DE LA SOLEDAD
Aquel día la preocupaba cada vez más. Volvió a revisar la candela y el combustible Nuevamente salió al balconcillo redondo y entre la luz del faro distinguió una inmensa pared negra sobre la que la luz se reflejaba tenuemente. No comprendía lo que sucedía pero supo al instante que cuando llegase a su faro, aquella pared de agua sería la que apagase la llama de su candela.
Antonio Campillo Ruiz
Helena Nelson Reed
Aquel día las
sirenas cantaban tristes. Amaneció temprano sin un solo sonido de los pájaros
y con mucha luz. Al poco, se fue apagando hasta una completa oscuridad. Tuvo
que subir a lo alto del faro para cambiar su período y encenderlo nuevamente
tras una noche pendiente de su luz. Hacía semanas que había llamado a la
central para el envio de repuestos de los mecanismos de rodadura. Era un faro
cansado. Desde la alta atalaya escudriñaba el horizonte siempre descalza y con
la falda al aire. Era un placer ver a las olas, siempre distintas, siempre
agitadas, hablándole en un lenguaje que sólo alguna vez era capaz de traducir.
Ella les hablaba de soledad y se felicitaba de no poder explicar, ni hacerse
comprender, de este peculiar estado que las olas no poseían. A veces, se oían
bellas melodías que no podía identificar pero sabía que pertenecían a las
sirenas. Ese día, el extraño amanecer había convertido los cantos en un ulular
similar al que producían las olas al chocar contra oquedades por las que
inmensos chorros de agua reproducían el sonido
de tubos de órgano.
La luz de la enorme lámpara comenzó un preocupante parpadeo
y por instantes se transformó en mortecina. Bajó corriendo la escalera de
caracol perteneciente a la propia estructura de piedra y, en el segundo piso,
abrió nerviosamente la puerta. Enseres de todo tipo se encontraban en un caos
ordenado que ella conocía muy bien. Cogió una enorme candela y un bidón de
keroseno subiendo veloz a la linterna. Debía sustituir la lámpara por la
candela y cambiar el sistema de iluminación porque el día parecía una noche, incluso
más oscuro que una noche cualquiera. Trabajó rápida y acabó en unos minutos que
le perecieron eternos: el faro estaba apagado. Cuando prendió fuego a la
candela un pequeño fogonazo hizo que retirase la cabeza hacia atrás. Abrió la
chimenea para que los gases no se acumulasen y cerró la lente Fresnel pulida
con esmero. Ahora debía estar atenta al combustible y alimentar la lámpara con
regularidad.
Salió a la pequeña balconada circular y oteó el horizonte
siguiendo el giro de la luz. Nada. Todo sereno pero muy amenazador. Hasta el
mar se encontraba inesperadamente quieto. No lograba explicar este día tan extraño. Cuando
vino a ocupar este puesto de farera lo hizo huyendo de la soledad y de un
entorno que la asfixiaba. Ahora, sólo un día a la semana se acercaba a retirar
las provisiones que había solicitado la semana anterior al pequeño pueblo
cercano. No poseía ningún medio que la uniese a la sociedad de la que marchó
excepto un teléfono de emergencia que debía utilizar sólo en situaciones extremas. Poseía unos binoculares y cuadernos, muchos cuadernos de campo, en
los que anotaba sus experiencias con los animales de los que era muy amiga
después de tantos años y, de tarde en tarde, escribía sus pensamientos sobre el
aislamiento, nunca de la soledad. No se encontraba sola, estaba siempre
acompañada y era feliz caminando todo el día descalza hacia donde quería. Tras
el trabajo, muy atento durante las noches y especialmente las de Luna nueva, la
luz, el mar y los animales eran sus compañeros y, alguna vez, cuando el mar
estaba bravo, las sirenas cantaban a sus pies. No recordaba con claridad cómo
funcionaba la sociedad de donde vino, su ajetreo, sus prisas, la impersonalidad
de las gentes con las que se cruzaba, trabajaba o convivía.
Helena Nelson Reed
Aquel día la preocupaba cada vez más. Volvió a revisar la candela y el combustible Nuevamente salió al balconcillo redondo y entre la luz del faro distinguió una inmensa pared negra sobre la que la luz se reflejaba tenuemente. No comprendía lo que sucedía pero supo al instante que cuando llegase a su faro, aquella pared de agua sería la que apagase la llama de su candela.
Antonio Campillo Ruiz
Entrañable, amigo Antonio. Un abrazo
ResponderEliminarMe congratulo de tu opinión, Enrique. Lo importante es la opinión personal.
EliminarUn gran abrazo, amigo Enrique.
De un mundo propio,particular, que conlleva pasión.
