¡FELICIDADES, QUERIDA REPÚBLICA ESPAÑOLA!
En recuerdo de GÜNTER y EDUARDO
Antonio Campillo Ruiz
¡MUCHAS FELICIDADES, QUERIDA REPÚBLICA
ESPAÑOLA!
Ha
transcurrido otro año sin ti pero nunca te olvido. Hoy, como podrás apreciar,
sólo te saludo con tu bandera limpia de símbolos porque Tú, mi querida
República Española, serás la III, no como suelen equivocarse quienes ni
siquiera te aprecian creyéndote en el pasado. Tú serás una nueva República, no
la II, no, la que está por llegar, la que recogerá las virtudes de tu antecesora
y curará los defectos que se produjeron en tiempos tan revueltos como incapaces
de asumir un verdadero cambio de sistema que diese como fruto una sociedad justa
y participativa, no miedosa y estéril que admite a seres repulsivos en el seno
de altas instituciones sociales y políticas.
Pero
hoy, querida República, casi coincidiendo con tu aniversario, una afilada
navaja, una lanza gigantesca, una guadaña tétrica ha segado sin piedad la
garganta de dos de tus hijos más queridos. Primero a Günter Grass y pocas horas
después a Eduardo Galeano
¡Günter …! Nunca deben desaparecer personas
como tú.
¡Eduardo! ¿Por qué? ¿Por qué nos has dejado?
¡El mismo día! Dándoos la mano pero dejando a
este pequeño mundo sin vuestro magisterio, sin vuestra inmensa fortaleza, sin
vuestra humanidad, ¡huérfanos de dos mentes privilegiadas! De tus siempre
hermosas y delicadas palabras, Eduardo, dirigidas a los más desfavorecidos. Sin
tus meticulosas y sinceras descripciones de un tiempo que ha ido evolucionando
contigo, Günter. Precisamente hoy, habéis marchado a las Pléyades,
donde os ruego que me esperéis, que me reservéis un lugar junto a vosotros, muy
cerca de los dos, para poder escuchar vuestras eternas conversaciones de las
que aprenderé lo que he sido incapaz de saber en nuestra amada Tierra.
En la
etapa oscura de España, por la gracia de un dios que nunca se pareció al que acabamos
de admirar hace pocos días, pacífico, benefactor, defensor de los injustamente
maltratados e incluso autoinmolado por ellos, a ti Günter te leíamos a
escondidas, nos arriesgábamos a que nos impusiesen lo que la autoridad
competente consideraba un maldito estigma. Pero, te leíamos, y aprendíamos a
ser personas con raciocinio propio, te admiramos siempre y hemos vivido
comprendiendo una etapa patética de una gran parte de esta Europa a la que
pertenecemos.
A
ti, querido compañero, amigo, admirado Eduardo, tu sencillez, tu querida y
siempre soñada pluma, tus palabras, desgranadas como pequeñas gotas de agua
pura que caen desde la regadera y calman la sed de aquellos que claman
justicia, tu paz y tu bondad innatas, tu limpieza de espíritu, han alimentado a
miles de millones de seres humanos que siempre serán quienes conserven tus
enseñanzas, que ya no podrás explicar con tu delicada voz, acariciando los
vocablos.
¡Maldita
Muerte! ¡Maldito sino! ¡Triste recuerdo de tu aniversario, República Española!
Espero que Günter y Eduardo hayan
llegado a las Pléyades y estarán preparando a las Perseidas para su próxima noche de
San Lorenzo. Nos enviarán, a través de su magia y su belleza la sabiduría de sus
pensamientos.
Antonio Campillo Ruiz
Es importante visionar el reportaje a plena
pantalla.
Günter Grass
El tambor de hojalata (fragmento)
"Pues sí: soy huésped de un sanatorio.
