domingo, 28 de febrero de 2021

SUEÑOS CUMPLIDOS

 EL EXPLORADOR

 Antonio Campillo Ruiz


   Embadurnado de promesas, de ungüentos y monsergas reiterativas, de largas, ineficaces y estériles salmodias para eludir la mala suerte, el explorador terminó de pulir su caparazón de piedra, verdadera coraza contra posibles ataques de lo desconocido. Su camino no lo realizaría sobre un trazado pleno de felicidad. Su misión era tan dura como descabellada, sin embargo, la confianza en él suponía un reto que no era capaz de eludir.


   La formación de la Tierra estaba en su punto álgido. La rebelión había sido sofocada pero las consecuencias diezmaron a los humanos. Tuvieron que asumir el castigo de aquel dios encolerizado cuando les envió para que conviviese con los humanos al ser que, habiendo iniciado la sublevación, se vio sometido a un castigo eterno. A la vez, sembró en su caída las miles de semillas que extendieron las terribles plagas que devastaban las conciencias y corazones humanos. Reconstruir la soledad, arruinada y agostada cual trigo exuberante tras un tornado, era su misión. Tan dura como difícil.


    Luzbel, el más hermoso entre los hermosos, había caído en la lucha por un poder que jamás alcanzaría. Su fracaso demolió conciencias y desmanteló mentes. Su rey lo envió al mundo d elos humanos para destruir aquello que con trabajo y unidad había sido el símbolo diferenciador de los muchos seres vivos de una tierra que les acogía a todos. Este fue su castigo y el de todos los seres más creativos de ese momento. Se creó, en aquella tierra un infinito lugar en el que el mal y el bien mantenían un perpetuo enfrentamiento que en vez de rehacer devastaba y aniquilaba el poder de la razón.


   Fue detenido, encerrado, atado, mas, un beso inmenso de fuego le abrió todos los grilletes y le mantuvo por siempre en la tierra que debía liberar. Sus armas eran débiles ante tales fuerzas ardientes, como la lava que todavía segregaba aquella tierra en formación eterna. Pero más poderosa que la eternidad era su determinación por salvar a su especie, su promesa era más potente y vigorosa que cualquier montaña, lago o ardiente lava. Había disfrutado, por breves momentos, del poder de su enemigo, del infinito vigor de aquel beso de fuego que había saboreado como un privilegio, sin licencia ni derechos. Nunca más le separarían del empuje y energía que le proporcionaba ser deseado y adorado.

   Con la lentitud de su caminar y la premura de alcanzar tanto poder como a quien iba a destronar, su maldad creció hasta conseguir hundirlo en un inmenso mar de sentimientos encontrados, en donde prevalecían los más denostados, todos los que quería destruir pero asimilaba con sus pasos hacia el objetivo final. Sería el nuevo dios sin nadie que le retase, sin posibles adversarios rebeldes, con el poder ilimitado de lo inagotable, saboreando los innumerables y dulces besos de fuego por siempre. Su poder se extendería por un firmamento que jamás podría ser recorrido, un firmamento interminable, inmortal. Ya no volvería a la choza en la que transcurrió su infancia, entre sollozos de sus muchos hermanos y compañeros de miserias, soñando en su posible salvación.


   Un velo rojizo, una mano despiadada, un soplo imparable le arrancó de unos sueños que siempre habían estado aletargados y su viaje los fue abriendo, impulsando y favoreciendo. En su pequeña silla, delante de su choza, el explorador detuvo sus sueños y los hizo volver con él, con sus amigos, con un entorno que se ofrecía tan pausado como la más lenta de las criaturas de la tierra, tan falto de emociones como tan llena de ellas estaban sus sueños. Mirando al cielo prometió que lo alcanzaría cuando lograse encontrar la pócima de vida que le llevase más allá del más allá.    

Antonio Campillo Ruiz




martes, 23 de febrero de 2021

CLAUDIO ARDAZ, PINTOR

 FICCIÓN PICTÓRICA DE PERROS Y PAISAJES

 “VIEJOS DIOSES, NUEVOS ÍDOLOS”

    “En los albores del tercer milenio vi por primera vez las pinturas de Claudio Aldaz, se trataba básicamente de unos lienzos frescos en los que con artístico desparpajo y sencillez retrataba perros. Aquellos animalillos felices que movían la colita saludando al espectador, se han con- vertido dos décadas después en perros sobre el asfalto o en perros vengativos que se sublevan ante los automóviles, que en la noche aúllan solitarios de impotencia en el arcén de un mundo que les es hostil, convirtiéndose en actores que representan la experiencia de los seres en el contexto de una sociedad industrial y tecnológica. Estas imágenes muestran fragmentos de un personal relato imaginario casi distópico, del que resultan unas obras en las que podríamos hablar de una hibridación de la pintura con el cómic, la ilustración, los storyboard o la ciencia ficción del cine y la televisión.”

