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domingo, 21 de octubre de 2018

DÍA DE DIFUNTOS


LOS CAMPANILLEROS DE LA AURORA

Antonio Campillo Ruiz


   Aquel día, un leve y pertinaz viento enfriaba más el plomizo cielo amenazador. Había estado lloviendo toda la noche y las calles del pueblo se convirtieron en un barrizal por el que sólo podían transitar los carros. Los vecinos utilizaban una pequeña línea, allí donde tendrían que estar las aceras, por la que, a base de pisar y pisar, el barro se endurecía y formaba una senda semiseca y estable al resbaladizo barro, mezcla marrón y negro grisáceo, amasado por el polvo acumulado y el agua fría del otoño. Los pantalones cortos y de fina tela, todavía, hacían sentir la sensación fría en las sufridas piernas frágiles de los niños que correteaban de un lado para otro. Era su forma de generar un poco de calor.


   En la puerta del Camposanto un destartalado carromato de madera, que poseía un pequeño tejado protector, exponía manzanas asadas, recubiertas de azúcar tostada, castañas recién asadas, pipas, caramelos… Allá, frente a él se encontraba el sempiterno vendedor de regalicia, “El Ñape”, con sus pequeños manojos de cinco trozos atados cada uno con una goma y, al lado contrario de estos ambulantes vendedores, se encontraban los hombres de la cera. Varios hombres con sacos de aspillera, se sentaban en piedras u otros materiales secos y esperaban que los niños fueran trayendo los restos de cera que, como largas lágrimas, se formaban sobre las velas inclinadas encima de los tristes caballones de tierra en donde se suponía que se encontraban los restos polvorientos de un difunto.


   La rápida oscuridad de la tarde, favorecida por las nubes cargadas con agua amenazadora, frenaban el presuroso caminar de los vecinos. Les impresionaba que, al entrar al Camposanto la visión de los eternos cipreses, enhiestos y altivos, verdinegros sin par, haciendo silbar sus hojas con el viento, aumentase la desoladora visión del ceniciento panteón, enorme, cual palacio de Satán. Semejaba la enorme residencia de Vlad, “El Empalador”. La tierra estéril, removida para arreglar los pequeños surcos con su difunto bajo ellos, indicaba quienes se habían preocupado por retocar y presentar ante amigos y visitantes los signos de lo inolvidable. Una cruz, generalmente de hierro forjado con maestría y gran belleza, señalaba el lugar que ocupaba la cabeza del enterrado pero no era extraño vislumbrar alguna que era de madera entrecruzada con un largo lazo de cuerda que rodeaba los lados vertical y horizontal de la misma. Las velas encendidas como luciérnagas no alumbraban, aterrorizaban, favorecían el intento de retroceso de quienes respetaban aquel día en el que era de obligado cumplimiento la visita a los difuntos, el Día de Todos los Santos.


   Vestían sus lutos más severos. Todo era negro y se escuchaban rumores de rezos por dondequiera que se pasase. A lo lejos, se escuchaba una salmodia acompañada por tristes campanillas que tocaban con ritmo reiterativo y, a veces, malsonante. Los Campanilleros, Auroros, en realidad, Los Campanilleros de la Aurora, cantaban a los muertos. Visitaban uno tras otro los lugares en donde un amigo se encontraba reposando eternamente y cantaban su salmodia una y otra vez, con voz lastimera, mitad latín mitad español, con parsimonia, con la lentitud de quien no se precipita en contar la escala musical ni el ritmo, a su aire, ininteligiblemente para muchos de los que escuchaban los lamentos de las almas. En muchas ocasiones, la cercanía de la muerte obligaba a cantar dos e incluso tres veces, diversas salmodias. Unas severas y las otras más airadas e incluso alegres. Uno de los integrantes del grupo llevaba en el bolsillo de su chaqueta una botella de anís Machaquito y, de cuando en cuando, alguno de los recitadores echaba un pequeño sorbo para aclarar su bronca voz, pesada por los años, por los cánticos y por el alcohol. Sus vestimentas eran reconocibles por todos, largo sayón oscuro rayado verticalmente en negro, a la usanza de las ropas tradicionales de la región y pantalones también negros. Aquellos que usaban chaquetas eran, igualmente, rayadas en negro y gris con un brazalete negro en una de sus mangas o un botón negro en el ojal de la solapa. Al terminar sus estrofas, los deudos les rodeaban y llorando, les acompañaban hasta su nuevo lugar de canto y agradecían su dedicación con un pequeño óbolo que ofrecían a quien realizaba las funciones de jefe de la cuadrilla.


