EL DON DEL OLVIDO
Antonio
Campillo Ruiz
Adelaida nunca tuvo
muchas luces. No, no era tonta pero la naturaleza no la había dotado, ni se
había dicho lo contrario en el pueblo, de los placeres intelectuales como
llamaban, con no poca soberbia, a la disposición para la discusión y la
polémica. Ella siempre decía que poseía un don especial: la memoria. A
continuación, con solemnidad, remarcaba que su segundo don era el recuerdo y solo
disfrutaba de otro más, el olvido. Ese otro don que poseía lo utilizaba para ir
remediando lo realizado durante su vida. Nunca nadie fue más generosa que ella.
Los niños, a la salida de la escuela, se dirigían velozmente y con jolgorio a
casa de Adelaida, donde se encontraban preparadas unas sillas, que nunca
daban cabida a todos, para que estuviesen cómodos mientras les contaba
aventuras que repetía con idénticas palabras y en el mismo orden para que, si
algún niño no las había escuchado, oyese el mismo relato que los demás. Parecía que estuviese recitando una letanía. Poseía una sonrisa que dibujaba en sus labios una
cordial complacencia y humanidad. Sus ojos claros gozaban de la tranquilidad
que requerían amigos y niños. Ninguna persona podía imaginar el tumulto de
pasiones que un día hubo en aquella mujer y que ahora, cuando empezaba su
olvido, iban perdiéndose en la nube negra de los recuerdos silenciosos. Habitaba
una pequeña casa en la que casi todo, excepto su cámara y baño, estaba a la
vista. Siempre disfrutaba de la comida que le apetecía en el momento de
prepararla y se conformaba con los sabrosos guisos que le enseñó su madre hacía
tanto tiempo que, en muchas ocasiones, vecinas y amigas, al oler sus potingues,
como les llamaban, le solicitaban las recetas que, con mucho entusiasmo y a
lápiz, Adelaida escribía en los papeles que le traían. Era una satisfacción poder
elegir las horas que pasaban silenciosas por su casa. Cuando dormía, era
frecuente que se despertase pensando que estaba en el pasado, el presente y el
futuro porque, como decía, dormir era la única ocupación del día en la que el
tiempo se detenía y podía viajar sin límite. Conforme el olvido empezó a hacer
mella segura en su mente, los niños se dieron cuenta de la capacidad de Adelaida,
de su gran inteligencia, de su naturaleza siempre alegre y atenta. Los mayores
hablaban de lo poco que conocían de su vida anterior, del tiempo que hacía que
vivía en el pueblo, de lo sola y, a veces, menospreciada que debía de haberse
encontrado, de cuando alguno de ellos, al pasar por la puerta de su casa, siempre
abierta, veía a los niños en silencio y su voz, seria o grata, escenificando el
momento, contaba una aventura que ellos no habían escuchado jamás. Empezaban a
tener envidia de Adelaida. Hasta hubieran preferido ser niños para escuchar sus
aventuras que, muchas veces, al no ver a nadie por la calle, se paraban para
oír a hurtadillas un pequeño trozo. El olvido llegó con toda su potencia,
Adelaida pereció presagiarlo y el día anterior se puso su mejor camisón y no se
levantó más. La pena se adueñó del pueblo y todos recordaban la puerta abierta
que se encontraba cerrada para siempre. A los treinta y cuatro días, una mujer
de ojos claros y una sonrisa que dibujaba en sus labios una cordial
complacencia y humanidad, dejó en el suelo la maleta que traía y abrió la
puerta de la casa de Adelaida.
Antonio Campillo Ruiz
Me entra curiosidad sobre quien sería esa mujer enigmática que vino a suplantar a Adelaida y trajo el olvido al pueblo.
ResponderEliminarLo bien que se siente uno a veces cuando olvida. Es como una liberación.
Y luego se queda con el recuerdo que siempre reconforta.
Es muy bonito y dulce como escribes.
