FRUSTRACIÓN, SOLEDAD
Y EXPLORACIÓN
Antonio
Campillo Ruiz
“El amigo que sabe llegar al fondo
de nuestro corazón, ése, como tú,
ni aconseja ni recrimina; ama y calla.”
Jacinto Benavente
Anna, Sandrine Bonnaire, es una mujer muy atractiva.
Su rostro anguloso y con pómulos resaltados deslumbra cuando sus primeros
planos llenan la pantalla mientras con sus perfilados labios absorbe el humo de
un cigarrillo. Un error, un desliz, un malentendido, buscado o debido a
lateralidad cruzada, abre un torrente de confidencias que aturdirá a quien
asume la equivocación con estupor y atracción, con una fascinación que William
Faber, Fabrice Luchini, jamás ha sentido y, además, le perturba
emocionalmente. “Confidences trop intimes”, “Confidencias muy íntimas” de Patrice Leconte, 2004, se introduce
por los sentidos del espectador ofreciéndole unas cuantas estampas inolvidables,
gracias a una imagen brillante que cautiva en los momentos más emotivos de la
narración.
En
un espacio cerrado, sin dar ni una sola concesión a filigranas
cinematográficas, Patrice Leconte, disecciona a unos personajes tan diferentes
como desconocidos, con unas vidas tras ellos que adivinamos someramente
mediante las largas charlas que ambos sostienen o, por superficiales momentos
en los que se nos presenta a un hombre tan gris como solitario y maltratado por
las relaciones humanas, mientras que asistimos a un juego de puzle en el que
los acontecimientos vividos son piezas, o decisivas, o sin importancia. Como
película francesa que es, nos muestra un lento streap-tease, de sentimientos y
de ropa, pero ropa tan delicada que va expresando las estaciones y el paso de
un tiempo que no medimos porque la lenta espera es tan importante como la
rápida visita. Al mismo tiempo, esta despistada mujer, va vistiendo ropa que se
adapta a los cambios que se van produciendo en su vida íntima y que, como las
estaciones, va floreciendo en un lugar bello y cálido: el sur. La delicadeza
ante lo soñado y lo experimentado es, en este caso, tan primorosa como tierna.
Frente
a este imparable cambio se manifiesta una rigidez obsesiva, una pulcritud que
sólo permite a los autómatas, como él mismo, poder convivir con sus pequeñas y
raras cosas queridas, adquiridas mediante un largo proceso de continuidad que
no deja que el aire fresco penetre en su almidonado cuello de camisa encorbatado.
A pesar de saber que el único dueño de su vida es él, no celebra que así sea y
su propio ego le lleva a tratar de construir un puente entre él y sus
sentimientos. Pareciese que no deja que le alcancen si no es mediante esas confidencias
que le arrastran inexorablemente a unos sentimientos que jamás tuvo en cuenta.
Leconte
es el director elegante de siempre, con los toques de ambientes oscuros,
personajes solitarios y hasta voyerismo a través de las múltiples ventanas. La
cámara posee un mal pulso cuando se graba a mano pero solo es en las
conversaciones más íntimas, como si quisiera expresar el temblor de la voz, ya
manifestado, entre los dos protagonistas. A pesar de ello, no son verdaderos
movimientos de cámara sino pequeños errores. Es preferible la serenidad de un
punto de vista, de los que existen muchos en la película, que exprese la
serenidad y voyerismo que el espectador requiere.
La
música, original de Pascal Esteve, de cuerdas, clarinetes y piano, incluye además,
temas de Wilson Picket, Rossini y John Sbarra. Músicas relajantes, de gustos muy personales y que
reiteradamente, el protagonista va escuchando durante la narración. El guión
fue simplemente un esquema general y los diálogos, en gran parte, fueron
improvisados por los actores. Con una fotografía intimista de planos
medios, bastantes primeros planos y suaves movimientos de cámara que no llegan
a ser traveling sino panorámicas y una preferencia destacada hacia los
marrones, se consigue una imagen de gran belleza. Un precioso plano cenital
deja al espectador expectante por los acontecimientos que ocurrirán. Patrice
Leconte nos ofrece una historia de frustraciones, soledad y exploración
personal del espíritu humano, que interpretan unos personajes desorientados,
desconocidos entre sí, pero naturales y realistas.
Patrice Leconte
Es importante visionar la película a plena pantalla.
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Gran película, Antonio. Vaya verano. Gracias.
ResponderEliminarUna buena película.
ResponderEliminarMuchas gracias.
Un abrazo bien grande.
Es un nombre muy seductor. Qué rostro tan bello e interesante el de la protagonista. Y tú, un gran maestro en este arte. Mi padre te hubiera adorado, porque era un gran apreciador del buen cine. Si muero de manera previsora, le llevaré tu blog, para deleitarlo por todo el infinito. ¡Gracias por ser y estar tan cerca!
ResponderEliminarTe dejo un abrazo de dulce anís.
Extraordinario trabajo y regalo que nos dejas.
ResponderEliminarEres un maestro con todo sus letras.
Besos