JOSÉ ANTONIO LABORDETA, UN SER HUMANO
Antonio Campillo Ruiz
Ya se han cerrado para siempre tus ojos. Creo que sí estarás oyendo el ruido incesante, suave, silencioso, que provocan los leves y contenidos pasos de tus queridos conciudadanos al saludarte por postrera vez.
Es posible que te hayas removido un poco diciendo, Marcelino, deja ya las medallas, que la enseña de nuestra Comunidad brille limpia y sola como a mí me ha gustado verla siempre… Bueno, José Antonio, son las cosas de la honra y del reconocimiento. Déjalo. Marcelino trata, como siempre, de hacer lo mejor.
Te llevas para siempre parte de nuestro ímpetu, de nuestra común lucha por la justicia, por la equidad, por la rectitud de pensamiento, por la ecuanimidad y por la imparcialidad que nos enseñaste durante toda una vida dedicada a los demás. Nos queda tu legado pero tú sabes, José Antonio, que los legados van perdiendo consistencia con el paso de generaciones. Así, por ejemplo, ¿quién nos iba a decir que, tras la bocanada de aire fresco de la transición, íbamos a soportar la fetidez de la reescritura de su historia, que algunos se proponen, a pesar de haberla escrito nosotros mismos? Es para, con sana indignación, como tú sabías hacerlo, enfadarse. Por ello, permíteme que repita un párrafo, publicado el día veintiocho de mayo de este mismo año, cuando, sin saber la maldad fisiológica que te atenazaba, publiqué en este mismo blog.
“Que lo comunicado se perciba como auténtico, sin tener que recurrir a los artificios, es algo, José Antonio, que la ética personal debería anteponer a cualquier otra circunstancia. En este país que has pateado hasta la extenuación, primero luchando con las armas de tu melódica voz, después con tus guiones y tu mochila y, por último, en el Parlamento con tu voz en nombre de tus paisanos, en este país que amamos, reitero, es gratuito fomentar las sospechas, propagar las calumnias, luego “rectificadas”, y diseminar las dudas con que se tergiversa y destruye a quien se considera enemigo.”
Querido José Antonio Labordeta, ahora, cuando tus invisibles átomos, expandidos ya por el inmenso universo, nos lleguen, yo ya he notado algunos, espero que el ánimo, la sobriedad, la pasión por el trabajo bien hecho, la lucha por los principios en los que cada uno cree, el amor a la vida y a la familia, el humor sereno y socarrón, nos inunden y nos hagan seguir un camino similar al que has llevado durante toda tu existencia.
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