Mi enfermero me observa, casi no me quita la vista de encima; porque en la
puerta hay una mirilla; y el ojo de mi enfermero es de ese color castaño que no
puede penetrar en mí, de ojos azules. Por eso mi enfermero no puede ser mi
enemigo. Le he cobrado afecto; cuando entra en mi cuarto, le cuento al mirón de
detrás de la puerta anécdotas de mi vida, para que a pesar de la mirilla me
vaya conociendo. El buen hombre parece apreciar mis relatos, pues apenas acabo
de soltarle algún embuste, él para darse a su vez a conocer, me muestra su
última creación cordel anudado. Que sea o no un artista, eso es aparte. Pero
pienso que una exposición de sus obras encontraría buena acogida en la prensa,
y hasta le atraería algún comprador. Anuda los cordeles que recoge y desenreda
después de las horas de visita en los cuartos de sus pacientes; hace con ellos
unas figuras horripilantes y cartilaginosas, las sumerge luego en yeso, deja
que se solidifiquen y las atraviesa con agujas de tejer que clava a unas penas
de madera. Con frecuencia le tienta la idea de colorear sus obras. Pero yo
trato de disuadirlo: le muestro mi cama metálica esmaltada en blanco y lo
invito a imaginársela pintarrajeada en varios colores. Horrorizado, se lleva
sus manos de enfermero a la cabeza, trata de imprimir a su rostro algo rígido
la expresión de todos los pavores reunidos, y abandona sus proyectos
colorísticos. Mi cama metálica esmaltada en blanco sirve así de término de
comparación. Y para mí es todavía más: mi cama es la meta finalmente alcanzada,
es mi consuelo, y hasta podría ser mi credo si la dirección del establecimiento
consintiera en hacerle algunos cambios: quisiera que le subieran un poco más la
barandilla, para evitar definitivamente que nadie se me acerque demasiado. Una
vez por semana, el día de visita viene a interrumpir el silencio que tejo entre
los barrotes de metal blanco. Vienen entonces los que se empeñan en salvarme,
los que encuentran divertido quererme, los que en mí quisieran apreciarse,
restarse y conocerse a sí mismos. Tan ciegos, nerviosos y mal educados que son.
Con sus tijeras de uñas raspan los barrotes esmaltados en blanco de mi cama,
con sus bolígrafos o con sus lapiceros azules garrapatean en el esmalte unos
indecentes monigotes alargados. Cada vez que con su ¡hola! atronador irrumpe en
el cuarto, mi abogado planta invariablemente su sombrero de nylon en el poste
izquierdo del pie de mi cama. Mientras dura su visita --y los abogados tienen
siempre mucho que contar-- este acto de violencia me priva de mi equilibrio y
mi serenidad. Luego de haber depositado sus regalos sobre la mesita de noche
tapizada de tela blanca encerada, debajo de la acuarela de las anémonas, luego
de haber logrado exponerme en detalle sus proyectos de salvación, presentes o
futuros, y de haberme convencido a mí, al que infatigablemente se empeñan en
salvar, del elevado nivel de su amor al prójimo mis visitantes acaban por
contentarse de nuevo con su propia existencia y se van. Entonces entra mi
enfermero para airear el cuarto y recoger los cordeles con que venían atados
los paquetes. A menudo, después de ventilar, aún halla la manera, sentado junto
a mi cama y desenredando cordeles, de quedarse y derramar un silencio tan
prolongado, que acabo por confundir a Bruno con el silencio y al silencio con
Bruno. Bruno Münsterberg --éste es, hablando ahora en serio, el nombre de mi
enfermero-- compró para mí quinientas hojas de papel de escribir. Si esta
provisión resultara insuficiente, Bruno, que es soltero, sin hijos y natural de
Sauerland, volverá a ir a la pequeña papelería, en la que también venden
juguetes, y me procurará el papel sin rayas necesario para el despliegue
exacto, así lo espero, de mi capacidad de recuerdo. Semejante servicio nunca
habría podido solicitarlo de mis visitantes, de mi abogado o de Klepp, por
ejemplo. Sin la menor duda, el afecto solicito hacia mi persona había impedido
a mis amigos traerme algo tan peligroso como es el papel en blanco y ponerlo a disposición
de las sílabas que incesantemente segrega mi espíritu.
