martes, 2 de abril de 2013

LA VELA

EL SUEÑO

Antonio Campillo Ruiz


   Isabel del Carmen despertó aquel día llorando. Había soñado. Le asustaban sus sueños porque los recordaba con todo detalle. Su madre entró agitada en la pequeña habitación de la niña y trató de calmarla en el calor de su pecho. Abrazadas madre e hija, la una hablando con voz suave cerca de la oreja y la otra hipando, transcurrió un largo rato. Al calmarse la pequeña, su madre sacó del bolsillo de su bata un papel en blanco y un lápiz. Con palabras zalameras, no exentas de firmeza, dijo a la niña que le contase el sueño que la había despertado tan agitada. Entre suspiros y alguna palabra ininteligible relató a su madre que le asustaba la oscuridad. 
Que había caminado por un sendero en un bosque inmenso, con plantas más pequeñas que los árboles creciendo por toda la tierra. Parecía una alfombra verde y suave toda llena de gotas  agua. Que por un camino inexistente había visto pasar una procesión larga, muy larga, de dos filas de penitentes. Llevaban en una de sus manos una especie de luz que no sabía de dónde procedía. Eran muy tenues pero brillaban con mucha intensidad en la oscuridad. Ella, que se encontraba sola en el camino, quedó quieta pero la procesión se dirigió hacia donde se encontraba. Pasó por su lado durante mucho tiempo y observó que todos vestían la misma túnica negra con capucha que no dejaba verles la cara. Además, iban descalzos pero no tenían heridas en los pies a pesar de las espinas que poseían las plantas por las que caminaban. Cantaban, rezaban cánticos que no comprendía y una pequeña campanilla tañía al terminar cada oración. Un ruido extraño envolvía a toda la comitiva, como si fuesen hierros que chocaban. Uno de los penitentes me ofreció una de las luces que sostenía en su mano derecha. Entonces, Isabel del Carmen pudo comprobar que eran velas que ardían aunque una persistente niebla humedecía el ambiente. Pesaba más de lo normal a pesar de ser fina. 
El penitente la cogió de su mano para que le siguiera. La llevó con suavidad a una de las filas y le dijo quedamente que quien dirigía aquellas largas hileras de encapuchados se llamaba Estadea. No podía ver bien la espalda de aquella persona porque parecía que se transparentaba, al igual que el resto de la comitiva. Seguía cogida de la mano de aquel penitente y fue cuando percibió que no pisaba las plantas por las que pasaban y que iba descalza, como todos ellos. Tuvo miedo, tiró la vela y tratando de soltar la mano que la aprisionaba, tiraba y tiraba con todas sus fuerzas. En ese momento se despertó tan agitada como la había encontrado. Al escuchar el relato del sueño de la niña, su madre, que lo había escrito todo, estaba pálida. No sabía el significado de nada de lo que había dicho. No le encontraba sentido porque Isabel del Carmen nunca había tenido pesadillas, había soñado pero sueños plácidos e inocentes. Claro, que aquel era también un sueño, extraño, pero un sueño de niña que acostumbraba a recordar lo que sucedía en ellos después de pasar la noche. Buscó con manos impacientes el nombre que le había dicho su hija en el grueso diccionario que poseía. No lo halló o no se encontraba tal nombre en él. Arregló a la niña con premura y fue con ella a la escuela. Solicitó visitar al maestro y, en su despacho, le preguntó por el nombre del sueño de Isabel del Carmen. 
El maestro le solicitó el motivo por el que quería saber quién era y ella se sinceró con el acerca de  las peculiaridades de la niña para con los sueños y le relató el de la noche pasada. El maestro se encontraba pálido. Le dijo no saber nada y que la mejor opción, ya que se trataba de una procesión de penitentes, era que visitara la iglesia y le preguntase al párroco. Cuando llegó a la puerta de aquella pequeña iglesia de piedra, que no visitaba con asiduidad, empujó con fuerza la pesada puerta y un frío gélido la envolvió. Toda la iglesia se encontraba vacía. Se dirigió hacia el altar y, en el camino, oyó lo que parecía una llamada. Desde un confesionario, el párroco la llamaba. Se acercó a él y después de saludarle le explicó que quería hacerle una consulta.
Isabel del Carmen, en el pupitre que ocupaba con su íntima amiga María de la Inmaculada, empezó a palidecer bruscamente. En silencio, se resbalaba hacia el suelo y sus compañeros se levantaron y la rodearon. El maestro se dirigió velozmente hacia ella y cogiéndola en brazos la trasladó al pequeño botiquín que se encontraba cuatro puertas hacia la derecha del aula que ocupaban. La dejó con suavidad en la estrecha camilla y dijo a los alumnos que le seguían que llamasen a la profesora de Ciencias y al medico del pueblo. Cuando Doña Juana llegó y tocó a Isabel del Carmen en la frente la encontró fría, un frío que le hizo retirar su mano inmediatamente. En ese instante en el interior de la iglesia un grito desgarrador, un bramido de animal herido, un alarido de muerte, resonó con tanta fuerza que se abrieron puertas y ventanas.
    
