UN DÍA
DE ESTOS
Antonio Campillo Ruiz
El sacamuelas, Caravaggio
El
lunes amaneció tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin título y
buen madrugador, abrió su gabinete a las seis. Sacó de la vidriera una
dentadura postiza montada aún en el molde de yeso y puso sobre la mesa un
puñado de instrumentos que ordenó de mayor a menor, como en una exposición.
Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada arriba con un botón dorado, y
los pantalones sostenidos con cargadores elásticos. Era rígido, enjuto, con una
mirada que raras veces correspondía a la situación, como la mirada de los
sordos.
Cuando tuvo las cosas dispuestas sobre la
mesa rodó la fresa hacia el sillón de resortes y se sentó a pulir la dentadura
postiza. Parecía no pensar en lo que hacía, pero trabajaba con obstinación,
pedaleando en la fresa incluso cuando no se servía de ella.
Después
de las ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos
gallinazos pensativos que se secaban al sol en el caballete de la casa vecina.
Siguió trabajando con la idea de que antes del almuerzo volvería a llover. La
voz destemplada de su hijo de once años lo sacó de su abstracción.
-Papá.
-Qué.
-Dice el alcalde que si le sacas una muela.
-Dile que no estoy aquí.
Estaba
puliendo un diente de oro. Lo retiró a la distancia del brazo y lo examinó con
los ojos a medio cerrar. En la salita de espera volvió a gritar su hijo.
-Dice que sí estás porque te está oyendo.
El
dentista siguió examinando el diente. Sólo cuando lo puso en la mesa con los
trabajos terminados, dijo:
-Mejor.
Volvió
a operar la fresa. De una cajita de cartón donde guardaba las cosas por hacer,
sacó un puente de varias piezas y empezó a pulir el oro.
-Papá.
-Qué.
Aún no había cambiado de expresión.
-Dice que si no le sacas la muela te pega un
tiro.
Sin
apresurarse, con un movimiento extremadamente tranquilo, dejó de pedalear en la
fresa, la retiró del sillón y abrió por completo la gaveta inferior de la mesa.
Allí estaba el revólver.
-Bueno -dijo-. Dile que venga a pegármelo.
Hizo
girar el sillón hasta quedar de frente a la puerta, la mano apoyada en el borde
de la gaveta. El alcalde apareció en el umbral. Se había afeitado la mejilla
izquierda, pero en la otra, hinchada y dolorida, tenía una barba de cinco días.
El dentista vio en sus ojos marchitos muchas noches de desesperación. Cerró la
gaveta con la punta de los dedos y dijo suavemente:
-Siéntese.
-Buenos días -dijo el alcalde.
-Buenos -dijo el dentista.
Mientras
hervían los instrumentos, el alcalde apoyó el cráneo en el cabezal de la silla
y se sintió mejor. Respiraba un olor glacial. Era un gabinete pobre: una vieja
silla de madera, la fresa de pedal, y una vidriera con pomos de loza. Frente a
la silla, una ventana con un cancel de tela hasta la altura de un hombre.
Cuando sintió que el dentista se acercaba, el alcalde afirmó los talones y
abrió la boca.
Don
Aurelio Escovar le movió la cara hacia la luz. Después de observar la muela
dañada, ajustó la mandíbula con una cautelosa presión de los dedos.
-Tiene que ser sin anestesia -dijo.
-¿Por qué?
-Porque tiene un absceso.
El alcalde lo miró en los ojos.
-Está bien -dijo, y trató de sonreír. El
dentista no le correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la cacerola con los
instrumentos hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías, todavía sin
apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse
las manos en el aguamanil. Hizo todo sin mirar al alcalde. Pero el alcalde no
lo perdió de vista.
Era
una cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el
gatillo caliente. El alcalde se aferró a las barras de la silla, descargó toda
su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en los riñones, pero no soltó un
suspiro. El dentista sólo movió la muñeca. Sin rencor, más bien con una amarga
ternura, dijo:
-Aquí nos paga veinte muertos, teniente.
El
alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de
lágrimas. Pero no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a
través de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender
la tortura de sus cinco noches anteriores. Inclinado sobre la escupidera,
sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en
el bolsillo del pantalón. El dentista le dio un trapo limpio.
-Séquese las lágrimas -dijo.
El
alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos,
vio el cielorraso desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e
insectos muertos. El dentista regresó secándose las manos. “Acuéstese -dijo- y
haga buches de agua de sal.” El alcalde se puso de pie, se despidió con un
displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin
abotonarse la guerrera.
-Me pasa la cuenta -dijo.
-¿A usted o al municipio?
El
alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica.
-Es la misma vaina.
Gabriel García
Márquez
Gabriel García Márquez
Que grande ES, FUE Y SERA, siempre Don Gabo.
ResponderEliminarBesos muchos .
( Por fin de nuevo puedo comentar).
Una descripción de García Marquez, con una ilustración de Caravaggio...qué más se puede pedir!!!! Sólo a ti se te ha ocurrido juntarlos, y muy bien que has hecho! Te envío un gran abrazo, Antonio, que ando un poco distanciada porque estamos por aqui en tiempos de verano y paseos al sol. Un gran abrazo con mis mejores deseos de 2015 para ti.
ResponderEliminarUn fantástico regalo nos haces esta mañana de domingo compartiendo este relato de García Márquez.
ResponderEliminarUna lluvia de besos y feliz domingo
Una delicia muy descriptiva que la lees en primera persona.
ResponderEliminarLeer al Gran Gabo ... siempre, amigo Campillo.
ResponderEliminarUn abrazo de domingo
El genio de García Márquez nos sigue acompañando para nuestro regocijo.
ResponderEliminarUn placer auténtico leer este relato suyo. Gracias por traerlo, querido Antonio.
Un beso enorme.
Olá Antônio, sua postagem muito bem escolhida para nos presentear com
ResponderEliminaro grande escritor García Márquez.Belíssimo texto. Desejo a você que 2015 seja maravilhoso. beijos!
Genial e inolvidable García Márquez.
ResponderEliminarUn gran relato.
Un abrazo fuerte
Que manera de llegar al lector, te transporta, te pone en la piel de los protagonistas, me ha venido a la cabeza el día que me fui a sacar mi primera muela y que mientras esperaba en la salita y para mitigar mis temores, escribí..
ResponderEliminarEN LA SALA DE ESPERA
En al sala de espera
Se oye un rechinar de dientes
quien espera, desespera
está nerviosa la gente
es que el doctor es novato
le tiemblan las dos rodillas
y tarda bastante rato
Un abrazo ANtonio
En mi anterior comentario se me borro una linea, os lo vuelvo a escribir
EliminarEn al sala de espera
Se oye un rechinar de dientes
quien espera, desespera
está nerviosa la gente
LA RAZON ES BIEN SENCILLA
es que el doctor es novato
le tiemblan las dos rodillas
y tarda bastante rato
Un abrazo ANtonio
Este Gabo... me ha tenido enganchada hasta el final. Preveía algún tiro en la consulta del mal llamado dentista, imaginada la escena en blanco y negro, por cierto, o el vuelo de un papagayo incordia. Pero no me imaginaba tal desenlace. Hasta las facturas del dentoista la pasan los políticos al ayuntamiento; mal asunto.
ResponderEliminarUn saludo
Magistral como no podía ser menos de un escritor como él.
ResponderEliminarCreo que he sufrido más que el señor Alcalde, :)
Un abrazo bien grande amigo Antonio.