(...)
¿Qué más diré? Nací bajo bombillas,
interrumpí deliberadamente el crecimiento a los tres años, recibí un tambor,
rompí vidrio con la voz, olfateé vainilla, tosí en iglesias, nutrí a Lucía,
observé hormigas, decidí crecer, enterré el tambor, huí a Occidente, perdí el
Oriente, aprendí el oficio de marmolista, posé como modelo, volví al tambor e
inspeccioné cemento, gané dinero y guardé un dedo, regalé el dedo y huí riendo;
ascendí, fui detenido, condenado, internado, saldré absuelto; y hoy celebro mi
trigésimo aniversario y me sigue asustando la Bruja Negra. "Amén".
Deje caer el cigarrillo apagado. Fue a parar a las planchas de la escalera
eléctrica. Después de haber ascendido por algún tiempo en dirección del cielo
en un ángulo de pendiente de cuarenta y cinco grados."
Siempre quedarán sus escritos y su ejemplo. La proximidad a la efemérides es un homenaje propiamente.
ResponderEliminarNunca se irá el recuerdo.
ResponderEliminarHermoso tu homenaje.
Un abrazo fuerte.
En efecto, querido amigo, hemos coincidido en el fondo aunque tu forma más elaborada. Aunque creo que lo importante es leer o releer sus obras,es el mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor.
ResponderEliminarUn abrazo
Qué gran homenaje a estos grandes hombres que por un tiempo le dieron sentido a tantas vidas, Antonio.
ResponderEliminarNunca los podremos olvidar.
Esta entrada es una joya que me gustaría guardar para mi sola.
Dime qué puedo hacer.
Conmovedoras y preciosas letras..... me llegan al corazón.
ResponderEliminaruna lluvia de besos
Amigo Campillo, no estarás mal si ese día muy, muy, muy lejano, te encuentras con estos dos ángeles de -por lo menos- seis alas, Günter, el del tambor de hojalata blanco y rojo que seguro continuará tocando y gritando para que nadie olvide lo que pasó, y Eduardo, el que escribió este poema de apariencia sencilla que tanto me gusta y que a riesgo de pasarme de rosca, te envío.
ResponderEliminar“En el día de su bautizo, su padre le regaló una caracola para que aprendiera a amar el agua /. Le regaló un pájaro en su jaula, y abrió la puerta de la jaula para que aprendiera a amar la libertad/. Le regaló una flor, para que aprendiera a amar la tierra/. Y por fin, le regaló una botellita cerrada y le dijo que nunca, nunca, la abriera, para que sobre todo, aprendiera a amar el misterio”.
Siempre quedará sus letras y lo que hacen sentir, pase el tiempo que pase.
ResponderEliminarViva la República.
Besos muchos
MALDITA MUERTE, AMIGO ANTONIO ... sí, maldita sea ... bienvenida sea la vida que dejan.
ResponderEliminarNo tengo el gusto de presumir de haber leído a ninguno de los escritores tristemente fallecidos el día 14 de abril. Lo bueno que tienen los libros es que siempre están ahí, esperando a que los leas. Tengo remedio.
ResponderEliminarUn saludo
Como dice Cascón, yo, mas o menos igual, aunque me paso la vida leyendo, no tengo la buena costumbre de leerme muchos libros enteros, mas bien lo que yo digo picotear,quizás los que no hemos nacido para una cosa, si que nos va otra, el escribir, cuestión de gustos o habilidades y sobre la muerte.. que decir, es una liberación. quiero pensar
ResponderEliminarUn abrazo tocayo ANtonio
Un buen encaje, Antonio: se te amontonó el trabajo. Nada más ni nada menos que República Española, G. Grass y E. Galeano, el de “hermosas y delicadas palabras”. Todo un acierto.
ResponderEliminarUn abrazo.
Magnífico blog..Gracias por su seguimiento,es un honor. Un saludo cálido.
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