Dicen por ahí, que la verdadera muerte es el olvido. Por algo será.
ResponderEliminarAbrazos.
Magnífico, Antonio.
ResponderEliminarPero el reino del olvido es un arma de doble filo y no pertenece a nuestra voluntad. Hay recuerdos imperecederos, que uno quisiera borrar, y allí permanecen, más o menos desfigurados por el paso del tiempo. ¿Es eso malo?. La memoria histórica es preservadora de nuestra conciencia de ser, y de algo también importante: de la posibilidad de aprender de nuestros errores.
Hay, no obstante, datos que no graba nuestra memoria, que caen en el olvido, y así debe ser, porque la vida es renovación. Nuestro cerebro explotaría de saturación. Creo que la selección natural que realiza nuestro cerebro es la que conforma nuestro estar-ahí, en función de lo olvidado, lo recordado y lo por recordar.
Por muchos reveses que encontremos en la vida, no debemos perder y siempre buscar ( porque los talentos hay que currarselos) la capacidad de ilusionarnos, imaginar,asombrarnos,no dejar de soñar, claro que siempre habrá soberbios, prepotentes, manipuladores que nos intentarán apartar de esos sendero, la parte positiva es que de eso también se aprende...
ResponderEliminarMuy bonita la fotografía, enhorabuena (homogeneidad y color)
Un afectuoso saludo, feliz de que me sigas enseñando, me haces grande.
Es muy triste el olvido.
ResponderEliminarEs un relato precioso y conmovedor. Escribes muy lindo.
Un abrazo enorme, querido amigo.
A veces el olvido es una virtud, sobre todo cuando se han vivido moementos dolorosos en la vida de uno. Lo importante, en todo caso, es que pudièramos administrarlo a voluntad y no por la aplicaicón práctica de una enfermedad que arrasa la memoria cual si fuese un terremoto.
ResponderEliminarUn saludo
Misteriosa historia. Encantadora hasta ese final sorprendente, que da qué pensar. Parece que al final Adelaida superó al olvido, pues su recuerdo quedó en la memoria del pueblo.
ResponderEliminarBesicos, querido amigo.
Me has emocionado como nunca, querido Antonio. Qué sensiblidad personal y literaria para narrar algo tan terrible como la pérdida de la memoria proveniente de una enfermedad. El final, sorprendente y sumamente intrigante. Al dejarlo abierto, se presta a tantas interpretaciones como personas lo leamos. Un gran acierto, sin duda.
ResponderEliminarEnhorabuena y un abrazo grande, grande.
Cuando nos vamos, realmente lo hacemos? o de hecho nos quedamos en el recuerdo por siempre que haya quien nos recuerde?
ResponderEliminarel misterio de la vida..que posiblemente después de la muerte ya no sea tal misterio y añoremos volver a la tierra a vivir fugazmente como una estrella.
Como siempre unos relatos los tuyos que nos invitan a la reflexión
Un abrazo tocayo
Relato misterioso sobre todo en su fina,l con su enigmática protagonista que a pesar de todo venció al olvido porque nadie muere del todo mientras permanezca en la memoria de la gente y de Adelaida no se han podido olvidar los vecinos de aquel pueblo.
ResponderEliminarRelato para reflexionar porque lo he leído varias veces y cada ez saco algo nuevo.
Un abrazo
Precioso relato amigo, y el olvido un mal que nos persigue, pq cuando querermos de verdad que llegue, para algunas cosas no viene y cuando llega que no la necesitamos zas...se acabo todo...
ResponderEliminarQuien seria quien llego? una hija?.
Besos
De que forma tan sutil Adelaida ha quedado en la memoria del pueblo. Nadie está totalmente muerto mientras alguien le recuerde. El olvido voluntario es un don.
ResponderEliminarUNA LIBERACIÓN TOTAL. Antonio, casi me emocionas con tu Adelaida. Un abrazo-e, amigo.
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