   A la vez, se celebraban misas consecutivas en diversos puntos del Camposanto. La iluminación era producida, exclusivamente, por las amarillentas luces de velones que se encendían en los lugares en donde el sacerdote oficiante debía leer textos sagrados. Mujeres con velos negros, hombres con camisas nuevas para el evento y chaquetas no tan flamantes por el uso pero retocadas, zurcidas o remendadas, asistían devotos y compungidos a estos actos sagrados con el fervor de poder favorecer siempre a todos los difuntos. El sonido del viento, cada vez un poco más fuerte, era el sinvivir de los más desfavorecidos: gastaban cajas y cajas de cerillas, con cabeza blanca de fósforo, para encender las velas que nunca debían de apagarse, se debían consumir completas para solicitar y exponer con satisfacción la petición de clemencia o bienestar del amigo o familiar al que se dedicaban. En algunos lugares se observaban pequeños muebles de dos patas con una madera agujereada entre ellos y otra que servía para detener la caída de las velas que, encontrándose introducidas en los agujeros de la primera tabla quedaban rectas y, por tanto, se consumían con mayor lentitud y menor gasto de cera. Por supuesto, eran unos soportes de color negro que se fueron introduciendo como medio moderno para utilizar en este día. En cualquier caso, los niños aprovechaban los pequeños ríos de cera para ir pidiendo las lágrimas manchadas de tierra y barro que caían constantemente. Al acercarse a los puntos de compra/venta de los hombres de la cera, su largo discutir con ellos era su entretenimiento: “… que no tiene tierra…” “…que sí, que está llena de barro y no vale para volver a fundir la cera y rehacer otra vez las velas con su pábilo dentro… y sólo te puedo dar un “perro gordo”…”


   En la parte izquierda de la entrada al Camposanto, una construcción que, por todo mueble, contenía sólo una mesa de cemento blanco con una pequeña hendidura a su alrededor y un resalte que, igualmente la rodeaba, con una especie de taco que podría ser similar a una almohada, presidía el espacio vacío. En una de las esquinas había un lavabo y en el suelo un pequeño sumidero. Este lugar causaba pavor entre los más pequeños y la repulsa de los mayores. Era la sala de autopsias, únicamente utilizada para muertes violentas o posibles suicidios. El Juez de paz y el médico, con un ayudante, ambos destinados en el pueblo, eran los encargados de realizarla muy de tarde en tarde. La curiosidad malsana y las miradas de reojo eran perennes entre los vecinos que habían tenido la mala suerte de que estuviese ese lugar cerca de sus deudos.   


   Los panteones, exclusivos lugares en donde no se podían coger las lágrimas de las velas, entre otras cosas porque como estaban protegidas del viento las pavesas se encontraban siempre perfectamente verticales y la llama también. Además, le ponían una especie de caperuza para que el gasto de la vela fuese muy controlado. A veces, aun no siendo la Fiesta de los Difuntos, los señoritos dueños de estos lujosos lugares de reposo, visitaban a sus seres queridos, ya idos al Más Allá y encendían las velas que no habían sido quemadas con anterioridad. Cuando la luz hacía casi temerario caminar por las calles embarradas de fango, con la parsimonia de quien deja atrás parte de sí mismo, los vecinos se retiraban dejando encendidas velas y velones, abandonando nuevamente a quienes ya no pertenecían a un mundo del que habían sido apartados por la terrible soledad de la muerte. Los goznes de la única puerta de entrada al Camposanto rechinaban por la humedad y falta de lubricante y el sepulturero cerraba con precaución sin dejar de llamar a quienes pudiesen quedarse encerrados en el recinto.
  
Antonio Campillo Ruiz


RELACION DE CAMPANILLEROS DE LA AURORA, AUROROS DE SANTOMERA QUE APARECEN, DE IZQUIERDA A DERECHA, EN EL VÍDEO QUE SE ADJUNTA, CANTANDO EN EL CEMENTERIO DE DICHA LOCALIDAD EL PASADO 1 DE NOVIERMBRE DE 2017.

MINUTO: 0,0 AL 0,16.

