LA INVESTIGACIÓN
Antonio
Campillo Ruiz
Kepsyd
Paró
en medio de la calle. En seco. La señora que empujaba un carricoche apenas pudo
maniobrar ni detenerse y chocó contra él. Dionisio, que se había sostenido la
cabeza cogiendo su barbilla, miraba hacia el suelo sin percatarse de su
entorno. La señora dijo una retahíla de palabras que no oyó y continuó con su
meditación en el centro de la calle. Podía ser. Sí, podía ser que Pedro hubiese
alcanzado la solución a tan complejo problema en el que trabajaban desde hacía
años. En su mente se sucedían pensamientos orales mezclados con números y
complejas ecuaciones que resolvía una y otra vez. Sí, podía ser la solución.
A
pesar de su larga meditación en aquel inapropiado lugar, Dionisio no sentía la
euforia que había apreciado otras veces. Si alguno de los dos amigos resolvía o
llegaban a una solución en común, Dionisio experimentaba tal nivel de
satisfacción que sus ojos brillaban como dos focos al exponerla ante el
público. Además, las soluciones que más apreciaba eran las ingeniosas y
sencillas, aquellas que requerían una atención especial, por supuesto, pero que
la sencillez resolutiva era tan sencilla como incontrovertible. En aquella
ocasión habían dedicado tanto tiempo en este trabajo que por ello dudaba tanto.
Para Pedro no había motivo para la duda y ya tenía preparada una publicación y
había realizado todos los papeleos para la legalización administrativa de su
trabajo. Dionisio no estaba satisfecho del todo. Desde que Pedro había
comenzado la redacción de sus conclusiones, caminaba pensativo, cabizbajo y sin
disfrutar de los largos paseos que, como era costumbre, realizaba por toda la
ciudad. A veces, incluso se sentaba inopinadamente en una silla que encontraba
a su paso y, al poco tiempo, un camarero le preguntaba solícito lo que quería
consumir. Entonces, Dionisio, sorprendido, levantaba la cabeza y decía “… ¡uh..!
nada, nada”. Se levantaba y se marchaba siguiendo su camino.
Lo que más le
atraía no era la obtención de la solución a un problema sino crear el método de
trabajo, las cuestiones que conducían al final feliz con rectitud y tino, la
pormenorizada y cuidadosa toma de datos o muestras y el correcto análisis de
todos los factores que inciden, directa o indirectamente, en la cuestión a
resolver. Posteriormente, la interpretación del trabajo básico, sin corregirlo
o modificarlo, le sumía en un estado de gracia que le satisfacía hasta elevarlo
en una paz intensa que siempre compartía. Le preocupaba especialmente dirigir
la atención por caminos tortuosos para alcanzar soluciones dudosas,
parcialmente exactas o que le conducían a un callejón largo y sin salida. Su
convicción siempre era construir un camino recto y de sencilla explicación
puesto que todas las personas debían comprender la verdad de una hecho sin
tener que realizar un esfuerzo, a veces, insuperable. Creía fervientemente que
la correcta construcción de vías para alcanzar el fin deseado era el fundamento
de un éxito asegurado, sin tener en cuenta ni el trabajo ni el tiempo empleado.
Sin embargo, en aquella ocasión pensaba, sin comprender, la posible utilidad de
unas deducciones que, en su criterio, podrían no ser tan importantes como
auguraba Pedro. Continuó su camino, absorto, separado de todo, pensando que el “Estudio
de la velocidad de las gotas de un aspersor para que el césped permanezca
verde” no era un trabajo apropiado para ser publicado.
Antonio Campillo Ruiz
Kepsyd
sos todo un escritor
ResponderEliminarIncreible texto
Me has arrancado la primera sonrisa del día, querido Antonio.
ResponderEliminarEfectivamente, existen temas tan minoritarios que es difícil que sean publicados. Otra cosa bien distinta es la importancia concreta que tienen para su autor, porque las obsesiones son siempre personalísimas e intransferibles.
Cuánto entiendo a Dionisio, ay.
Un abrazo enorme.
Escribes muy bien, me has inundado con las obsesiones de Dionisio y casi las he hecho mías.
ResponderEliminarBuen e interesante relato con unas imágenes preciosas.
una lluvia de besos
Un relato muy interesante y escrito de forma genial.
ResponderEliminarSiempre bonito leerte
Un abrazo fuerte
Cuántas veces invertimos tiempo y esfuerzo en cosas que no lo merecen... Me encanta tantas meditaciones y obsesiones como nos has relatado en esta historia para un asunto nimio. Eso sí que "come" el tiempo...
ResponderEliminarMe alegro de que se hayan solucionado tus problemas informáticos. Por mi parte, voy retomando el blog poco a poco, después de un periodo en que lo he tenido, por necesidad, a bajo rendimiento.
He puesto un vídeo con la conferencia sobre Lucrecia Borgia.
Un abrazo muy fuerte junto con una sonrisa.
He entendido muy bien a Dionisio. Hay trabajos que no son de interés mayoritario, pero con cuanta pasión y entrega lo realiza su autor por lo que para él supone. Muchos inventos que hoy son mayoritarios se lograron por el empeño de autores sin apoyos ni interés ciudadano.
ResponderEliminarUn abrazo Antonio
Que relato más divertido, he acompañado a Dionisio a lo largo de todo su paseo, aunque creo que yo me he percatado de alguna cosa más que él.
ResponderEliminarLa verdad es que me resulta tan entrañable que es imposible no sonreír al imaginarle. Siento verdadera pasión por las personas que disfrutan tanto de su trabajo que vibran en un estado de euforia incontrolada y que hacen que esa pasión se contagie y palpite en el interior de quien pueda advertirlo.
Definitivamente el fin nunca fue, es ni será lo más importante. Gracias por este bonito paseo mi querido Antonio. Un abrazo ENORME.
Dionisio un gran pensador, maestro Campillo y tú un excelso escritor, amigo, empiezas a levitar o así te veo yo. El caso es que lo que busca Dionisio, hace tiempo que ... bueno, si él lo encuentra, me avisas, por favor.
ResponderEliminarAh, no he conseguido encontrar nada sobre Kepsyd, ni de quien es, ni de su obra, en internet, claro. ¿Podrías ayudarme?
Me recuerda tanto este investigador a mí... Porque cuando ando metida entre legajos, absorviendo fuentes de documentación y bibliografía, me vuelvo como tonta y camino sin darme cuenta d elo que ocurre a mi alrededor. Mi cabeza parece volar a la época de estudios y sueño a veces con personajes históricos que me vienen a visitar a casa. La mente es un órgano increíble, que viaja en el tiempo y en el espacio rápidamente y sin avisar.
ResponderEliminarUn beso
Me he bebido el texto esperando, esperando, a ver en qué estaba inmerso Dionisio. Qué problema trascendental para la humanidad le tenía sorbido el seso durante años, qué teoría del todo, qué sanación cuántica. Estaba claro que Dionisio tenía puesto el alma en algo que nadie más que él y su amigo veían su utilidad, nadie más entendería el porqué de su esfuerzo. Seguro que si hubiera confiado sus cuitas a alguno de los que se cruzaba, el otro le hubiera contestado: “Chico, demasiado pollo para tan poco arroz”.
ResponderEliminarQué poderío, Antonio.
Pero ya sabes. Llegado a ciertas alturas del conocimiento, al sabio sólo le espera la soledad.