AMOR A TRES BANDAS
Antonio Campillo Ruiz
Aleksandr Sulimov
El señor feudal
gozaba del derecho de pernada, que le permitía conocer bíblicamente a todas las
doncellas del pueblo la noche de su boda. Nunca se cansó de ejercer su
privilegio, lo que le había proporcionado una gran experiencia con las mujeres,
que nadie podía igualar en la vastedad de sus territorios, y un extraordinario
domino en el arte de amar, que las muchachas núbiles le agradecían y los mozos
ofendidos le envidiaban. Pero un día, entre las que estaban obligadas a
concederle la primicia de su desfloración, se encontró con una pastora que
poseía el don de la belleza insólita, una piel de caramelo y en grado supremo
el secreto del amor insondable, y naturalmente se enamoró de ella, después de
tanta campesina zafia y tanto pingajo con faldas y bisutería de buhonero. El
descubrimiento trastornó al señor que se hundió en aquel amor sin fondo, como
si fuera un reto a su orgullo desmesurado, que no tenía término ni satisfacción
ni hartazgo y que nunca había conocido nada igual. Sin embargo, la muchacha
amaba a su esposo, que era tosco, torpe, fuerte y bueno, que la quería con el
amor tranquilo de los domingos y el amor generoso de todas las primaveras
azules. Durante algún tiempo la recién casada compartió sus deberes
matrimoniales con el siervo y la debida obediencia al señor, que la deseaba
para él solo, de un modo absorbente y enloquecido. Ella no sabía qué hacer
entre el gozo inefable de la sabiduría erótica de las noches del castillo y la
adoración sosegada y cotidiana en la humilde cama de su pobre casa, aunque sus
dos hombres sí sabían lo que tenían que hacer para acabar con aquella situación
insostenible, que agradaba tanto a la pastora como enfurecía a su marido y a
todos los hombres del pueblo, asistidos además de otras muchas razones para
dejarse arrebatar de la rabia homicida de la rebelión. El mozo, con la ayuda de
unos cuantos, urdió la muerte de su amo; pero su señor se les adelantó y mandó
que les cortaran la cabeza, porque para algo era señor de horca y cuchillo. Y,
entonces, la pastorcita degolló al señor en la cama de sus multiplicados
éxtasis, porque no aguantó el abuso de aquella tropelía que la había privado
del triángulo mágico de su felicidad y la había dejado viuda en plena juventud
y con dos criaturas. El dolor de la doble pérdida se fue apaciguando con el
tiempo y remansándose en la contemplación de sus dos hijos, en los que
misteriosamente, sobre la base de la belleza materna, se mezclaban en ambos los
rasgos de sus dos posibles padres, lo que hacía más dolorosa la memoria del
paraíso perdido.
Luciano G. Egido, “Veinticinco historias de amor y
alguna más”
Alejandro Rosemberg
Señores de horca y cuchillo, debieron ser unos tiempos muy difíciles de vivir para los súbditos.Una historia triste de final sereno.
ResponderEliminarCierto, Marcos, fue una etapa histórica como nunca podremos imaginar. Solo podemos compararla con la actual: señores que son quienes reciben los impuestos del duro trabajo de los villanos, gremios profesionales e incluso de sus propios compañeros, que usurpen de forma inadmisible lugares que privilegio. La diferencia entre ambas épocas es, simplemente, el cambio imperceptible en la estructura social. Una desgracia antes y ahora.
EliminarUn abrazo, Marcos.
Terrible, extraño, extemporáneo y no por el hecho, sino por la forma de su existencia y de su trágico final. Sin duda, no obstante, lo peor el resultado final con la doble identidad de los hijos. Un martirio.
ResponderEliminarUn abrazo-e, amigo Antonio
Así sería, Enrique: un martirio que solo sufría el pueblo que alimentaba a los señores. No creo que pase por alto a los lectores dos aspectos fundamentales. Los señores cometían tropelías y además exigian que se les cuidara con los bienes trabajados por quienes le debían pleitesía y alguno de ellos se rebelaban contra su ignominosio deber y se adaptaban a una vida de placer y lujo. Esta mujer, enamorada de un buen marido pero gustosa del placer sexual, se adapta a ambos sin prejuicios. ¿Por qué no si vivo mejor? pero deben ser ambos, jamás debe faltar ni el amor ni el placer. Probablemente, una lección de supervivencia.