MARIANO GONZÁLEZ  RUIZ
TRINITARIO RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ
JUAN MIGUEL MUÑOZ GÓNZALEZ
ALBERTO GALINDO ÁLVAREZ
GERÓNIMO  CÓRDOBA MENÁRGUEZ
JUAN FERNÁNDEZ MARQUINA
JOSÉ MANUEL MOLINERO BERNAL
IRENO FERNÁNDEZ ALBALADEJO

MINUTO: 0,17 AL 3,00.

ALBERTO GALINDO ÁLVAREZ
FRANCISCO VILLAESCUSA  SOTO
TRINITARIO RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ
JOSE MIGUEL MUÑOZ  GONZÁLEZ
IRENO FERNÁNDEZ ALBALADEJO
JOSE MANUEL MOLINERO BERNAL
JOSÉ ANDRÉS CASTEJÓN CONTRERAS
GERÓNIMO CÓRDOBA MENÁRGUEZ
JUAN FRANCISCO NICOLÁS MARTÍNEZ

MINUTO: 3,05 AL 6,32

VÍCTOR MESEGUER OLIVA
MARIANO GONZÁLEZ RUIZ
FRANCISCO VILLAESCUSA  SOTO
TRINITARIO RODRÍGUEZ  RODRÍGUEZ
JUAN MIGUEL MUÑOZ  GONZÁLEZ
ALBERTO GALINDO ÁLVAREZ
JOSÉ MANUEL MOLINERO BERNAL
IRENO FERNÁNDEZ ALBALADEJO
GERÓNIMO CÓRDOBA MENÁRGUEZ
JOSÉ BLÁZQUEZ ALMELA. PORTADOR ESTANDARTE
JOSÉ ANDRÉS CASTEJÓN CONTRERAS


domingo, 30 de septiembre de 2018

PAZ INTERIOR


HUMANOS

Antonio Campillo Ruiz


   No es frecuente que nos detengamos con parsimonia, con mirada comprensiva, ante personas que, habitantes de regiones remotas o relativamente cercanas, poseen una distribución y orden social, unas costumbres, unos hábitos, que son tan atractivos como, en muchas ocasiones, detestables. Quienes pertenecen al llamado mundo occidental moderno, en muchas ocasiones, carecen de una conciencia recta que dirima cuál de las dos opciones es la adecuada. Así, podemos encontrar contrasentidos tales como los aspectos ”bondadosos”, cuando, en realidad, el acercamiento e intercambio de normas y costumbres deberían enriquecer tanto a quienes las poseen como a quienes las aceptan o asumen.



    En este pequeño recorrido por los caracteres y aspectos diferenciales, así como los comunes, podemos apreciar, por ejemplo, que la belleza no es peculiaridad de una raza, etnia o grupo específico de seres que se encuentran en continuo cambio evolutivo y de él obtienen su propio progreso. De igual forma, el tiempo natural, el apreciado por cada uno y el contabilizado con la premura de tratar de arrebatarle su cadencia, son tan diferentes en las distintas partes del espacio que no comprenderlos, en su cuasi totalidad, supone no valorar su desesperante rapidez o lentitud, dependientes cada una de ellas de la percepción emotiva que en cada momento apreciamos. Así, la confección de un artefacto de utilidad, puede suponer tiempos muy diferentes de fabricación, desde el pausado y detallado hasta el irascible que adquiere una velocidad de confección insospechada y, en ocasiones, peligrosa. Bien, pues de igual forma, los procesos de evolución y asimilación de hechos y sapiencia que pueden ser transmitidos a generaciones futuras, sufren este tiempo que, como sensación, se estira o encoje siempre en función de la personal aceptación o rechazo de los hechos que están  acaeciendo.

   

    El aumento de velocidad de lo que llamamos, en este occidente, a veces tan penoso, “rapidez de vida”, supone que, lo mucho o poco que podamos disfrutar de esta maravillosa estancia entre los seres denominados vivos, no es asimilada en su totalidad. Es posible que sólo apreciemos someramente, sin profundizar en aspectos que  merecen, y no poco, ser detectados con parsimonia, con la serenidad de quien se recrea en algo único y descubre cómo, parte de la vida en su conjunto, se encuentra conformado por las infinitas posibilidades que posee un solo hecho.


