AMANTES
Y MÚSICA
Antonio Campillo Ruiz
Sí,
hacía tiempo que la monotonía era sinónimo de la imperfecta unión en la que se
había convertido, casi sin apreciarla conscientemente, la cotidiana realidad de
un instante tras otro. Era lo que siempre habían tratado de evitar aprendiendo,
anticipadamente, de las enseñanzas que la experiencia de quienes habían sido
atacados por la invariabilidad de la uniformidad, transmitían, no sin pesar. La
confianza, en su capacidad para variar la línea recta por la que se había
trazado un camino que se apreciaba sin retorno, era potente y la solución debería
de encontrarse en las miles de posibilidades de cambios inesperados,
sorprendentes, posiblemente jamás probados. Cuando, tras ensayar una y otra
vez, se propuso realizar la experiencia, viviendo y sintiendo en el instante en
el que la sorpresa alcanzaba la curiosidad, comprobó que podría ser necesario
un elemento externo que proporcionase la inmaterial sensación que pretendía
alcanzar..
Estaba seguro de poder descubrir lo desconocido. Aquello que para él se
había convertido en un elemento indispensable para conseguir vibrar como la
cuerda de un instrumento musical y emitir un sonido puro, unísono con su amada,
cuando la excitación empezase a provocar la erupción del ardiente placer más
grande que, brotado de la naturaleza, creía conocer. Sus cuerpos debían pelear
por saberse, darse, rozarse, poseerse, agotarse y estallar con la presión que
provoca tenerse.
Durante
las noches serenas, iluminadas por campánulas destellantes, las propuestas eran
tan curiosas como poco experimentadas. Por ello, tratando de confeccionar un
artilugio inmaterial muy perfeccionado, inició su utilización por medio de
roces sincronizados que emitían la melodía que aportaba la percepción de idéntica
frecuencia que los amantes captaban en el momento de apreciar un ligero aumento
del placer. Podría ser debido a la casualidad o a la bondad del método que se
experimentaba. Se tendría que aumentar la cantidad de posibles soluciones y
aplicarlas a la vez pues, las dosis que se necesitaban para una completa
recuperación, tendrían que aportar unas gotas de confianza, mil sensaciones
soñadas e, incluso, una laxitud activa hecha y recibida con igual fortuna.
Los
compases se difundían por los cuerpos con tanta posesión como agradecimiento.
Al aumentar el tiempo de sincronismo disminuía la atención hacia la inoperante
pasividad anterior y una actividad desconocida se apoderaba de lo establecido
anulándolo, cambiándolo. Ambos comprobaron que, al incidir la luz en las
pequeñas gotas de sudor de sus cuerpos, un mar de colores flotaba en una
atmósfera cuajada del aroma de miles de sensaciones, tan innovadoras y
originales como placenteras. Pareciese que la experiencia estaba llegando a su
reconocimiento y aceptación en estas primeras ocasiones. Ahora, con la
serenidad que proporciona la experiencia, una vez tras otra, se repetirían
hasta los mínimos movimientos y los espasmos que provocaban, no sólo pequeños
roces, sino enormes palpaciones que provocaban palpitaciones desenfrenadas.
Antonio Campillo Ruiz
Es aconsejable visionar el montaje a plena pantalla.
AMANTES Y MÚSICA
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RUIZ on Vimeo.
Sensualidad en estado puro.
ResponderEliminarAntonio estoy completamente segura, la música todo lo puede.
ResponderEliminarUn cuento bellísimo.
Abrazo