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miércoles, 5 de junio de 2019

PERDURABILIDAD

LA LARGA BÚSQUEDA XVIII


Antonio Campillo Ruiz

Si no esperas lo inesperado
no lo reconocerás cuando llegue.

Heráclito de Ëfeso

 Gyuri Lohmuller

   El instante, esa porción mínima que determina una medida que no por ser repetida una y otra vez, conocemos su duración. Se le nombra con frecuencia y se aplica en muchos tipos de textos y con demasiada frecuencia, en el adoctrinamiento de un factor imperativo: el tiempo, difícilmente ponderable, de nuestra vida sobre el mundo que nos acoge. ¿Todos conocemos la sensación de tiempo y no solo su medida? Parece ser que sí. El conocimiento del tiempo, una unidad fundamental, unidimensional y unidireccional, es, ampliamente, conocida por quienes menos la han estudiado: hombres y mujeres que poseen una vida sin grandes problemas, con problemas, acompañados, solos, periodistas, contertulios, famosos e incluso personas que lo publicitan.  Es muy loable que se posea tal nivel de conocimientos y de introspección personal. Sin embargo, cuando cae la venda de unos ojos que no quieren ver, la desilusión se traduce en una especial congoja. El tiempo es un desconocido en todas sus posibles manifestaciones, si las posee.

Gyuri Lohmuller

   Los constantes y reiterativos aspectos que recogen la instantaneidad en los medios de comunicación no deben ser baladíes: CUI PRODEST. Hace pocos años, no tener preparado el futuro suponía una terrible dejadez que acarrearía consecuencias indeseables. El futuro era tan importante que trabajar o tender hacia él era requerido por una sociedad atenazada por el miedo a un presente cuasi inexistente y a un pasado de terror. Sin embargo, en la etapa actual, se borra o tergiversa el pasado obligando a doctos estudiosos a cambiar constantemente las opiniones que se poseen de él y se niega el futuro como etapa que no posee utilidad puesto que puede ser tan cambiante como indeterminado. Sólo queda la loa a un presente que se reduce cada vez más a lo que en realidad es, el instante. Podríamos decir que se trata de poseer una velocidad que se ha aprendido, precisamente, de quien ha inducido el pensamiento instantáneo: las máquinas tecnológicamente avanzadas. Ante estos hechos es importante detenerse y repasar el proceso de la velocidad.
¿La velocidad? Sí, cuanto más veloz se camine más instantes podremos llegar a tener en un tiempo llamado presente y que posee una duración tan pequeña que si lo perdemos, cometemos la torpeza de no saber vivir. Cuanto más rápidos son los mecanismos que nos enseñan, más valorados, cuanto más útiles más desconsideración a lo denominado banal. Hay que correr, hay que lanzarse, sin red, a un vacío que proporciona pocos momentos serenos pero sí muchos otros obtusamente adictivos, instantáneos e impredecibles. ¿Impredecibles? Un momento. Impredecible era el futuro, no el instante presente… “Bueno, sí, pero…” Pero ¿qué? ¡Ay, yayay…!  Sí, efectivamente, a un instante denominado presente le sigue otro que es futuro pero se convierte en presente, uno tras otro, sin descanso, sin principio ni fin. Un perfecto atropello de la incultura de lo fútil, de lo que despreciamos como inútil porque no ha llegado, un accidente hacia uno mismo por caer en la nada de lo mecánico, de la velocidad que no sabemos alcanzar y de un presente que debe ser más sereno y debe medirse en escalas más amplias, menos perturbadoras y más comprensibles, más humanas. 

Gyuri Lohmuller

   Claro que, ser un humano supone estar reglado, seguir unas normas que se activan en función de las necesidades que en cada instante, quienes esconden el pasado, ordenan el presente y proyectan el futuro, obligan a vivir sin que los instantes dejen poso para formar otro futuro que no sea el previamente regulado por ellos. Así, podríamos preguntarnos, ¿Se aprende sólo de momentos? ¿Lo instantáneo deja poso? Podríamos deducir que sí. Cualquier tiempo, por minúsculo que sea, genera una experiencia, que ya es pasado pero útil, muy útil para quien la ha vivido. Nos falta saber cuánto tiempo es un momento y un instante, con respecto a medidas inteligibles. Al considerar la perdurabilidad debemos considerar si la relación velocidad/instante es mayor o menor que cero porque, en el primer caso estaríamos ante el hecho de mayor valoración de la velocidad con respecto al tiempo y en el segundo, lo contrario. Además, la efectividad de la duración se debe tener en cuenta puesto que, a mayor duración la relación a la que se alude anteriormente sería, a su vez, menor de cero. Tendería a ser menor la velocidad que la perdurabilidad.

