EL AGRAVIO
Antonio Campillo Ruiz
Sandro Botticelli
- ¡Señor! Aquí le traigo lo que es justo que su señoría
guarde. He recorrido una gran distancia sorteando quebradas y ríos, valles y
planicies, hasta llegar a vuestro palacio. No me ha importado este gran trabajo
porque debía cumplir aquello que considero mi deber: que disfrute su señoría de
la compañía de su hijo.
Y diciendo esto, el labriego abocó un gran saco que llevaba a cuestas y del que
cayeron al suelo la cabeza, los brazos, las piernas y el cuerpo de lo que fue un
joven. Sonó una exclamación unánime de todos los presentes en la gran sala de
recepciones. Los alabarderos se dirigieron raudos hacia el labriego que, con
voz cansada, prosiguió su plática.
- Como no soy hombre de leyes no sabía cuál debía ser la
condena justa. Hice mis cábalas y deduje que si vuestro hijo había cortado la cabeza a mi hija, justo era que hiciese yo lo mismo con él. Pero, surgió una duda que no pude
resolver y solicito que me perdonéis por ello, ¿cuál es el equivalente de una
violación? Mis cortas luces me indicaron que si no hubiese tenido ni piernas ni
brazos para alcanzarla, sujetarla y golpearla, probablemente no habría podido
consumar tal crimen. Por ello se me ocurrió cortárselos para que ni siquiera
desde donde se encuentra ahora pueda repetir tal desatino.
El Señor, locamente enfurecido, dijo: - ¡Morirás, cobarde
asesino!
- Sí, ya lo sé -contestó con el mismo tono pausado el
labriego- Además de traeros a vuestro hijo he venido a eso. Permitidme, no
obstante, que os corrija dos insultos que no merezco.
No soy cobarde. Cuando encontré a mi hija mordida,
violada y decapitada, había un manto con vuestro escudo junto a ella. Me
apresuré y encontré a vuestro hijo con dos sicarios y su perro. A vuestro hijo
ya lo tenéis aquí. A sus sicarios y al perro los podéis encontrar colgados de tres
árboles frente a la venta donde, los dos primeros, estaban refocilándose de su hazaña. Perdonad el
dispendio de utilizar tantos árboles para tamaña carroña pero el caso es que no
quería perjudicar con mucho peso a un solo árbol.
Tampoco soy un asesino, he cumplido con mi deber de padre
y he sido justo con vos al traeros a vuestro hijo, aunque no lo merece. Él dejó
a mi hija a la intemperie en el bosque, tirada como un leño seco y roto.
Antonio Campillo Ruiz
Una historia tremenda. Me he quedado sin palabras. Lo que puede llegar a hacer una persona. Un abrazo antonio
ResponderEliminarPues sí, Alicia, tremenda pero en la época indeterminada pero previsible en la que pudo ocurrir, normal. Pongámonos en el lugar del labriego y del joven caballero.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Alicia.
He tenido que llegar hasta la última línea del texto para comprobar que el texto era de tu autoría, Antonio, ya que tiene todo el estilo y encanto de los "exempla" o ejemplos medievales de nuestro querido Don Juan Manuel o incluso de esa literatura árabe de "Las mil y una noches".
ResponderEliminarMe ha encantado, no solo por el durísimo tema que tratas y , desgraciadamente tan actual (la violencia de sexo -no de género, que está mal dicho-) sino porque le has conferido al texto un exquisito estilo de literatura medieval encantador y muy bien trabajado. Excelente, amigo.
Un fuerte abrazo.
Creo, Marisa, que para entender la violencia de sexo, la deshonra de quien es honrado, la crudeza de un asesinato sin sentido, lo debemos describir como sucede en la actualidad aunque la forma expositiva se comprenda mejor con este cuasi “exempla”, nunca pretendido como tal. El mal ejemplo de la venganza, nunca nombrada en el texto porque no existe, la justicia sin juez o la ley del talión, no son buenos consejeros pero, en este caso, no existe ninguno de ellos, sólo el pago de un ultraje. Los textos que citas son libros de mesilla desde hace muchos años.
EliminarTe agradezco mucho tus palabras.
Un fuerte abrazo, querida Marisa.
Excelente texto, Antonio, abordas un tema candente y lo resuelves de manera audaz. Quizá la justicia sea esto, para que sea verdadera justicia, aunque nos parezca terrible. Pero más desolador que cualquier otra cosa es sufrir el atropello del crimen, sabiendo que quedará impune, sin hacer nada para evitarlo. Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias, María. Ojos tapados, balanza de precisión y una espada, son los elementos de una simbología que pierde poder día a día por los continuos cambios perniciosos en la redacción de leyes sólo útiles para unos pocos. No he querido ejemplificar la brutalidad de la venganza. Cada platillo sopesa su carga para que sea equitativa y el fiel quede en el punto medio exactamente.
