hiciera realidad. Es espantoso el aspecto que ofrecen la mayoría de ellos. Pintadas reivindicativas de todo tipo. grafitis de dudoso gusto, cartelones de publicidades varias. Conciertos, normalmente de grupos con nombres imposibles; ferias comerciales, festejos taurinos, de algún circo decadente...y pegados unos sobre otros alcanzan a veces un grosor de uno o dos centímetros. Cuando con el paso del tiempo y la ayuda de algún que otro viandante, empiezan a deteriorarse, cuelgan espesos jirones donde se mezclan cantantes, toros y payasos en absurda amalgama.
Total, que sería magnífico que tu sueño del poeta noctámbulo fuera una realidad y nuestras calles se convirtieran en poemarios al aire libre.
Los textos hermosos y sugerentes. Las imágenes, exquisitas. Gracias
Sí, mi querida Tía Conchi. Tienes razón. Colgajos cual piel seca y caída, rebosan en las pareces de la ciudad de vez en cuando. Sin embargo, a diferencia de los seguidores del “Escribidor…”, personas que aman el saber y adoran la fantasía, estos papeles amontonado incoherentemente, muchas veces no son sino embacaudores de nefastas veleidades de entretenimiento y limpieza cerebral. En muchas ciudades de este nuestro mundo, el mejor de los posibles porque no conocemos otro, existen trampantojos que inundan paredes de solares y lugares sin construir, retomando lo fantástico como real y bello. Bien, pues en el nuestro, País con una cultura como la inmensa del Siglo de Oro de las letras, deberían escribirse, a modo de realidades escritas, miles de poemas y cualesquiera otra alusión al saber y a la maravilla de lo creativo.
EliminarSiempre es emocionante leerte, amigo. Hoy me quedo con la última línea de tu emocionante post ... "Morimos por haber sido maldecidos"
ResponderEliminarUn abrazo y feliz noche, maestro.
Las maldiciones, Enrique, sabes mejor que yo que son implacables, destructoras y mortecinas. Jamás deberían de haber existido si es que el bien existe. ¿Para qué maldecir el poco tiempo de vivencias inenarrables, placenteras y de ansias infinitas que la vida, ese don maravilloso, nos ofrece? Sí, morimos por el desajuste entre la maldición que no merecemos y la felicidad por la que luchamos. Un abrazo, querido amigo Enrique.
EliminarAh, te robé el vídeo, claro: http://etarrago.tumblr.com/post/167276061368/ella
ResponderEliminarMalo... maloso... Eres el mejor Arsenio Lupín del mundo mundial... Me encanta que traslades a tus amigos estas pequeñas películas con las que pretendo "engatusar" y adornar los textos. Un abrazo, Enrique.
Eliminar