 Gyuri Lohmuller

   Así, cuando el tiempo se mide por medio de sensaciones y se establece como presente no un instante sino una sensación, la dependencia de la bondad o maldad de ésta es decidida y resuelta por quien la siente, sin dependencias regladas ni velocidad añadida. Es posible, solo posible, que ante este hecho, la insistencia en el adoctrinamiento de la necesidad de no medir tiempo alguno, de no poseer continuidad en hechos pasados o predicciones futuras, proviene de quien establece normas y dicta reglas de obligado cumplimiento. Por ello, el instante está provocando que posibles predicciones futuras e incluso, investigaciones a largo plazo, se minimicen ante el factor velocidad, que se traduce en un mundo incesantemente cambiante, sin rumbo, historia ni futuro.

Antonio Campillo Ruiz

 Gyuri Lohmuller

jueves, 9 de mayo de 2019

SENCILLA POTENCIALIDAD


LA LARGA BÚSQUEDA XVII

Antonio Campillo Ruiz

Michael Alfano

   Con la seguridad altiva de quien cree poseer la inmortalidad, muchos seres humanos caminan arrogantes hasta que la casualidad les lleva a conocer que, de forma fulminante, traidora, alguien de su especie padece un cambio que, posiblemente, le llevará allí donde jamás ha admitido ni querido llegar. Es entonces cuando se derrumba, por poco o dilatado tiempo, su vanidoso y despectivo pensamiento sobre la perdurabilidad personal y ajena. Conoció que esta Ley es inmutable en una etapa de su vida temprana e incluso, a veces, un poco tardía a causa de la indiferencia hacia los aspectos naturales de su ser o el proteccionismo que escondió la verdad y perjudicó mucho más que la ayuda que se trataba de conseguir.

 Marie-France Boisvett

   No es fácil admitir procesos ineludibles pero, en muchas ocasiones, la exposición irracional a posibles daños que pueden ser irreparables pareciese que es una parte del juego que se ha convenido en denominar proceso vital. Riesgo, aventura, azar o simplemente ansia de experimentar lo desconocido pueden producir, en el complejo mecanismo humano, la secreción de compuestos químicos que generan sensaciones muy satisfactorias, desde el placer potente y de consecuencias fisiológicas impredecibles hasta la dulce y pacífica beatitud, pasando por euforia, enojo, orgullo, premio, sinsabor, etc. Estos efectos, buscados, son enaltecidos y potenciados, igualmente, por “la sociedad de masas” que los expone de forma particular, mostrándolos en espectáculos y diversiones que apagan la racionalidad del efecto que se puede producir e incluso, haciendo que aquellos que los practican sean alabados como héroes, sin determinar ni aclarar lo que significa esta palabra. Debemos convenir que, se estimula e instiga desde el poder la autodestrucción.

Aykut Aydogdu

   Para alcanzar la secreción de compuestos químicos cuyas propiedades, basadas en estudios, no siempre suficientemente contrastados, se consideran imprescindibles o potenciadores de la sensación de bienestar, del placer e incluso, del misticismo, no siempre es necesario conseguir que nuestras células trabajen en grado extremo ni exponerse a que, en ese estado, pueda crearse una malfunción que repercuta de forma irreversible al conjunto de órganos del cuerpo humano. Adquirir sustancias sintéticas que sustituyan a las naturales, en general, puede generar una absorción o transformación incorrectas para el organismo, cuanto no menos, una ineficaz asimilación, intolerancia o crear una dependencia de consecuencias impredecibles. Así, la alteración normal de la producción natural de compuestos que favorecen estados psíquicos que se traducen en sensaciones fisiológicas, sean cuales fueren, parece ser que no es recomendable, excepto si es clínicamente imprescindible. 

Camile Claudel

   Es demasiado usual que, en la complejidad de un ser humano se distingan unas actividades de otras, se focalice la atención a una de ellas basándose en la sintomatología determinada, se aprecie como más importante aquel órgano que, por diagnosis, se considere afectado por una anomalía. Sin embargo, es muy frecuente que tal anomalía esté provocada por un conjunto de funciones que dependen de varios órganos o, posiblemente, de otro que produce efectos diagnósticos en el primero que responde a determinadas pruebas que se aceptan como irrefutables. Y, creemos que se trata de un proceso que sigue estas pautas por la complejidad que supondría establecer una relación entre varias funciones que, desde la experiencia y su estudio, “no es posible tal relación”. Bien, pues en la etapa actual, con el conocimiento tan profundo y exacto de la organización celular e incluso molecular que poseemos, es posible que nunca debamos descartar la interacción entre varios órganos, células o moléculas. Ya no se deben separar partes diferentes del organismo humano y cuasi es obligatorio contemplar la posibilidad de la interrelación entre todos los componentes y su acción en las llamadas sensaciones fisiológicas externas.

