HASTA LA SOLEDAD
Antonio
Campillo Ruiz
Andrius Kovelinas
El pasado
plenilunio me llevó, como a la Luna, hasta la soledad más desamparada y triste.
Tal vez coincidiese con el cambio estacional que siempre me somete a la prueba
de una melancolía que se acrecienta durante los días, cada instante más raudos,
en su eterno cambio. A pesar de todo, hacía ya tres largas jornadas que me
encontraba sola. Él se había marchado. Por fin, desde que marchó, pude ocupar
mi lugar favorito entre las enormes piedras que, desordenadamente ordenadas, conforman
el protector espigón del rompeolas, en espera del atardecer que tanto me gusta
presenciar en el infinito horizonte del mar. El progresivo cambio de colores en
el cielo presagiaba un espectáculo muy bello. No me encontraba apenada ni sola.
Simplemente estaba serena y contenta. Mi sillón de piedra estaba formado por
unas oquedades que la erosión del mar había esculpido entre dos rocas.
Se encontraba hacia la mitad del amplio espigón y, durante
los días de fuerte viento, no podía ocuparlo debido a que era cubierto por las
enormes olas que rompían con fuerza. Ahora mis conversaciones conmigo eran más
fluidas, más alegres. Ya no tenía que estar pendiente de la palabra justa o el
sentido que se podría interpretar de tal o cual expresión. Estaba cansada de
este ejercicio, al que libremente me había sometido, conscientemente, con todas
sus posibles consecuencias. Sabía que no podía ser de otra forma. Tengo la
certeza de que todos, todos los humanos que nos encontramos en estas
circunstancias, actuamos en este inmenso retablo de un solo acto, sin director
ni apuntador. Cada mínima unidad que conforma una pareja le llama como quiere,
como mejor se adapta a su comportamiento en común. Para mí siempre ha supuesto
un error denominar lo indefinible, por ello, nunca he colgado el sambenito de
un nombre que muchas veces posee connotaciones ridículas. Sospecho que me falta
muy poco para seguir soportando una situación abocada a llegar hasta la
soledad. Y con gusto. ¡Qué maravilla! Acaba de reflejarse un rayo de sol sobre el
sereno mar y ha iluminado de color anaranjado la escollera. Sólo existen unas
pequeñas nubes en el cielo que están transformándose en pequeños algodones de
colores. Poder contemplar este espectáculo es lo más importante para sentir la
Naturaleza.
Estoy harta. Me
cansa que me soben sin orden, sin consideración hacia mí sino hacia él. Con la
desidia propia de quien va a su avío creyendo que es un campeón acariciando. ¿Acariciando?
Querrá decir estrujando o simplemente palpando. ¡Amigo mío, no sabes acariciar!
Eres la negación de una caricia. Jamás has preguntado, solicitado o inventado,
una nueva fantasía en mi cuerpo, ¡con las que tengo por descubrir y con las que
sueño! Sí, es cierto que no he querido quitarte el capirote de mago del cuerpo
femenino, me he conformado. Simplemente eso, simplemente me he dejado
arrastrar. Pero tú si que habrás podido patentar algunas de las excitantes
caricias que me pertenecen. Tu ego se habrá apoderado de su invención y buenos
resultados. ¿Que podía decirte lo que quiero o no quiero? Pues sí, a qué
negarlo. Pero. ¿sabes una cosa? ¡Se pierde tanta espontaneidad, tanta sorpresa,
tanto placer…! Entre mis inventos hacia ti y tu torpeza hacia mí, podríamos
decir que somos una pareja feliz. ¡Ay!, pero sé que no es así. Cada día me
alejo más del placer y busco llegar hasta la soledad para contigo y mi
acercamiento hacia el placer de vivir y sentir las transformaciones que se
pueden realizar en nuestro entorno y, que siempre diferentes, mejoran de un día
a otro, de una estación a otra, de una arruga en la cara, que el tiempo
favorece, a otra. La armonía y belleza de la que estoy disfrutando en este
momento eriza mi cabello, me agita, me lleva a los inigualables placeres de
sentirme viva y de poder pensar en mis fantasías, que se cumplirán, ¡vaya si se
cumplirán! Probablemente no contigo. Pienso que para ti ese nombre tan manido y