    “Claudio Aldaz presentó en 2005 en la Sala de Caballerizas los “Paisajes Lunáticos”, una colección de paisajes con una personal concepción del género, al tratarse de imágenes de indeterminados planetas donde el punto de vista está situado en la estratosfera. Esta peculiar realización del paisaje se ha convertido en una constante en su producción pictórica con distintas técnicas y resultados pero con el mismo sentido de cuestionamiento de la era que denominaba Jose Luis Sampedro como “tecnobarbarie”, lo que le otorga una unidad interior al conjunto de las obras pese a la diversidad de motivos, de soportes o técnicas. Los cuadros de paisajes encuentran su complemento en la sencillez y sutileza de la obra sobre papel, con trazos de grafito, rotulador o ceras, donde pega todo tipo de objetos encontrados que convierten los dibujos en collages, paisajes objetuales; caparazones de insectos, transistores, conchas, recortes de cajas, bombillas, hojas secas, panales o palomitas de maíz que se transfiguran sobre el papel en nubes, árboles o naves espaciales.”

    “Esta serie de obras no trata de revelar una verdad, no quieren ser más que pinturas de escenas de ficción expuestas entre las cortinas recogidas de un telón, un show pictórico donde Claudio Aldaz nos muestra su interpretación, no exenta de humor y observación paranoico-crítica de una alienante sociedad donde los nuevos ídolos mediáticos sustituyeron a los viejos dioses. Las escenas y paisajes son presentadas en un lenguaje libre, decididamente personal, expresivo en el color y espontáneo en el dibujo, sin filiaciones estilísticas al emplear en la composición de la imagen una variedad de formas que van desde los grafismos a los eslóganes y mansajes propios de los medios de comunicación de la cultura y el consumo de masas, hasta las citas y homenajes explícitos a artistas diversos como son Marcel Duchamp, Andy Warhol, David Hockney, Maurizio Cattelan o Jeff Koons.”

 JULIÁN PÉREZ PÁEZ




viernes, 22 de enero de 2021

CONQUISTAR LA PAZ

 LA BÚSQUEDA DEL AYER

 

Antonio Campillo Ruiz

LOUI JOVER 

María Virtudes de la Concepción miró con sorpresa hacia la derecha en aquel
cruce de calles. Caminaba deprisa, como era su costumbre pero se detuvo de golpe. Tuvo la necesidad de mirar con detenimiento hacia aquel rincón recoleto, ventana a un mar calmo pero suavemente sonoro. Sí, allí había sido. Allí, por unos instantes, pudo sentir tanto como pocas veces había percibido. Con un mohín en la cara y mirando al suelo, levantó despacio la cabeza para poder mirar el horizonte, cortado por la pequeña barandilla protectora del acantilado. Un escalofrío le recordó que el viento era frío. Sus pasos, lentos, empezaron a recorrer el camino prefijado.

 LOUI JOVER

Cuando se detuvo en el siguiente cruce no bajó a la calzada. Giro hacia atrás y recorrió el espacio que le separaba de otro cruce en dirección perpendicular. Anduvo ensimismada y llegando a un gran jardín se escondió detrás del grueso tronco de un árbol. No quería descubrirse. Con una mirada pícara y ansiosa, trató de asomar, sin ser descubierta, hacia uno de los bancos de madera. No, no estaba. Se preguntó la causa por la que había supuesto que podría encontrarle en aquel lugar, de hermoso recuerdo, a una hora tan inusual y con el vendaval que estaba aumentando por momentos. Se dirigió hacia el banco y entrelazando los brazos y arropándose con el abrigo, se sentó en él mirándose la punta de los zapatos. No supo si pensaba, si recordaba, si meditaba momentos gratos. Pareciese que el mundo se había acabado en ese momento y se encontraba ante una insuperable soledad. Un escalofrío recorrió su cuerpo y reaccionó levantándose de un salto. Bien, había sucedido. Pudo más su recuerdo. El agitado trajín cotidiano mantenía a raya los sueños evocadores, sin embargo, esta vez pudo más aquel encuentro con el pasado. Era la primera vez que se presentaba el desfallecimiento de su fortaleza. Temía este momento y ya lo había tanteado.

LOUI JOVER 

María Virtudes de la Concepción, ya no fue la misma desde este día. Se dejó llevar, con deliciosa mansedumbre, por la sospecha, por el placer de planear los presentimientos, por probar su existencia e imaginar situaciones traducidas a proyectos de obligado cumplimiento diario. Así, cuando terminaba su trabajo, recorría las mismas rutas por las que  había caminado con alegría airosa, cogida de la mano o simplemente junto a quien la llevaba de un lugar a otro, sin descanso, sin reflexión premeditada, con la improvisación de la sorpresa para ambos. Y, lo iniciado como un simple recuerdo grato, se convirtió en una búsqueda, con investigación previa, sobre el trazado del recorrido diario. La exigencia de una atención detalladamente provocada, a veces, ocasionaba una irritación comprendida y anulada al momento. En otras ocasiones, tras largo tiempo tratando de encontrar un lugar, un trayecto, una leve muestra de la ilusión de un encuentro casual, todo acababa en un principio de frustración.