Dorina Costras

   A pesar de creer que poseemos la información necesaria para establecer la importancia de nuestra capacidad cerebral, sin embargo, es necesario recordar que la actividad cerebral y su capacidad para organizar  a todo el ser humano depende de aspectos que son difíciles de identificar y fijar. Desde el error de considerar que sólo el diez por ciento del cerebro humano se utiliza, hasta la realidad que establece la actividad total del cerebro humano, que todas, todas las neuronas se encuentra en funcionamiento y todas se encuentran activas desarrollando una función específica, existe el abismo de la falta de interacción de los órganos que, además, todos dependen de él. Sin embargo esta creencia de que muchas neuronas trabajan y otras descansan, a semejanza de la sociedad creada por los seres humanos, es tal sinrazón que, por supuesto, como es habitual, la sencilla explicación está mal formulada: la potencialidad de nuestro cerebro es muy compleja de contextualizar. Aquí reside la falsa formulación que inhibe la relación entre órganos. El cerebro es potencialmente mucho más potente de lo que experimentamos, posiblemente, porque no lo ejercitamos para que su potencia sea aprovechada por el ser humano. Los errores o deficiencias que se puedan cometer en las funciones vitales deben interactuar unas con otras bajo el estricto orden cerebral que las puede controlar. Solo así existe una clara exteriorización de las sensaciones, resultado de sencillas reacciones químicas, aparentemente complejas pero inteligibles y cada vez más conocidas. Nada más, solo reacciones químicas regidas por un intercambio de iones en medio acuoso y mensajes llevados y traídos por electrones. Deberemos concluir que todos lo podríamos hacer mejor, con más facilidad y mejor estimulación porque potencialmente podemos hacerlo, no porque encontremos parte de células inactivas que ponemos a trabajar. Lo maravillosamente increíble es que, mediante este elemental proceso material se genera la inmaterialidad y el fundamento esencial del ser humano.

Antonio Campillo Ruiz

Hartwig Kepp




jueves, 31 de enero de 2019

LA LARGA BÚSQUEDA


YO, MI, ME, CONMIGO

Antonio Campillo Ruiz


   Y así, con el devenir del tiempo se fueron formando grupos diferenciados que ocuparon todas las partes del espacio en el que vivían. Los lugares que habitaban y las peculiaridades propias de la especie, determinaron características fisiológicas y emocionales que les separaron entre sí notablemente. Se crearon nombres para denominar a los grupos y los más usuales fueron “tribu”, “sociedad”, “civilización”, etc. La comunicación oral y escrita también era un atributo distintivo de cada uno de los grupos que, día a día, fueron perfeccionando. Sin embargo, en un principio, en sus lenguas y escritura no existía el singular de un adjetivo que determinaba su grado de unión: nuestro. En una ocasión, por cualquier tipo de necesidad física o emotiva, un componente de alguno de los grupos desmenuzó y pulió este adjetivo y concluyó que era necesario el singular, con el único objetivo de concretar su significado. Inventó, pues, las expresiones: mío, tuyo, suyo. Había nacido la posesión personal.


   La posesión fue creciendo muy lentamente e incluso, algunos no la podían alcanzar. Fue el tiempo y los cambios en el seno de los grupos seguidores del nuevo invento, quienes determinaron el crecimiento exponencial del uso de este singular como rasgo e idiosincrasia de todos y cada uno de quienes podían utilizarlo, quedando atrapados en él por siempre. La posesión, satisfecha por el descubrimiento de su inventor, fue haciéndose más fuerte, incluso entre quienes no podían utilizarla de forma material. Tuvo que desarrollar la potestad de crecer en el seno de la emotividad porque ésta no es privativa de elementos independientes del grupo, puede ser utilizada por todos. Consciente de lo que ocurría, la posesión aprovechó la oportunidad para ampliar y ampliar, cada vez con mayor ahínco, la utilización de los singulares que la habían convertido en una de las razones de existencia más preciados de los diferentes grupos, tribus, sociedades, civilizaciones, etc. Hoy, es una inmensa multinacional que motiva, dirige y manipula a casi todos los elementos individuales que existen en el espacio donde han evolucionado y crecido. Así, de ella han nacido tantas acepciones, materiales y emocionales que la especie inventora, a veces, se asombra de su poder. Un poder que ha alcanzado un retroceso evolutivo de la pertenencia física y emotiva de unos por otros por medio de los paradigmas más importantes de la posesión, el intercambio, el dinero.