ResponderEliminarExcelente relato,lo celebro!!
Un abrazo,Antonio
Elsa
Me alegro, Elsa, de que hayas podido sentir la gran pasión de esta mujer que ama lo que hace y posee un mundo interior tan rico.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Elsa.
Ponerte en la situación de vislumbrar la "inmensa pared negra", sobrecoge aunque pienses en un personaje de ficción.
ResponderEliminarSí, Marcos, es como un escalofrío de tensión y ruptura de todo aquello que has amado y cuidado con esmero.
EliminarUn abrazo, amigo Marcos.
El faro, el mar, las olas tienen vida propia,
ResponderEliminarlo que tú haces Antonio es darle belleza.
Hermosa literatura!
Abrazos cálidos.
Ante la inmensidad de su belleza y los sentimientos que provoca este bravo mar y esta bella profesión, es muy gratificante poder describirlos aunque sea someramente. Muchas gracias por tus palabras.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Genessis.
Hay "paredes negras" que requieren de gran alerta y atención. Y aun así, devoran con sus olas voraces cualquier atisbo de luz mantenida con mimo, cariño y esmero.
ResponderEliminarHermoso relato, Antonio, en el que la luz del amanecer se confunde con la luz de ese faro al anochecer mimado por manos femeninas (me ha sorprendido la elección femenina para el personaje), pero amenazada de destrucción inminente ante el coloso negro.
Un placer leerte siempre.
Un inmenso abrazo.
No comprendía lo que sucedía pero supo al instante que cuando llegase a su faro, aquella pared de agua sería la que apagase la llama de su candela.
EliminarLos lugares nuestros los que conocemos que nos llenan de todo lo que queremos
mil besos
Marisa, agradezco tus palabras. Son el complemento perfecto para poder apreciar, con su lírica, la suave conjunción de luces y sombras en esta mujer de una sensibilidad especial.
EliminarHace años, conocí a una chica que, a pesar de su juventud, era farera y vivía en un alto faro en la costa de Bretaña. Me sorprendió e ilusionó la riqueza de vida que le proporcionaba la vida en el faro. Todo el relato es ficticio. Ella sólo poseía las experiencias propias de una vida sana y en paz. Muchas gracias, Marisa, por escribir la poesía que le falta al relato.
Un fuerte abrazo, querida Marisa.
Sí, MuCha, su falta de comunicación con el exterior le impidió poder deducir qué sucedía. Su luz se apagaría con la candela que cuidaba con tanto esmero.
EliminarUn fuerte abrazo, querida MuCha.
Cuanto misterio, Antonio.
ResponderEliminarNo he podido parar de leer hasta alcanzar el final.
Esa mole oscura y negra del agua en el silencio de la noche.
Magnífico.
La vida, Tecla, es un misterio. Los acontecimientos que nos suceden de forma cotidiana, son tan misteriosos como la barrera negra que nos para e impide seguir recorriendo el camino que habíamos trazado. Gracias por tu comentario. Es muy agradable que te guste esta pequeña historia.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Tecla.
Disfruto tanto
ResponderEliminarMe alegro. Me alegro mucho, Lola.
EliminarUn fuerte abrazo.
tu forma de escribir
ResponderEliminarLola, ahora me sonrojas, aunque me agrada que sea así.
EliminarUn fuerte abrazo, Lola.
Olá Antonio, muito obrigada pelas frequentes visitas ao blog! Ficamos muito felizes com a tua presença! E que fotos lindas neste post! Obrigada, beijos do blog 4 amigas e a cidade
ResponderEliminarSiempre me es muy grato leeros. Claro que, poco puedo decir de modas femeninas, pinturas, música, etc. Por ello, he optado por leeros y recomendaros en G+ porque lo que escribías es muy interesante para todas las personas.
EliminarVuestro blog es un chorro de aire fresco en este mundo de ficciones.
Un gran abrazo, Chicas.
¡Hola Antonio! Bellísimo lo escrito. Amo el mar. No sé si por el misterio que traen las olas al lamer la orilla o los secretos que guardan sus aguas por siglos.
ResponderEliminarQuizás sea porque frente a él me invade una energía que parece surgir de su interior.
Las imágenes que nos has regalado son tan bellas como tus palabras. El faro tiene algo especial, inspira. Tú como siempre lo has sabido aprovechar con tu talento.
Un abrazo.
También amo el mar, Lou. Es tan inmenso, tan suave, tan bravo, que mirar el horizonte supone pintar en la mente miles de retratos imposibles de apreciar.
EliminarEl atractivo de esa luz que rompe el negro de la noche es hipnótico y con cada vuelta, su resplandor rotura el cielo con surcos por los que caminan los duendes. Te agradezco, sonrojado, tus palabras, Lou.