 LOUI JOVER

Aquella mañana, María Virtudes de la Concepción, despertó muy agitada y sudorosa. Probablemente una pesadilla, pensó. Se serenó pacientemente y escarbó y escarbó en su memoria para arrancar de ella el recuerdo de lo sucedido. Con lentitud, imágenes empañadas de un halo semitransparente se fueron manifestando y pudo empezar a reconstruir unas calles solitarias por las que caminaba en pijama y con los pies descalzos. Iba tras la búsqueda del ansiado encuentro durante aquella noche fría y oscura, sin rumbo pero con la certeza de encontrar lo deseado durante tantos días. No percibía el frío ni las calles, recién mojadas por los empleados de mantenimiento y limpieza. No sabía le tiempo que estuvo caminando envuelta en la neblina que le hacía rebuscar en lugares desiertos. Una sombra atrajo su atención y, con curiosidad la siguió por callejuelas y vericuetos. Desapareció. Su frustración fue tal que con la cabeza mirando el duro asfalto mojado, volvió a su caliente cama y agitada, volteó y volteó hasta despertar confusa.

 LOUI JOVER

Bien, ha sido una pesadilla, solo una pesadilla, levantándose del lecho húmedo, manchada su impoluta blancura de un sucio barro negruzco. Observó con desconcierto y temor sus pies, igualmente manchados de barro, húmedos y fríos como témpanos, con el color negruzco de un asfalto recién pisado. Un alarido de animal herido salió de su garganta y se propagó por toda la casa. Un eco reverberante le devolvió a la realidad de un sueño vivido, de una obsesión vana, de una búsqueda infructuosa hasta en la irrealidad de un sueño real.

 LOUI JOVER

Desde aquel día, María Virtudes de la Concepción pensó y pensó. Sentada en su sillón favorito, en aquel en donde había fraguado su plan para encontrar lo inalcanzable, para crear la historia de la nada basada en fantasías. Con la naturalidad que la caracterizaba cuando se encontraba en ese sillón, alcanzó un libro de entre los cuatro que había encima de su pequeña mesa de té y, abriéndolo por una página cualquiera se enfrascó en la lectura.

Antonio Campillo Ruiz



sábado, 17 de octubre de 2020

MARAVILLOSO UNIVERSO

 CÚMULOS Y NEBULOSAS

 

Antonio Campillo Ruiz


 LAS PLÉYADES, EL CÚMULO ESTELAR DE LAS SIETE HERMANAS.


 
© Raúl Villaverde Fraile

    ¿Alguna vez ha visto el cúmulo de estrellas de LAS PLÉYADES? Incluso si lo ha hecho, probablemente nunca lo haya visto tan grande y claro como este. Quizás es el cúmulo de estrellas más famoso del cielo. Las estrellas brillantes de LAS PLÉYADES se pueden ver, incluso, sin binoculares desde el mismo centro de una ciudad contaminada por la luz. Sin embargo, con una exposición prolongada desde un lugar oscuro, la nube de polvo que rodea al cúmulo de estrellas se vuelve muy evidente. La fotografía que se presenta, cubre un área del cielo varias veces mayor al tamaño de la Luna llena. También conocidas como LAS SIETE HERMANAS y M45, LAS PLÉYADES se encuentran a unos 400 años luz de distancia, hacia la constelación de Tauro. Una leyenda común, con un toque moderno, cuenta que una de las estrellas más brillantes se desvaneció desde que se nombró al cúmulo, dejando solo seis de las estrellas hermanas visibles a simple vista. Sin embargo, el número real de estrellas de LAS PLÉYADES visibles puede ser de seis o siete, según la oscuridad del cielo circundante y la claridad de la vista del observador.


LA NEBULOSA DEL CANGREJO DESDE EL TELESCOPIO ESPACIAL HUBBLE.


© NASA, ESA, Hubble, J. Hester, A. Loll (ASU)

    

   Este es el lío que queda cuando una estrella explota. LA NEBULOSA DEL CANREJO, resultado de una supernova, vista por primera vez en el año 1054 d.n.e., está formada, en su totalidad, por misteriosos filamentos. Los filamentos no solo son muy complejos, sino que parecen tener menos masa que la expulsada por la supernova original y, una velocidad superior a la esperada de una explosión libre. La imagen presentada, tomada por el telescopio espacial Hubble, se presenta en tres colores elegidos por interés científico. LA NEBULOSA DEL CANREJO se extiende en un espacio del Universo de 10 años luz. En el mismo centro de la nebulosa se encuentra un púlsar, denominado Crab Púlsar. Se trata de una estrella de neutrones tan masiva como el Sol, pero del tamaño de una pequeña ciudad. El Crab Pulsar gira unas 30 veces por segundo.

 

NEBULOSA DEL MAGO.

 

© Andrew Klinger


    El cúmulo estelar abierto NGC 7380, todavía está incrustado en su nube natal de gas y polvo interestelar, conocida popularmente como LA NEBULOSA DEL MAGO. Desde la izquierda, podemos apreciar estrellas en primer plano y fondo, a lo largo del plano de nuestra galaxia, la Vía Láctea. Se encuentra a unos 8.000 años luz de distancia, hacia la constelación de Cefeo. En tamaño aparente en el cielo, una Luna llena cubriría el cúmulo joven de 4 millones de años y la nebulosa asociada, normalmente demasiado débil para apreciarla a simple vista. La fotografía, realizada con telescopio y la cámara firmemente plantados en la Tierra, revela formas y estructuras de gas y polvo cósmicos del tamaño de varios años luz dentro del MAGO, en una paleta de colores popularizada en las imágenes del Telescopio Espacial Hubble. Grabada con filtros de banda estrecha, la luz de longitud de onda visible de los átomos de hidrógeno, oxígeno y azufre de la nebulosa se visionan en colores verde, azul y rojo en la composición digital final.