   A pesar de todo lo expuesto, los integrantes de muchos grupos tratan por todos los medios de poseer, de acaparar aunque sea la parte que es libre de poder ser poseída, la razón, el amor, la imagen o cualesquiera otra forma de posesión que no implique intercambio de disfrutes personales materiales que no se poseen. Este es el aspecto más inverosímil de la actuación de la especie, ¿cómo se puede alcanzar tal grado de miseria racional? Bien, no es difícil de comprender: sin normas éticas que deben ser asimiladas y admitidas, previamente, a la acción que se llevará a efecto. La posesión, mientras, se encuentra feliz con su poder, su horadada especie como si de carcoma se tratase, enriqueciéndose de la flexible resistencia a su acción, admitida hasta en los más complejos sentimientos y amodorradas esencias emotivas.


   Posesión, creo que es hora de admitir tu deshonra y admitir la plena libertad personal y grupal de todos los componentes de una especie que se diferencia de las demás en la creencia de su unicidad, por admitir la pluralidad y favorecerla. El acaparamiento material o emocional siempre es perjudicial. La materia posee fecha de caducidad y las emociones no son transferibles ni obligatorias. La paz del espíritu debe ser la dueña absoluta de reacciones que, positiva o negativamente, cada elemento personal debe gestionar, en beneficio de dos o más componentes, que poseen origen y fin en un todo siempre unido, jamás individualizado.

Antonio Campillo Ruiz         




sábado, 1 de diciembre de 2018

EL FUTURO QUE PASÓ II


LA LARGA BÚSQUEDA  XV            

Antonio Campillo Ruiz


   A lo largo de la historia de la evolución, el hombre, con el devenir de acontecimientos que en todo momento lo han superado en general,  como ser decidido a enfrentarse con un futuro que ha estado mezclado con el presente y que jamás ha dado paso a un pasado inexistente, ha procurado adaptarse a hechos o casuísticas que han estado íntimamente asociadas a los largos procesos de formación y cambio del lugar que ha habitado, bien por ser fenómenos a los que no ha podido hacer frente, como han podido ser los procesos meteorológicos, físicos o bien los acontecimientos sociales que no ha podido superar debido a la naturaleza humana en sí misma. ¿No ha querido enfrentarse a ellos? No siempre, es de suponer que casi nunca. A pesr de ello, siempre ha habido quien ha obtenido beneficios. ¿Cómo? Pues previendo o teniendo una capacidad de previsión tan inmediata como el propio suceso.


   En el momento actual, tan difícil como cualquier otro, los acontecimientos que influyen en los aspectos sociales de los que depende el hombre, poseen una característica no conocida anteriormente. Esto siempre ha sucedido así, aunque el estudio del pasado nos impide apreciar, en toda su extensión, las causa o efectos que han influido en las etapas a estudiar. Así pues, en la actualidad, los sucesos por llegar ejercen, como ha sucedido siempre, repito, un estado de ansiedad por conocer: a) Cuáles pueden ser las transformaciones, y, b) Qué va a suceder cuando se produzcan. Bien, cuáles pueden ser, suelen predecirse. Qué va a suceder, depende de nosotros. Como siempre que se establece un paradigma complejo con relación al tiempo o espacio, aparecen preguntas mal formuladas. La cuestión no es ¿qué va a suceder? La pregunta correcta a un hecho incontrovertible será: ¿qué vamos a hacer cuando se produzca puesto que el suceso en sí mismo no podemos evitarlo?


   Y ahí, ahí reside el futuro que está pasando a una velocidad de vértigo. Quedar quieto esperando comprender los sucesos que vendrán es una niñatería que muchos gritan con gran alharaca y convencen a quienes no poseen capacidad para poder discernir ni lo que son ni para qué están en esta sociedad, creada por el hombre para el hombre. Cuando llegue el suceso, que ya pertenecerá al pasado, los medios que se dispongan para superarlo serán tan obsoletos como el tiempo: el futuro ya pasó por él y es otro presente en evolución constante.