    Esta concepción de la tranquilidad proporciona el ingrediente esencial para el espíritu, un aspecto peculiar y complejo del ser humano: la paz interior. Un componente y remedio tan singular como importante para que se pueda disfrutar de una especial unión perceptivo/emotiva. En determinadas áreas de nuestro planeta, es desconocida la relación a la que se alude debido a métodos de esclavitud encubierta que someten al ser humano a trabajos que conllevan situaciones degradantes y potencialmente perversas. Evitarlas y realizar un cambio que se traduzca en un respeto a la dignidad humana es un objetivo pendiente que exige una urgencia, en este caso bien justificada, que no permita la prematura degradación de cualquier ser que debe apreciar, valorar y agotar en toda su extensión, la vida que posee desde el momento de su nacimiento.

Antonio Campillo Ruiz    



jueves, 13 de septiembre de 2018

EL HOMBRE Y LA EMOTIVIDAD - I

EVOLUCIÓN Y COMPETITIVIDAD - I

Antonio Campillo Ruiz

No se puede enseñar
nada a un hombre;
sólo se le puede ayudar a
descubrirlo en su interior.

Galileo Galilei


   ¿Por qué algunos materialistas se resisten a admitir la mera posibilidad del origen divino del hombre? Charles Darwin revolucionó la concepción del origen creacionista del hombre y,  desde el dictado de su teoría sobre el Origen de las Especies, la Ciencia adquirió un impulso renovador sobre un aspecto desconocido hasta entonces que nos ha traído al momento actual. La “inadmisible” teoría suscitó una convulsión sobre el dilema de admitir la vida de los seres humanos, en su conjunto, como un todo de dos partes bien diferenciadas: la material y la divina, como naturalezas distintas pero compatibles.


   A lo largo de la Historia, el empecinamiento en la persistente negación de aspectos científicos por la iglesia, rebatidos por personas no preparadas en la materias a tratar, en muchas ocasiones, ha supuesto el retraso de miles de años en los conocimientos y el avance científico. Sólo el ejemplo de Galileo Galilei y la negación de la iglesia a restablecer el prestigio que arrebató al científico, quinientos años después de su nefasta y obligada retractación, es de manifiesta tozudez a la sinrazón del dilema, nacido en el seno de la propia iglesia cristiana, entre divinidad del ser humano y materialidad.


   Con hechos como el ejemplo anterior, la iglesia cristiana aprendió lo más elemental de las acciones que debía realizar ante hechos científicos incontrovertibles pero que chocan con la palabra que determina todo lo que supone su inmenso entramado: fe. Así, la evolución, lejos de desautorizar la divinidad creacionista, exaltó la gloria de un ser creador que compatibilizaba evolución con divinidad. Bastaba dividir la naturaleza humana en las “dos sustancias”. La Ciencia moderna y el sistemático estudio de la evolución y los avances espectaculares en el estudio y aplicación del ADN, ha supuesto nuevas explicaciones divinas que, tratando de ser racionales, admiten “con condiciones” la evolución y la selección natural. Estas, explican una condición de la vida, en cualesquiera de sus formas, vegetal o animal, tan terrible como poco recomendable para los seres humanos: el más fuerte es quien tiene derecho sobre los débiles y generará un estatus entre manadas o en solitario que determinará su poder. Es la selección natutal.


   Bien, admitida a regañadientes y con condiciones la selección natural y la evolución, la iglesia cristiana, copiadora de la Naturaleza, así como el poder social imperante, han establecido, a pesar de su cuasi negación inicial, en el llamado Occidente desarrollado, una sociedad que es idéntica a la evolución: se determina como hecho incontrovertible que la selección entre humanos debe existir, potenciarse y enseñarse en centros y espacios de formación de la mente humana. La brutal  competitividad, la selección antinatural, existente entre quienes tratan de obtener los conocimientos necesarios para poder desenvolverse en el seno de la sociedad, es terrible. No se limita nada. Se trata de salir adelante como sea, aun siendo a costa de los demás. Ante esta brutal forma de interpretación de la selección antinatural, la competitividad, en el seno de los humanos, se ha tratado de suavizar, al igual que la iglesia cristiana hizo con la teoría evolucionista de Darwin. Se ha inventado la doble naturaleza del competidor por excelencia:

Material: inteligencia y conocimientos.

Personal: actitud  ante los hechos que se desarrollan en la vida y sus consecuencias.