   Dicen, que desde ese día, todas las noches a las doce en punto, una mujer, con una luz en un farolillo, se dirige al monte sin árboles, sin vegetación, sin tierra, lleno de duras rocas y camina durante el resto de la noche llamando sin cesar a Isabel del Carmen.  

“Entre o vulgo, creída hoste ou procesión de bruxas que andan de noite alumeadas con osos de mortos, chamando ás portas para que as acompañen, aos que desexan que morran axiña...”

Antonio Campillo Ruiz

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16 comentarios:

  1. Quizás por ser de la tierra escribo podo sobre ella a pesar que los temas de la Santa Compaña, estaban muy arraigados, lo mismo que el Samain, en nuestra cultura gallega, de niña tengo escuchado en las casas rurales, a la noche, junto a la lareira y a luz del candil, cuentos sobre la Santa Compaña que nos sobrecogían por Samaín (fiestas de Todos los Santos y Día de difuntos) los niños solíamos poner "calaveras" hechas con calabazas y velas en su interior, y unas sabanas blancas, en los cruces de los caminos para "asustar",
    Hoy ya no se habla tanto de ella.

    Me ha gustado el relato que te ha inspirado el tema. La niña de la foto es preciosa. El vídeo ya lo conocía.

    Finisterre, Fisterra en gallego, es otra de mis pasiones, puedes ver mi última página del blog al respecto. (Hay una página citando la Fiesta de la Pascua en Fisterra y que tiene también un vídeo que hice yo con fotos.

    Un cordial saludo.

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    1. Chela, vosotros, en Galicia sois los guardianes de esta leyenda. Otros lugares de España, la cornisa cantábrica e incluso Extremadura, poseen variaciones sobre ella pero los altos helechos y los tupidos bosques de Galicia son el lugar donde siempre se localiza esta comitiva.
      No he querido relatar qué es o establecer diferencias o similitudes que están muy bien relatadas por escritores locales. La cuestión era describir a la Santa Compaña sin indicar expresamente sus peculiaridades. Para mí el sueño de esta pequeña, que no explica exactamente cómo se relata la leyenda, proporciona a quienes no han leído u oído jamás hablar de la comitiva de las almas. Me alegro que lo hayas leído y no te desagrade.
      Tu publicación es, además de importante, todo un estudio acerca de los diferentes Cristos. Es excelente, Chela.

      Un abrazo, querida amiga Chela.

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  2. Un texto excelente, antonio. En cuanto al vídeo, resulta bastante escalofriante. No me gustaría a mí encontrarme en uno de esos caminos... Si mal no recuerdo, en algunos lugares de Francia hay una tradición similar. Y es que eso de las ánimas pertenece a nuestros temores más remotos. Besos, querido amigo.

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    1. Así es, Isabel. Es un poco escalofriante. Como sospecho que algunos lectores españoles y muchas personas de otros países no conocen esta leyenda, descrita pormenorizadamente en otros foros, he acompañado el vídeo para que puedan sentir el escalofrío de lo desconocido. Te agradezco mucho tus palabras.

      Un fuerte abrazo, querida Isabel.

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  3. Aunque Galicia sea más conocida por este tipo de historias. Yo recuerdo de niña escuchar relatos sobre la Santa Compaña cuando se acercaba noviembre.
    En mi pueblo, Moratalla, por los años sesenta había un fraile (el Padre Rodríguez) que hacía procesiones muy parecidas a las descritas en tu relato; y aunque no tenían nada que ver con la Santa Compaña, para mí eran lo más parecido: todas las luces del pueblo apagadas y las caras de los penitentes iluminadas por la tenue luz unos farolillos. Y el silencio sólo lo rompía el tañir de una campanilla y algún rezo hecho murmullo.
    Un relato interesante, Antonio.
    Un abrazo.

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    1. ¡Ay! María José, también conocí, años más tarde de los que señalas, a este ínclito ayudante del diablo y del terror colectivo que producía en toda una población cuando caía en sus manos. El miedo lo sentía en las personas mayores y lo recuerdo a pesar de lo enanito que era. Los vía crucis, durante las noches de invierno, eran espeluznantes y, como dices, calcados de las leyendas más lúgubres y escalofriantes de cada rincón de la España más negra. Se realizaba la expiación tal como la describes. ¡Un horror!
      Así que podemos decir que hemos visto a la Santa Compaña en las enormes filas que este catequista imponía a las gentes de buena voluntad y poco espíritu.

      Un fuerte abrazo, María José.

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  4. Ufgff vaya relato mas bueno y escalofriante. Abrazos

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    1. Sí, Alicia, un poco tétrico y excesivamente romántico. Las leyendas se prestan a que, con una pequeña transformación, se conviertan en relatos soñados y, a veces, reales.

      Un fuerte abrazo, querida Alicia.

