HUMANOS
Antonio Campillo Ruiz
No
es frecuente que nos detengamos con parsimonia, con mirada comprensiva, ante
personas que, habitantes de regiones remotas o relativamente cercanas, poseen
una distribución y orden social, unas costumbres, unos hábitos, que son tan
atractivos como, en muchas ocasiones, detestables. Quienes pertenecen al
llamado mundo occidental moderno, en muchas ocasiones, carecen de una
conciencia recta que dirima cuál de las dos opciones es la adecuada. Así,
podemos encontrar contrasentidos tales como los aspectos ”bondadosos”, cuando,
en realidad, el acercamiento e intercambio de normas y costumbres deberían enriquecer
tanto a quienes las poseen como a quienes las aceptan o asumen.
En
este pequeño recorrido por los caracteres y aspectos diferenciales, así como
los comunes, podemos apreciar, por ejemplo, que la belleza no es peculiaridad
de una raza, etnia o grupo específico de seres que se encuentran en continuo
cambio evolutivo y de él obtienen su propio progreso. De igual forma, el tiempo
natural, el apreciado por cada uno y el contabilizado con la premura de tratar
de arrebatarle su cadencia, son tan diferentes en las distintas partes del
espacio que no comprenderlos, en su cuasi totalidad, supone no valorar su
desesperante rapidez o lentitud, dependientes cada una de ellas de la
percepción emotiva que en cada momento apreciamos. Así, la confección de un
artefacto de utilidad, puede suponer tiempos muy diferentes de fabricación,
desde el pausado y detallado hasta el irascible que adquiere una velocidad de
confección insospechada y, en ocasiones, peligrosa. Bien, pues de igual forma,
los procesos de evolución y asimilación de hechos y sapiencia que pueden ser
transmitidos a generaciones futuras, sufren este tiempo que, como sensación, se
estira o encoje siempre en función de la personal aceptación o rechazo de los
hechos que están acaeciendo.
El
aumento de velocidad de lo que llamamos, en este occidente, a veces tan penoso,
“rapidez de vida”, supone que, lo mucho o poco que podamos disfrutar de esta
maravillosa estancia entre los seres denominados vivos, no es asimilada en su
totalidad. Es posible que sólo apreciemos someramente, sin profundizar en
aspectos que merecen, y no poco, ser detectados
con parsimonia, con la serenidad de quien se recrea en algo único y descubre cómo,
parte de la vida en su conjunto, se encuentra conformado por las infinitas
posibilidades que posee un solo hecho.
Esta
concepción de la tranquilidad proporciona el ingrediente esencial para el espíritu,
un aspecto peculiar y complejo del ser humano: la paz interior. Un componente y
remedio tan singular como importante para que se pueda disfrutar de una
especial unión perceptivo/emotiva. En determinadas áreas de nuestro planeta, es
desconocida la relación a la que se alude debido a métodos de esclavitud
encubierta que someten al ser humano a trabajos que conllevan situaciones degradantes
y potencialmente perversas. Evitarlas y realizar un cambio que se traduzca en
un respeto a la dignidad humana es un objetivo pendiente que exige una urgencia,
en este caso bien justificada, que no permita la prematura degradación de
cualquier ser que debe apreciar, valorar y agotar en toda su extensión, la vida
que posee desde el momento de su nacimiento.
Antonio Campillo Ruiz
Qué maravilla y variedad de paisajes y paisanaje. Viendo las imágenes he podido sentir esa paz interior que da ver las cosas y los seres en perfecta armonía con la naturaleza que les rodea. Esa paz interior que es lo más parecido a la felicidad y que, no es fácil conseguir, inmersos como estamos en un mundo tan cambiante, tan competitivo, tan agresivo... En muchas culturas se considera que la paz interior puede cultivarse, puede aprenderse. No sería mal asignatura para incluirla en los planes de estudios.
ResponderEliminarEs verdad que acercarse a los demás, comprenderlos, escucharlos, respetarlos, es un paso importante para conseguir ese equilibrio interior de que hablas.
No, no es nada fácil conseguir que la armonía y la sociedad en la que nos encontramos sean complementarías, más bien son contrarias. Y. sí, lo son por culpa y gracia del ser humano adoctrinado y esposado a mandatos y leyes tan impropias de la paz interior que desvían todo tipo de emotividad, emociones y felicidad. Es de esperar que, en un tiempo, con la perseverancia de quien está convencido de tener éxito, la sapiente serenidad de la mente humana pueda vencer al poder, generador de impúdicas estructuras sociales que atentan contra la propia vida. Un abrazo chillao, Conchita.
EliminarA veces el ser humano busca algo que no encuentra por ningún lado, ni fuera, ni en su interior. Y eso es lo que he encontrado en tu escrito, que abarca tanta verdad con tan pocos aspavientos.
ResponderEliminarLa serenidad. Esa es la clave.
Saludos junto a la nieve.
Sí, Anamaría, esa larga búsqueda que inquieta tanto como despreocupa, puede llegar a nuestro interior con una fuerza que no podemos controlar con facilidad. Y, sí, claro que sí, la serenidad para buscar y buscarnos, para encontrar y encontrarnos, para saber y sabernos, para sentir y sentirnos, es la gran clave que el ser humano racional y pleno de costumbres, recibidas o inventadas en el acto. Desearía que todos, sin excepción, pudiésemos encontrarla y llenarnos de una serenidad que se traduciría en amor, placer y bienestar. Diviértete en la nieve. Un gran abrazo chillao, Anamaría.
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