   Considerar la existencia de una actitud ante la vida se fundamenta en la capacidad del ser humano de poseer emotividad. A esta peculiaridad se la empieza a dotar de mayor importancia que a los elementos materiales que conforman la competitividad, la falsa selección natural se aprecia con intensidad en el terrible enfrentamiento entre humanos para alcanzar una mínima parte de su papel en la sociedad. Pero… pero, ya se empieza a no depender de los conocimientos adquiridos y que se encuentran perfectamente descritos y explicados en variopintas partes de la tecnología moderna. Se ha generado un problema en la sociedad moderna y en el hombre en sí: la actitud empieza a ser lo más valorado del supuesto y poderoso ser competitivo. Y, ¡ay!, este ha sido un golpe bajo porque la actitud no depende de un aprendizaje dirigido para el triunfo, depende de la calidad humana de uno mismo, de una apertura clara y explícita de la mente que potencie aspectos no superables con exámenes sino con comportamientos. ¿Adquiridos? Sí, posiblemente, con educación, mente abierta y nunca fiables per sé, siempre dudando de todo lo que se nos asegura como incontestable,  percibiendo y asimilando con motivaciones lógicas y amplitud de razonamientos ante todo lo que es considerado natural y perteneciente a la vida.


   Se ha aprendido muy bien la lección sibilina de la iglesia cristiana, excepto de los creacionistas puros, que los hay y más de los que se contabilizan. Dividamos al ser humano en dos partes bien diferenciadas y una pertenece a al poder divino y la otra al poder político. Ya tenemos cuatro divisiones para el ser humano, dos por cada poder: evolución, divinidad, inteligencia y conocimientos y por último actitud. Así, ese ser físico aparecido en el planeta Tierra mediante un proceso complejo pero estrictamente material, sólo a causa de complejos procesos químicos, físicos y ambos, debidos a pequeños electrones, conformando una vida que florece y, a la vez, un ser divino creado, esta parte sí, creado, por otro ser grandioso que dota de la capacidad emotiva a esa inmensa maraña de compuestos químicos. Sí, complejo, muy complejo pero real. Tan real como las inexplicables preguntas: ¿sabíamos que los sentimientos se producen a causa de una gran cantidad de reacciones químicas, sólo a que tienen lugar estas reacciones? ¿Cuántas de ellas son necesarias para que un pensamiento se desarrolle? ¿Para que un sentimiento estremezca a un ser humano? ¿Para que una mirada al horizonte se transforme en un escalofrío de belleza? ¿Para que los seres humanos seamos capaces de percibir los sentimientos, que pueden hasta transformar nuestra existencia, mediante simples reacciones químicas?


   Sí, sólo nos diferenciamos de nuestro hermano orangután, no desarrollado evolutivamente todavía, en tres o cuatro cromosomas, lo que podríamos decir, una minúscula porción de compuestos químicos, aunque, a veces, la diferencia parece no existir por el comportamiento y actitud de algunos seres más evolucionados. Los aspectos inmateriales que el ser humano es capaz de percibir y realizar, la música, literatura, el arte, etc., son una clave determinante de la propia existencia, evolución, estructura social admitida, así como los objetivos y consecuencias del poder, un  poder que dictamina, establece, dirige y se aprovecha de una actitud, siempre positiva, que poseen la mayor parte de los seres que han evolucionado total y positivamente.

Antonio Campillo Ruiz



Ciclo de talleres en línea / 11 (extra) / Replicación del ADN in vitro from Sección Bioquímica (FCien) on Vimeo.

sábado, 1 de septiembre de 2018

RECURSOS Y NATURALEZA


PUEBLOS TRIBALES

Antonio Campillo Ruiz
Si no podemos quedarnos,
la jungla no sobrevivirá.

TRIBU BAIGA, INDIA


   El ochenta por ciento de las zonas con mayor biodiversidad de la Tierra son el hogar de pueblos indígenas y tribales. Mucho antes de que el término “conservación” se pronunciase por primera vez, los pueblos indígenas desarrollaron medidas muy eficaces para mantener la riqueza de su medio. Cuentan con sofisticados códigos de conservación de la naturaleza para detener la caza excesiva y preservar la biodiversidad. Sin embargo, se afirma con frecuencia y de forma errónea, que sus tierras son “vírgenes” o inexploradas a pesar de que comunidades indígenas de todo el mundo hayan dependido de ellas y las hayan gestionado durante milenios. Incluso las regiones “vírgenes” más conocidas del mundo, como Yellowstone, la Amazonia o el Serengueti, son de hecho la patria ancestral de millones de indígenas que cuidaron y protegieron sus entornos naturales durante muchas generaciones.