   Pues, ¿qué se tendría que hacer ante un presente que no existe y un futuro que avanza creando pasados irrepetibles y de nula operatividad? Compleja pregunta. Compleja pero, posiblemente, con varias soluciones. Una de ellas podría tratarse de la gran importancia que posee y ha poseído a lo largo del tiempo para el hombre el saber. La capacidad para comprender y dilucidar soluciones teóricas puede ser más o menos certera pero, es una solución. La formación es un proceso lento, demasiado lento para el veloz avance de acontecimientos que se producen alrededor de quien está adquiriendo conocimientos. Sin embargo, cuando el saber se cimenta con fortaleza sobre un estrato de formación, por lo general, el saber se construye posteriormente con facilidad y velocidad. Así pues, poseemos ya uno de los factores esenciales para adquirir, precisamente, los aspectos inequívocamente necesarios para poder enfrentarse a un cuasi pasado que acaba de ser futuro: la formación. Como en un edificio, los cimientos son esenciales pero no son visibles, nadie se preocupa demasiado por ellos excepto quien los ha diseñado y ese diseño es la base fundamental para que la totalidad de lo construido permanezca y perdure en el tiempo.


   Esta es la segunda gran cuestión: ¿Lo aprendido, va a perdurar? Pues lo aprendido, posiblemente no. Lo “aprehendido” tiene muchas posibilidades de permanecer inalterable por tiempo suficiente como para poder alcanzar, no al futuro pero, posiblemente, sí al presente, sin tener que pervivir con el pasado que ya es inútil y permanece inane derruyéndose constantemente. Por tanto, la cimentación es fundamental para que, la adaptación a un proceso en curso veloz de cambio se produzca con algunas garantías de eficacia y eficiencia. Si a este proceso añadimos unas gotas de proyectos a realizar para que la readaptación, constante en el ser humano, sea de la índole que sea, es decir, lo que nos hemos planteado hacer ante un acontecimiento como el que se produce a nuestro alrededor sin previo aviso, es posible, sólo posible que podamos superar tanto la velocidad con la que se producen los acontecimientos como los cambios, impredecibles y complejos, que se derivan de ella.



   De no ser así, el estancamiento, la imprevisibilidad, el fracaso y posiblemente la desaparición de muchos de los procesos en marcha en un futuro que, basado en el pasado, jamás puede avanzar, es un hecho tan irremediable como inmediato. Debemos construir nuestro edificio con unos cimientos que sean dúctiles y maleables pero duros y eficaces porque, en ellos recae la responsabilidad de la suerte de todo lo que aparece en el presente y que ha sido futuro hace escaso tiempo. Nuestra capacidad para dilucidar el posible futuro ha superado la prueba de fuego de la adaptación.

Antonio Campillo Ruiz



martes, 17 de abril de 2018

LA LARGA BÚSQUEDA


REALIDAD Y PREDICCIÓN: DECOHERENCIA

Antonio Campillo Ruiz


   Fisiológicamente la biología de nuestro cerebro influye en la toma de decisiones, así como el entorno, cultural o sociológico y por ello, alcanzamos realizaciones que poseen relevancia necesaria en lo cotidiano, en aspectos que nos afectan decisivamente, en nuestras vidas. Sería curioso plantearnos dos preguntas que, cuanto menos, nos han supuesto un gran trabajo responderlas o nos han sorprendido nuestras propias respuestas: ¿Lo realizado en las etapas temporales de nuestra existencia está ya decidido y cualquiera lo ha podido leer en el libro de lo establecido desde el principio de los tiempos? ¿Existe el libre albedrío? ¿A qué denominamos destino? Bien, dirijamos nuestra atención a la base fundamental de la realidad y hagamos una posible correlación realidad/emotividad.


   Diferentes e innumerables procesos físicos y químicos poseen “normas de comportamiento” que llamamos propiedades, constantes e incluso rutinarias. Por ejemplo, el recorrido del Sol en el espacio cercano se comporta siguiendo un patrón “rutinario” que presagiamos como preestablecido. Las “normas” de nuestro Universo, en su conjunto, parecen obedecer a sucesos, denominados patrones, basados en hechos que pueden ser constatables previamente, por tanto, su comportamiento obedece a lo que hemos denominado “lo establecido”. Podríamos decir que hechos diferentes producidos en tiempos diferentes, aparentemente se producen de igual forma. Pareciese que unas “instrucciones”, que cumple el Universo, las hemos transformado en reglas básicas sobre las que basamos el comportamiento predecible.


   Asignemos el nombre de “sistema” a nuestro propio cuerpo, formado a su vez por innumerables “componentes” que poseen un comportamiento que afecta al sistema completo. Podemos determinar, como generalidad, que el estado del sistema determinado como tal, es conocido en un momento ya que podemos predecir con exactitud el resultado que tendrán en él sus diferentes componentes en un instante dado. Estos procesos, supuestamente  preestablecidos, se calculan mediante ecuaciones matemáticas que pueden determinar la evolución temporal del sistema completo.