de incierta interpretación, el amor, te queda un poco grande. ¿Que crees, que
la palabra amor está asociada al placer sin más? No, amigo, no. El placer puede
ser la culminación material de una parte importante, sin duda, del amor. Pero
inventar juntos, sabernos totalmente, gustar de las exquisitas manifestaciones
de complicidad que ofrece la vida, poseer un paralelismo mental cual si se tratase
de telepatía, visionar antes de hacer y sentir cualquier aspecto de la vida en
común, eso es el néctar de lo que llamamos amor. Sinceramente, te faltan todos
los aspectos colaterales excepto el cansancio por trabajo buscando el placer
entre nuestros cuerpos. Y cuando no existe ese cansancio, ¿qué? ¿Quién es el
que no lo desea tú o yo? ¿Quién no lo puede realizar, tú o yo? ¿Muere entonces
el amor? ¡Ah!, pues debemos ser jóvenes y vigorosos siempre o de lo contrario
en un tiempo, no excesivo, el amor no tendrá sentido. Siempre te he amado con
la profundidad que denota la palabra. No sé si me amas igual. Siento que
necesito algo que esperaba encontrarlo en el amor y que no es, precisamente, el
placer del sexo, para eso me basto sola. Es el placer entre ambos en el sexo. El
placer entre ambos en la belleza. El placer entre ambos en las ofertas
maravillosas de un lugar, en el que vivimos, tan solitario en el Universo como único.
Es el placer de mirarnos y sabernos. Es el placer de contemplar esta
maravillosa puesta de sol pensando que un poco tiempo después nos besaremos
apasionadamente, como el primer beso que me diste cuando bailábamos. He iniciado
un camino que me llevará hasta la soledad, aparentemente, porque mi meta es
fundirme con quien pueda hacerme sentir, persona o cosa, aunque sea por unos
instantes: el amor.
Antonio Campillo Ruiz
No existe explicación más precisa de lo que puede sentir una mujer "acompañada" en una soledad exasperante, silenciosa, indigna de lo humano.
ResponderEliminarMe quito el sombrero.
Un abrazo
Fantástico, Antonio! Por fortuna, en lo personal, hace ya muchos años que he encontrado al hombre con quien contemplar de la mano la maravilla del amanecer, pero convengamos que se tarda en comprender quien es el que está contigo, y quieres más u otras cosas. Somos humanos y humanas, Los años van despejando el sendero...hay que saber llevar lo años y sacar lustre a la experiencia. Si viniéramos con un manual bajo el brazo, probablemente no habríamos dejado algunas cosas en el camino. Abrazo!
ResponderEliminarQue bello, que magistral , y que razón en lo que escribes.
ResponderEliminarPara mi eres único y muy grande.
Besos amigo
Espléndida manera de relatar algo que sucede en la realidad.
ResponderEliminarTe felicito, Antonio.
Un fuerte abrazo.
Inexplicablemente cierto, Antonio. Buen artículo. Gracias
ResponderEliminarComo siempre genial, mi querido Antonio. No tendrás a una mujer que te sopla al oído lo que pensamos las de mi género? Un abrazo
ResponderEliminarMagnífico, Antonio, y emociona, con lo cual es completo.
ResponderEliminarTe superas a ti mismo, amigo.
Un abrazo enorme, querido Antonio.
la realidad o quizas ficcion
ResponderEliminarsos cmpleto como hombre y actor
"las conversaciones conmigo", he aquí la clave de este inteligente texto. Ahí tenemos a una mujer que se queja de falta de amor y explica cómo le gustaría ser tratada por su pareja. Y como ella busca lo que tanto ansía: el amor. Y compartir, compartir...
ResponderEliminarMagnífico, querido Antonio.
El amor tiene muchas traducciones y está cifrado en muchos idiomas. Un idioma no es mejor o peor que otro, simplemente, puede o no satisfacer las expectativas del otro. Siempre hay que cuidarlo HASTA el mimo más extremo, pero llegados a este punto, si no somos capaces de traducirlo o la traducción es insatisfactoria, la incomunicación llega HASTA la soledad.
ResponderEliminarTu texto arranca muchas reflexiones, Antonio, me ha gustado mucho.
Un fuerte abrazo.