   Los pueblos indígenas y tribales están siendo expulsados ilegalmente de estos territorios en nombre de la “conservación” de la naturaleza. Ahora son acusados de “caza furtiva” porque cazan para alimentar a sus familias. Y se enfrentan a arrestos y palizas, tortura y muerte, mientras se fomenta la caza mayor o caza de trofeos para ricos capitalistas y poderosos extranjeros que pagan por ella. Las grandes organizaciones conservacionistas están colaborando con la industria y el turismo, y destruyendo a los mejores aliados del medioambiente. Las grandes organizaciones conservacionistas son cómplices de la destrucción de la Naturaleza.


   Sobre el papel subrayan la necesidad de obtener el consentimiento libre, previo e informado de los pueblos indígenas antes de iniciar la creación de un área protegida sobre los territorios que habitan. A menudo, reconocen también su derecho a seguir utilizando los recursos naturales locales. Sin embargo en la práctica financian un modelo de conservación de la naturaleza militarizado que conduce a la persecución de cazadores-recolectores inocentes, se asocian con industrias que roban tierras indígenas y desarrollan proyectos que desembocan en expulsiones ilegales.


   En Camerún, los indígenas bakas que osan adentrarse en la que fuera su selva, de la que han sido excluidos, son aterrorizados por patrullas antifurtivos financiadas por WWF (el Fondo Mundial para la Naturaleza). En la India hay pueblos tribales expulsados de sus tierras en las reservas de tigres mientras el Departamento de Bosques fomenta que el turismo se dispare.


   Ha llegado la hora de un nuevo modelo de conservación de la naturaleza: uno que respete el derecho internacional, que coloque los derechos de los pueblos indígenas y tribales en el centro y que reconozca que son los mejores conservacionistas y guardianes del mundo natural. Esto supondría el avance más significativo de la historia para una auténtica protección medioambiental. Porque los pueblos indígenas cuidan el medio mejor que nadie.


   La conservación de la naturaleza puede y debe hacerse de otra forma. Se deben aceptar las pruebas crecientes que demuestran que los pueblos indígenas cuidan de sus entornos naturales mejor que nadie. Las enormes sumas de dinero gastadas en la conservación deben destinarse a la solución más económica: respetar los derechos territoriales de los pueblos indígenas y tribales. Basta de abusos y gestiones de quienes no conocen ni la Naturaleza ni los recursos que nos aporta. El equilibrio entre habitantes que saben cómo vive el ser humano en estado natural y los recursos debe ser cuidado y apoyado por todos los habitantes de la Tierra. Gestionar sin conocer supone alcanzar un suicidio colectivo de consecuencias irreparables. 


Antonio Campillo Ruiz

domingo, 20 de mayo de 2018

LA CIVILIZACIÓN MAYA


EL ENIGMA DE LAS CIUDADES PERDIDAS

Atonio Campillo Ruiz


   La historia de la creación de los mayas ha llegado hasta nosotros a través del Popol Vuh, un libro del siglo XVI: “En el origen no había nada más que silencio y vacío. No había humanos, ni animales, ni tan siquiera luz ni sonido. Los Dioses, ocultos, habitaban en un profundo océano. Un día se reunieron para llenar la inmensa Nada. “Tierra”, dijeron los Dioses y la superficie de la Tierra se materializó de inmediato. “Montañas y valles, ríos y lagos”. Los creadores no tenían más que pronunciar las palabras para que todo se convirtiera en realidad. Satisfechos, cubrieron el nuevo paisaje de árboles y arbustos”
El mundo estaba compuesto por tres partes: el cielo, el mundo medio y el inframundo. Xibalba, el inframundo, era el reino de la muerte y las enfermedades. El mundo medio, el terrestre, era donde vivían los humanos. En las esquinas del mundo se hallaban los Bacabs, deidades que sostenían el firmamento. El cielo era el dominio de los cuerpos celestes y el lugar donde habitaban los dioses. En el centro del mundo medio se alzaba el árbol del mundo, cuyas ramas se extendían hasta el cielo, mientras las raíces se hundían hasta las profundidades de Xibalba, donde se podía llegar desde cuevas, lagos y ríos. El mundo medio semejaba una tortuga o un cocodrilo que flotaban sobre las aguas que cubrían el inframundo y las montañas y los valles de la Tierra eran la grupa de los animales.


