EL PRÍNCIPE NEGRO
María Luisa Arnaiz Sánchez
Eduardo de Woodstock (1330-1376), príncipe de Gales, fue modelo del noble caballero medieval y debe el heterónimo por el que se le conoce, “Príncipe Negro”, al color de la armadura que vestía. No llegó a reinar porque murió antes que su padre, Eduardo III, el restaurador de la Tabla Redonda y de la Orden de la Jarretera. Con solo 16 años participó en la batalla de Crécy, la primera de cierta relevancia en la Guerra de los Cien Años, y tuvo a su cargo un cuerpo de caballería, si bien asistido por nobles con experiencia. La aplastante victoria infligida a los franceses fue decisiva gracias a los arqueros ingleses, cuya destreza en el manejo del arco largo, longbow, llegó a ser legendaria, ya que, una vez dispuestos en diversas filas, eran capaces de disparar 12 ó 15 flechas por minuto lanzadas al unísono, las cuales mataban indiscriminadamente tanto a caballeros como a los campesinos reclutados para el ejército.
BATALLA DE CRÉCY (1346)
Se dice que, tras la batalla, recogió de manos del moribundo rey Juan de Bohemia, el Ciego, las plumas que a partir de entonces constituirían el emblema de los Príncipes de Gales.
El príncipe, que ya había dado la talla de su competencia con las armas y sufrido otras experiencias bélicas, adquirió nuevo brillo al encaminarse en 1356 con sus tropas hacia la región de Poitou, donde tuvo lugar el combate más relevante de su vida: la batalla de Poitiers. Su táctica fue de lo más oportuna ya que acomodó las tropas dando la espalda a un espeso bosque con el fin de proteger la retaguardia, ocultando de paso una pequeña unidad de caballería compuesta por 400 hombres, que fue providencial en el momento cardinal de la lucha porque envolvió a los franceses. La captura del rey de Francia y su hijo reportó a los ingleses una mejora en las negociaciones del enquistado conflicto de la Guerra de los Cien Años.
El cronista Jean Froissart nos ha proporcionado excelentes datos sobre la mencionada batalla. Debido a su relato, conocemos no solo la frustración de los arqueros ingleses al comprobar cómo las flechas rebotaban en las armaduras de los franceses, sino también cómo supieron cambiar de blanco al advertir que los caballos eran vulnerables por los costados, de modo que maniobraron hacia los flancos y acribillaron a las caballerías.
En 1361 Eduardo, digno representante de los Plantagenet, se casó por amor con Juana de Kent, contraviniendo el criterio paterno y haciendo caso omiso de las dudas del arzobispo de Canterbury respecto de la legitimidad de los hipotéticos hijos que tuviera. Juana había sido casada en secreto a los 12 años con Thomas Holland. Una vez que este partió a Francia, fue obligada a casarse con el futuro conde de Salisbury, por lo que se convirtió en bígama. Holland hizo una gran fortuna como cruzado y, cuando regresó a Inglaterra, hizo pública su boda. Recurrió al Papa para resolver su situación y Juana se puso de su parte; esto encolerizó al conde de Salisbury, que la recluyó en su propia casa. En 1349 el Papa disolvió el enlace y Juana retornó con Holland, con quien vivió once años y le dio cuatro hijos. Muerto Thomas, primer duque de Kent, fue cortejada por Eduardo, al que se unió en octubre de 1361.
Mientras tanto en Castilla Pedro I (1334-1369), llamado el Cruel o el Justiciero según por quien escriba la Historia , hijo de Alfonso XI y María de Portugal, tenía que defenderse de su hermanastro, Enrique de Trastámara, hijo del rey y de Leonor de Guzmán, que pretendía el trono. El rey castellano-leonés prometió entregar al Príncipe Negro, si le apoyaba, el señorío de Vizcaya y la villa de Castro Urdiales, sufragar los gastos de la campaña, el derecho de rescate sobre los prisioneros, medio millón de florines y exacciones para los mercaderes ingleses en el comercio con sus reinos.
