miércoles, 27 de noviembre de 2019

ABECEDARIO: Q


QUITERIA

Antonio Campillo Ruiz

 Helena Nelson-Reed

Después de haber escapado
alocadamente durante tantos
años huyendo delante del miedo,
por fin podía detenerse.

                                                                    “La mujer adúltera”
                                                                                      Albert Camus

   Quiteria se contemplaba en los grandes espejos de su vestidor. Lo hacía con curiosidad y sorpresa. No era frecuente que rebuscase en su cuerpo las pequeñas cicatrices del tiempo. Sin embargo, desde hacía un tiempo, sin manifestar preocupación alguna, se escudriñaba de soslayo con frecuencia. Hoy, que se preparaba para una habitual reunión, tenía tiempo para percibirse y recabar información de sí misma. No le había interesado nunca el reconocimiento meticuloso de su fisonomía. Sabía que su pelo era castaño, sus ojos muy claros, azules, nariz recta y pómulos huesudos. Era una mujer atractiva, para muchas personas, guapa. Para ella, solo la posesión del epíteto de su nombre estaba relacionado con la belleza: Cytherea, morada sagrada de Venus. Tras el repaso a su cuerpo desnudo, se dirigió hacia la pared blanca de su habitación y contempló su sombra proyectada en ella. Ahora, escudriñaba su interior, ese que muchas veces no distinguimos de la carcasa del cuerpo. Se movía para poder distinguir un rasgo que identificara su yo íntimo. Quedó quieta un momento y miraba su silueta recortada. Nada se podía apreciar y esto era lo que alcanzaba a irritarla en muchas ocasiones. Desearía poder admirar sus pensamientos y los mecanismos para poder sentir. Los sentidos le resultaban tan complejos que, su transmisión a quien todo lo regía en su cuerpo era, como en todos los humanos, misteriosa y esquiva.

Helena Nelson-Reed

   Quiteria sabía que su independencia, para muchos soledad, era un tema perenne de interés generalizado entre sus amigos y, esa noche, lo volvería a ser. Le cansaba que comparasen su libertad con la soledad. Para eludir cualquier tipo de aclaración, siempre comparaba y explicaba lo que era la soledad querida y la impuesta. Nada. Era un tema nunca resuelto. Sin embargo, jamás expresó que, en muchas ocasiones, estar sola le provocaba una especie de miedo que se manifestaba como malestar y del que huía sin recato alguno. Sentía que siempre llegaba tarde a cualquier manifestación agradable de sus sentidos, siempre percibía la realidad con un tiempo que ya había pasado. Ahora, a estas alturas de su vida, esa sensación se iba agudizando y procuraba vibrar con cada sentido independientemente. No era fácil conseguirlo, excepto con un par de ellos. El resto se manifestaban a la vez y deglutía como podía la catarata de sensaciones que se volcaban sobre su mente. Siempre recordaba aquella etapa en la que algo muy similar a la atracción, paladeo satisfactorio o complacencia, la arrinconaba hasta sentirse vibrar como la cuerda de un violín. Era maravilloso que su cuerpo se expresase de esa forma. Hechos que ya casi no recordaba, por expreso deseo de ella misma, impedían que tratase de recuperar aquel bienestar. Sin embargo, hacía unos días que había percibido un calambre, una alteración que la trastornó y se dejó llevar por ella, contraviniendo su propia prohibición.

 Helena Nelson-Reed

   Quiteria deseaba, ahora con ilusión, que el espacio y el tiempo fuesen cómplices de sus sentidos para poder atrapar, nuevamente, la lejana sensación que renacía con una fuerza que la arrastraba, aún estando convencida de la inutilidad momentánea de su ilusión. Sus miedos, muy bien recogidos en pequeños compartimentos y guardados en el fondo de su mente, ya no existían, no se manifestaban por la prudencia de quien no quiere molestar. Su desinhibición ante la vida la había acostumbrado a poder estar cenando con las amigas, como estaba haciendo en ese momento y, a la vez, escrutar su pensamiento hasta sentir, sin desmayo ni decoro alguno, las miles de sensaciones que bullían descaradamente en su mente. Como era habitual, su peculiar soledad y los largos días de épocas del año  propicias para sentirla, fueron temas que, irreverentes, ocuparon parte de la velada. Nunca se enfadaba por ello pero tampoco explicaba detalles que eran requeridos, quizás con la sana intención de imitarla. No, estaba segura de que el miedo paralizaría a quién preguntase detalles y, además, creía que cualquier conato aparecido, ante cualquier evento personal, para imitarla, era tajantemente anulado por una u otra razón. Así que, con su bello vestido negro, su pelo castaño y ojos claros, azules, comía desenfadadamente a la vez que reía con las anécdotas, que nunca faltaban en cualquier reunión que realizaban, esperando que lo cotidiano se convirtiese en inesperado y lo puntual en asiduo.

Antonio Campillo Ruiz

Helena Nelson-Reed


15 comentarios:

  1. Pues la verdad, Antonio es que introduces un tema interesante con tu relato.
    Mira, cada vez hay más "Quiterias" a nuestro alrededor. Mujeres independientes que ya no necesitan del brazo de un hombre donde apoyarse para poder caminar por la vida con libertad y autonomía.
    Ahora anda por ahí "un palabro", que no pienso citar pues me parece muy desacertado, y que se refiere a que la mujer ya toma sus propias decisiones y decide cómo quiere vivir su vida. Y, desde luego que es fantástico tener una pareja con la que compartirla, pero, no por una obligación social precisamente.
    La mujer, y esto es así aunque suene materialista, conquistó su independencia y su elegible soledad, cuando consiguió su independencia económica.
    Hace años vivo sola. Nunca me he sentido la soledad. Continuamente estoy conmigo misma y tengo mucho que decirme. Y el mundo está disponible para mí.

    Qué bellas imágenes y vídeo.
    Saludos felices.

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  2. Bien, maestro, en cualquier caso, libertad de elegir! Un abrazo.

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  3. Como siempre, envidiable dominio de estas tecnologías!

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  4. Brillantez, belleza, expresión ... no cambies nunca, Antonio.
    Me quedo entre otras muchas, con esa frase de hoy: "Era maravilloso que su cuerpo se expresase de esa forma"

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  5. Buenas tardes !! Te deseo que tengas una feliz tarde
    Un abrazo

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  6. Una historia que obliga a la reflexión.
    Un gran abrazo, Antonio.

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