Un fuerte abrazo, querida Lou.
No sé qué tiene el mar que atrapa, inunda, inspira. La puesta de sol es aún más hermosa cuando se intoduce entre las aguas y se apaga hasta el día siguiente. La brisa marina, llena de esperanzas, hace que las olas bailen a su son, brincando rítmicamente. No sé qué tendrá el mar... pero yo le echo de menos en la montaña.
ResponderEliminarUn saludo
Yo también lo echo de menos y me encuentro a poca distancia de él, Carmen. He tenido la suerte de poder disfrutar bastantes días de atardeceres recorriendo el Atlántico y su belleza es siempre diferente y espectacular. Las suaves olas que lamen la arena son amigas que juegan pero si la bravura del viento las irrita, su potencia es un espectáculo.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Carmen.
Antonio, un relato apasionante en el que una frase me llevó a la otra abriendo mi curiosidad hasta un final que no deja duda a la buena pluma que te acompaña y de tu prolífera imaginación.
ResponderEliminarMi condición de isleña _para más INRI, pequeñita_ hace que en mi mirada siempre esté el mar: Los faros y su habitante siempre me ha parecido una persona hermética pero de corazón abierto y llano. Lejos de parecerme solos de soledad, los veo cómodamente solos.
Una vez más, querido amigo, un placer leerte
Pilar, así he conocido yo también a los fareros. No encontrarse sujetas a ritmos ajetreados y reiterativos, les proporciona una paz en la soledad que debe ser una gozada. ¿Acostumbrarse? Pues sí, deben acostumbrarse y aprender la ruptura con la concepción “normal” de modo de vida pero creo que merece la pena.
EliminarEn tu condición de isleña, como dices, posees la oportunidad de mirar el mar en cualquier orientación, algo que debe ser tan placentero como poder seguir el curso de los astros, tanto de día como de noche. Me encantaría poder vivir en la libertad de tu pequeña isla. Muchas gracias por tu comentario, Pilar, es el perfecto complemento del relato.
Un fuerte abrazo, querida Pilar.
que bella historia, la mejor compañia, sin duda. abrazos
ResponderEliminarMuchas gracias, Alicia, la belleza la creas tú al imaginar lo relatado. Me encanta que haya sido, por un momento, una agradable compañía. Preferiría habértelo leído pero es un poco difícil. Se solucionará un día.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Alicia.
Impressionante imersão... gostei demais!
ResponderEliminarBeijos.
Te agradezco, Teca, tu interés y que te haya gustado este pequeño relato en el que he querido manifestar un bienestar que se encuentra muy lejos de la vida cotidiana que debemos cumplir.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Teca.
Los detalles profesionales de la vida de la farera son de un escritor con mayúsculas,y siempre impregnando tus relatos de un delicioso misterio que te lleva en volandas hasta un final inesperado.
ResponderEliminarGenial, maestro!
Un fuerte abrazo.
Ohma, ¡ya me gustaría a mí tener la soltura que posees tú con las palabras! Conocedora de la vida en el mar, de la costa, del trabajo y la belleza de esa inmensa masa de agua, es indudable que conoces mucho mejor que yo las peculiaridades de los antiguos fareros. Siempre me ha interesado conocer cómo pensaban y sentían estas personas. Apagar la luz debe ser un proceso inesperado y rápido.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Ohma.
¡Qué historia más romántica! llena de amor...la prota...parece una Vestal, pendiente de que no se apague el fuego...de la vida, que en definitiva es la inmortalidad.
ResponderEliminarPrecioso.
Un beso, querido Antonio.
Una oportuna relación, Marián. Esa luz es la que señala hacia la verdad y la vda, la tierra. Si se dirige el barco hacia los rompientes espera la muerte y la desolación, por ello los señala. El interés en que nunca se apague es una labor de manos suaves que acarician las lentes para que su luz llegue más lejos, más visible, más rápida.
EliminarMe alegro mucho de que te haya gustado.
Un fuerte abrazo, querida Marián.
Logras envolver... me gusta todo el relato obviamente, pero en especial la parte donde diferencias soledad de aislamiento, y sobre la impersonalidad de la sociedad que se le dificulta recordar. Triste el final, apagarse siempre es trsite, pero ideal para cualquiera, tener la certeza de cuándo, dónde y cómo apagarnos.
ResponderEliminarUn abrazo muy especial, Antonio.
Es uno de los aspectos que quería hacer notar, Sara. Existe una diferencia tan grande entre querer vivir de una forma diferente a la rutina cotidiana y la soledad que, a muchas personas les resulta difícil entenderlo. La candela se apagará cuando todo lo creado se destruya.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Sara.