GRAN DOBLA DE PEDRO I
REAL DE PLATA DE ENRIQUE II
Los ingleses, con el Príncipe Negro a la cabeza, secundaron al legítimo rey de Castilla y León, en tanto que el de Trastámara fue ayudado por aragoneses y franceses, entre los que se hallaba el caballero Du Guesclin, enviado por el rey francés al mando de las Compañías Blancas, ejércitos mercenarios de los que pretendía desembarazarse. La batalla tuvo lugar en Nájera. El bastardo fue derrotado por la superioridad militar inglesa y huyó a Francia.
Se ha mantenido durante bastante tiempo que Enrique cometió el error táctico de dejar el río Najerilla a su espalda, pero historiadores actuales piensan que fue el bretón el que repitió el error típico de Francia: confiar en la caballería y no en la infantería.
BATALLA DE NÁJERA (1357)
Du Guesclin fue hecho prisionero y él mismo fijó su rescate en una considerable suma que pagó el rey de Francia, Carlos V, dado que el exigido por el Príncipe Negro no lo consideró acorde al prestigio de su persona.
La fama del Príncipe Negro con esta extraordinaria victoria hizo que se alzara en exponente del ejército inglés en la Guerra de los Cien Años y, como el rey Pedro I no pudo cumplir su promesa de recompensarlo, abandonó Castilla completamente decepcionado ante la incuria del rey castellano.
El monarca se sinceraba en esta carta: “los grandes gastos que he echo y hago cada día, señaladamente por las grandes cantidades de maravedís que he de dar al Príncipe de Gales […] en pagar el sueldo de otros cavalleros e escuderos […] pues vos bien sabedes que non tengo tesoros en donde lo pueda cumplir”.
Y solo le pudo ofrecer una joya personal, el famoso Rulei, tenido por un rubí (< latín medieval ‘rubinu’ < ‘ruber’, rojo), aunque desde hace unos ciento cincuenta años se sabe que se trata de una espinela de 170 quilates, que se engarzó en el centro de la cruz “pateé” de la corona imperial inglesa.
Vuelto a Francia, aumentó los impuestos a sus súbditos con el fin de poder sufragar la expedición habida, pero tanto Aquitania como Gascuña se rebelaron y, pese a la enfermedad que había contraído en Castilla, conquistó Limoges en 1370. Al año siguiente regresó a Inglaterra y renunció a su principado de Aquitania. Los últimos años de su vida los dedicó a combatir el desgobierno de su hermano menor, Juan, duque de Lancaster, casado con Constanza, hija del su otrora aliado Pedro I y María de Padilla. Murió en 1376 y fue enterrado en Canterbury.
El tan traído y llevado caballero Du Guesclin -“Claquín” en boca de los castellanos-, que ha recorrido este artículo, no es otro que el de “Yo no quito ni pongo rey, sólo ayudo a mi señor”, frase con que glosó el asesinato de Pedro I a manos de su hermanastro Enrique en la batalla de Montiel (1369), cuando, llamado por el sitiado Pedro para negociar su fuga, fingió estar de acuerdo para después acudir con Enrique a la tienda real, donde ocurrió el crimen.
El suceso, incluso aceptando lo que tenga de legendario, parece uno de los casos de manipulación iconográfica conocidos, a tenor de las miniaturas incontrovertibles de los manuscritos realizados para la familia de Blanca de Borbón, con quien se había casado el rey castellano-leonés. Según esta fuente de información, la intención que guiaba al patrocinador de los mismos no era otra que ocultar el fratricidio pues, no en vano, se divulgó en Francia que Enrique de Trastámara había sido restablecido en el trono.
Du Guesclin fue nombrado condestable (< ‘comes stabuli’, conde de las caballerizas, hoy diríamos ‘jefe de Estado Mayor’), tras dejar Castilla con una impresionante recompensa que le dio Enrique que subió al trono bajo el nombre de Enrique II.
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