viernes, 22 de enero de 2021

CONQUISTAR LA PAZ

 LA BÚSQUEDA DEL AYER

 

Antonio Campillo Ruiz

LOUI JOVER 

María Virtudes de la Concepción miró con sorpresa hacia la derecha en aquel
cruce de calles. Caminaba deprisa, como era su costumbre pero se detuvo de golpe. Tuvo la necesidad de mirar con detenimiento hacia aquel rincón recoleto, ventana a un mar calmo pero suavemente sonoro. Sí, allí había sido. Allí, por unos instantes, pudo sentir tanto como pocas veces había percibido. Con un mohín en la cara y mirando al suelo, levantó despacio la cabeza para poder mirar el horizonte, cortado por la pequeña barandilla protectora del acantilado. Un escalofrío le recordó que el viento era frío. Sus pasos, lentos, empezaron a recorrer el camino prefijado.

 LOUI JOVER

Cuando se detuvo en el siguiente cruce no bajó a la calzada. Giro hacia atrás y recorrió el espacio que le separaba de otro cruce en dirección perpendicular. Anduvo ensimismada y llegando a un gran jardín se escondió detrás del grueso tronco de un árbol. No quería descubrirse. Con una mirada pícara y ansiosa, trató de asomar, sin ser descubierta, hacia uno de los bancos de madera. No, no estaba. Se preguntó la causa por la que había supuesto que podría encontrarle en aquel lugar, de hermoso recuerdo, a una hora tan inusual y con el vendaval que estaba aumentando por momentos. Se dirigió hacia el banco y entrelazando los brazos y arropándose con el abrigo, se sentó en él mirándose la punta de los zapatos. No supo si pensaba, si recordaba, si meditaba momentos gratos. Pareciese que el mundo se había acabado en ese momento y se encontraba ante una insuperable soledad. Un escalofrío recorrió su cuerpo y reaccionó levantándose de un salto. Bien, había sucedido. Pudo más su recuerdo. El agitado trajín cotidiano mantenía a raya los sueños evocadores, sin embargo, esta vez pudo más aquel encuentro con el pasado. Era la primera vez que se presentaba el desfallecimiento de su fortaleza. Temía este momento y ya lo había tanteado.

LOUI JOVER 

María Virtudes de la Concepción, ya no fue la misma desde este día. Se dejó llevar, con deliciosa mansedumbre, por la sospecha, por el placer de planear los presentimientos, por probar su existencia e imaginar situaciones traducidas a proyectos de obligado cumplimiento diario. Así, cuando terminaba su trabajo, recorría las mismas rutas por las que  había caminado con alegría airosa, cogida de la mano o simplemente junto a quien la llevaba de un lugar a otro, sin descanso, sin reflexión premeditada, con la improvisación de la sorpresa para ambos. Y, lo iniciado como un simple recuerdo grato, se convirtió en una búsqueda, con investigación previa, sobre el trazado del recorrido diario. La exigencia de una atención detalladamente provocada, a veces, ocasionaba una irritación comprendida y anulada al momento. En otras ocasiones, tras largo tiempo tratando de encontrar un lugar, un trayecto, una leve muestra de la ilusión de un encuentro casual, todo acababa en un principio de frustración.

 LOUI JOVER

Aquella mañana, María Virtudes de la Concepción, despertó muy agitada y sudorosa. Probablemente una pesadilla, pensó. Se serenó pacientemente y escarbó y escarbó en su memoria para arrancar de ella el recuerdo de lo sucedido. Con lentitud, imágenes empañadas de un halo semitransparente se fueron manifestando y pudo empezar a reconstruir unas calles solitarias por las que caminaba en pijama y con los pies descalzos. Iba tras la búsqueda del ansiado encuentro durante aquella noche fría y oscura, sin rumbo pero con la certeza de encontrar lo deseado durante tantos días. No percibía el frío ni las calles, recién mojadas por los empleados de mantenimiento y limpieza. No sabía le tiempo que estuvo caminando envuelta en la neblina que le hacía rebuscar en lugares desiertos. Una sombra atrajo su atención y, con curiosidad la siguió por callejuelas y vericuetos. Desapareció. Su frustración fue tal que con la cabeza mirando el duro asfalto mojado, volvió a su caliente cama y agitada, volteó y volteó hasta despertar confusa.

 LOUI JOVER

Bien, ha sido una pesadilla, solo una pesadilla, levantándose del lecho húmedo, manchada su impoluta blancura de un sucio barro negruzco. Observó con desconcierto y temor sus pies, igualmente manchados de barro, húmedos y fríos como témpanos, con el color negruzco de un asfalto recién pisado. Un alarido de animal herido salió de su garganta y se propagó por toda la casa. Un eco reverberante le devolvió a la realidad de un sueño vivido, de una obsesión vana, de una búsqueda infructuosa hasta en la irrealidad de un sueño real.

 LOUI JOVER

Desde aquel día, María Virtudes de la Concepción pensó y pensó. Sentada en su sillón favorito, en aquel en donde había fraguado su plan para encontrar lo inalcanzable, para crear la historia de la nada basada en fantasías. Con la naturalidad que la caracterizaba cuando se encontraba en ese sillón, alcanzó un libro de entre los cuatro que había encima de su pequeña mesa de té y, abriéndolo por una página cualquiera se enfrascó en la lectura.

Antonio Campillo Ruiz



11 comentarios:

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