   En Física, estos hechos son definidos como Leyes Clásicas que pueden afectar a cualquier elemento de un sistema y se establece que todos ellos poseen una trayectoria existencial y se desarrollan en ella siguiendo unos procesos que previamente se han establecido como básicos, lo que implica poder predecir comportamientos futuros. Estos procesos no se refieren sólo a resultados materiales de los componentes de cualquier sistema que se encuentre en nuestro Universo, afecta directamente a la vida del objeto sobre el que se realizan cambios de su pasado y la predicción de su futuro. La Física “garantiza” que si en un instante detienes el flujo de hechos de un cuerpo, este se encontrará en un espacio y ha empleado un tiempo idéntico al empleado en otras ocasiones para el mismo proceso. Determinar el siguiente hecho que va a tener lugar depende exclusivamente de los cálculos basados en hechos, aparentemente repetitivos con anterioridad. A la Física Clásica podríamos denominarla “el destino físico carente de libre albedrío”.


   Sin embargo, en Física Clásica, para predecir debemos conocer las variables que intervienen en los procesos. ¿Podríamos, pues, tener en cuenta los miles, e incluso miles de millones de posibilidades de que una causa poseyese un efecto que no está predeterminado ni por fórmulas matemáticas ni por leyes físicas basadas en ellas? ¿Todas? Sí, todas. Consideremos, por ejemplo, las variables que tendríamos que tener en cuenta para predecir exactamente la trayectoria de una pelota cuando repite un recorrido que ya ha realizado: peso, velocidad inicial, velocidad del aire, momento de giro, impulso, etc., etc. Esa inmensa cantidad de posibles variables hacen imposible, por simple que sea el fenómeno, que podamos determinarlas en su totalidad. Ellas son las que motivarán las supuestas predicciones porque, en la práctica, la reiteración de un proceso idéntico sólo puede estar ligado a los sistemas caóticos en los que un infinitesimal cambio determina una ampliación que desvirtúa, inmensa e impredeciblemente, los resultados.


   En realidad, lo que se creían normas definidas rotundamente para el Universo y, por tanto, el resultado futuro de comportamiento de un sistema sólo es una excepción muy particular de las partículas más pequeñas del Cosmos: los componentes esenciales de los elementos de un sistema, los átomos y las partículas que los componen. Las llamamos “Leyes Cuánticas” y, por lo que sabemos en la actualidad, sí que poseen “las normas que cumplen la realidad”. ¿Qué podría decir la Mecánica Cuántica del futuro predestinado, lo que podríamos denominar destino? Bien, tendría que referirse a los átomos, lo enormemente pequeño. Observaciones iguales de los átomos que componen un sistema concluyen que su comportamiento no está predeterminado y, por anto, no se comportan de igual forma. Por ello, tendríamos miles de diferentes comportamientos posibles generadores de “la probabilidad” de que la realidad predeterminada de uno de los elementos del sistema se acercase más que el resto a la verdad predecible. Así pues, la idea de “hechos prefijados” o “destino” no se cumple a nivel fundamental. Los hechos acaecidos por cada átomo en particular son infinitos, a pesar de que los reduzcamos a unos pocos de una forma aleatoria. La probabilidad de poder conocer con antelación un resultado puede ser previsible pero no podemos aseverarla. Así pues, diríamos que la Física Clásica está conformada por teorías deterministas ya que la predicción de sucesos mediante el estudio de las variables que establecen sus normas, aun sin conseguirlo, puesto que las variables pueden llegar a ser infinitas, necesitan una causa para que se produzca el mencionado suceso: podría predecirse el futuro de todo el Universo. La Mecánica Cuántica posee una falta de determinismo puesto que se basa en las probabilidades de que se puedan o no producir hechos en los elementos de un sistema que son, igualmente, cuasi infinitas: el futuro del Universo no está predeterminado.


