EL ECLIPSE
Antonio Campillo Ruiz
Rubén Belloso
Cuando fray
Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La
selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su
ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso
morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante,
particularmente en el convento de los Abrojos, donde Carlos Quinto
condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba en el
celo religioso de su labor redentora. Al despertar se encontró rodeado por un
grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un
altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al
fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo.
Tres años en el
país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó
algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas.
Entonces floreció
en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de
su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso,
en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y
salvar la vida.
-Si me matáis -les
dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura.
Los indígenas lo
miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que
se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.
Dos horas después
el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la
piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado),
mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa,
una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y
lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en
sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.
Augusto Monterroso
Pobre Bartolomé, pues en algunas películas gana el chico. Antonio, Con todo mi respeto a la narración.
ResponderEliminarSí, Marcos, pero es ficción. La más errónea de las apreciaciones es menospreciar la inteligencia de los demás en pro de dichos o hechos adquiridos por casualidad. Se puede conocer diferentes acontecimientos científicos sin seguir lo instituido.
EliminarUn abrazo, Marcos.
No se puede menospreciar a nadie. El fraile se enteró demasido tarde.
ResponderEliminarUn abrazo querido Antonio.
Digamos, Ohma, que confió demasiado en acontecimientos demasiado sencillos y en la triste soberbia del castigo. Menospreciar a los demás es muy usual entre quienes ocupan determinados estamentos artificiales, puesto que son torpes como ellos solos.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Ohma.
Qué bello puede llegar a ser el día
cuando la bondad lo ha iluminado...
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Qué la Gloria del sábado Santo
nos ilumine a todos...
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Deseo pases una tarde
donde se acomoden los
sentimientos en el
seno de los ruiseñores.
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Atte.
María Del Carmen
Querida Gatita Coquetuela, así fue gracias a que se cumplió tu deseo: Se acomodaron los sentimientos en el seno de ruiseñores que cantaron con sus bellos trinos. Espero con todas mis fuerzas que fuese igual para ti y sintieses la iluminación de la verdad.
EliminarUn fuerte abrazo, querida María Del Carmen.
Gran relato antonio, gracias por compartir. que pena el hombre que no le hicieron caso, un abrazo
ResponderEliminarConvengamos, Alicia, que no entendían lo poco que sabía teniendo ellos el conocimiento de los cálculos hasta miles de años después. La amenaza ha sido siempre el razonamiento de personas que no han estado jamás a la altura de las circunstancias.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Alicia.