PROMETEO
María Luisa Arnaiz Sánchez
Prometeo, Ribera. El Prado
Cuando se crearon el cielo y la tierra y aparecieron los animales, Prometeo, el decidido hijo del titán Jápeto descendiente de Urano, conocedor de que en el polvo terrestre se encontraba la maravillosa semilla celestial portadora de la vida, cogió una pella amorfa de barro y modeló un ser semejante a los dioses, le infundió todas las cualidades de los animales y pidió a Atenea que le insuflara el soplo divino para hacerlo la criatura más perfecta de cuantas poblaban la tierra. De esta manera comenzaron a nacer los humanos, a quienes Prometeo transmitió todos los conocimientos que había recibido de la diosa virgen sobre matemáticas, astronomía, medicina, náutica, metalurgia, escritura, etc., ya que no sabían usar ni su intelecto ni sus facultades. Así, respondiendo al significado real de su nombre, “previsión”, mala interpretación del vocablo sánscrito “pramantha”, ‘esvástica’ o ‘taladro de fuego’, que tantas páginas ha generado con disquisiciones esotéricas, investía a sus criaturas con los saberes que les serían imprescindibles para desarrollarse.
Atenea junto a Prometeo modelando hombres.
Sarcófago romano
Pero el suspicaz Zeus tomó la decisión de eliminar a los mortales al ver cómo acrecentaban su talento y su capacidad, a la par que se multiplicaban. Hubiera sido así de no mediar Prometeo en su favor, por lo que maquinó exigirles sumisión y acatamiento a cambio de su protección; para ello convocó una asamblea de los dioses, a la que tenía que presentarse su paladín. Este sacrificó un toro en honor de los inmortales e hizo dos montones con los trozos: uno era pequeño y contenía carne, el otro era abultado y contenía huesos más sebo. Pidió a Zeus que eligiera, inclinándose este por el grande, y, cuando comprobó el engaño, que el titán había ideado al sospechar que las exigencias del dios serían caras para los mortales, su indignación no tuvo límites. Entonces Zeus, vengativo, negó al género humano lo que le faltaba, el fuego, pero de nuevo Prometeo con astucia se zafó del abuso divino y pidió a Atenea que lo introdujera en secreto en el Olimpo. Se acercó al sol, robó una chispa ígnea, que guardó en una férula (o cañaheja), y se la dio a los hombres.
Prometeo roba el fuego de Zeus mientras dormita
con Ganímedes, Christian Griepenkerl
El padre celestial, vencido por su adversario y con la intención de condenar a los humanos, encargó a Hefesto, el dios del fuego, que construyera con arcilla la más bella estatua de mujer conocida. Una vez hecha, Hermes le concedió el habla y la movilidad y Afrodita los encantos femeninos. Zeus la llamó Pandora, “todos los dones”, y se la envió a Prometeo como regalo, sin embargo él la rechazó porque se temió alguna jugarreta celeste y le dijo a Epimeteo, “idea tardía”, que por ningún motivo la acogiera. Entonces el padre de los dioses pensó que tenía que castigar a Prometeo de forma ejemplar y pidió a Hesfesto que lo encadenara a una roca en el Cáucaso, donde un buitre le roería todos los días el hígado regenerado por las noches, y de paso excusó su crueldad difundiendo la mentira de que Atenea coqueteaba con el atrevido Prometeo. Su amedrentado hermano se apresuró a casarse con Pandora, que poco después abrió una caja que había traído consigo, saliendo al instante todos los males que a partir de entonces afligirían a los humanos: la enfermedad, la vejez, el vicio, la fatiga, etc. Solo quedó dentro el único bien que contenía, la esperanza.
Epimeteo y Pandora. El Greco. El Prado
Prometeo es considerado el “inventor del fuego alimenticio” ya que ofreció a los hombres la ocasión de que cocieran los alimentos, posibilitando así que se distanciaran de los animales que ingerían la comida cruda. Pero es también el “responsable de la separación de dioses y hombres” porque, cuando hizo el reparto de la primera víctima sacrificada, reservó la carne para los humanos. Los órficos y los pitagóricos rechazaron esa distribución que definía la naturaleza humana como distinta y contraria a la divina, esto es, no aceptaron que los hombres tuvieran una constitución diferente de la que tenían los dioses. En consecuencia, mientras los practicantes de los ritos de Orfeo renunciaron a los sacrificios, los seguidores de Pitágoras no tuvieron dificultad en admitirlos, aunque se negaron a degollar y comer animales. Con el fin de sustituirlos y conforme al ceremonial, estos virtuosos y ascéticos creyentes empezaron a ofrecer cereales a los dioses, en grano o en pasta, además de perfumes, sobre todo mirra e incienso. He aquí la razón de que se rompiera la regla que se había establecido para los holocaustos y de que se instaurara un nuevo sistema de sacrificio, si bien el fuego seguía siendo nuclear.
