LAS LÁGRIMAS DEL TIEMPO
Antonio
Campillo Ruiz
La chiquillería
correteaba esquivando los pequeños taludes, como caballones mal trazados a los
que se había arrancado las malas hierbas. Algunos poseían en uno de sus
extremos una cruz de hierro forjado con pequeñas filigranas de herrero.
Mujeres, en su mayor parte vestidas de negro y con delantales de minúsculos
cuadritos grisáceos y blancos, se afanaban con azadas y otros utensilios para
el cultivo de las plantaciones de sus huertas en apelmazar, elevar y
reformar aquellos montículos largos de tierra en los que nada había plantado. Procuraban que quedasen como un largo tetraedro de cúspide
perfectamente recta bajo el que los restos de quienes fueron seres queridos
alimentaban aquella tierra, hermana de la que habían trabajado toda su vida y
que ahora los resguardaba de miradas curiosas. En algún que otro lugar de aquel
recinto amurallado se habían construido pequeños cubículos de materiales de
albañilería que evitaban estos inútiles esfuerzos ante los elementos
atmosféricos. No eran asequibles para muchos de los que sólo sabían cavar con
un pico y sacar la tierra con una pala pero muchos ya estaban realizando
grandes esfuerzos por dar cobijo más seguro a sus deudos.
Tres o cuatro
inmensos edificios se dispersaban por entre altos y rectos árboles de un
intenso color verde, casi negro, y aquellos cuidados montículos estériles. Eran
los panteones. Pertenecían a los ricos. Minúsculas basílicas y largas escaleras
hacia la cripta estaban engalanadas por un día al año. Unos y otros, el día
anterior al recuerdo obligado de quienes ya no poseían nada de este mundo,
ornamentaban con crisantemos morados, amarillos y blancos, los lugares
preferentes de su culto al recuerdo. Los repartían por entre el pobre suelo
formando variopintos diseños de cruces sobre la lomera de los caballones y las
engalanadas capillas que, hasta poseían sus reclinatorios para rezar y donde
los difuntos eran festejados con tanto entusiasmo como fastidio. Era un día
gris con viento frío del norte que silbaba con lúgubres sonidos por entre los
árboles. La amenaza de lluvia favorecía que los preparativos fuesen rápidos y
metódicos. Nadie hablaba con vecinos de llantos silenciosos y dolores mal
curados. Se preparaban largas velas de cera virgen o blanca y eran recostadas
sobre los pobres túmulos de tierra o se colocaban en los pesados candelabros de
bronce con recogecera para no manchar los ricos manteles de altares y repisas.
Los niños jamás pisaban una tumba de tierra. Era pecado mortal esa falta de
respeto. Calculaban el número de velas y su longitud en todos los túmulos. Si
era posible, seleccionaban a las familias que sabían amables y conocían porque al
día siguiente, cuando los Auroros con su eterno tintineo agudo de campanillas cantaran
unas extrañas salmodias mezcla de latín y castellano, ellos irían pasando con
grandes cucuruchos de papel de estraza por entre las tumbas y recogerían las
largas estalactitas de cera que se formaban cuando el fuego del pábilo, de
algodón puro, iba alimentándose irregularmente de la cera. Las familias dejaban
que los niños recogiesen aquellas sobras de la vela ardiente que iluminaba durante
todo el día el lugar sin nombre, el lugar de sus penas y recuerdos. Sabían que en
la puerta del Camposanto varios compradores de cera esperaban a los chicos con
sacos de esparto y les compraban por unas gordas el producto de su pequeño
trabajo. Claro que, previamente, la cera era examinada minuciosamente,
separando la virgen de la blanca, la que no tenía tierra cuando se solidificó
de la que poseía aquella arcilla blanquecina de mala calidad íntimamente unida
a ella. Con los pocos reales que obtenían de su trapicheo compraban los
productos que varios vendedores ambulantes exponían en sus improvisados
transportes: níspolas, caquis, pipas, castañas asadas… No en otra diversión
podían gastar sus pequeñas ganancias debido a que tanto el día de Todos los
Santos como el de las Ánimas los dos cines permanecían cerrados.
