martes, 24 de enero de 2012

VIAJAR A T.

EL GUARDAGUJAS

Antonio Campillo Ruiz

Strasse nach Waiblingen, Volker Böhringer, 1933

   El forastero llegó sin aliento a la estación desierta. Su gran valija, que nadie quiso cargar, le había fatigado en extremo. Se enjugó el rostro con un pañuelo, y con la mano en visera miró los rieles que se perdían en el horizonte. Desalentado y pensativo consultó su reloj: la hora justa en que el tren debía partir.
   Alguien, salido de quién sabe dónde, le dio una palmada muy suave. Al volverse el forastero se halló ante un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero. Llevaba en la mano una linterna roja, pero tan pequeña, que parecía de juguete. Miró sonriendo al viajero, que le preguntó con ansiedad:
   -Usted perdone, ¿ha salido ya el tren?
   -¿Lleva usted poco tiempo en este país?
   -Necesito salir inmediatamente. Debo hallarme en T. mañana mismo.
   -Se ve que usted ignora las cosas por completo. Lo que debe hacer ahora mismo es buscar alojamiento en la fonda para viajeros -y señaló un extraño edificio ceniciento que más bien parecía un presidio.
   -Pero yo no quiero alojarme, sino salir en el tren.
   -Alquile usted un cuarto inmediatamente, si es que lo hay. En caso de que pueda conseguirlo, contrátelo por mes, le resultará más barato y recibirá mejor atención.
   -¿Está usted loco? Yo debo llegar a T. mañana mismo. […] Pero ¿hay un tren que pasa por esta ciudad?
   -Afirmarlo equivaldría a cometer una inexactitud. Como usted puede darse cuenta, los rieles existen, aunque un tanto averiados. En algunas poblaciones están sencillamente indicados en el suelo mediante dos rayas. Dadas las condiciones actuales, ningún tren tiene la obligación de pasar por aquí, pero nada impide que eso pueda suceder. […]
   -¿Me llevará ese tren a T.?
   -¿Y por qué se empeña usted en que ha de ser precisamente a T.? Debería darse por satisfecho si pudiera abordarlo. Una vez en el tren, su vida tomará efectivamente un rumbo. ¿Qué importa si ese rumbo no es el de T.? […]   

El instalador de líneas, Laurits Andersen Ring

   -Pero el tren que pasa por T., ¿ya se encuentra en servicio?
   -Y no sólo ese. En realidad, hay muchísimos trenes en la nación, y los viajeros pueden utilizarlos con relativa frecuencia… pero, al subir a un tren, nadie espera ser conducido al sitio que desea…No trate a ninguno de los pasajeros. Podrán…hasta denunciarlo a las autoridades.
   -¿Qué está usted diciendo?
   -En virtud del estado actual de las cosas los trenes viajan llenos de espías. Estos espías, voluntarios en su mayor parte…se dan cuenta en seguida de todos los sentidos que puede tener una frase…Del comentario más inocente saben sacar una opinión culpable…Las ventanillas están provistas de ingeniosos dispositivos que crean toda clase de ilusiones en el ánimo de los pasajeros. No hace falta ser débil para caer en ellas. Ciertos aparatos, operados desde la locomotora, hacen creer, por el ruido y los movimientos, que el tren está en marcha. Sin embargo, el tren permanece detenido semanas enteras, mientras los viajeros ven pasar cautivadores paisajes a través de los cristales.
   -¿Y eso qué objeto tiene?
   -Todo esto lo hace la empresa con el sano propósito de disminuir la ansiedad de los viajeros…Se aspira a que un día se entreguen plenamente al azar, en manos de una empresa omnipotente, y que ya no les importe saber adónde van ni de dónde vienen.
   -Y usted, ¿ha viajado mucho en los trenes?
   -Yo, señor, sólo soy guardagujas. […]
   El viejecillo sonriente hizo un guiño y se quedó mirando al viajero, lleno de bondad y de picardía. En ese momento se oyó un silbido lejano. El guardagujas dio un brinco, y se puso a hacer señales ridículas y desordenadas con su linterna. […]

El guardagujas, Juan José Arreola. Confabulario,1952


PUBLICACIÓN PROGRAMADA.

3 comentarios:

  1. Querida Gatita Coquetuela, voy a tratar de seguir tus recomendaciones a pie juntillas.
    Las cintas de ilusiones son similares a la incertidumbre de los miles de distintos destinos para llegar a T.
    Los sueños, como sugieres, se bordan con hilos invisibles que nos ayudan a ser felices.
    Si además, soñamos oyendo el impetuoso sonido del Cantábrico y respirando su aire fresco y salado, nunca nos desvelaré ni nos enojaremos.
    Vivir en lugar tan privilegiado es poseer ya el pañuelo bordado de los sueños.

    Un inmenso abrazo, María del Carmen.

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  2. Pues yo me he quedado com el viejecito sonriente, Antonio. Buenas noches

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  3. Bien, Enrique, y yo también me quedo con este personaje.
    La dificultad de viajar a T. y las posibilidades de que tal viaje sufra innumerables contratiempos es de una candidez digna de este sonriente viejecito y sólo de él.

    Un fuerte abrazo, Enrique.

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