EliminarUn fuerte abrazo, querida María.
Iba a decir algo parecido a Marisa.
ResponderEliminarLo malo es que aquello que en la época feudal podría ser explicable como única alternativa para los pobres que no tenían opción a la justicia, es a lo que parece que nos encaminan. No me gustaría que esto se convirtiera en un tomarse continuo la justicia por la mano, pero nos empujan: cada día estamos más indefensos, al albur de los caprichos de nuestros gobernantes, que continúan a lo suyo: divertirse sin que les falte de ná.
Es cierto, Amando. Yo también soy absolutamente contrario a la violencia y a la toma de decisiones que no sean ecuánimes y aceptadas por todos. Pero este no es el caso en la actualidad. Con este relato sólo he pretendido que la balanza sopese los mismos valores en ambos platillos. No puede sopesar siete años de cárcel por el hurto de un jamón para dar de comer a los hijos que reírse de toda una nación con miles y miles de millones robados impunemente. Para el segundo caso se redactan nuevas leyes y, la impunidad de algunas de ellas, determinan que se tomen medidas para que los labriegos y trabajadores puedan valorar lo pesado en la balanza. Sin venganza, sin rencor, sin dejarnos llevar hacia donde nos encaminan…, con justicia.
EliminarUn fuerte abrazo, Amando.
Un derroche, amigo Antonio. Un aleccionador, justiciero, vibrante y áspero relato pero aunque intuyo el final me he quedado sin él, como en aquellas películas en V.O. de nuestra adolescencia ............... ¿Decapitaron al labriego?
ResponderEliminarLos alabarderos dan cuenta de él desde todas direcciones. Sospecho que tras esta tragedia, lo meterían en una jaula y lo colgarían para que su cuerpo fuese pasto de animales y jamás pudiese reposar en paz. Esta debería ser una sentencia según los legajos escritos, no los ecuánimes y justos. Mucho tendríamos que hablar de la justicia justa e injusta.
EliminarUn abrazo, amigo Enrique.
Una terrible historia la que nos cuentas inspirándote en esa tabla de Botticelli, "Historia de Nastagio degli Onesti" basada así mismo en el Decamerón. La tuya es todavía más dramática pero me identifiqué, inevitablemente, con ese padre vengador. Creo que cualquier padre puede ser, en un momento determinado, un asesino con los asesinos de sus hijos.
ResponderEliminarMe gustó el ritmo, el montaje y la descripción. Te veo pronto en el Nadal.
Un abrazo, amigo.
No, amigo elpresley, no. Son pequeños relatos que me arrebatan de la mente hechos demasiado cercanos en el tiempo.
EliminarComo buen especialista, obra y texto en el que está basada esta magnífica obra pictórica, son los reseñados. No he querido indicarlos para que no se sintiese la tentación de comparar mi pobre relato, como muy bien dices, excesivamente dramático, con un libro tan hermoso como importante en la Historia de la Literatura Universal. Por ello, me he limitado a señalar al autor de, al menos el diseño. La obra acabada puede pertenecer a su escuela o al propio Botticelli.
Me ha agradado que te haya gustado el ritmo, aspecto que pasa sin pena ni gloria, así como la estructura general. Muchas gracias amigo.
Un abrazo, elpresley.
ya me llamaron la atención estos cuadros de Botticelli, cuando los vi en una de mis visitas a Madrid. Son una verdadera historia, en lugar de palabras son las imágenes las que hablan. He leido que Botticelli las diseñó pero fueron terminadas en su taller, aunque tampoco lo daban por seguro.
ResponderEliminarLeyendo tu historia puedo ver que este artista, su obra, sigue inspirando a quienes la ve.
Abrazos, desde una fría e invernal Holanda.
Precisamente hablaba con mi amigo elpresley, en el anterior comentario, de lo atribuido a Botticelli, Pilar. Como dices, la primera vez que se contemplan estos cuadros y su historia violencia, pensamos en la historia que existe tras ellos y nos espanta. Tu segundo país, Holanda, posee muchas cualidades pero dos defectos graves: el frío y la falta de luz. En pocos días, cuando los campos de tulipanes estén en plena floración cambiará a una belleza muy particular.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Pilar.
A mi también, como dice Marisa, me ha recordado una de esas historias narradas en "Las mil y una noche"...Porque es hacer justicia casi, casi, sobre el código aquel tan antiguo de Hammurabi...y que también lo copió Moisés para el Pentateuco de la Biblia.
ResponderEliminarUn beso, Antonio.
La justicia en aquella etapa de la Historia, Marián, era mucho más rígida. No sé si más o menos justa, pero mucho más violenta y de aplicación inmediata. Creo que para ser justo se deben tener en cuenta todos los factores que intervienen, directa o indirectamente en el caso juzgado, con una recta igualdad para todos. Para mí, aplicar justicia, es tan difícil que no me atrevería a hacerlo nunca.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Marián.