Cuando la tarde se iba cerrando y la oscuridad, el viento no
muy fuerte pero sí frío y las velas encendidas convertían aquel lugar de
recuerdos en terrorífico agujero de boca inmensa y ojos ensangrentados, las
familias cargaban con sus sillas ensogadas con fino cordelillo y se dirigían
sin luz para alumbrarse al pueblo, al calor de sus casas que parecían
encontrarse a una distancia difícil de superar a esas horas. Los Auroros no salían del Camposanto hasta bien entrada la noche. Al día siguiente se
celebraba el día de las Ánimas y aquella noche a todos los que quedaban otra
vez solos por un año más debían de
haberles dedicado, al menos, uno de sus cantos. Cuando acababan, les esperaban
en la caldeada estancia donde el recogimiento, la oración y las noches de ambos
días, eran exclusivas para los relatos
mortificantes a la luz del chisporroteo de la lumbre de las chimeneas alimentadas
con rastrojos de alcazabas de panizo y algodón.
Antonio Campillo Ruiz
ABANDONO ETERNO
LXXIII
Cerraron sus ojos
que aún tenía abiertos,
taparon su cara
con un blanco lienzo,
y unos sollozando,
otros en silencio,
de la triste alcoba
todos se salieron.
La luz, que en un vaso
ardía en el suelo,
al muro arrojaba
la sombra del lecho,
y entre aquella sombra
veíase a intérvalos
dibujarse rígida
la forma del cuerpo.
Despertaba el día,
y a su albor primero
con sus mil ruidos
despertaba el pueblo.
Ante aquel contraste
de vida y misterio,
de luz y tinieblas,
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!!
De la casa en hombros
lleváronla al templo,
y en una capilla
dejaron el féretro.
Allí rodearon
sus pálidos restos
de amarillas velas
y de paños negros.
Al dar de las Ánimas
el toque postrero,
acabó una vieja
sus últimos rezos,
cruzó la ancha nave,
las puertas gimieron,
y el santo recinto
quedóse desierto.
De un reloj se oía
compasado el péndulo
y de algunos cirios
el chisporroteo.
Tan medroso y triste,
tan oscuro y yerto
todo se encontraba,
que pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!!
De la alta campana
la lengua de hierro
le dio volteando
su adiós lastimero.
El luto en las ropas,
amigos y deudos
cruzaron en fila
formando el cortejo.
Del último asilo,
oscuro y estrecho,
abrió la piqueta
el nicho a un extremo:
allí la acostaron,
tapiáronle luego
y con un saludo
despidióse el duelo.
La piqueta al hombro
el sepulturero,
cantando entre dientes,
se perdió a lo lejos.
La noche se entraba,
el sol se había puesto.
Perdido en las sombras
yo pensé un momento:
¡Dios mío, qué solos
se quedan los muertos!!
En las largas noches
del helado invierno,
cuando las maderas
crujir hace el viento
y azota los vidrios
el fuerte aguacero,
de la pobre niña
a veces me acuerdo.
Allí cae la lluvia
con un son eterno;
allí la combate
el soplo del cierzo.
Del húmedo muro
tendida en el hueco,
¡acaso de frío
se hielan sus huesos!...
. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .
¿Vuelve el polvo al polvo?
¿Vuela el alma al cielo?
¿Todo es sin espíritu
podredumbre y cieno?
No sé; pero hay algo
que explicar no puedo,
algo que repugna,
aunque es fuerza hacerlo,
¡a dejar tan tristes,
tan solos los muertos!
Gustavo Adolfo Bécquer “Rimas”
Un relato tan impactante como la escena de Doctor Zhivago. Muy apropiada a la fecha.
ResponderEliminarNos han facilitado el camino del miedo cuando nos hablaban de lugares insólitos, horrorosos o maravillosos, cuando nos han explicado lo inexplicable: la muerte. Incluso en ella sufrimos los desafueros de la discriminación y perpetua diferencia social.