 

NEBULOSA DE ORIÓN EN COLORES DE LOS ESPECTROS DE OXÍGENO, HIDRÓGENO Y AZUFRE..

 

© César Blanco González

    Pocas vistas astronómicas excitan la imaginación como la cercana guardería estelar conocida como LA NEBULOSA DE ORIÓN. El gas brillante de la Nebulosa rodea a las estrellas jóvenes y calientes en el borde de una inmensa nube molecular interestelar. Muchas de las estructuras filamentosas, visibles en la imagen mostrada, son en realidad ondas de choque, frentes donde el material que se mueve rápidamente se encuentra con el gas que se mueve lentamente. LA NEBULOSA DE ORIÓN se extiende en un espacio del Universo de 40 años luz y se encuentra a unos 1.500 años luz de distancia, en el mismo brazo espiral que nuestro Sol en nuestra Vía Láctea. LA GRAN NEBULOSA DE ORIÓN se puede localizar a simple vista, justo debajo y a la izquierda, del cinturón, fácilmente identificable, de tres estrellas en la popular constelación de Orión. La imagen muestra la nebulosa en tres colores emitidos específicamente por los espectros del hidrógeno, oxígeno y gas de azufre. Todo el complejo de nubes de LA NEBULOSA DE ORIÓN, que incluye la Nebulosa Cabeza de Caballo, se dispersará lentamente durante los próximos 100.000 años.


 Antonio Campillo Ruiz


sábado, 1 de agosto de 2020

ABECEDEARIO: S


SILVIA

Antonio Campillo Ruiz

 Karol Bak

   Silvia, quedó extasiada mirando un punto indefinido de la cocina desde la silla en la que se encontraba. Rememoró aquel instante en el que un ser maravilloso la cogió del brazo e impidió que se limpiase la zigzagueante gota de café que resbalaba desde su boca, recorriendo, su barbilla, su cuello y, desapareciendo por la puntiaguda hendidura de su escote y conseguía alcanzar la redondez de su pecho izquierdo. Aquella persona, cortés y respetuosa, impidió que continuase su camino cuando, siguiendo el serpenteante rastro desde su nacimiento, se lo fue limpiando con la lengua en un aseo tan suave como  su delicada piel caramelizada. Degustó la confitura con la ternura que el sensual roce, mezcla de sabores a café y a piel, le ofrecía su laxa dejadez y su hondo respirar. Nunca había percibido esta delicadeza y pulcritud, aparentemente, sin deseo explícito de excitarla. Se preguntó cómo era posible que no hubiese reparado jamás en una sensación de atención tan primorosa. Siempre había buscado inconscientemente aquel erizón de todo su cuerpo. Acababa de experimentarlo con una persona que no conocía sino de unas horas de charla y alegre compañía. En ese momento recapituló acerca de los consejos, más bien monsergas, que a lo largo de su vida fueron un sinfín de caricaturas sobre la naturaleza de los sentimientos y desafueros, repletos de opiniones, probablemente vividas, aprendidas de amargas experiencias y fraudes emotivos. Las creyó durante un tiempo demasiado largo. Nunca supuso que esas experiencias pudiesen alterar su pensamiento por cuanto, conforme iba siendo mayor, distinguía las débiles tonalidades de la voz cuando alguna vecna, amiga o familiar explicaba algo respecto a “lo establecido… lo normal”. Fue captando que había un mundo soterrado bajo una cáscara dura, demasiado dura, de protección de una realidad que jamás se explicaba, jamás salía por boca alguna