EliminarUn inmenso abrazo, querido Enrique.
La historia es tremenda. ¡¡Qué tiempos tan terribles!!.
ResponderEliminarTener que humillarse de esa manera.
Un beso y gracias por tan buena entrada.
Esta es la cuestión, Amalia, ¡para humillarme le vuelvo loco yo primero! Este debía ser el argumento que utilizaba esta mujer enamorada pero pragmática y harta de la vida que le fue asignada. La humillación debió de ser una lección continua desde muy niña. En cualquier caso, su preferencia por el amor y por haberle robado el único placer que ha tenido la empuja a cometer una rebelión contra lo establecido.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Amalia.
No es tan antiguo ese derecho de pernada. Se sigue traficando con el sexo, se confunde con el amor, se viola la inviolabilidad de lo más sagrado.
ResponderEliminarNuestra sociedad transgredida y transgresora de valores, sigue considerando el amor como un bien de compra-venta, que tan sólo precisa de papel y sello para eternizarse, y si se escoge el fondo adecuado, ¡puede incluso dar altos intereses!. Todo son ganancias. El único perdedor: el amor.
Siempre, Cecilia, siempre. La palabra amor incluso tienen la indecente costumbre de escribirla en papeles que sancionan personas ajenas a una noble pareja que solo pretende vivir unos instantes cósmicos en libertad y con serenidad. La sociedad actual es un calco de las sociedades occidentales que se han ido transformando y adaptando a los nuevos tiempos. Ha sido un cambio tan sutil que siempre hemos creído en el propio cambio permanente sin darnos cuenta que no era tal, era sólo una transformación y renovación.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Cecilia.
Siempre sostuve que ser mujer, por aquellos tiempos, y por tantos otros de la historia, debe haber sido tan complicado! Sin embargo, si lo lees desde el otro sexo, ser hombre (de los no poderosos), también lo debe haber sido. Con todo lo que nos quejamos de este presente, por favor, no inventen la máquina del tiempo!!! Al menos yo, me quedo por aquí. Gran abrazo, Antonio.
ResponderEliminarAmbos sexos, sin comparaciones, sufren la injusticia del momento histórico que viven. Sin embargo, todos apreciamos que el denominado sexo fuerte, en los pobres de espíritu o simplemente no poderosos, es tratado tan vejatoriamente como el sexo débil, al que todo el mundo teme pero vence con brutalidad. El problema de la máquina del tiempo, Patzy, es que sigue existiendo en la sociedad actual. Se han trasladado hechos y formas de vida de etapa en etapa, con cambios aparentemente diferentes pero que son fruto de las costumbre y sociedades de tiempos pasados.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Patzy.
Cuando en las novelas y películas medievales se recurre al famoso derecho de pernada como privilegio señorial me viene a la cabeza el comentario de un profesor de carrera que negaba que tal cosa sucediera, como así pude comprobar en algunas publicaciones referentes a aquella época. Parece ser que ese derecho mítico fue en realidad tal y no se llevó a la práctica legalmente; otra cosa es que el señor obligase a acostarse con él a quien le viniera en gana. sin recurrir a pernadas ni cuentos chinos.
ResponderEliminarUn saludo
Sí, Carmen, también he leído este aspecto sobre la supuesta imposición que siempre ha humillado a la mujer pero creo que más al hombre que debía soportarla. Teniendo en cuenta las barbaridades que se han cometido al relatar la Historia, debemos ser muy críticos con el problema de la soberanía del poderoso señor medieval. El efecto inmediato que produce en la actualidad la palabra pernada es de rechazo, miedo y rebelión. Supongo que debemos encontrarnos en el fiel de la balanza entre "El Decamerón" y la repulsiva costumbre a la que aludimos.El sexo siempre ha sido una moneda de cambio para el poder y el sometimiento. La aparición del "Amor cortés" no tiene otro sentido que el aprendizaje de la belleza del amor sereno.
EliminarUn fuerte abrazo, querida Carmen.
Lo que no pudo la rabia homicida de la rebelión lo logró la pastorcilla. Los temas de faldas han inspirado a grandes literatos ofreciéndonos textos maravillosos como este precioso relato,
ResponderEliminarUn abrazo Antonio