EliminarUn abrazo, Marcos.
¿Qué sería de las empresas funerarias sin los muertos?, se preguntaba Saramago, me pregunto yo. La muerte también es negocio, elige lápida y epitafio ante el mayor dolor, regala flores muertas, que quizás sean las primeras, y ¿quién sabe si las últimas?. Llenemos la tierra de cementerios que matan espacio, salones de visita raramente visitados.
ResponderEliminarPero, ¿qué digo?,¿quienes son los muertos?. Los muertos están en vida, en su propio cautiverio, "y no nos dejan salir del cementerio" (me lo acaba de apuntar Machado al oído).
Quiero pisar descalza la tierra donde habitan los muertos, donde habita la historia que jamás contaron, donde crezcan unas cuantas hojas verdes o un arbolillo en ciernes. Que impregne esa tierra mis pies y se adhiera a mi piel, para que no olvide nunca el lugar de donde vengo y al que tarde o temprano llegaré.
Preciosa entrada, Antonio
Cecilia tu comentario es clarividente y real. Los ejemplos que nos traes de grandes pensadores y escritores son óptimos para entender las miserias que rodean, cada día con más intensidad, la inutilidad de la muerte y el gran aprovechamiento que de ella hacen unas industrias que, por la parafernalia que rodea este luctuoso hecho, cada día son más prósperas, como siempre, para el intermediario que vende no para el carpintero que trabaja. En este mundo nuestro, la muerte y la vida son consustanciales e inherentes al proceso de nuestro paso por él. Nunca debemos anteponer lo fantástico con lo natural, lo terrible con la pérdida perpetua. Hacerlo es salir de una realidad natural que no tiene sentido, ni principio ni fin.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Cecilia.
Impresionante relato,Antonio, un poco más lejano a mis recuerdos, pero aún así me has me has trasladado al pasado, cuando de niña acompañaba en la víspera a mi madre, y la veía arrancar las hierbas de la tierra húmeda, empapada, porque estaban en la parte pobre, a los pies del prado, de los abuelos, y luego, las flores de un día, la obligación de acudir, la salves y las velas... un día le dije que me parecía absurdo y ella me contestó que no, que iba en esa fecha para recordarles que no pasaba ni un sólo día sin que pensara en ellos. Yo optaré por dejar instrucciones, como nuestra querida y recién desaparecida Amparo Soler, una pequeña reunión y música de la que me gusta, que ruede el vino y la sidra, que no se arranquen flores en mi nombre.
ResponderEliminarMe has dejado sabor a nostalgia de otros tiempos, y pensamientos que no sé porqué te dejo aquí, será porque me siento bien contándotelo,porque sé que tú sabes...
Un abrazo y gracias.
Querida Beth, esta confirmación de tradiciones alejadas en el tiempo nos marcó con una fuerza inusual en nuestra juventud y se alargó hasta el día que decidimos cerrar la caja en donde duermen los recuerdos penosos que nos procuraron quienes, sin consideración hacia la sensibilidad personal, procuraron una separación social que amedrentó a unos y engrandeció falsamente a otros. Ser diferentes hasta en la muerte es no poseer la comprensión y tolerancia que ocasiona un hecho tan irremediable como este, supone un odio tan silencioso como inolvidable. No respetar lo poco o nada que significa una tumba enfrenta sin piedad a poderosos y débiles, a familiares de desaparecidos con los enaltecidos, en suma, sostiene un estatus social que genera malestar en unos y cobardía en otros.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Beth.
Es muy emocionante este relato. Impresiona acudir a los cementerios para recordar a los seres queridos. Arreglar las tumbas, los nichos, poner las flores... Pensar que allí está esa persona que no podrás olvidar.
ResponderEliminarExcelente tu entrada.
Un beso, querido Antonio.