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  5. Has construido un relato muy dulce y escalofriante al tiempo. La dulzura la da la pequeña Isabel del Carmen, pero ese final... da escalofríos.
    Me gusta, Antonio, cómo has ligado la historia a la Santa Compaña, esa procesión de fantasmas que tanto filón literario y cinematográfico tiene.
    Tienes vena narrativa, querido Antonio.
    Un beso.

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    1. Muchas gracias por el piropo que, viniendo de ti es muy agradable. Sí, no quería explicar descriptivamente la leyenda. Pero sabemos que estas historias de ánimas y bruxas se perderán en el tiempo si no se ligan a relatos que se sueñan, se cumplen, se cuentan y se escuchan con asombro y miedo.

      Un fuerte abrazo, querida Isabel.

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  6. Para ti...
    Que haces sonreír a mi alma,
    y me alimentas con tus vistas.
    ► ♣ ◄

    Para ti...
    Que a través de la distancia
    me han contagiado de tu ternura.
    ► ♣ ◄

    Para ti...
    He colgado una rosa que lleva tu nombre, en la estrella más bella,
    para que cuando mires al cielo te acuerdes de mí...
    Como yo me estoy acordando en este instante de ti!!
    ► ♣ ◄

    Atte.
    María Del Carmen




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    1. Así me parecía a mí, querida Gatita Coquetuela, que cuando estaba observando la espléndida Luna que tenemos estos días, con el telescopio, me pareció apreciar que una llamarada roja se posaba sobe la estrella que brilla con una intensidad sin par en la parte izquierda de nuestro satélite. La observé con toda la potencia de oculares y espejos y pude apreciar que era un fenómeno que provenía de la Tierra. Ahora comprendo por qué la luz de esta estrella se encuentra coloreada: es tu rosa que arraigará en ella hasta el infinito del Universo. La observaré todos los días para comprobar cómo se reproduce hasta que la luz se pliegue a sus múltiples colores.

      Un inmenso abrazo, querida Maria Del Carmen.

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  7. En el estilo de Alejandro Dumas y Becquer en este relato te conviertes en un romántico del siglo XIX, Antonio. Creo reconocer en ese sueño de penitentes encapuchados a la mismísima Santa Compaña. Los gallegos dicen que se aparecen por las noches oscuras y de niebla en los bosques y caminos para llevarse al otro mundo a los seres humanos que encuentran, ¡Qué miedo!
    Un saludo

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    1. Tu agradable y un poco exageradillo comentario me sonroja pero es muy agradable, Carmen. Gracias.
      Cerca de tu tierra existen variantes de esta leyenda, al norte de Extremadura, y poseen siempre un componente romántico que se liga a los elementos más representativos del movimiento literario: la noche, la niebla, las luces, el miedo, las ánimas… Creo que, con variantes, las historias de lo desconocido siempre han sido cuentos de viejas al amor de la lumbre de la chimenea en las noches de otoño e invierno, antes de Navidad. Tras ella, se relajaban los malos espíritus.

      Un fuerte abrazo, querida Carmen.

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  8. Ay Antonio, no te lo creerás pero has conseguido meterme el miedo en el cuerpo con este relato. Me parece soberbia la manera en que vas subiendo la inquietud hasta llegar a ese punto en que parece que todo termina pero, el epílogo hace que vuelva a subirme el escalofrío más aún si cabe. Cómo sabes yo no puedo opinar de estilos literarios o escritores pero si sé lo que me llega y/o me gusta. ¡Me ha encantado!

    Un abrazo grande y feliz semana!

    PD.-El otro día vi pero no pude parar a leerlo (voy fatal de tiempo) una entrada sobre Lawrence de Arabia. No sé si hablas solo de la película o del personaje que es apasionante y se aleja bastante del film. Hay una biografía sobre TE Lawrence que escribió Jeremy Wilson hace no muchos años y bueno, quizás la hayas leído o sea una osadía por mi parte decirte que vale la pena...:)

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    1. Pues mira, Pilar, me alegro de tu miedo. Es señal que te ha gustado y te agradezco que seas miedosa para poder hablar mucho mejor que me merezco, Gracias, Pilar, muchas gracias. ¿Cómo que no puedes opinar de estilos ni autores? Precisamente tú que posees una prosa que muchos quisiéramos… Claro que puedes opinar y no sólo puedes sino que, personalmente, me agradaría leerte opinando de lo que escribo, bueno o malo. Es cierto que el tiempo nos lleva por la calle de la amargura pero sin prisas, con serenidad, creo que sí podemos leernos y hablar.
      No, Pilar, no hablo de T.E. Lawrence, como es una película hablo de dos escenas en las que la vida y la muerte se representan con tanta personalidad y perfección que son impresionantes. Sí, he leído la biografía de Jeremy Wilson. Te aconsejo que localices y leas “Los siete pilares de la sabiduría” obra de T.E. Lawrence. Es extraordinario.

      Un fuerte abrazo, querida Pilar.

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