ANTE LA
LEY
Antonio Campillo Ruiz
Ante
la Ley hay un guardián que protege la puerta de entrada. Un campesino se
presenta frente a este guardián, y solicita que le permita entrar en la Ley.
Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre
reflexiona y pregunta si más tarde lo dejarán entrar.
−Tal
vez -dice el centinela─, pero no por ahora.
La
puerta que da a la Ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se
hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe
y le dice:
─Si
tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero
recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón
y salón también hay guardianes, cada uno más poderoso que el otro. Ya el tercer
guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.
Auguste Rodin
El
campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre
accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de
pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra,
decide que le conviene más esperar. El guardián le da un escabel y le permite
sentarse a un costado de la puerta.
Allí
espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus
súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace
preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas
indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite
que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para
el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea para sobornar al guardián. Este
acepta todo, en efecto, pero le dice:
─Lo
acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.
Durante esos largos años, el hombre observa
casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es
el único obstáculo que lo separa de la Ley. Maldice su mala suerte, durante los
primeros años audazmente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo
murmura para sí.
Camille Claudel
Retorna
a la infancia, y como en su cuidadosa y larga contemplación del guardián ha
llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, también suplica a las
pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita,
y ya no sabe si realmente hay menos luz, o si sólo lo engañan sus ojos. Pero en
medio de la oscuridad distingue un resplandor, que surge inextinguible de la
puerta de la Ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las
experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta,
que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya
que el rigor de la muerte comienza a endurecer su cuerpo. El guardián se ve
obligado a agacharse mucho para hablar con él, porque la disparidad de
estaturas entre ambos ha aumentado bastante con el tiempo, para desmedro del
campesino.
─¿Qué
quieres saber ahora?-pregunta el guardián-. Eres insaciable.
─Todos
se esfuerzan por llegar a la Ley-dice el hombre-; ¿cómo es posible entonces que
durante tantos años nadie más que yo pretendiera entrar?
El
guardián comprende que el hombre está por morir, y para que sus desfallecientes
sentidos perciban sus palabras, le dice junto al oído con voz atronadora:
─Nadie
podía pretenderlo porque esta entrada era solamente para ti. Ahora voy a
cerrarla.
Franz Kafka
Auguste Rodin
¡Querido Antonio! Un gusto enorme pasarme por aquí. La entrada espectacular, como es tu costumbre. Un gran abrazo querido amigo.
ResponderEliminarComplicado esto de entender a la Ley, Uno se hace una idea de lo que debiera ser sin darse cuenta de lo que realmente es, porque..quien hace la Ley? quien la cumple? está totalmente justificado ese actor de guardián, otra cosa es que estemos de acuerdo
ResponderEliminarUn abrazo Antonio
Un difícil tema el de la Ley.
ResponderEliminarEs muy complicada la conducta humana.
Estupenda entrada-
Un abrazo grande.
Extraordinaria historia y mantiene, con ese aire de leyenda, un retroceso a la noche de los tiempos. Desconocía este cuento pero cuando me he encontrado con el nombre del autor, entonces ya nada me sorprende. Los hombres solo consideramos que las leyes son justas, cuando su balanza se inclina a nuestro favor. Creo que es bueno que haya normas y que todos sepamos a qué atenernos pero, a medida que se van complicando, es como un laberinto y los especialistas en aplicarlas, hacen verdaderos juegos malabares para "hacer justicia" pero para qiue se cumpliera, primero todas las lesyes debieran ser justas y cuando llegamos a este punto, yo, simplemente, es cuando tengo mis mayores dudas.
ResponderEliminarUn abrazo. Franziska
ja, ja, ha tenido gracia el error: las "lesyes" y resulta difícil leerlo. Perdón
ResponderEliminarPara el campesino o para la persona humilde, que es lo mismo, nunca hay ley ni justicia. Los que mandan se apoderan siempre de ella para usarla a su antojo y es habitual ver en a calle al que ha robado millones y en la cárcel el que ha hurtado por su supervivencia. ¿Veremos trocar un día de una vez esta situación? ¿Veremos quedarse fuera al político, al banquero, al poderoso, esperando hasta consumirse, encerrado entre rejas? Utopía me temo, querido amigo.
ResponderEliminarUn saludo
En resumidas cuentas pasó su vida y a la ley no le vió la cara, y encima la respuesta del guardian! Manda huevos!
ResponderEliminarY es así: la ley y la justicia no recibe nunca a los que más la necesitan.
Buenísima historia querido amigo.
Un abrazo.
Los de arriba se apoderan de lo suyo más de los que en justicia pertenece a los del pueblo. Qué malestar te crea la lectura de este relato. Fran Kafka, claro.
ResponderEliminarAbrazo