GEÑI
Antonio Campillo Ruiz
A Geñi
Pauline Gagnon
Geñi respiró con ansia el viento cálido y susurrante tamizado por miles de plantas que crecían salvajes en la ribera del río. Poseía el aroma de aquel día, lejano ya, en el que su leve silbido, su misma tibieza, provocó la caída de una lágrima de felicidad. La megalópolis, con su eterno murmullo de vida, se derramaba en la hondonada que ocupa, sin descanso, sin fin, plagada de esqueletos de hormigón que adornan con su fealdad un cielo semitransparente que sólo los rayos del sol, con dificultad, pueden atravesar alguna vez. A pesar de ello, aquel murmullo la atraía y escudriñaba las pequeñas figuras que desde aquella atalaya semejaban mínimas y erráticas imágenes desdibujadas de seres en continuo movimiento. No, esta vez no lloró, simplemente admiraba la similitud de un paisaje que el tiempo parece no querer alterar. El lento fluir del río y las pequeñas embarcaciones a vela, casi idénticas a la vela latina usual en algunos lugares de las costas mediterráneas, se movían gráciles, sin dificultad para su peculiar navegación. El río, con su característico color a sedimentos marrones, no tenía obstáculos que salvar. Los barcos de crucero y desplazamiento de visitantes y turistas estaban anclados. Parecía que una mano inmensa, un golpe de corriente, les hubiese detenido sin que ellos lo desearan. A pesar de ello, la belleza que emanaba la mansedumbre laminar del agua y los reflejos de un sol, que ya se abría camino entre la densa capa de una atmósfera densa, poseían una iridiscencia que la atraía y le agradaba.
Pauline Gagnon
Geñi
miraba con embeleso el paso del agua lamiendo el costado de aquel barco que
navegaba contracorriente a paso lento y desmayado. Sabía que ella se parecía al
río. Imperturbable, encontrando paisajes, máquinas, personas y costumbres
diferentes, incluso contradictorias pero aguantando y sabiendo cada día más de
su devenir, de sus experiencias. A veces, estando sola, disfrutando de unos
pequeños momentos de abstracción personal, sus emociones la llevaban por
caminos tan complejos como gratos. Sentía. Su mirada se posaba en lugares,
luces y sombras que conformaban un mundo que deseaba, que querría que
existiese, que la rodeaba queriendo atraparla, llevarla tan lejos como el
pensamiento puede alcanzar, sin rozarla, sin descifrar dónde se detendrían sus
sueños.
Pauline Gagnon
Geñi
experimentaba tales cambios sensitivos y afectivos que percibía instantes jamás
advertidos, jamás observados. Sus sueños y su realidad se fundían en una
aleación inseparable, en un una capacidad para intuir, discernir y apreciar el
flujo inmaterial de algo similar a lo que llaman felicidad. Una felicidad que
era su Grial, su meta y su destino. Sin ella no se reconocía sin apreciar, a
través de lo vivido, la singularidad que poseía lo que advertía desde lo más
íntimo de su mente y espíritu. Sabía que se sentiría feliz si lograba estos
segundos de intimidad y sabía que, cuando llegasen, debía de encontrarse en el
espacio y tiempo que requieren la conversión de los sueños para transformarse
en una realidad que perdurase por siempre.
Pauline Gagnon
Es importante visionar el vídeo a plena pantalla.
me quedo con tu final y oportuna reflexión, querido y admirado, amigo:"debía de encontrarse en el espacio y tiempo que requieren la conversión de los sueños para transformarse en una realidad que perdurase por siempre. "
ResponderEliminarUn abrazo fuerte y ... FELIZ NAVIDAD