LA PENSADORA: UNA
LUCHA DESGARRADA
Antonio
Campillo Ruiz
James R. Eads
Estaba
convencida de su propia culpabilidad al no realizar aquello que había sido su frenesí
durante mucho tiempo. Sin embargo, a lo largo de ese período, su dependencia de
opiniones ajenas y la imposición por su naturaleza y desarrollo social, habían
minado hasta la anulación total su capacidad de expresar aquella catarata de
sentimientos y pasiones que la embargaban, deseando traspasar el portal,
complejo y anhelante, de sus pensamientos. Cada mañana, al despertar, fluían de
su fantasía miles de palabras veloces, frases e incluso historias que eran
fruto de sueños recién nacidos al volver a ver la luz clara, destellante, de un
sol que la alcanzaba en el lecho donde, en muchas ocasiones, había tenido que
cerrar el paso a su imaginación y acatar, pudorosamente, su papel establecido,
no siendo consciente del momento en el que se avino a su aceptada pasividad.
James R. Eads
Dudaba
de quien provocaba esta situación. No creía que fuese odio o maldad contra
ella. ¿Por qué iba a ser una de ellas o ambas, la causa? Admitía que la
situación de minusvaloración, unida a una incapacidad para superarla, podían
ser motivos más probables de miradas y situaciones despectivas que la irritaban
tanto como la entristecían. Nunca realizaba ni una sola de sus acciones sin
tener en cuenta las posibles consecuencias para quien era su constante
preocupación. Percibía la pertinaz vigilancia a la que era sometida
disimuladamente sin dar importancia al hecho de ser punto de atención e
incluso, sintiéndose altiva y satisfecha de ser foco de preocupación a la vez
que humillada. Nunca analizaba este contrasentido que transformaba su tenue
sonrisa en mueca, al percibir las fijas miradas sobre su cuerpo, tan frágil
como potente ante su descarada lucha soterrada.
James R. Eads
Sabía
que perdería una batalla tras otra pero estaba convencida de poder ganar la
guerra. Con pérdidas, con tantas pérdidas como Pirro y desafortunadas heridas
que jamás curarían. No, no se podía dejar vencer ahora que, tras tantos años de
paciencia y segura de un cambio drástico en el comportamiento de quienes se
encontraban en su entorno, estaba empezando a encontrarse ajada, triste en
exceso y, posiblemente, debilitada por el tiempo al que, de forma constante
solicitaba una pequeña ayuda para poder llegar, sólo alcanzar alguno de sus
objetivos en su corta y desgraciada vida.
James R. Eads
A
veces, cuando explicaba una mínima parte de lo que pensaba o sentía, se
arrepentía al apreciar desde una mirada burlona hasta alguna de piedad. No
soportaba la piedad. Podían no creerla pero burlarse de su capacidad para
establecer diferencias importantes desde sus apreciaciones personales era
motivo de su desprecio. Así, la frecuencia con la que sus relaciones disminuían
y su encapsulamiento en sí misma le proporcionaba intranquilidad y un
contrasentido que le infundía placer: satisfacción. La primera porque la
entristecía y la segunda porque encontrarse sola con sus pensamientos e
ilusiones era siempre provechoso para su paz interior a pesar de ser consciente
de su posible componente autodestructivo. Este fue el inicio de una larga etapa
en la que su ensimismamiento, su facilidad para pensar, con la mirada dirigida
hacia un inmenso vahído que pertenecía a su mundo, sólo a su mundo personal, la
hicieron merecedora de la atención y no el desprecio de quien, en principio,
quiso acabar con su espíritu. Ahora, la atención en cualquier instante se
dirigía hacia ella y, en las miradas se adivinaba la curiosidad por saber descifrar
aquella luz de sus ojos, siempre lejana pero recta, fija, atenta y sabedora de
mil y un acontecimientos presentes, pasados y futuros que suscitaban un
desagradable cosquilleo entre los posibles descifradores de un misterio llamado
miedo.
James R. Eads
Ella
no era consciente de este fenómeno pero el cambio que se produjo cuando los
pensamientos inundaron, sin acceso a nada más, su mente y alma, le satisfizo
tanto que ya nunca volvió a encontrarse
relegada o minusvalorada. Era ella la que infundía estas sensaciones, sin
pretenderlo, en los demás. Eran creaciones de quienes, desde siempre, habían
establecido un comportamiento que nunca supieron dominar ni valorar. Un dictado
emocional que se tradujo en un arma que les fue hiriendo uno a uno hasta que,
por fin, cumpliéndose la predicción que siempre estuvo presente en su inmensa
voluntad, obtuvo la victoria por la vida y el bienestar.
James R. Eads
Antonio Campillo Ruiz
Es aconsejable visionar el vídeo a plena pantalla.
LA PENSADORA from
Antonio CAMPILLO
RUIZ on Vimeo.
Mi nueva faceta de rompedor de pavimentos con mi occipital no me priva de intentar llegar hasta aquí, querido amigo. Olé TH, (entiéndase ... con un par)
ResponderEliminarUn abrazo, amigo y, ah, el vídeo, cosa ya ahabitual, me lo llevo
Hola, Antonio,
ResponderEliminarDe principio a fin me dejaste enganchada a este relato. Me ha parecido fascinante como abordas un asunto que parece muy actual, pero siempre ha existido. Solo ha cambiado la magnitud en que se propaga y, en la mayoría de las ocasiones, al amparo del anonimato.
Cuánto daño puede hacerse a una persona cuando la creen diferente.
El vídeo me ha parecido precioso.
Un abrazo y feliz semana.
Los cuatro primeros segmentos de tu escrito,
ResponderEliminarresponden a características que encuentro
presentes en muchos d e mis pacientes.
La terapia ayuda mucho en estos casos.
Un abrazo
(Y se ahorra tiempo y sufrimiento inútil)
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