Creo como tu, Amalia, en la impresión que causa el hecho de encontrar el lugar del llamado eterno reposo. Sin embargo, algunos Camposantos son lugares obligados de visitas turísticas. Los altos muros, que ocultan su existencia al exterior encierran, a veces, tumbas de gran belleza artística o de atractivo personal de quien las ocupan. Es frecuente ver guías turísticos con grupos de visitantes en Père-Lachaise de París o las tétricas catacumbas romanas. ¿Nos hemos acostumbrado a convivir con la muerte? Sospecho que sí. Quien no lo haga posee un grave problema...
EliminarUn fuerte abrazo, querida Amalia.
Marcos, si tuviera que puntuar tu relato, te daba un diez, parece primo hermano de las maravillosas rimas que nos traes.
ResponderEliminarEn este día de recuerdo, siempre se agradece leer con el corazón y sentir profundamente lo que se nos transmite o mejor cogerse una botellas y volver a la realidad del olvido?
Un abrazo y salut
Cierto, Toni. Es de agradecer que los sinsabores que puede ocasionar esta fecha se compartan con los sentimientos que todos poseemos de seres queridos y siempre recordados. Antes que una pequeña pérdida de conciencia prefiero unas buenas gachas con arrope y calabazate. Ambos platos son fáciles de preparar y se complementan tan extraordinariamente que, ante un buena leña ardiendo, siempre que haga frío, claro, unas castañas asadas y un buen relato de tradiciones maléficas y terroríficas, se puede pasar un tiempo que nada tiene que ver con la caja tonta.
EliminarUn abrazo, TOCAYO, que somos tocayos...
"¡Preferiría ser cenizas que polvo! Preferiría que mi chispa se consuma en un fuego brillante en lugar de sofocarse en una seca podredumbre. Preferiría ser un meteorito y que cada átomo de mi cuerpo tenga un brillo magnífico, en lugar de ser un planeta durmiente. La verdadera función del hombre es la de vivir y no la de meramente existir. No desperdiciaré mis días tratando de prolongarlos. Yo usaré mi tiempo." (Jack London)...No me gusta la muerte del cementerio, Antonio, no me gusta el encierro aquí, tampoco me gustará allá, estoy segura. Aunque muchos no lo compartan, prefiero pensar que la muerte me llevará en un vuelo muy alto de cenizas. Un relato impactante, muy movilizador para este día! Gran abrazo.
ResponderEliminarQuerida Patzy, has expresado de forma impecable mi propio pensamiento. Además, tu comentario es tan exquisito que es la ampliación y principio de uno más novedoso sobre el sentido de la vida, la existencia y la desaparición eterna. El ritual al uso de la muerte y el atesoramiento de planetas sin luz en pequeños lugares que no poseen la ansiad eternidad, es infinítamente menos atractivo que una chispa luminosa que deje su impronta en las pupilas de quienes comprenden que las cenizas jamás se convertirán en polvo. Como tú misma dices, un comentario impactante.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Patzy.
EL relato implica meterse en la trama cultural de cada sociedad con respecto a los tributos hacia los muertos...
ResponderEliminarNo puedo dejarte un "comentario de forma" sin recordar que la diversidad cultural existe y los mega-negocios también...dependerá de nuestras decisiones
Un abrazo, Antonio.
-te agradezco tus comentarios, especialmente.
Inteligente y perfecto comentario, Elsa. La especificidad de este relato lo convierte en una de las muchas tradiciones que existen en el ritual de la muerte en miles de culturas y creencias. Por supuesto, ya comprendí desde el inicio de las primeras palabras que estos retazos de verdad y fantasías no son ni trasladables ni repetibles a muy poca distancia del lugar en el que se pueden producir. Las costumbres de nuestro entorno próximo, cambiantes a gran velocidad en la actualidad, determinarán nuestro proceder.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Elsa.
Estupendo Antonio, me fascina ilustrarme desde tus artículos, relatos, y todo lo que nos presentas, por la magia que le imprime tu pasión al crearlos. Además rematando con esa película inmortal, que belleza!! Y mira, justo hoy estábamos recordando esos versos Bécquer, también inmortales, en la casa de otro amigo, que son para no olvidarlos nunca.