   El mundo sobrenatural de los mayas estaba poblado por  arquetipos que provenían del entorno natural de la selva tropical: los dioses y los antepasados. Una manera de acercarse a ellos era a través de la intoxicación con sustancias psicotrópicas en combinación con ayunos extensivos, música monótona y bailes estáticos que facilitaban el ingreso a un mundo alternativo. Para alcanzar este estado, los mayas utilizaron bebidas alcohólicas como el Bolché, alcaloides alucinógenos extraídos de los hongos o sustancias tóxicas procedentes de los sapos como el “Bufo marinus”. Las cuevas eran los lugares elegidos para la celebración de dichos rituales, ya que eran consideradas como los umbrales del inframundo. En conexión con el conjuro ritual de dioses y antepasados, también se realizaban ofrendas en forma de sacrificios de animales e incluso humanos, entre los que destacaban los autosacrificios de sangre de los gobernantes, como parte importante de los rituales para rogar por cosechas abundantes o campañas militares exitosas. Los dioses de la lluvia, el comercio, la guerra, la fertilidad, etc., son alguno de los muchos que poseían. Cada uno de ellos contaba con sus cualidades y atributos propios. Una de las deidades supremas era Itzamna, dios de la agricultura, la escritura y la medicina. Chaac era el dios de las guerras y la lluvia. En general, portaban símbolos que los definían por sus cualidades.


   El dios del Maíz asciende al mundo bailando desde el inframundo sobre los brotes más tiernos de la planta. Crece con mayor velocidad cuando este baile tiene lugar sobre el agua que, en las mañanas húmedas, queda atrapada en las ásperas hojas de las plantas altas, cimbreantes y delgadas, como su dios, que buscan la luz y favorecen el crecimiento de las semillas. El ciclo de la vida y la muerte posee una simbología que es paralela al ciclo biológico de la planta sagrada: nacimiento, crecimiento y desvanecimiento. La mazorca, fruto esperado y alimento del ser vivo, posee mil por una semilla y, al morir, como el Dios, vuelve al inframundo y espera el momento para renacer cuando se vuelven a sembrar los granos que fructificarán para alimentar y cuidar de los hombres, mujeres y niños, tal y como fueron creados en un principio. El Dios del Maíz posee un cuerpo delgado, un rostro joven y una frente alargada, como la mazorca de maíz y de ella, molida, conformó la figura de todos los seres vivos con sus propias manos.


   Entre los meses de febrero a mayo el clima del espacio que ocupó la civilización maya es extremadamente seco. Tras ellos, las lluvias lloran sobre el terreno para dulcificarlo y proporcionar el alimento a través de mazorcas y frutos. Las precipitaciones llegan a ser seis veces mayores que las que se producen en Europa durante todo el año. El terreno cárstico de la península de Yucatán y zonas limítrofes absorbe el agua con gran rapidez alcanzando zonas de lixiviado profundas. Para evitar su desaparición, todos los reyes mayas invirtieron grandes esfuerzos en proyectos muy avanzados y se preocuparon de su racional consumo. Así, durante la temporada de lluvias el agua se almacenaba en grandes cisternas excavadas en la roca viva y se distribuía para el consumo de los habitantes humanos, animales, construcción y zonas de cultivo, mediante canales e infraestructuras complejas. Con ellas, era frecuente que los reyes se dejasen retratar en altorrelieves y pinturas, orgullosos de ayudar al Dios de la Lluvia con sus obras.


   Para los mayas, la ubicación espaciotemporal poseía una importancia fundamental. Dependían de la exactitud de sus cálculos para conocer los ciclos solares, ritmos naturales e, incluso, predecir sucesos de diversa consideración.  El calendario Tzolk’in, un calendario ritual de 260 días, el calendario Haab, con el que calculaban el año solar de 365 días y la llamada “Cuenta Larga”, eran los medios que poseían para registrar un evento de diferentes formas y con una exactitud muy precisa. Su conocimiento matemático y astronómico fue excepcional. Como base de cálculos utilizaban un sistema vigesimal modificado con cifras del 0 al 19 de forma eficaz y compleja. Un gran paso para el conocimiento y estudio de la antigua civilización maya se produjo cuando, a finales del siglo XIX, Ernst Wilhelm Förstemann estudió meticulosamente el código Dresde y logró esclarecer el código numérico y calendárico utilizado, continuamente reformado por los avances y estudios que realizaban de forma sistemática.