Karol Bak 

   Silvia, fue rebelde. Con tan solo catorce años se rebeló contra lo establecido y quiso estudiar y adquirir unos conocimientos que pudiesen favorecer su equilibrio emocional y su vida futura. No le fue fácil. Ser una mujer diferente a las de aquella pequeña ciudad suponía, en algunos aspectos, un enfrentamiento con pensamientos rancios que, con el tiempo, se habían convertido en mezquinos y envidiosos. Su familia, de origen humilde, siempre la alentó a que hiciese lo que creían que conseguiría. A los diecisiete años, marchó hacia la ciudad que sería desde ese día su nuevo entorno vital y, posiblemente, el medio para que pudiese acercarse a una vida que le podría proporcionar un pensamiento propio y una libertad nunca conseguida. Ahora, con el transcurrir de los años, estaba segura de haber podido conseguir lo que se propuso, suficiente para vivir sin demasiadas complicaciones, independientemente, sin la ayuda de su familia. Su comportamiento de suficiencia asombró siempre pero obtuvo un provechoso resultado. Ahora, ya no era entonces. Demasiados desplantes, requiebros y proposiciones que procedían de múltiples lugares y en diversos momentos. Un sutil chantaje, un momento inadecuado o una oportunidad que desvanecían ilusiones, sentimientos y proyectos. No sin riesgos, pudo salir de varios atolladeros que casi frustraron su objetivo. Lo consiguió porque también existen personas que poseen el don de la sincera amistad. Cuando se licenció, sus padres, orgullosos, fueron a la gran ciudad y lo celebraron. Jamás supo expresar tanta delicadeza como cuando se abrazó a sus padres. Con cinco años de altanería le había bastado para comprender, un poco, solo un poco, el esfuerzo de encontrarse sola en momentos delicados. Su fortaleza emocional superó un entorno hostil y la endureció. Nunca admitió una relación de pareja. Sus amigos, fueran los que fuesen sabían de “su manía”, la admitían y jamás opinaron, tras hacerlo unas pocas veces. Las razones que esgrimía eran racionales y poderosas. Sin embargo, jamás obvió la sensualidad de momentos deliciosos que pudo vivir de forma muy puntual. Estaba segura de las necesidades fisiológicas y de sus propias sensaciones.

 Karol Bak

   Silvia no siempre fue consciente de su adaptación al entorno mientras creció sola. Tuvo que desmontar falsedades, trampas y muchos desarraigos que, adquiridos o no, perturbaron su dedicación a la formación. Con ella entre cabeza y cuerpo, se desligaba de momentos que llegaron a perturbarla gravemente. Así, con el rápido transcurrir del tiempo, se fue creando una carcasa que tenía iguales propiedades que una jaula. De vez en cuando salía de ella y se convertía en un producto al uso. Se divertía, trataba de embrutecerse con eso que algunos llaman felicidad y se dejaba querer por amigos y extraños. De esa amalgama poco diferenciada construyó su mundo, su especial forma de comportamiento y su aversión o aceptación a muchas de las posibilidades que dicen, puede generar la vida. Nunca frenó ante pensamientos, gustos o singularidades que hacían de ella una persona más. Diferente pero jamás especial. Siempre pensó que existían millones y millones de personas en el mundo que actuaban de igual forma. Que para ellas, la palabra prever era normal y trazaban un férreo camino con objetivos que poseían una priorización que determinaría el fin alcanzado. Así, se desligó de todo lo que pudiese mediatizar, dirigir o solapar su formación. Ella debía ser quien la llevase hacia una vida que sería la que se había trazado durante estos años de persistente tenacidad y rigor. Sin ella, se convertiría en una persona sin libertad para decidir, un poco, solo un poco, aquello que le sería grato en su devenir diario. Llegó a pensar de sí misma que era demasiado espartana y severa pero, cuando estos pensamientos le sobrevenían, su raciocinio le indicaba que no era así, que nada le daría la vida ni, mucho menos, alguien que fuese familiar, amante, amigo o conocido. Eso la impulsaba hacia una fortaleza cuasi inexpugnable. Este y no otro era el motivo de su rudeza para con todos, sin despreciar jamás esos momentos de dulce emotividad que podían ocasionar un placer que siempre trataría de obtener y dar. Comprendía que si buscaba una pizca de satisfacción, en lógica proporción, debía de obsequiar con igual interés. Le gustaba. Prefería conocer y experimentar más que estabilizarse en unas rutinas que, sabía, la conducirían al rechazo. Además, cumplía fielmente el principio de mente sana in corpore sano. Su mente y su concepción de la fragilidad de la vida, lo principal. Su cuerpo y la satisfacción del placer fundido, dando consistencia a un desarrollo progresivo de los aspectos que, para ella eran los primordiales en un corto pasaje que ni siquiera había pagado. Sí, cuando pensaba sobre la razón de su existencia encontraba pocos datos, en realidad ninguno. ¿Algún otro ser habría podido realizar su trabajo? Sí. Exactamente igual, incluso mejor. La repercusión de este cambio ¿habría tenido consecuencias imprescindibles o extraordinarias? Pensaba que no. Con la sencillez de un razonamiento normal, pensaba que solo habría sido una pequeña translocación. Por ello, su razón de existir siempre estaba pendiente de un hilo. Se sentía realizada, como los modernos expresan sin saber muy bien lo que quieren decir con esta palabra, a la vez que su circuito racional y emotivo se sentían plenos y actuaban con un rendimiento más que recto, justo y honrado. Su oportuna forma de desenvolverse en el mundo estaba resultando beneficiosa e incidía favorablemente en lo que consideraba el agradable y divertido paso por una etapa temporal de la que solo quedará, en unos pocos años, un recuerdo deformado que habrá extraviado todos los hechos en los que ella pudo intervenir.