   Los cimientos del Universo se basan en la probabilidad y las Leyes Clásicas son una excepción en las Leyes Cuánticas. Ambas deben “encajar”. Y este, este es el punto en el que nos encontramos en el momento actual. Se planteó ya en la “Teoría del Todo” y los trabajos científicos que se están realizando. Se puede estudiar la “decoherencia”, el privilegio de un camino probable frente a otro en las partículas de las que todos estamos formados. Es una explicación para compatibilizar ambas Leyes pero con la certeza de poder equivocarse “probablemente”. Podríamos decir que en el mundo de los objetos inmensos, el concepto de destino existe porque las normas se cumplen y en el mundo de las partículas que conforman cualquier sistema y, de entre ellos, nuestro propio cuerpo, la decoherencia es la norma. Así, nuestro cerebro, del que parece surgir este interés por la predicción del futuro mediante reglas, puede ser decoherente, es decir, un sistema caótico en el que se amplía el azar en función del comportamiento de las partículas inmensamente pequeñas. Podríamos determinar que desde el punto de vista físico, clásico o cuántico, el libre albedrío, el  azar caótico personal, posee una existencia real pero no definida ni predecible.    

Antonio Campillo Ruiz




domingo, 17 de diciembre de 2017

LA LARGA BÚSQUEDA

UN SENTIMIENTO COMPLEJO

Antonio Campillo Ruiz


   No, no se trata de la sensación que conlleva alguna de las acepciones que de ella derivan cuando se trata de explicar su suavidad, delicadeza, etc. Aparentemente, podríamos decir que la confluencia de sensaciones es la causante de un estado que, para muchos, resultaría, cuanto menos, extraño o quizás sorprendente. Es posible que sentir al mirar una obra bella no sea ni similar ni semejante a sentir cuando se mira un ser vivo a otro, pertenezca al reino que pertenezca. Y, ¿qué se siente? Difícil pregunta. Como siempre, las preguntas aparentemente más fáciles son las más complejas de explicar. Creo que falta en el diccionario una terminología específica que, a veces se suple con barbarismos, más expresivos por la amplitud de significados y que denotan aspectos de complejidad comunicativa sorprendentes.


   No deja de ser curioso el empecinamiento de la mente al ordenar percibir aquellas sensaciones extracorpóreas de extrema sensibilidad. Sí, es posible captar en todo el cuerpo pero especialmente en el pequeño escalofrío que existe al acariciar con la mirada, con la punta de los dedos, con la delicada e irreconocible percepción que produce, sutilmente, querer y decidir observarse y descubrir las causas, si es posible, del escalofrío antedicho. Al principio, no resulta fácil ser observador observado. En ocasiones, incluso la sensación no tiene efecto sino cuando se percibe que la posesión y lo sentido se entremezclan, sin ser poseedor de nada pero sí gran perceptor de emociones insospechadas. En ese instante todo se paraliza y comienza una observación atenta y minuciosa que, aparentemente, siempre se ha creído inexistente.


   La tarea de esclarecimiento de estas sensaciones es meticulosa y el análisis de las causas complejo. Con paciencia y siguiendo las enseñanzas de maestros que por el mundo han sido, comparamos los efectos de las sensaciones interiores con el escape de un constante fluir por los lugares más sensibles para que se produzca y se facilite el efecto: las zonas fisiológicamente propicias para el escape de las sensaciones físicas pertenecen a determinadas partes de la piel reiteradamente mencionadas o localizadas por expertos que, posiblemente, jamás han experimentado aquello que tratan de potenciar. Al utilizar el tacto para producir el efecto mencionado, pareciese que tocamos sin llegar al contacto, sentimos un pequeño calambre como si millones de partículas partiesen para un destino definido pero intangible. No se podría establecer si el fenómeno pertenece al pasado, a un recuerdo que se manifesta como preterible, vivido o no. Tampoco es posible establecer relación con el presente debido a que tal sutileza sería fácil de ser determinada por su proximidad espaciotemporal. No es posible que se trate de un hecho que se presenta en el futuro porque estaríamos maquinando un sueño inespecífico. Posiblemente, la causa de esta hiperpercepción tenga su origen en el pasado, se manifieste en el presente y deba continuar en el futuro.


   Posiblemente, ahí se encuentre la causa de la sensación sentida, en la continuidad temporal de captación de efectos previamente elevados a la categoría de inolvidables, debido a su gran estabilidad, su ansiedad por ser repetitivos y la potencia dispuesta para que la sensación se represente desde el pensamiento, que genera la distribución corporal de transformaciones hasta la zona de escape de la energía manifestada. Y esa energía es la que produce las sensaciones tan potentemente percibidas que anulan cualesquiera otras con capacidad para producir interferencias desafortunadas.