   La sociedad de los mayas estaba organizada jerárquicamente. La cima la ocupaban los reyes divinos que se rodeaban de la nobleza, los escribanos, los músicos y los sirvientes. Esta corte se encargaba de importantes funciones administrativas, del bienestar y del entretenimiento. El rey y su corte vivían en el palacio en el centro de la ciudad y la nobleza más alta en conjuntos residenciales en una vecindad inmediata. La realeza no solamente habitaba las viviendas más ricas, sino que también se vestía de manera más lujosa y con joyería abundante. Como anécdota podemos señalar que las personas con enanismo y los jorobados tenían en la sociedad maya un estatus especial. Su complexión corporal los distinguía y los situaba siempre cerca de los Dioses, una proximidad que era muy apreciada por los reyes. La corte real y la nobleza solamente representaban una minoría de la sociedad maya. La mayoría de los habitantes de las ciudades estado se dedicaban a la agricultura y la ganadería.


   Las alianzas eran fundamentales para la supervivencia de las ciudades mayas. Sin ellas, las ciudades más pequeñas podían caer bajo el dominio de reyes poderosos. El imperio maya no tuvo jamás un gobernante único que controlara la totalidad del territorio, sino que cada ciudad era regida por su propio rey. Poseían el mismo idioma, religión y costumbres pero eran independientes y con frecuencia los reyes se encontraban enfrentados entre sí. Su similitud con las ciudades-estado de la antigua Grecia fue muy significativa y curiosa. El comercio, las alianzas políticas y las obligaciones fiscales eran su medio de conexión. Las mujeres desempeñaban un papel relevante a la hora de forjar alianzas y era habitual que los reyes entregaran a sus hijas en matrimonio a hombres destacados de otras ciudades para así poder aliarse con familias de diferentes caracteres consanguíneos y distintas de las que habitaban su propia ciudad. Algunas ciudades poseían más superficie e influencia que otras. Las más débiles, sometidas por guerras o no, debían tributar con impuestos a las más poderosas. Las estelas han dejado el rastro de las diferentes dependencias y cambios de una ciudad con otra.


   El conflicto entre Tikal y Calakmul dominó el paisaje político de las ciudades-estado durante el período Clásico Tardío. Las dos potencias lograron establecer una vasta esfera de influencia con una gran cantidad de estados-vasallos vinculados. Tikal, sin duda, fue la ciudad más poderosa del Clásico Temprano en las Tierras Bajas mayas, donde la influencia de la metrópoli de Teotihuacán era muy evidente. A partir del siglo VI d.n.e. se iniciaron los conflictos con Calakmul, aunque generalmente, no fueron confrontaciones directas, siendo guerras entre los aliados y apoyadas por los reyes de Tikal y Calakmul. A pesar de ello, cada una de estas guerras tuvo impactos dramáticos. A mediados del siglo VI, Tikal fue vencida por Calakmul y tuvo que entronizar a un gobernante títere, iniciando un período de debilidad que duró más de cien años. Posteriormente Tikal logro recuperarse y restablecerse de nuevo como una ciudad hegemónica en las Tierras Bajas mayas.


   Hacia el año 1000 todas las ciudades mayas estaban despobladas y toda su civilización había desaparecido. No hay una explicación sencilla para este fenómeno, las razones son múltiples y el colapso fue un proceso muy largo. Uno de los motivos parece encontrarse en la desestabilización producida por la victoria de Tikal sobre Calakmul. En sucesivas guerras, las ciudades anteriormente aliadas a estas potencias lucharon por la supremacía, extinguiéndose sus dinastías. Ninguna ciudad logró imponerse en este conflicto y el precio fue muy alto. La organización interna de las ciudades falló, el poder y el carácter divino de los reyes fue puesto en duda y el sistema político cayo hecho pedazos. Ya no existía una élite capaz de superar la crisis. A su vez, un cambio climático agravó mortalmente la situación con sequías prolongadas y hambrunas. El apogeo de la cultura maya, basado en el crecimiento exagerado de las ciudades agotó las reservas de suelo agrícola, lo que obligó a los campesinos a abandonar sus tierras mientras la selva húmeda recuperaba su espacio y ya no pudieron ni supieron adaptarse nuevamente.

Antonio Campillo Ruiz