Antonio Campillo Ruiz         

Karol Bak 




lunes, 1 de junio de 2020

MARAVILLAS DEL ARTE FLAMENCO


UNA LARGA FAMILIA DE ARTISTAS

Antonio Campillo Ruiz


    Oleos que han ilustrado proverbios y dichos populares, plasmados sobre sus telas con un estilo realista. Siempre reflexivos, provocadores y de compleja interpretación. Esta inmensa obra, ha aportado a coetáneos y, a quienes la contemplamos actualmente, gran cantidad de contenidos morales. Esta larga familia de artistas, Pieter Brueghel “El viejo”,  Pieter Brueghel “El joven”, Jan Brueghel “El viejo”, Jan Brueghel “El joven”, Jan Peter Brueghel, Abraham Brueghel y Ambrosius Brueghel, crearon un universo pictórico tan especial como atractivo y peculiar. A lo largo del tiempo, de padres a hijos, tanto la técnica como los temas del iniciador de esta pintura peculiar y especial, fue seguida pero con mayor libertad en sus interpretaciones y un mayor protagonismo de la representación de la naturaleza humana y del entorno.


   El género flora, los grandes bodegones y el paisaje han sido temas de una plasticidad que termina con la excepcional representación de excepcional “Alegoría de los cuatro elemento… Agua, tierra, aire y fuego” que, hacia 1645 completó el estilo, poco estudiado por su tardío conocimiento, que reafirma un cambio en la concepción estilista personalizada y lejos de la moralina que predomina en gran parte de las obras de la familia. Un ejemplo lo tenemos en los temas basados en el Génesis y, de entre ellos, “La torre de Babel”, la metáfora del orgullo humano, el intento de construcción de un edificio tan alto como el cielo originando la cólera de un Dios que, para hacer decaer la arrogancia y la presunción humana, lo impidió por medio de la incomunicación, al privar a los hombres de la lengua común.


   La llegada del despiadado Duque de Alba, enviado por el rey de España, Felipe II, a Los Países Bajos con la misión de convertir a los protestantes, por fuerza, al catolicismo, fue la época convulsa, cargada de tensiones religiosas  en la que Brueghel “El Viejo” vivió una etapa decisiva de su vida. Persona muy cultivada y amante de la filosofía estoica, familiarizado con el pensamiento de Erasmo de Róterdam, de Tomás Moro y amigo íntimo de Abraham Ortelius, el cartógrafo que elaboró el primer atlas mundial, distaba mucho de ser un pintor de la corte o un advenedizo que creó un estilo peculiar. Su formación dio comienzo en el afamado taller de Pieter Coecke van Aelst, pintor afamado y con el que Brueghel descubrió a El Bosco. Tal impresión obtuvo de este pintor que durante varios años plasmó sus mismas pinceladas, pasando a ser llamado “El Segundo Bosco”.
 

   El Bosco, con sus pinturas en las que, el conflicto entre el bien y el mal mantenía al mundo en un estado de permanente oscilación, ora hacia lo bueno y la salvación, ora hacia el mal y la perdición, tuvo una relativa influencia en Brueghel “El Viejo”, cuya moralidad era menos estricta y su visión más permisiva e indiferentes hacia la observación y reproducción de la vida real. Sus hijos, bebieron de esta faceta diferenciadora y peculiar del padre, percibiendo y estableciendo una extraordinaria tradición artística que se prolongó durante cuatro generaciones.  


   Mientras que en Italia, Leonardo da Vinci, Tiziano o Miguel Ángel, trataban de plasmar en sus obras una exaltación idealizada de la naturaleza humana y sus posibles virtudes, en Los Países Bajos, los efectos de la Reforma Protestante y las Teorías  Calvinistas, dirigió su atención hacia la Naturaleza que empezó a poseer una importancia que procuró su paso, de un simple elemento de fondo a un referente artístico por derecho propio. Pieter Brueghel “El Viejo”, que viajó a Italia, puso más interés por los elementos artísticos generales que por el humanismo que se traslucía con la novedosa revolución artística del momento. Así, en pleno siglo XVI, surgieron en Amberes, artistas especializados en paisajes. Montañas imaginarias lejanas, frente a fondos elevados, tonos fríos, que, en muchas ocasiones, eran divididos por bandas cromáticas diferentes para crear el efecto de una perspectiva convincente pero poco creíble. En general, son paisajes con un punto de vista muy alto que generan un todo con sensación de inmensidad irreal. Esto provoca  que las figuras humanas parezcan elementos minúsculos en un todo inmenso, expresando su debilidad y limitación humana ante la grandeza exaltada de la creación y los elementos, en un mundo amenazante pero pleno de fascinación y vida.  


   Hacia la mitad del XVI, Amberes ya poseía más de cien mil habitantes entre los que se encontraban gran cantidad de comerciantes, artesanos y artistas, que generaron un ambiente económico de clase media poco convencional, obsesionada con la  búsqueda del secreto de la riqueza y el éxito. Este crecimiento impetuoso, posiblemente, fue lo que motivó a Tomás Moro elegirla  para ambientar el inicio de su “Utopía”. La pintura homenajeaba las aventuras y costumbres de viajeros y mercaderes, convirtiéndose sus relatos en la inspiración de cuadros costumbristas, día a día más apreciados por ricos mercaderes y potentados.


   Entre la burguesía y las clases mercantiles, gozaban de gran popularidad las escenas de la vida campesina. Los estratos sociales más humildes, eran vistos como una metáfora de la existencia humana, en la que se plasmaban placeres sencillos y espontáneos pero también, el vicio y la disipación. Este desenfadado baile de tradiciones y costumbres, representa la libertad frente a las convenciones rígidas de la burguesía, rasgo que se aprecia en muchas de las alusiones sexuales de escenas con personajes campesinos muy humanos.