Es un relato magnífico, Antonio. Aunque de tono histórico y ambiente que podría situarse en la Edad Media o incluso antes, de él se sacan provechosas conclusiones. ¡Cuántos labriegos existen hoy día!
ResponderEliminarMe ha gustado muchísimo, querido amigo.
Un beso.
Sí, Isabel, existen en la actualidad muchos labriegos a los que la justicia, requerida con razón, vuelve la cara para no oírlos ya que no puede verlos. Esta es la expresión de la injusticia, la soledad ante hechos deleznables cometidos por quienes se erigen en redactores de códigos éticos valederos sólo para unos pocos. La balanza, ante un suceso grave, no puede encontrarse desequilibrada. La justicia debe remediar ese desequilibrio.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Isabel.
Ya no hay labriegos valientes, acabaron con ellos, los abusos continúan, se incrementan.
ResponderEliminarExcelente invitación a comprender el Boticelli, con tu generoso relato.
Abrazo muy fuerte!
En tu país, Sara, ha habido muchos. Han sido justos y han cambiado formas de esclavitud en trabajos y trato personal. Es cierto que desde hace un tiempo, en toda la sociedad moderna la injusticia es dueña de usos y abusos desquiciados. En vez de comprender el cuadro de Boyyicelli, Sara, vamos a procurar extender un conocimiento profundo de la justicia para que se aplique con igualdad y ecuanimidad.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Sara.
Te acabo de conocer a través de otro blog al que visitamos ambos. Me ha gustado tu relato. A pesar de ser terrible, la forma de contarlo le confiere una pátina de lejanía que hiere menos y el contenido invita a la reflexión.
ResponderEliminarCon tu permiso paso a ser seguidora tuya.
Un saludo
Muchas gracias, Ambar. Te agradezco tu comentario así como tu deferencia, Tienes mucha razón. Creo que la sensación de lejanía nos aparta de cometer, en el momento actual, un desafuero ante una injusticia. La justicia la deben aplicar quienes son designados para ello. Ahora bien, lo que sí es más cercano a nosotros es la reflexión que se puede hacer de la justicia innata de este hombre al que le han quitado las ganas de vivir.
EliminarMe paso por tu blog.
Un abrazo, Ambar.
Relato digno de haberse incluido por el magno don Miguel en su Quijote de la Mancha, quién sabe si como dilema de la ïnsula Barataria.
ResponderEliminarSaludos
¡Dios mío!, Carmen, sé que lo dices como un ejemplo de la gran influencia, que no comparación, ni mucho menos, que podría haber tenido. Creo que tratas de exponer: “… ¿y si este relato hubiese estado escrito por un señor en la Edad Media? ¿Podría habernos dado una explicación más razonable y un final diferente? ¿Podría ser así la aplicación de la justicia? El Conde Lucanor posee relatos aleccionadores y…terribles.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Carmen.
Quien no defiende lo que es suyo, nunca podrá dormir tranquilo
ResponderEliminarPotente, serena, decidida Mabel. Esta frase se encuentra escrita entre las líneas del relato. Y no se escribe explícitamente porque la justicia también puede penar a quien comete un delito. Basta que posea igualdad y ecuanimidad.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Mabel.
Me gustan estas historias de valientes y villanos, de deudas de honor que solo se pagan con la vida, doncellas castas y valientes que por lo menos tienen quien las vengue.
ResponderEliminarExcelente tu relato Antonio y hermoso el cuadro de Botticelli.
Besos
Sí, María, al menos tiene a alguien que las quiere y aplica su justicia por ella. Muchas personas quedan sin la aplicación de unas leyes por pésima redacción de las mismas, o mala aplicación de las que están bien escritas. Este es el disparate que se comete cuando las leyes obedecen los criterios personales y no los generales.
EliminarMuchas gracias por tu comentario, María, es imprescindible para apreciar con detalle el relato.
Un fuerte abrazo, María.
La venganza, placer de Dioses. Muy fuerte todo el contenido pero aun a sabiendas que le costaba la vida, se da el trabajon de acarrear los restos con tal de disfrutar la expresión del padre. Un gran "padre coraje", diríamos ahora.
ResponderEliminarMarcos, pienso que el labriego no es vengativo. Trata de poner nivelados los platillos de la balanza de la justicia. Sus cálculos del valor que poseen, los desafueros cometidos son los que le llevan a realizar lo que está acostumbrado y conoce: el valor de cosechas, tierras y, en este caso, el valor de su hija. Terrible pero no vengativo. Y justo, porque le devuelve su hijo al padre. Con tristeza, no con venganza.
EliminarUn abrazo, amigo Marcos.