ResponderEliminarTe dejo un fuerte abrazo, con el mismo cariño de siempre!
Sara, es la magia de la telepatía. ¡Ay, si existiese en toda su extensión! Me parece estupendo que el día 1 de noviembre recordéis las bellas "Rimas" de G.A Bécquer y las leáis. La dicción personal infundirá una peculiaridad especial para el resto de asistentes. Me cuidas demasiado y me sonrojas.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Sara.
Es que escribes tan bello y me emocionas tanto, que tengo que pararme entre frases y empaparme de tu sabiduría.
ResponderEliminarEres grande para mi muy grande.
Besos amigo mio
Eso es porque somos amigos de los que en nuestro país llamamos"de verdad". Lo que es emocionante es que disfrutéis de lo poco que puedo aportar desde este rincón conforme voy pensando, sintiendo y viviendo.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Inma.
Prefiero el Día de Todos los Santos miel veces antes de Halloween. Prefiero las leyendas de Bécquer y don Juan Tenorio que las máscaras de los zombies. Prefiero los huesillos de santo y los buñuelos de viento a los caramelos. Prefiero la visita al campo santo que las peregrinaciones por las casas diciendo "truco o trato". Prefiero la visita de las ánimas de mis antepasados que la de las brujas con escoba y los vampiros de tres al cuarto.
ResponderEliminarUn saludo
¡Vade retro, Halloween! Sería maravilloso que desapareciese de nuestra absurda esponja "recoge tradiciones pazguatas" en nuestra cultura popular actual. Como dirían en Murcia: "¡Dónde va a parar..., Carmen!" No hay color, Seas o no creyente cristiano, poseas o no familiares o amigos a los que recordar, buen comedor de delicias de exquisiteces de almendra, yema de huevo o viento y desde luego encontrar a amigos y deudos y poder charlas sobre las anécdotas de quienes falta antes que un juego tan simple como los que lo practican... Ni qué decir de las meigas y animas que te atraviesan en la noche, recién comenzada, con un silbido de risas y conjuros tan bellos como bien concebidos... Son tan maravillosos como poéticos.
EliminarA veces, Carmen, me pregunto de dónde hemos podido adquirir la costumbre de asimilar todo lo que es pazguato y si es posible el/la campón/a de las horteradas. ¿Será porque así nos parecemos más a los poderosos? ¡A veces somos tan ridículos...!
Un fuerte abrazo, querida Carmen.
Sigo pensando que esto es literatura de la mejor, la que sale de ti, querido Antonio.
ResponderEliminarLa escena del vídeo también, preciosa.
Hasta después de muertos continúan las diferencias sociales. Qué triste!
Bicos.
Bueno, Ohma, siempre me han encantado las tradiciones de vuestra tierra, los conjuros y la sutil emoción que se percibe al recitarlos. Por ello, trato de inventar situaciones fantásticas que se amolden a tradiciones de esta tierra, que posee pocas. Siendo gallego creo que me pasaría el día buscando y leyendo estas salmodias, conjuros y rezos que no se realizan en las iglesias, que pertenecen al pueblo. Sí, creo como tú, que la secuencia de vídeo es una de las más emotivas de la película de David Lean.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Ohma.
Graciaa querido amigo por este relato tan impactante y emocionante. Y mil gracias por traerme a becker que lo adoro ... un inmenso abrazo
ResponderEliminarQuerida Alicia, me alegro de haber podido acertar en tus gustos y emociones. Bécquer siempre es imprescindible. A veces por su potente canto al amor, su suavidad y delicadeza ante la mujer y otras, por la desesperación y la realidad tan cruda como injusta de hechos románticos por excelencia. Su larga enfermedad, su soledad y probablemente la luz que podía disfrutar en su pequeña celda o claustro, inspiraron obras tan inmortales como la lírica pura y la prosa despiadada y hermosa.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo, querida Alicia.