   La familia Brueghel estaba constituida por artistas que narraron hechos e historias que representaban la realidad y relataban la vida cotidiana. Junto a las pasiones más humildes, captaron una gran explosión de buen humor y  jovialidad, juegos de cortejo y ritos asociados al matrimonio, al igual que las tradiciones transmitidas junto al fuego del hogar o en la celebración de un banquete. Así, Pieter Brueghel “El joven”, no condenaba a la humanidad, en su lugar, la contemplaba con mirada indulgente y participaba de la incomodidad irresistible de lo cotidiano, cuya repercusión, es profundamente humana.

Antonio Campillo Ruiz




domingo, 3 de mayo de 2020

ABECEDARIO: R


RAMIRA

Antonio Campillo Ruiz

Joaquín Sorolla

   Ramira percibía la cálida mano de su hija mientras caminaban por la playa durante su paseo cotidiano. La brisa elevaba el suave pelo de la niña al cielo. El monótono y agradable juego del mar con la arena, a veces, se entremezclaba con sus pies, desnudos. La suave temperatura ambiente las envolvía y acariciaba sus cuerpos sin enfriarlos. Pilar, su hija pequeña, solicitaba, desde hacía bastante tiempo que le contase un cuento todas las tardes y, ella, después de haber acabado todos los que contenía “Cuentos al amor de la lumbre”, a pesar de no tener lumbre, empezó a inventarse historias que a la pequeña le entusiasmaban. Con el tiempo, a la vez que la niña crecía, apreció su gran imaginación y tuvo una idea que había resultado, además de didáctica, muy agradable: después de contarle “su” cuento a la niña, esta, debía de contarle uno a ella pero con la condición de que los cuentos deberían ser imaginados, no leídos previamente. Y, así empezó un largo y constante ir y venir de cuentos entre las dos. Aquella tarde, la luz del atardecer no se filtraba por las nubes que se aplastaban contra el cielo pintándolo de un color blanquecino. Empezó a hablarle a la niña e inició, sin percatarse, su cuento:

Joaquín Sorolla

En un país lejano, muy lejano, había un pueblo pequeño, muy pequeño, rodeado de montañas. El pueblo no tenía caminos para entrar o salir de él porque las montañas eran muy altas, muy altas. Todos los hombres y mujeres trabajaban en los campos pequeños, muy pequeños, que abrazaban con cariño todas las casas del pueblo. Todos estaban siempre tristes, muy tristes. Alguna vez, un niño peguntaba a sus padres por qué estaban tristes. Siempre respondían que se encontraban solos, que nadie iba con ellos al huerto, que no veían a nadie cuando trabajaban. Los niños también estaban tristes. Nadie estaba con ellos cuando sus padres estaban trabajando. Un día, llegó al pueblo un artista que era mago. Nadie sabía cómo había podido llegar, sin caminos, al pueblo. Dijo que, como era mago, había llegado por una senda que sólo él conocía. Hablo con todos los vecinos y les preguntó por qué estaban tan tristes. Ellos le dijeron que siempre estaban solos, que nadie les acompañaba porque cada uno estaba en su pequeño campo trabajando. Entonces, el mago, que era muy bueno, muy bueno, empezó a pensar y pensar, y miraba y miraba a las personas, y las volvía a mirar, y pensaba y pensaba, hasta que un día les dijo a los habitantes del pueblo, que ya eran muy amigos de él, que había encontrado la solución para que siempre estuviesen acompañados. Solicitó del herrero que le diese un pico y una pala y se dirigió a las montañas. Y, tardaba días, y días, y días, y nunca volvía. Hasta que una noche muy oscura, el mago volvió al pueblo y dando muy fuerte con el pico a la pala, hizo mucho ruido para despertar a todos. Con caras somnolientas, los habitantes del pueblo salieron a la plaza y el mago dijo: “Amigos, ya está todo solucionado. Desde mañana, siempre tendréis a un amigo que irá con vosotros a todas partes”. Todos se miraron, se rieron, aplaudieron y empezaron a bailar y cantar hasta que quedaron durmiendo en la plaza, unos sobre otros. A la mañana siguiente, cuando fueron despertando se limpiaban el polvo que tenían del suelo de la plaza y cada uno marchó a las labores de su pequeño campo. Eran las nueve de la mañana cuando uno de los habitantes del pueblo llegó corriendo y gritando desde su pequeño campo. Iba diciendo: “Me persigue, siempre me persigue y es, unas veces muy grande y otras muy pequeño…” Las mujeres y niños que habían quedado en el pueblo salieron para comprobar qué sucedía y, entonces vieron que en el suelo había una persona de color negro con cada uno de ellos… Salieron corriendo y su acompañante iba siempre tras los niños, que lloraban de miedo y tras las mujeres, cuyas faldas dobles y enaguas volaban al viento. Al poco tiempo fueron muchos hombres los que vinieron asustados, cada uno con un acompañante. Entonces, el mago, en medio de la plaza, los paró a todos, que tiritaban de miedo y les dijo con voz potente: “Mirad las montañas. Les he quitado con el pico y la pala que me llevé las altas cimas y ahora, el Sol llega hasta vosotros y os regala un acompañante para siempre. Se llama SOMBRA”. Todos miraron hacia las montañas y apreciaron que eran más bajas y una luz cegadora no les dejaba abrir los ojos. Varios niños empezaron a jugar con sus acompañantes que siempre hacían lo mismo que ellos. Y se divirtieron mucho, Y los mayores también se movieron para hacerse amigos de sus acompañantes y todo el pueblo fue muy feliz desde ese día porque ya tenían un acompañante para siempre”.  
     
