EXPLORANDO CON UNA BRÚJULA
Antonio Campillo Ruiz
Una brújula. Solo necesitaba una brújula para recorrer las inmensas praderas que, como mares amarillos se perdían en el horizonte. Los mares que había recorrido a lo largo de su vida como capitán de un buque eran de color azul e incluso negro o verde, pero en su grandeza, estas vastas extensiones de tierra dorada por los pastos que alimentan a miles de cabezas de ganado, son semejantes.
James McKay, Gregory Peck, desaparece en la pradera y todos los trabajadores del rancho fracasan en su reiterada y desorganizada búsqueda sin descanso. No esperaban que volviera tranquilamente de una pequeña excursión por las que en un futuro serían sus posesiones, y nunca creerán que ha sido capaz él solo, un señorito, un hombre educado, un contrincante en el amor y de quienes conocen la pradera, de regresar a casa sin ayuda.
La irritación del triunfo de la inteligencia y la ciencia sobre la fuerza tosca, cruel y machista, es de tal naturaleza que hoy, más de cincuenta años después del rodaje de “Horizontes de Grandeza”, “The Big Country”, de William Wyler, 1958, la esencia de la condición irracional y zafia se mantiene inalterable para determinados grupos y personas que siguen persistiendo en la brutalidad sobre la razón.
William Wyller supo dotar a esta épica historia de aventuras, luchas generacionales y amores reales o ficticios, de una potencia en las imágenes, una dirección de actores y unos puntos de vista, como nunca se había realizado en anteriores películas de western.
A pesar de las características propias del género, Wiliam Wyler realizó una producción que posee las peculiaridades de un terrible drama. La razón se impone sobre el proceder de algunos personajes, incluso femeninos, que basan su conducta en un absurdo poderío tosco y obtuso, cuyas consecuencias padecen todos: “¿Qué hemos demostrado con esto”?, dice James a Steve. A ello, hay que añadir la espléndida banda sonora de Jerome Moross que, imperecedera, ha llegado a nuestros días como un ejemplo de sonido que interpreta las imágenes o imágenes que generan sonidos.
A la vez, las interpretaciones de Greory Peck y Jean Simmons, Julie Maragon, imprimen a las imágenes una firmeza que es a la vez nervio y lozanía. De igual forma la grosería y patanería de Steve Leech, Charlton Heston, contrasta con la solidez y vigor de Rufus Hannassey, Burl Ives, que interpreta la realidad de su vida tan trágicamente que provoca su propio dolor e infortunio. Su magistral actuación le fue reconocida con un Oscar al mejor actor de reparto.
Patricia Terrill, Carrol Baker, y su padre, el mayor Henry Terrill, Charles Brikford, siguen anclados en un pasado que nunca fue ni feliz ni afortunado. A pesar de ello, su estancamiento y admiración por la fuerza bruta y el poder de los luchadores, no por la paz sino por la avaricia, no por compartir sino por acaparar y destruir, es como un muro que separa cada día más a James y a Patricia.
La tragedia que se cierne sobre todos explota con la violencia de una gran marejada en la pradera inmensa y salvaje. No existe más salida que la destrucción de quienes ocasionan los males que atenazan a todos, y no hay remisión sin la comprensión y el amor.
El formato cinemascope, que hacía pocos años que se había empezado a aplicar en las salas comerciales, ofreció un espectáculo nunca visto por la esplendidez y vastedad de los grandes planos generales que Wyller rodó y que engrandecieron más la historia narrada.
De igual forma, la sutileza con la que se plantean las atracciones y rechazos amorosos se muestra mediante miradas, silencios y pequeños gestos, que favorecen la complicidad fílmica con el espectador en un ejercicio cinematográfico que solo un maestro de las imágenes puede expresar.
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