Prometeo encadenado, Nicolas Sébastien Adam. Louvre
Bien. En el mito se codifican dos hechos trascendentales para la humanidad: primero, el comienzo de un régimen de alimentación basado en la necesidad de ingerir la comida cocida, que convertía a los hombres en civilizados; segundo, un ritual de reconocimiento, que justificaba la condición sobrenatural e inmortal de los dioses, por cuanto les bastaban los aromas para sobrevivir. El neoplatónico Porfirio recogió esta anécdota relatada por Asclepiades de Chipre en su tratado “Sobre la abstinencia”, IV, 15, para explicar cómo se llegó a comer carne asada: Una vez, cuando ardía la víctima de un sacrificio, un trozo de carne cayó al suelo y un sacerdote lo recogió, llevándose después la mano a la boca. Tanta fue la satisfacción que sintió en su paladar por el sabor, que desde ese día comenzó a comer carne. Su mujer y él fueron asesinados, pero la historia se repitió. Y, al hilo del encastillamiento de los inmortales, escribe este filósofo contrario a la divinidad de Jesús, en II, 58: “¿Quién es tan tonto o se muestra tan crédulo para creer que todos los dioses se complacen con los huesos descarnados y con una bilis quemada que no le gustaría ni a los perros hambrientos?, ¿es este el homenaje que se les debe a los dioses?”, revelando la mordacidad que manifestaba como buen defensor del vegetarianismo.
Pandora, kylix
Aparentemente Prometeo es el benefactor de la humanidad pero, como mero instrumento divino, simplemente cumplió la voluntad de Zeus que quería condenar a los hombres al hambre y la muerte. El único modo en que interpreto esta invención es que los mitos, como balbuceos de un proceso intelectual, solo intentan explicar una realidad interpelada. Por tanto, se puede entender que esta historia quiera mostrar aquello que está más allá de los límites naturales del conocimiento, pero que su correlato trate de justificar la presencia y origen del mal en el mundo, encarnado en la figura de una mujer, es algo premeditado e inaceptable. La misoginia y el determinismo que impregnan el mito son idénticos, mutatis mutandi, a la actitud y a la concepción de la historia sobre el origen de la humanidad del Génesis, por más que la iglesia católica evite la comparación y, con su presuntuosa supremacía en materia moral, pretenda atenuar el antifeminismo que trasluce su sagrado texto y soslayar la doctrina del “libre albedrío”, ¡que aún no ha definido!
Cortejo triunfal de Dioniso. Louvre
Creo que aprendí la palabra “férula” la primera vez que leí el mito de Prometeo y, bien por las acepciones de mi diccionario, bien por los métodos educativos de entonces, supongo que me quedé con la idea de abuso de autoridad, porque siempre asocié a Prometeo con el dómine Cabra. ¡Ironías del hambre no satisfecha! Tal vez no me quedara claro que el protagonista tenía relación con la comida pero desde luego supe que era un avasallador-vasallo, si se me permite la voz, no un filántropo. Después me intrigó la palabra cañaheja con su hache intercalada y su posible diminutivo despectivo. Bien. En la cerámica precedente se ve a Dioniso junto al sátiro Sileno, llevando una corona nupcial en su mano, pues va a casarse con Ariadna, ensartada por lo que parece el tirso. Lo llamativo es que se trata de la férula, el silphion (ferula narthex), la planta que los egipcios usaron, según parece, para controlar la natalidad, que Plinio el Viejo señaló como anticonceptiva, y que sin embargo Avicena creyó con Catulo que era afrodisíaca. Al finalizar el siglo XX, Henry Koerper y A. L. Kolls en “The silphium motif adorning ancient libyan coinage: Marketing a medicinal plant”, 1999, exponen que simplemente tenía un valor apotropaico, dada su asociación subliminal con el falo.
Copa de Arcesilao, siglo VI a. C.
En la ilustración que antecede se ve al rey Arcesilao vigilando en Cirene, la más importante de las colonias griegas en Libia, el peso y embalaje de silphion, cuya médula arde lentamente y era usada por los viajeros y marineros como antorcha. Luego, fin de la tesis.
Ferula nartex Ferula communis, cañaheja
No obstante, dado que la imaginación no ha dejado de volar en ninguna época, lo de la férula se sigue arrastrando y no son pocas las preguntas respecto de qué interpretación conceder al continente y al contenido prometeicos. ¿Responden a una planta y al fuego? Las metáforas no han sido suficientes. Diógenes Laercio en su libro VIII, 34, afirma que Aristóteles ya exponía que para los pitagóricos las habas eran parecidas a los órganos sexuales y también Luciano de Samósata en “Vitarum auctio”, 6, manifiesta literalmente que “las habas son en todos los aspectos la propia generación”. El hecho de que los fuertes tallos de las habas carezcan de nudos parece ser que sugirió la imagen de que eran una réplica del sexo del hombre. Hay una prueba añadida, recogida por Antonio Diógenes que ha llegado a través de Porfirio y Juan de Lido en “Sobre los meses”, 42, que muestra los efectos de esta asimilación: si se mastica un haba y se deja al sol, se notará al poco que huele a semen humano. Son muchos los escépticos que continúan preguntándose para sus adentros: ¿sería la férula el pene y el fuego el semen? Ese es un conflicto sin resolver. Es otro punto de vista.
El origen del mundo, Gustave Courbet, 1866. Museo d’Orsay
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