Joaquín Sorolla

   Ramira, acababa de contar el cuento de aquella tarde a su hija y esperaba, no sin impaciencia, que la niña creara el suyo para escuchar su dulce voz. Había dormido inquieta y se encontraba un poco turbada porque su desvelo nocturno había sido el culpable de un cuento que, posiblemente, había turbado la inocente mente de su pequeña. A pesar de ello no comentó nada y esperó pacientemente mientras, en silencio, ambas, sentadas en la arena de una pequeña duna muy cercana al agua, miraban el suave vaivén de las olas, casi lamiéndoles los pies. De pronto, la fina y cantarina voz de la niña sonó sobresaltándola. Escuchó con atención.

Joaquín Sorolla

“Había una vez una niña que vivía en una pequeña playa, muy pequeña. Su papá era pescador y su mamá se ocupaba de la casa y de un pequeño, muy pequeño huerto que tenían detrás de la casa, que era muy pequeña, muy pequeña.
Su papá se iba siempre, al amanecer, a pescar. Su mamá hacía la comida y la niña estaba con ella, en la mesa de la cocina, haciendo los deberes que le había puesto su papá antes de marcharse.
A la una de la tarde, salía hasta la orilla del mar, con dos o tres peces pequeños liados en un papel. Le gustaba mucho encontrarse con su amiga, aquella gaviota tan grande a la que acariciaba y estaba muy caliente. La gaviota, que siempre la esperaba junto a las rocas que había en la parte derecha de la playa, comía los peces que le daba la niña con mucha hambre. Allí estaban las dos amigas hasta que su mamá la llamaba para comer.
Un día, la gaviota le dijo si le gustaría aprender a volar. La niña se extrañó de que un pájaro tan grande pudiese hablar. Le dijo que sí, que le gustaría mucho saber  volar  porque iría recorriendo todos los mares del mundo y comiendo peces pequeños, como los que ella le llevaba. Entonces, la gaviota le dijo que podía cogerla con sus patas y la enseñaría enseguida a volar. La niña le dijo que tendría que decirlo a su mamá y a su papá porque si tardaba en llegar a casa se preocuparían. La gaviota le dijo que sería muy poco tiempo y que no hacía falta que se lo dijese a nadie. La niña, le contestó que, si era poco tiempo, podrían ir. La gaviota le dijo que empezarían el  vuelo en ese momento. Se subio sobre los hombros de la niña  y cerró sus garras sobre su ropa. Aleteaba muy fuerte porque el peso de la niña era más grande que el de un pez pero, poco a poco, se fue elevando, ayudada por la brisa marina. Cuando el vuelo era ya elevado, la niña se maravilló de la vista de la tierra desde el cielo. La gaviota continuó su vuelo y al poco rato se dirigió a un saliente en el lejano acantilado y dejó caer a la niña sobre un nido en el que había tres polluelos. No se hizo daño porque el nido era muy mullido por las plumas que tenía pero los polluelos empezaron a picotearla y le hicieron daño, mucho daño.” 

Cuando la niña acabó su cuento, el ocaso de un sol que tiñó de rojo el cielo claro y luminoso, no dejó que la niña pudiese apreciar la lágrima que caía por la mejilla de su madre. Aquella inocencia y serenidad con la que su hija le contó aquel cuento, aquel martilleo de las palabras mamá y papá, aquel candor tan triste, la había emocionado tanto que se encontró abrazando fuertemente a la niña, dejando de hacerlo al decirle la pequeña que la apretaba demasiado.

Joaquín Sorolla

   Ramira trató de comprender las entrelíneas de la narración de su hija y deseó que hubiese sido el resultado de una lectura. Pero, no, pensó inmediatamente, habían acordado que los cuentos de las tardes debían ser siempre inventados por ellas. Y lo cumplían. Posiblemente, sería una traslación de variantes de una lectura, se repetía con insistencia. No comprendía lo que desearía saber con todas sus fuerzas, con todo su corazón. Le pareció, no, no sabía lo que le pareció. Estaba tan confusa y tan emocionada que, tratando de calmarse, solo se le ocurrió decir a su hija que ya era un poco tarde y que enseguida, la humedad de la brisa marina, haría que tuviesen frío. Se levantaron de la arena y, cogiendo la cálida y pequeña mano de la niña, volvieron a casa mientras el lento y suave susurro del mar se hizo inaudible.

Antonio Campillo Ruiz  

Joaquín Sorolla