Antonio Campillo Ruiz
No se saborea Roma sin conocer un poco el espíritu de sus gentes. Monumentos, rincones entrañables y arte no son nada sin sus calles llenas de esa gente amable, alegre y con un gracejo especial con los visitantes. Esto es lo que se propone la siempre protegida “alteza real” Anna cuando, por mero accidente, se encuentra con el mundo real, con la gente de Roma.
“Roman Holiday”, retitulado en España “Vacaciones en Roma” de William Wiler, 1953, narra un encantador romance romano plagado de deseos frustrados, tiernas mentiras y un espléndido recorrido por la eterna Roma repleta de lugares que son la delicia de sus habitantes y de los visitantes que buscan la belleza y la anarquía organizada.
El recorrido por la riqueza arquitectónica de Roma es una guía para visitarla con el convencimiento de no desaprovechar ni una pizca de su belleza. Visionar la secuencia rodada en las escalinatas de la Plaza de España es una de las muchas delicias que el maestro Wiler nos legó en esta película. Igualmente Wiler realizó toda una ruta de exteriores con un negro magnífico y unas secuencias memorables, una jornada por la ciudad que “todavía no había sido tomada” por turistas de todo el mundo, cálida, con la moto Vespa y los enormes billetes de liras como símbolos italianos por excelencia.
Aprovechar el guión literario era otra de las virtudes de Wiler. Así, todo el itinerario por barrios y lugares de interés para visitantes, posee una justificación precisa y plausible ya que el guión de Dalton Trumbo, bajo el pseudónimo de Ian McLellan para “evitar” el sambenito que le había impuesto la Comisión de Actividades Antiamericanas, precisaba que toda la película fuese rodada en exteriores reales. Así lo entendió y realizó el director.
Joe Bradley, Gregory Peck, el periodista que ya en aquellos años se comportaba como actualmente lo hacen tantos y tantos “reporteros de secretos y famosos”, egoísta y mentiroso, que interpreta una escena que supuso un susto real a Anna en la Boca de la Verdad, se humaniza poco a poco con la candidez y sinceridad de ésta y acabará enamorado de ella pero sin final feliz, muy lógico en 1953. Actualmente es probable que las consecuencias del amor que nace entre ambos hubiesen tenido un final distinto a tenor de los últimos “casos amorosos” ocurridos en nuestro país y otros europeos.
Anna, desconocedora de la realidad de la “vida normal” no es la alteza real caprichosa que inicialmente se deja traslucir, es una mujer como otra de su edad y con sentimientos similares. Este es el descubrimiento de Joe y de los espectadores. Poco a poco el mago Wiler, con la virtud propia de quien se preocupa por los aspectos fílmicos, va dejando que sea el espectador quien valore y entienda “lo natural” de las reacciones de Anna.
Para Audrey Hepburn, Anna, fue su primer papel protagonista y obtuvo un Oscar como mejor actriz protagonista. Igualmente ganaron dos Oscar Dalton Trumbo, como mejor argumento (guión), y Edith Head, como mejor diseño de vestuario (blanco y negro). Además la película fue nominada a los Oscar de 1953 como mejor película, mejor dirección, mejor actor de reparto, mejor guión adaptado, mejor fotografía (blanco y negro), mejor montaje y mejor dirección artística (blanco negro). Diez nominaciones de las que ganó tres. Un éxito del maestro, actores y equipo.
Por último, como anécdota de rodaje, las hijas de William Wiler actúan en la película. Son la niña a la que Joe le quiere quitar la cámara frente a la Fontana de Trevi y su compañera del lado izquierdo. Creo que la infrecuencia del suceso merece un recuerdo a los acontecimientos que con su maestría irrepetible nos narra.
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