   Terminada la labor de observación, valorar los resultados obtenidos se presenta como un intrincado rompecabezas. En primer lugar se hace imprescindible en qué momento se realiza la valoración, cuándo se perciben las sensaciones placenteras o cuándo han desaparecido pero se recuerdan momentos desconocidos. Y este, este es el problema, son momentos desconocidos y por tanto sin antecedentes de valoraciones personales o ajenas. Valoraciones que se deben cuantificar porque los estudios cualitativos, en general, presentan aspectos subjetivos que cuasi siempre se trata de que figuren como objetivos y cuantificables sin serlo, por ello, por norma, se tratan de desvirtuar por considerarlos de menor calidad que los aspectos que se estudian como datos estadísticos numéricos. A pesar de ello, la comprensión de estos resultados debe realizarse teniendo en cuenta que los datos obtenidos son emotivos, algo que es contradictorio con la frialdad que puede aportar una estimación matemática.


   Y pensando en este proceso, que es tan preocupante como el hecho en sí de haberse presentado este cúmulo de sensaciones extrañas, pasan una tras otra y cambian. Cambian para mayor infortunio y desequilibrio que provoca una nula atención hacia el análisis de posibles resultados y no así la búsqueda de la reiteración de los procesos placenteros, diferentes y que suponen una ruptura con la monotonía y la pesadumbre de quienes, paseando cerca, mirando sin percibir o escuchando sin entender, se manifiestan como anormalmente normales y no como seres con vivencias que conducen hacia un infinito utópico pero sentido. El resultado de todo este posible estudio posee un nombre que, en muchas ocasiones es incomprendido. Este nombre es ternura.

Antonio Campillo Ruiz

    
Es aconsejable visionar el vídeo a plena pantalla.


lunes, 27 de noviembre de 2017

LA LARGA BÚSQUEDA

VIVIR PARA VIVIR

Antonio Campillo Ruiz


   Amo la vida. Esta es la única conclusión que se puede pensar después de una tarde agradable con tus seres queridos. No todos y esto es molesto porque la pasión del ser humano es amar, con mucha fuerza, con frenesí, sin ningún tipo de regresiones negativas o posibles consecuencias futuras a todo aquel que, como él, piense que la vida es un bien a garantizar para todos. Se querría que todas las personas pensasen y sintiesen como cualquier otra en cualquier momento. Se puede estar convencido de que todos serían más felices, se comprenderían y complementarían mejor. Es posible, incluso, que esta fuese una de las consecuencias que se espera de la sociedad para convertirse en un ente sin denostar, sin ser maldecido, sin querer cambiarlo a toda costa porque el atontamiento progresivo a que se someta a sus miembros es, en muchos casos, insoportablemente, injusto, falaz y desmentalizador.


   Sí, amar la vida supone aceptarla como es y esto, aún conllevando un aspecto negativo importante es bueno: el tiempo, el paso del tiempo cronológico supone cambios cada vez mayores en los aspectos fisiológicos y, por tanto, una degradación progresiva y lenta pero implacable. Esto es lo peor de la vida,  amarla y saber que te está llevando por derroteros felices pero con fecha de caducidad. Una caducidad que nunca escapa, siempre queda para quienes te recuerdan, te valoran y te aman a su vez, pero desaparece cuando lo hace la vida. Sin embargo, hubo un tiempo en el que nuestra naturaleza fue sido tan dichosa, que superó pruebas, retos, momentos e incluso hechos que supusieron todo tipo de aspectos emotivos ligados al comportamiento bioquímico de la vida.


   La traducción reversible de emociones en reacciones químicas supone, a lo largo de un corto período de tiempo, el que dura nuestra vida, un comportamiento racional y ético que debe estar asociado con pensamientos propios y el entorno personal o ajeno. Los hechos ocurren por motivos jamás conocidos pero con un razonable proceso por el que se producen. Admitir este hecho es tan importante como el proceso en sí mismo. Y no, no es fácil que se acepten momentos que dificultan o superan la capacidad de apreciación y valoración de sucesos acaecidos fuera del alcance de nuestro siempre querido intelecto. A veces, podemos amar a rabiar a la vida y maldecirla porque entre el amor y el odio siempre existe una delgada línea que, de traspasarla, nos convertiríamos en seres desprotegidos por nuestra mente y nuestra racionalidad.


   Admirar, querer, sentir a todas las personas que se encuentran en un entorno finito y, a veces, demasiado reducido, es tan importante como respirar para admitir el aire suficiente, ni por exceso ni por defecto, el justo, para que el oxígeno penetre en nuestras células y genere la reacciones químicas reversibles que nos inducen a poseer sentimientos, descritos o narrados, en todo tipo de escritos o discursos que se precian de enseñarnos que vivir es avanzar sin mirar atrás, aprendiendo de un futuro que pasó.

Antonio Campillo Ruiz